miércoles, 27 de noviembre de 2019

Gestión, vetos y autoprogramación

En la entrada anterior expuse una serie de circunstancias que han afectado seriamente a mi labor como investigador y divulgador sobre temas de arte medieval en nuestra ciudad. Todas ellas tienen que ver con mi colega Manuel Romero Bejarano, quien como pude explicar, ha decidido vetarme en los actos por él organizados y dejarme a un margen del “núcleo básico” de historiadores del arte de Jerez por motivos que poco tienen que ver con la valía de mis aportaciones. Lo que entonces escribí ha servido para mucho, porque algunos colegas me han ido desvelando una serie de importantes circunstancias. Pero ahora me voy centrar sobre otro asunto que expuse sucintamente en Facebook, y que me ha valido la amenaza de denuncia por parte del señor Romero. No solo no la temo, porque nada he de temer (¡como si en democracia no pudiésemos criticar a los gestores de lo público!), sino que ahora me extiendo sobre el asunto.


En mi blog de música clásica he tenido en repetidas ocasiones la oportunidad de denunciar dos situaciones de lo que podríamos denominar “autoprogramación” que me han parecido de gravedad. La una tiene que ver con el Festival de Música Antigua de Sevilla. En 2009 el excelente violagambista Fahmi Alqhai fue nombrado director artístico del mismo. Siendo director del grupo Accademia del Piacere, que centra su actividad en la ciudad de la Giralda, resulta perfectamente lógico y natural que este tuviera participación en él. Lo que no parece tan comprensible es que Alqhai y sus colegas se reservaran para sí mismos bien el concierto inaugural, bien la clausura de las primeras ediciones que el artista dirigió. Tras el comprensible malestar que semejante decisión generó –fui una de las pocas voces en atreverse a criticar públicamente la circunstancia referida–, el artista hispalense renunció a ocupar alguna de esas dos fechas, aunque ha seguido presentándose en todas y cada una de las ediciones del FeMAS a cuyo frente continúa. Y, mientras no se diga lo contrario, cobrando los correspondientes emolumentos al margen de los que ya recibe por la dirección artística del festival. Un festival que es responsabilidad del Ayuntamiento de Sevilla, y que por ende se financia en buena medida con dinero público, justo es recordarlo. Tampoco está de más recordar que reservarse un lugar supone, siempre, ocupar el espacio que podía ser ocupado por otros.

El otro caso me parece todavía más grave, por el delirante exceso en número de “autoprogramaciones”. Hablo de Francisco López en nuestro Teatro Villamarta. López fue contratado por el consistorio en su faceta de gestor, no en calidad de director de escena. Se entiende que, teniendo experiencia en este campo, él mismo decidiera dirigir escénicamente alguna de las producciones de ópera en la Plaza Romero Martínez. Lo que no se entiende es que, tras recibir durante los primeros años el merecido aplauso del público por su –por aquel entonces – excelente gestión, decidiera reservarse la gran mayoría de las nuevas producciones operísticas propias, además de traer otras suyas ya existentes. Como las producciones propias se reponen cada cierto número de años, y además López ha querido realizar incursiones dentro del campo de la danza española, el flamenco o los espectáculos crossover, el resultado es que llevamos ya muchos años con su nombre hasta en la sopa. Incluso cuando este señor pasó el relevo a Isamay Benavente, sigue acaparando buena parte de la programación del Villamarta. Esta misma temporada 2019/20 dirige Que suenen con alegría, Lorca x Bach y La flauta mágica.

Cuestión de ahorro, se dirá, porque presuntamente López no cobra en el Villamarta por sus labores de regista y solo lo hace en las ocasiones en la que sus producciones se intercambian con las de otros centros líricos españoles (a veces dirigidas, oh casualidad, por gestores asimismo dedicados a la dirección de escena). Pues vale. Pero es un ahorro muy relativo, porque lo que verdaderamente cuesta en una producción escénica y musical de ópera es todo lo demás, desde la escenografía y el vestuario hasta la manutención de toda una orquesta sinfónica durante el periodo de ensayos. En cualquier caso, lo grave del asunto es que la presencia de López una o varias veces por temporada nos ha restado la oportunidad de apreciar el trabajo de otros registas y de conocer otras maneras de enfocar la dirección de escena. Al que fue cabeza del Villamarta se le llenaba la boca al hablar de la necesidad de dar oportunidades a los nuevos artistas españoles, y de cómo un teatro financiado con dinero público tiene el deber de apoyar a los jóvenes con talento. En su programación llevaba semejante criterio a la práctica con frecuencia en el caso de las voces, pero apenas lo hizo en la dirección de escena operística. El teatro es mío, parecía decir, y aquí quien dirige soy yo.

Pues bien, parece que hay alguien en Jerez que está decidido a superar a López Gutiérrez, pero esta vez en el campo de la divulgación en temas históricos y artísticos. Obviamente me refiero a Romero Bejarano, doctor en Historia del Arte y técnico en la Delegación de Patrimonio del Ayuntamiento. Desde hace al menos un par de cursos es el encargado de coordinar desde la sección del consistorio en la que trabaja una serie de ciclos de conferencias en torno a las patrimonio histórico-artístico en nuestra ciudad. Magnífica idea. Yo mismo fui invitado por él, sorprendentemente después de que me vetara en el congreso Jerez 1264 –véase de nuevo la entrada anterior–, a participar en una de esas jornadas; fueron las dedicadas a la iglesia de San Mateo que se celebraron en el Museo Arqueológico, en enero de 2018. Que él sea una personalidad muy conocida en la investigación y la divulgación sobre historia y arte en Jerez, aunque lo sea en buena medida por sus reiteradas apariciones en concursos televisivos, le otorga por derecho propio un lugar en las actividades que coordina: no solo natural, sino toda una suerte poder contar con su participación, entiendo que sin cobrar cantidad adicional a su salario.

Pero hete aquí que Romero ha intervenido en todos y cada uno de los ciclos que han salido de su departamento y en los que él ha sido coordinador directo o, al menos, asesor: uno sobre el Arte y la Muerte en el medievo, otro sobre la iglesia de San Marcos, otro sobre la Semana Santa jerezana y uno más sobre el Renacimiento, todos ellos durante el curso pasado, mientras que este año ha hecho lo propio, además de hablando sobre el caballo en el Arte durante las Fiestas de Otoño, con uno de la Iglesia de San Lucas y otro más sobre la Muerte. Precisamente mañana jueves 28 de noviembre tiene lugar su intervención, bajo el título “Exequias Reales en Jerez de la Frontera”.

Recuerden lo dicho más arriba al hablar sobre Alqhai: quien ocupa un espacio se lo quita a otro. Hay varias personas que deberían haber participado en estos ciclos y no lo han hecho. Historiadores con trayectoria reconocida y por completo adecuados a las temáticas tratadas, pero con los que Romero Bejarano ha decidido no contar. Efectivamente, yo estoy entre ellos.

El caso de San Lucas ha sido sangrante, porque soy quien más ha trabajado sobre la arquitectura del templo en la Edad Media. Y este sigue siendo un edificio en buena medida gótico-mudéjar, aun revestido en su interior por una espléndida piel barroca. Esta sí que ha sido atendida en el mismo ciclo, con doble intervención de conferencia y visita guiada, por el investigador que mejor conoce esas obras, José Manuel Moreno Arana. Pero el primer gótico y el mudéjar quedaron excluidos de estas jornadas por decisión del referido técnico, que sí que tuvo a bien programarse a sí mismo para hablar de una capilla en particular sobre la que, supongo, habría localizado alguna documentación.

Debo apuntar que Romero se programa con la excusa del ahorro. Parece que este año están pagando, tengo entendido que 150 euros por conferencia. No sé si fue así el curso pasado. Yo, desde luego, no vi un solo un euro. Y estoy seguro de que las personas que han quedado fuera de las peculiarísimas selecciones realizadas por Bejarano, que incluyeron (¡por duplicado en tan solo unos meses!) a un estudiante de Segundo de Bachillerato y a otras amistades cercanas a él mismo, no están en esto de la investigación por amor al dinero. La mayoría hubiéramos acudido por cantidades simbólicas o sin remuneración alguna.

Y ya que hablamos del vil metal, podemos recordar la circunstancia de que la conferencia de Berajano sobre Semana Santa organizada en la pasada Cuaresma desde su propio departamento coincidió en el tiempo con la presentación de un libro por él escrito sobre el tema: como editor de la publicación y como librero que es o era –me aseguran que en tiempos recientes ha alquilado su librería–, a buen seguro la charla le sirvió de escaparate para aumentar las ventas. Como en el caso de Francisco López, no hay remuneración directa alguna, pero a la autoprogramación se le saca rédito económico en otro contexto. ¿Lo van pillando?

Alguien podría argüir que si él ha obtenido la plaza que ostenta es porque ha demostrado poseer el perfil idóneo para la misma, y por ende, entre otras muchas cosas, para escoger tanto los temas como los conferenciantes más apropiados. Eso es cierto, pero Romero Bejarano ha actuado de manera absolutamente arbitraria: que como coordinador científico tenga la prerrogativa de seleccionar con cierto margen de maniobra no significa que pueda hacerlo sin seguir unos criterios científicos y medianamente objetivos.

Permítanme una comparación muy sencilla. Como profesor de secundaria, soy yo quien decidir la nota que se merece un examen en función de mi parecer personal sobre lo que ha escrito el alumno. Pero debo hacerlo basándome en los criterios de corrección y los criterios de calificación establecidos en las correspondientes programaciones de las asignaturas, no siguiendo la pura subjetividad. Menos aún en función de las simpatías o antipatías que me despierte el alumno. Si los profesores actuásemos así el bochorno sería inmediato. Se nos caería la cara de vergüenza y, de no hacerlo, lo que se nos caería encima serían el alumno, sus padres, los compañeros de departamento, el equipo directivo y hasta la administración pública. Lógico, ¿no? Pero parece que algunos otros funcionarios públicos, es decir, trabajadores pagados entre todos que se encuentran al servicio del ciudadano y no de sus propios intereses, esto no acaban de tener de claro. No hay que irse muy lejos: recuerden lo ocurrido con algunos regidores de esta misma ciudad.

Pues bien, ¿cuáles son los criterios sobre los que debe apoyarse un funcionario público que desde un ayuntamiento organiza ciclos de conferencias y visitas guiadas sobre el patrimonio histórico-artístico? En lo que a la temática se refiere, que se responda a los intereses relevantes para la comunidad de amantes de la historia, del arte y de la cultura en general, tanto incidiendo en los bienes patrimoniales más conocidos como en aquellos que merecen mayor atención de la acostumbrada. En cuando a la selección de los conferenciantes, se ha de tener en cuenta la idoneidad de los perfiles científicos de los mismos, así como la posibilidad de dar a conocer las últimas aportaciones de todos los investigadores. Si se estudia una determinada iglesia, tiene que estar allí todos los que han aportado algo significativo sobre ella, o los que puedan añadir algo nuevo de relevancia.

Mucho ojo, esto no significa que deban existir “temas exclusivos” reservados para ciertas personas. Que investigadores especializados en determinados campos exploren tierras que suelen asociarse a otros compañeros no solo es adecuado, sino que resulta imprescindible para que las investigaciones progresen. Pero eso tampoco es incompatible con que quienes se hayan especializado en algo se hayan ganado un lugar; ni con que, cuando resulte pertinente, sea necesario que se cuente también con ellos.

¿Y cómo se sabe qué personas son las adecuadas para hablar de determinados temas? Pues ahí entra el criterio del coordinador, pero de nuevo sobre una base objetiva, que no es sino la trayectoria científica conformada por publicaciones en revistas especializadas, actividad docente y labor divulgativa, lo que tampoco debe impedir que se cuente con recién llegados llenos de talento –el caso del estudiante de secundaria antes citado– por los que se pueda realizar una apuesta personal. Pero que al señor programador de turno no le guste lo que escriben determinadas personas con dilatadas trayectorias a sus espaldas (¿acaso no podrían ser muchos los que tuvieran una opinión negativa sobre las investigaciones de ese mismo gestor?) no es razón alguna para que esas personas queden sistemáticamente fuera. Tampoco es razón vetar a alguien solo porque esa persona se haya atrevido (¡tremenda osadía!) a contestarle alguna de sus decisiones incuestionables a quien se encuentra en una situación de poder. Me temo que este último es mi caso particular.

Por supuesto, todas estas decisiones marcadas por puras subjetividades podrían tomarse sin especial problemas haciéndolo desde un ámbito privado e independiente, como organizador. Pero resulta altamente censurable que estas se tomen no desde lo privado, sino desde lo público, y no como en calidad de organizador sino en la de coordinador científico.

No habrá nadie que dude que un deber de todo buen gobierno municipal es, precisamente, el de incentivar y divulgar la investigación sobre temas que tengan que ver con la ciudad. Si no es posible subvencionar, publicar u otorgar premios (¿recuerdan los desaparecidos “Manuel Esteve”?), al menos se debe facilitar que se expongan en público los resultados de un trabajo que generalmente se realiza –la excepción es el profesorado universitario– en el tiempo libre y sin remuneración alguna. Ese estímulo resulta fundamental para que los ánimos no decaigan. Por eso mismo es obligatorio dar oportunidades a todos los que tengan algo interesante que aportar; a los que ya llevan tiempo y a los recién llegados; a los más conocidos y a los menos conocidos. A los primeros, en función de su trayectoria. A los segundos, en función de su potencial. Pero lo que no se puede es realizar la selección en función de la pura subjetividad ni de la sintonía personal. Y lo que ya es el colmo es reservar un porcentaje importante de dichas oportunidades a la persona que es, precisamente, responsable de repartirlas entre los demás.

Por otro lado, y no menos importantes, a los jerezanos amantes de la cultura su ayuntamiento no les ofrece la oportunidad de escuchar lo que tienen que decir todos los investigadores sobre historia y arte de la ciudad, ni de conocer lo mucho que se está haciendo. Solo podrán conocer y escuchar a una parte, una parte muy concreta. Todo porque un determinado técnico ha decidido vetar a una lista no pequeña de investigadores al tiempo que se programa a sí mismo por razones que dudosamente tienen que ver con el ahorro, y que quizá respondan a los mismos impulsos que le han llevado a lo largo de los últimos lustros a participar de manera compulsiva en cuantos concursos televisivos se le pongan por delante.

Creo que el consistorio debería tomar seriamente cartas en el asunto. Se está perjudicando tanto a los investigadores vetados, cuya frustración y desánimo va en aumento, como a los jerezanos que tienen todo el derecho a escuchar a cuantos han demostrado tener algo que decir sobre un patrimonio rico y diverso que necesita el mayor número de investigadores y divulgadores posible para ponerlo en valor. Esperemos que las personas responsables corrijan semejantes desmanes.

domingo, 13 de octubre de 2019

El libro no publicado y el congreso para el que no fui llamado

El cariz que están tomando determinadas circunstancias que tienen que ver con el desarrollo y la divulgación de las investigaciones que vengo realizando desde mediados de los noventa sobre el arte medieval en mi ciudad, me llevan a dejar testimonio escrito una serie de hechos que me parece necesario que conozca el lector interesado por mi trabajo. Debo empezar por lo ocurrido con un libro titulado Gótico y mudéjar en la arquitectura medieval de Jerez de la Frontera y su entorno, de cuya preparación se ha dejado constancia en alguna oportunidad. Pues bien, lo cierto es que ese libro ha existido, pero no se publicará jamás. Voy a explicar lo ocurrido con él punto por punto, sin omitir absolutamente nada revelante.

El libro partió de una propuesta que me realizó Manuel Romero Bejarano allá por el año 2004 o 2005. Este señor había fundado recientemente una pequeña editorial y consideraba oportuno que preparase un trabajo partiendo de la tesis doctoral que por entonces realizaba y que, por circunstancias personales, no logré terminar. Yo no cobraría nada: de lo que se trataba era de ofrecer a la comunidad de investigadores y de historiadores del arte una visión actualizada y con metodología renovada sobre este campo que, pese a la tesis realizada años atrás por Carlos García Peña, estaba todavía atado al estado de la cuestión de los años treinta e ignoraba las muchas aportaciones importantes de Hipólito Sancho de Sopranis. Acepté encantado y me puse manos a la obra.

El trabajo avanzó muy rápido en un primer momento, pero me iba a encontrar con dos obstáculos. El primero, que por aquel entonces yo era profesor interino y tenía que desplazarme cada año a un lugar de Andalucía, adaptarme a los libros y a las asignaturas que me tocaban en cada instituto y perder mucho tiempo en desplazamientos. El otro, la necesidad de aprobar unas oposiciones. Estas llegaron en junio de 2006. Me concentré y triunfé. Seguidamente, vino el estresante año “de las prácticas”, tercera fase del concurso-oposición, en el que hay que trabajar con especial ahínco porque se está supervisado para ver si te confirman la plaza o, por el contrario, te consideran no apto. Las realicé en el IES Fernando Savater y todo terminó felizmente. El siguiente año lo pasé en el Coloma, “en expectativa”. Pude entonces volver a avanzar con la publicación, sobre todo porque “di con la tecla” a raíz de unas reflexiones en torno a la decisiva publicación sobre la Capilla de la Jura que en 2007 habían realizado José Jácome y Jesús Antón. Un mundo nuevo se abría ante mí, porque las piezas encajaban de una vez por todas. Pero al año siguiente, vuelta a empezar: destino definitivo en Siles, en plena Sierra de Segura a dos kilómetros de la provincia de Albacete.

Sea como fuere, el trabajo lo fui terminando hasta dar a la luz en el año 2013 un manuscrito de 89.000 palabras (381 páginas, imágenes incluidas) que me parecía decente. Entonces llegó Romero Bejarano con novedades: como editor, había decidido unilateralmente que mi texto no se publicaría como monografía, sino como parte de una obra colectiva en la que se incluirían trabajos diversos de otros compañeros, entre ellos él mismo, sobre arte medieval jerezano. Le dejé claro que no aceptaba esas condiciones. Los motivos también se los expuse con claridad. Añadir a un texto tan largo como el mío y de enfoque global otros textos mucho más concretos en su temática y de tamaño mucho menor, hacían pasar a estos por una especie de “apéndices” o de “adornos” al núcleo firmado por mí, al tiempo que hacía perder entidad a todos los trabajos, el de ellos y el propio, y ofrecía al lector un volumen en exceso disperso y falto de coherencia. Desde el punto de vista editorial, me parecía un disparate. Le propuse a Bejarano una alternativa: escribir yo un texto –gratis et amore, por descontado– del mismo tamaño que el de mis compañeros para dar salida a esa publicación colectiva, siempre y cuando él me publicase mi trabajo extenso en las condiciones inicialmente previstas. La negativa fue inmediata: “yo no publico dos libros sobre arte medieval”.

Poco a poco fui hablando con los autores que él quería que publicaran en la referida obra. Les expuse exactamente lo mismo que he escrito arriba, y puedo asegurarles que ningún improperio salió de mí sobre el editor. Simplemente, quise que mis compañeros no pensaran mal sobre mi negativa a que ese macrovolumen propuesto saliese en semejantes condiciones. Luego me enteré de que Bejarano aseguraba que yo “le andaba poniendo verde”. O no dijo la verdad, o alguien le transmitió un embuste. Insisto: lo que ahora escribo es completamente cierto.

Empecé a buscar alternativas. Encontré personas receptivas, pero retrasaban demasiado la publicación. Entonces me rebajé (sí, me rebajé: no puede expresarse de otra manera después de lo ocurrido) a hacerle a Romero Bejarano una contraoferta consistente en que yo correría con todos los gastos editoriales, pero me llevaría un porcentaje de los beneficios para intentar recuperar la inversión. En principio me contestó de manera afirmativa, pero cuando le pedí que contara con una imprenta que me había recomendado otro compañero y que salía dos euros más barata por ejemplar (ahorro para mi bolsillo de 200 euros), replicó que él trabajaba en exclusiva con otra. Le repliqué –más o menos con estas palabras, y con buen tono– que no me parecía nada bien semejante actitud, tras lo cual me soltó por teléfono una frase que aún no he olvidado: “entérate, Fernando, nunca te voy a publicar tu libro”.

En ese momento cortó toda comunicación conmigo. Pocos meses más tarde llegó el congreso 750 aniversario de la incorporación de Jerez a la Corona de Castilla: 1264-2014. La coordinación científica corría a cargo de Manuel Barea, pero la parte de Arte la llevaba Romero Bejarano. Este, previamente a los acontecimientos relatados, había concertado mi participación en el mismo como uno de los ponentes. Cuál sería mi sorpresa cuando me cuentan que el programa estaba ya cerrado y yo no estaba en él. Efectivamente. Y no solo es que no contaban conmigo: es que tampoco se realizaba un estudio de la arquitectura gótico-mudéjar. La temática del congreso era el Jerez medieval. Se entiende que en el mismo debían tratarse las principales áreas de conocimiento que engloba dicha cronología, siendo esa arquitectura particularmente interesante a la hora de entender las aportaciones de nuestra ciudad. También se entiende que es misión de los organizadores, que como funcionarios que son actúan al servicio de la colectividad y manejando dinero público, ofrecer la oportunidad de exponer y publicar sus aportaciones a todas aquellas personas que en los últimos años hayan realizado investigaciones más o menos serias sobre los temas que engloba el congreso.

Creo que lo que yo había publicado hasta entonces y lo que tenía por publicar –recuerden que Bejarano ya había leído mi manuscrito– me otorgaba el derecho a estar allí. Me había ganado a pulso un pequeño sitio, uno más dentro del colectivo. Pero yo era el único –repito: el único– que había realizado aportaciones sobre el mundo jerezano medieval que no estaba en la lista. Paradójicamente, mi colega se programaba a sí mismo con una ponencia titulada “Urbanismo y arquitectura en Jerez de la Frontera a finales del siglo XV”, trabajo que se salía del marco establecido, al hablar de gótico tardío y de la época de los Reyes Católicos, ya Edad Moderna y no Edad Media. Exactamente lo mismo se puede decir de la ponencia de su amigo y habitual colaborador Raúl Romero Medina, “Los Rodríguez: una saga de maestros constructores a finales de la Edad Media en Jerez”. La única ponencia sobre mudéjar era la de su igualmente amigo e igualmente colaborador José María Guerrero Vega sobre la Torre de la Atalaya.

¿Obró correctamente Romero Bejarano, como funcionario público que era y es, negándose a que en el congreso se tratara globalmente el mudéjar y a que yo tuviera la oportunidad de exponer un resumen de mis investigaciones? Sobre el valor de las mismas no puedo decir yo mucho, pero permítanme que les transcriba un párrafo de la tesis doctoral del citado Guerrero Vega, presentada en 2015:
“Es el historiador jerezano Fernando López Vargas-Machuca quien ha desarrollado una intensa labor de investigación, que va a suponer un auténtico revulsivo, no siempre valorado, para el conocimiento de la arquitectura medieval de la ciudad. En sus diferentes trabajos lleva a cabo una revisión crítica de la bibliografía, recogiendo muchas de las aportaciones de Sancho y Rallón que habían sido pasadas por alto por el resto de las investigaciones posteriores. A esto se añade una brillante capacidad de observación en la que se apoya para establecer novedosas relaciones formales entre los componentes de los distintos edificios estudiados y conexiones con otras experiencias arquitectónicas del entorno geográfico y cronológico. Sumado a una visión sensible a aspectos constructivos y arqueológicos, la labor investigadora de este autor se ha traducido en una amplia producción científica y en la elaboración de un discurso ordenado y coherente que intenta explicar las singularidades de la arquitectura medieval jerezana”.
Al final pude “colarme” en el congreso en la parte de las comunicaciones libres, honradísima pero bastante menos prestigiosa, y desde luego con menos tiempo para la exposición oral y pocas páginas para la publicación. Ofrecer una panorámica del arte gótico-mudéjar era imposible en esas condiciones, así que opté por presentar uno de los capítulos más breves de mi libro nonato: el de la iglesia de San Lucas. Creo que gustó bastante. Fueron muchas las personas que me preguntaron por qué estaba yo entre las comunicaciones y no en las ponencias. Contesté con la única respuesta verdadera: porque Romero Bejarano había decidido no contar conmigo. Puedo ahora añadir que un colega me aseguraba que le había rogado insistentemente incluirme entre los ponentes, y que este había rechazado tal posibilidad sin mediar explicación alguna.

Felizmente, pude presentar un sintético trabajo global sobre el gótico-mudéjar en Jerez en el catálogo de la exposición Limes Fidei gracias a la generosa invitación de Javier E. Jiménez López de Eguileta y Pablo Pomar Rodil. Me satisfizo muchísimo el resultado, porque las condiciones editoriales fueron óptimas, muy por encima de lo que pasó con las actas del citado congreso. Por cierto, que tampoco en estas últimas tuve suerte: mi texto apareció sin las pertinentes correcciones, pese a que envié las mismas dos veces. Y ni una sola imagen, pese a que otros textos sí contaban con ellas.

Bueno, ¿y el libro de marras? Ni se ha publicado ni se publicará, porque ya a estas alturas no tiene sentido. Pero el trabajo no fue en balde. El capítulo dedicado a San Dionisio creció y maduró de manera considerable hasta convertirse en dos monografías sobre el edificio. La primera la publicó PeripeciasLibros y estuvo a tiempo para el congreso, en el que se vendió bastante bien. La segunda salió el año pasado bajo la editorial (¡qué paradoja!) de Romero Bejarano, pero no por iniciativa de este señor ni por deseo de hacerme un favor, sino porque fue un encargo de un centro educativo que acudió a él con el dinero en mano; por cierto, que no he visto un solo euro del editor, pese a que por ley me corresponde un pequeño porcentaje de las ventas. Tampoco es que yo me haya molestado en reclamarlo.

El capítulo de San Lucas salió, ya les digo que no precisamente en buenas condiciones, en las actas del referido congreso. En este pobre blog he publicado parte de lo que escribí sobre San Juan de los Caballeros y sobre La O de Sanlúcar de Barrameda. El de El Divino Salvador de Vejer salió, muy mejorado con respecto al original, en la publicación de las jornadas Nuevas aportaciones a la Historia del Arte en Jerez de la Frontera y su entorno que organizaron los Amigos del Archivo. San Mateo quedó, sustancialmente ampliado y galvanizado, para el tremendo volumen sobre San Mateo editado por la Hermandad del Desconsuelo. Y el apartado sobre las relaciones entre Jerez y Córdoba, del que estoy especialmente satisfecho, se convirtió en un artículo de la Revista de Historia de Jerez. Inédito permanece lo escrito sobre San Marcos, sobre Santa María de Arcos, sobre La Rábida y alguna cosa más: espero que los textos que ahí duermen también se conviertan en semillas de las que germinen nuevos trabajos. Al final, el esfuerzo mereció la pena.

Espero que el asunto referente al libro haya quedado aclarado punto por punto y para siempre. Ya seguiré aclarando por aquí algunas otras cosas.

Post scriptum​. Ha llegado a mis oídos que Manuel Romero Bejarano estuvo difundiendo la noticia de que no me publicaba el libro porque "yo quería todo el dinero para mí", y si se editaba como obra colectiva yo cobraría menos. Me parece bochornoso, aunque muy revelador de su modus operandi, que este señor haya lanzado semejante embuste para ocultar las verdaderas razones por las que mi trabajo quedó sin publicar. Creo que estas quedaron claras en las líneas que escribí más arriba, como también que se había acordado que el trabajo lo realizaba gratis et amore y que yo no vería un duro. Que quede constancia.

sábado, 27 de abril de 2019

Ha llegado el momento

Perdone el lector que hable de un asunto personal en un blog dedicado al arte medieval. Si llega al final de estas líneas, comprenderé por qué este es el lugar adecuado para lo que voy a escribir.

En diciembre de 2018 tomé la decisión de abandonar Facebook. Lo hice por varias razones, pero había una muy por encima de las demás. Y es que sufrí el sinsabor de confirmar que había un historiador del arte en Jerez que se estaba dedicando, desde hacía tiempo, a tomar imágenes y textos de mi red social y enviarlas por WhatsApp a otros compañeros, añadiendo comentarios irónicos para mofarse de mi persona. Algunas de aquellas imágenes eran voluntariamente autoirónicas. Pero una cosa es eso, reírse de todo y de uno mismo el primero, y otra muy distinta que alguien de tu entorno saque esos elementos de su contexto, les añada alguna gracieta (¡qué ingeniosos son algunos con sus bizarrías!) y los difundan entre amigos y compañeros de investigación.

¿Qué puede llevar a una persona que en otros ámbitos presume de profesionalidad y buen hacer a dedicarse a la descalificación ad hominem de sus compañeros? Como profesor de secundaria no puedo sino pensar en esos alumnos que buscan establecer su liderazgo ridiculizando constantemente y concentrando las burlas de sus compañeros en quienes entienden que son “diferentes”, “raritos” o “pintorescos”. De esa manera, señalizando una o varias dianas para lanzar dardos y compartir las risas del colectivo, se obtiene cohesión grupal: ya se sabe que los seres humanos a veces necesitamos comportarnos de manera gregaria para sentirnos integrados, para que reconozcan que somos parte de la colectividad. Al mismo tiempo se deja bien claro al colectivo –al que, insisto, le encanta comportarse como tal– quién es el que marca las pautas, quién es el líder, y se advierte que quien decida desmarcarse de ese liderazgo o mostrar algún tipo de desacuerdo podría convertirse en un nuevo objeto de burlas de los demás. De paso, aprovechamos para disimular nuestros propios complejos riéndonos de las caricaturas del prójimo: nada mejor que burlarse del otro para que no se rían de uno mismo.

¿Estoy hablando, pues, de bullying entre adultos? No, porque un servidor no ha sido acosado ni física ni psicológicamente, ni en persona ni en las redes sociales. Estoy convencido, además, de que la mayoría de los compañeros que recibieron esos mensajes no han participado en la burla más allá de reír la gracia de manera superficial. Pero sí que encuentro grandes similitudes con esas situaciones que nos ha tocado vivir a los veteranos de la enseñanza. Por otra parte, la persona responsable de esos mensajes se ha dedicado en los últimos meses a marginarme de los círculos de la historia del arte, llegando incluso a incumplir compromisos verbales sobre determinadas actividades. No es la primera vez que lo hace, dicho sea de paso. Ni la segunda.

Debo ahora manifestar que estas circunstancias me afectaron. Me he sentido mal en lo personal y en lo profesional, humillado como ser humano, como investigador y como divulgador. Dejé de investigar sobre arte medieval; aún no he sido capaz de retomarlo, y solo de vez en cuando me animo a progresar en un nuevo trabajo de divulgación, no de investigación, que espero algún día salga a la luz.

Y así he seguido hasta que hoy, veintisiete de abril, creo que ha llegado el momento de luchar, de sacar todo esto a la luz y de que la gente sepa qué ha ocurrido y qué está ocurriendo. Porque no soy precisamente la única víctima. Porque el malestar en el mundo de los historiadores en Jerez crece día tras día. Porque aún creo en la necesidad de rebelarse, de denunciar injusticias, de reconocer nuestros errores (¡sí, estúpido de mí, yo también he querido pertenecer al rebaño!), de animar a quienes no se atreven a dar un paso adelante por miedo a las muy probables represalias a que planten cara, a que digan BASTA YA.

La gran mayoría de las personas que en Jerez nos dedicamos a la historia del arte no solo nos llevamos bien: nos queremos. No podemos seguir permitiendo que determinadas figuras que, por sus propios méritos, tienen un sitio relevante en el mundo de la investigación, se dediquen –para convertirse en el rey de la función– a enturbiar lo que podría ser una excelente relación humana y profesional. Frente al “divide y vencerás” solo caben el respeto, la unión, la confianza mutua y el verdadero espíritu de equipo, sin excluir ni menospreciar a nadie. Ha llegado el momento.

viernes, 29 de marzo de 2019

Cura de humildad

Hace ya años le envié a un profesor universitario por el que siento la más grande admiración un texto mío sobre gótico-mudéjar en Jerez para que le echara un vistazo antes de publicarlo. Fue muy duro conmigo con respecto a dos afirmaciones que en él realizaba: que una persona que había escrito sobre determinadas iglesias no las había visitado, y que otra que había publicado sobre lo mismo desconocía por completo la bibliografía básica sobre el tema. Me hizo ver que, aunque yo pudiera tener razón, esas no son formas adecuadas para un texto científico. Y a reglón seguido me señaló un par de errores en mi texto diciéndome: “¿te gustaría que te pusieran la cara colorada por esto? Pues aprende a moderarte en tus reproches.”

Tenía toda la razón. Confieso que a veces sigo cayendo en la soberbia, pero esa lección la aprendí. Creo no equivocarme al asegurar que desde entonces nunca en un texto mío de carácter académico –otra cosa son mis críticas musicales, un género muy distinto que necesita un tono por completo diferenciado– he ninguneado a otros colegas, ni he echado por tierra alguno de sus trabajos ni, menos aún, he realizado descalificaciones ad hominem. ¡Con qué enorme elegancia, recuerdo ahora, supo censurar el enorme Leopoldo Torres Balbás aquel decepcionante libro de Florentino Pérez Embid sobre el presunto mudéjar en Portugal! Tampoco creo haber echado mano en mis libros y artículos de la ironía o el sarcasmo, recursos muy necesarios en estos tiempos de corrección política y de ofendidos-ofendidísimos, pero propios de otros géneros y contextos, nunca jamás de una publicación que pretende ser científica y aspira a ser valorada por la comunidad de investigadores. Porque todos, absolutamente todos, tenemos limitaciones y cometemos errores, y solo podemos construir la historia mediante el debate serio, riguroso y ajeno a descalificaciones innecesarias.

Aquella cura de humildad –probablemente siga necesitando unas cuantas– me vino de maravilla. Que tome nota quien proceda.

miércoles, 6 de febrero de 2019

A propósito de los hallazgos en la Casa del Abad

Los recientes hallazgos de la conocida como Casa del Abad en la Catedral de Jerez están empezando a generar una dinámica que no me resulta grata. La dinámica del “eso lo dije yo antes que nadie”, del recelo y del ninguneo. No quiero con esto negar el mérito, enorme, a las diferentes personas que han trabajado con su mano y con su intelecto en torno a la primitiva Colegial, a cómo era y a cómo realizar las pertinentes intervenciones arqueológicas. Ni menos aún permitir que unos se apropien del trabajo de otros. Sin ir más lejos, yo mismo quedé atónito este verano cuando un conferenciante se atribuyó el descubrimiento de que la bóveda de la Capilla de la Jura, al contrario de lo que decían investigadores como Laureano Aguilar o Manuel Romero Bejarano, correspondía a la misma fecha del resto de la capilla de San Juan de los Caballeros (1404). “Nadie había dicho eso nunca”, afirmó con desparpajo ante el público, cuando un servidor lleva defendiendo esa hipótesis desde finales de los noventa. Cosas así no valen. Pero tampoco me parece adecuado ir arrollando a cuantos se ponen por delante para demostrar ser “el número uno” en determinado campo de la investigación local. Por eso mismo quiero exponer públicamente algunas ideas.

1) Lo primero, aquí no va a aparecer la aljama de Damasco ni nada parecido. Así que mucha tranquilidad. Tiempo al tiempo.

2) Lo segundo, que aquí había una mezquita se sabe desde el siglo XIII. Nadie puede atribuirse el mérito de descubrir algo que nunca se ha olvidado. Ni tampoco de decir que en el conjunto de edificaciones que se alza alrededor de la torre gótica (¡no mudéjar, que tal barbaridad se sigue escuchando por ahí!) podía haber restos tanto islámicos como cristiano-medievales, porque eso lo podía deducir hasta mi gato Felipe. Además, las grandes dovelas de cantería del arco en el que se apoyaba la torre han sido siempre visible por cualquiera que pasara por allí.

3) El estudio más completo hasta ahora realizado sobre el edificio de la primitiva colegial es el de Javier Jiménez López de Eguileta y Pablo Pomar Rodil: Actas del Congreso 750 aniversario…, pp. 459-484. No muchas cosas nuevas se dicen allí, pero los dos autores realizan un estudio riguroso de todas las fuentes disponibles, las valoran críticamente, las ordenan y las ponen a disposición del investigador. Que yo sepa, hasta ahora nadie más ha hecho eso con semejante exhaustividad.

4) El mérito de reconocer en las dos galerías que se cortan perpendicularmente al lado de la torre -frente al actual monumento a Juan Pablo II- dos de las pandas del sahn o patio de abluciones corresponde al investigador Juan Antonio Moreno Arana, un señor a quien ninguna amistad me une y a quien nada debo salvo respeto, dicho sea de paso. Véase Nuevas aportaciones a la Historia de Jerez de la Frontera y su entorno, pp. 175-186.

5) Hace años el investigador Miguel Ángel Borrego Soto ofreció al obispado un proyecto multidisciplinar en torno a la ya prevista rehabilitación del conjunto del que estamos hablando. El señor Obispo decidió declinar la oferta y se decantó por un trabajo mucho menos amplio y considerablemente menos costoso. Creo que se equivocó, porque el potencial arqueológico de estos inmuebles bien que se lo merecía. Dicho esto, parece que el actual equipo de arqueólogos está actuando con considerable sensatez y apreciable rigor. Nada que ver con los horrores que hemos sufrido, sin ir más lejos, a manos de las escuelas-taller de los Claustros de Santo Domingo.

6) Me parecería muy triste que alguien intentara o haya intentado apropiarse de la exclusividad, para él y para sus círculos afines, sean estos quienes fueren, en la investigación y/o publicación en torno a los posibles hallazgos. No quiero creer que nadie haya intentado obtener del obispado semejante “exclusiva”. Si así fuese, me merecería la misma repulsa que el veto que presunta, hipotéticamente, pudieran algunos historiadores imponer hacia la participación en determinados actos o en determinadas publicaciones de algunos colegas que, a su modo de ver, podrían no estar a la altura de su brillante intelecto ni de su intachable dignidad personal. Y es que algunos no se enteran de que todos estamos en el mismo barco: prefieren ser reyezuelos en un Jerez dividido en mil taifas antes que uno más de un equipo en el que hacen falta muchos y muy distintos investigadores. Así nos va.

7) Los arcos que están apareciendo son de herradura enmarcados por alfiz, con dovelas de ladrillo y algunos puntos con base de cantería. No me parece nada plausible que sean arcos mudéjares: obviamente, es el patio de la mezquita. Juan Antonio Moreno Arana acertó plenamente.

8) De momento, soy incapaz de determinar si los arcos son de herradura apuntada o no. Esta tipología, que yo sepa, no se difunde hasta época almohade. Si al final hay apuntamiento, la hipótesis de una cronología temprana quedaría totalmente descartada.

9) Los almorávides, que en gran medida bebieron artísticamente del mundo califal cordobés, prefirieron la columna como soporte, no el pilar. Los pilares de ladrillo son habituales en el mundo almohade, no en época anterior. Al menos que yo sepa: mis conocimientos sobre arquitectura almorávide son muy limitados.

10) Ladrillo sobre piedra podemos encontrarlo en el lienzo mural del lado norte de San Juan de los Caballeros, hoy escondido en las dependencias de la hermandad de la Vera+Cruz. En la parte de ladrillo hay un arco lobulado de estirpe claramente almohade. Así las cosas, y a la espera de que alguien realice una investigación rigurosa una vez con todos los datos sobre la mesa, me parece temerario decantarse por una cronología temprana. Quizá estemos ante un patio almohade, sin descartar del todo la hipótesis almorávide o taifa.

11) Al parecer, es hoy miércoles -he ido esta tarde por vez primera- cuando ha aparecido un arco en la cara corta del edificio mirando hacia la estatua de Juan Pablo II; por tanto, se encuentra situado de manera transversal al resto de las arquerías, en ángulo recto sobre el más meridional de los arcos hasta ahora aparecidos y compartiendo con ellos una esquina con base de piedra. No hay más que mirar para darse cuenta de que esa galería, la que corre de norte a sur de manera paralela al muro de la Epístola de la actual catedral, no se prolongaba más hacia la Plaza de la Encarnación. Se cortaba ahí. El arco recién aparecido es el que daba acceso a la sala de oración desde una de las galerías del patio; no encuentra otra lógica arquitectónica que no sea esa. El patio tenía muy poco fondo, por tanto.

Otro argumento a favor de esta hipótesis: las fuentes escritas dejan claro que el ábside gótico-mudéjar de la colegiata se situaba en la capilla bautismal de la Colegial barroca, es decir, en la primera de la nave de la Epístola, donde se encuentra ahora la taquilla de la visita turística. Si prolongamos la línea que marca ese arco recién aparecido hacia la catedral, vemos que hay una perfecta correspondencia: la línea del muro de encuentro entre la sala de oración de la mezquita y su patio coincide con la fachada de la actual catedral, y por ende el ábside que se añadiría a la nave central del edificio andalusí reconvertido en iglesia coincidiría, más o menos, con la capilla de los pies. Si la crujía occidental del patio de la mezquita hubiese sido más larga de lo que hoy vemos, la nave central de la mezquita reconvertida en templo cristiano quedaría ya muy dentro de la Plaza de la Encarnación, casi a la altura de la portada barroca de ese lado, y por ende el presbiterio añadido por los cristianos no coincidiría con la capilla bautismal, contradiciendo a las fuentes.

12) Tampoco el patio de la mezquita era muy ancho. Hay quien ha supuesto que llegaba hasta cerca del muro del Evangelio de la actual catedral, y que por tanto la torre se situaba en medio de la crujía norte del sahn. Pues no. Hoy mismo Javier Jiménez me ha hecho reconocer, en un lienzo de muro recién picado bajo la torre, el arranque de la arquería oriental del patio, es decir, la perpendicular al muro norte desaparecida cuando se realizó el edificio barroco. Por ende, la torre gótica no se incrustó en medio de la galería más larga del patio de abluciones, sino que se apoyó en una esquina del mismo.

13) Así las cosas, queda claro que la mezquita aquí situada era pequeña. Más incluso de lo que dejaban entrever las fuentes. Demasiado para ser una aljama, porque en la mezquita mayor de una ciudad tienen que caber todos los varones musulmanes de una ciudad en el rezo principal de los viernes. Y Jerez no era precisamente una localidad poco poblada. Ahora bien, las fuentes cristianas hablan con claridad de que su Colegial hizo uso de la mezquita mayor de Sharis. Ahí hay que seguir investigando, a mi parecer.

14) En las obras detrás de la torre aparecieron dos columnas de capitel muy sencillo que a quienes hemos tenido oportunidad de verlas nos han parecido islámicas y de fecha temprana, es decir, prealmohades. Todos pensábamos que serían de la primitiva aljama de Jerez, reutilizadas posteriormente en una obra mudéjar. Después de lo visto, he cambiado de opinión. Me siguen pareciendo islámicas y de cronología muy temprana, pero no creo que viniesen de esta mezquita sino de otro lugar más o menos cercano. Claro que también cabe la posibilidad de que el patio en cuestión sea una reforma almohade de un conjunto almorávide o taifa, quién sabe si califal, y que el interior del haram o sala de oración siguiese sustentado sobre hipotéticas columnas. Ojalá se hiciese una prospección arqueológica en la Plaza de la Encarnación. Pero claro, eso crearía un enorme problema al patrimonio más importante de la ciudad. Qué digo de la ciudad, ¡del mundo y del universo entero! ¿Por dónde saldrían los pasos en Semana Santa mientras durasen las obras? No hay valor.

15) Soy por completo incapaz de interpretar los restos aparecidos detrás de todo este conjunto. Hay quienes hablan de aljibe, de bodegas, de una galería mirador… Posiblemente. Como bien han dicho, la orografía del terreno debió de condicionar la distribución de los edificios en forma de terraza. Lo que sí tengo claro es que los pilares de sección poligonal que han aparecido son mudéjares y tardíos. Podría incluso pertenecer a un momento muy avanzado del siglo XV.

16) El gran problema sigue siendo el arco. El tremendo arco de cantería sobre el que los cristianos alzaron la torre. Tuve la suerte (¡menos mal que no hubo “exclusivas”!) de verlo por dentro. Son dos arcos en realidad, unidos en sus mitades inferiores por un potente aparejo de piedra creando un pasillo en el que, atravesando el primero de ellos, quien ingresa queda a cielo descubierto hasta llegar al segundo. En una conferencia apunté que la estructura me recordaba a la Puerta de Chipiona en la localidad de Rota. Porque está claro -lo hemos dicho ya unos cuantos- de que de una estructura defensiva se trata. Hasta se reconoce subiendo en lo alto una especie de “paseo de ronda”. ¿Estamos ante una puerta de la más antigua muralla de Jerez? Me encantaría poder decir que sí, porque además se encuentra alineada con el alcázar, un conjunto que, como lúcidamente viene sosteniendo Miguel Ángel Borrego Soto, tiene unos orígenes muy anteriores a los almohades. Sin embargo, mi impresión es que esta estructura es de mano cristiana, por el arco apuntado y por los signos de cantero -en el intradós del mismo- que, aun sin haberlos podido examinar a conciencia, me resultan demasiado familiares como para ser islámicos. Así que ya me dirán ustedes qué hace eso ahí. A un amigo le he escuchado una explicación de lo más interesante, pero a él corresponde hacerla pública, no a mí.

17) Y ya está. Quédense tranquilos porque yo no voy a publicar. Publiquen ustedes. Devoren la presa. Pero háganlo con la adecuada mezcla de rigor y de respeto hacia los demás. No desdeñen a nadie porque no hace falta. Al revés: a todos ustedes les hará falta echar mano del otro. Porque no hay persona omnisciente ni infalible. Este es un trabajo de equipo.