Nuevo artículo de Miguel Ángel Borrego Soto (aquí). Nuevo artículo pensado no para avanzar en la investigación, sino para quedar por encima de los demás, en este caso en un contexto del que ya he hablado por aquí demasiadas veces: sus pretensiones de descubridor de la mezquita situada en lo que hoy conocemos como Casa del Abad, que ejercía de aljama en el momento de la irrupción de los castellanos, y el fracaso por parte suya y de su amigo arqueólogo José María Gutiérrez de hacerse con la excavación del inmueble y con la exclusiva de las publicaciones científicas que sobre el tema se pudieran realizar.
En 2024 presenté un artículo (descarga
aquí) sobre la referida mezquita escrito desde el punto de vista de la historia
del arte, intentando realizar un estado de la cuestión y plantear algunas
preguntas que pudieran abrir nuevas perspectivas en la investigación, habida
cuenta de que las obras se encuentran paralizadas sine die y que los responsables
de las excavaciones no han realizado aún la pertinente publicación científica. Como
era de esperar, mi texto fue acogido por profundo desprecio por parte del
citado arabista. Lo que no podía imaginar bajo ningún concepto es que me
acusase públicamente de robarle información. En
este otro texto del presente blog analicé con lupa las poquísimas líneas
que Borrego dedicó a la aljama de Sharis y transcribí palabra por palabra lo
que este había dicho en una conferencia de la que, según él, yo había extraído
información que le pertenecía. Demostré de esta forma la total y absoluta
falsedad de las acusaciones, dejando bien claro que este señor actúa con una
absoluta falta de rigor científico, agresividad fuera de lugar, egolatría
extrema y nula ética no ya profesional, sino también humana. No siente vergüenza o
reparo alguno a la hora de hacer daño. Solo le interesa quedar por encima, al
precio que sea. Me parece lamentable que una persona de semejante
comportamiento se encuentre en la directiva del CEHJ y sea director de su
revista.
Pues bien, hete aquí que Borrego
Soto presenta, después de varios lustros desde aquel presunto descubrimiento
nunca realizado –como todo el mundo sabe, situó la aljama junto a la Plaza del Arroyo–,
su primera publicación científica de la materia. El objetivo no es otro que
ningunear tanto mi trabajo como una antigua hipótesis del arqueólogo Laureano
Aguilar, así como echar la “meadita del perro”: la aljama es suya y de nadie
más, igual que supone que lo es el estudio del Jerez islámico en cualquiera de
sus parcelas. Un tema, por cierto, sobre el que en realidad solo ha realizado
una aportación indiscutible, el de la lista de sabios y literatos: no debe de extrañar
que lleve veinticinco años repitiendo la misma conferencia. Lo demás han sido un
cúmulo de despistes, afirmaciones gratuitas o descubrimientos plagiados de
otros investigadores. Caso sangrante es el de la fecha de la conquista de
Jerez, en el que después de muchos años por fin ha reconocido que siguió a
Josep O’Callaghan (leer
aquí). Eso sí, sigue callando que lo hizo sin citar al norteamericano. En
cuanto a las traducciones de inscripciones árabes, habida cuenta de que él
mismo cambia de parecer sin reconocerlo –volveré sobre ello más abajo–, me temo
que hay mucha tela que cortar.
En fin, es el momento de
analizar, párrafo por párrafo, el nuevo texto del doctor Borrego Soto.
Empezamos por el resumen o abstract.
Este artículo de Miguel Ángel
Borrego Soto, José María Gutiérrez López y Miguel Ángel López Barba, filólogo,
arqueólogo y arquitecto respectivamente, miembros del Centro de Estudios
Históricos Jerezanos, aborda de un modo interdisciplinar la localización y
características de la mezquita aljama de Šarīš (Jerez de la
Frontera), analizando las hipótesis sobre su posible emplazamiento primitivo en
San Dionisio y argumentando, con fuentes arqueológicas, arquitectónicas y
documentales, su localización secular en la actual plaza de la Encarnación,
donde hoy se encuentra la Casa del Abad. Los restos conservados —aljibe, base
del alminar, arcos del patio de abluciones y elementos constructivos
reutilizados— evidencian un edificio de grandes dimensiones, reformado y
ampliado entre los siglos X y XIII. La identificación de diversos jatibes
vinculados a la ciudad confirma además la relevancia institucional, cultural y
jurídica de la aljama como centro espiritual y de saber. En consecuencia, la
Casa del Abad puede considerarse el emplazamiento histórico de la mezquita
mayor de Jerez, cuya memoria se proyecta en la posterior iglesia mayor y
catedral de San Salvador.
Primeramente, hay que hacer una
puntualización. Miguel Ángel López Barba se ha limitado a facilitar ciertas
imágenes. El texto es de Borrego y Gutiérrez, probablemente solo del primero.
En cualquier caso, López Barba firma y por tanto es tan responsable como los
demás de lo que luego se dice. Esta cuestión la he hablado con él personalmente:
todo ha quedado claro y en armonía por ambas partes.
En segundo lugar, lo del carácter
interdisciplinar es relativo. Borrego es filólogo, ciertamente, y puede
analizar fuentes árabes. Pero el arqueólogo Gutiérrez no ha intervenido en ningún
momento en el inmueble. Realizó en su momento una inspección ocular, igual que
la realizamos numerosos historiadores e historiadores del arte llamados por
quien tenía todo el derecho de hacerlo, no otro que el deán de la Catedral. La
cosa es que en ningún momento los autores del artículo han contado con quien sí
ha realizado la excavación, Gonzalo Castro. En mi caso, aun tratándose de un
análisis desde la historia del arte, tuve a bien contrastar informaciones y solicitar
una valoración sobre las conclusiones presentadas a Castro Moreno. Borrego y
compañía no lo han hecho. Ya me dirán ustedes sobre la seriedad profesional de
semejante decisión.
Tercero, lo de que los restos
conservados “evidencian un edificio de grandes dimensiones” es sencillamente
falso. Si aceptamos la conclusión a la que en la siguiente entrada –esta es la
primera parte de un díptico– veremos que estos señores llegan, que era una
mezquita de siete naves, nos quedamos con un edificio a lo sumo de dimensiones
medianas. ¿Qué entiende Borrego por “grande”? ¿No será que no se quiere bajar
del burro de lo que lleva afirmando en privado desde hace tiempo, que el
inmueble llegaba hasta la Calle Aire? Fíjense en su manera de razonar: como Sharis
tenía sabios muy importantes, la mezquita tenía que ser enorme. Caballo grande…
Lo de que el edificio fue “reformado
y ampliado entre los siglos X y XIII” no es precisamente nuevo: yo mismo presenté
esta idea como una de las hipótesis a manejar. Página 27 de mi artículo (aquí),
para concretar: “el patio parece de estética almohade, lo que parece dar la
razón a quienes apuestan por la ubicación de una aljama más antigua donde hoy
se alza San Dionisio. Pero también se puede aceptar que ahí estuvo siempre la
mezquita mayor de Sharis, y que el patio corresponde a una reforma realizada
tras la llegada de la nueva dinastía norteafricana.”
Eso de que “La identificación de
diversos jatibes vinculados a la ciudad confirma además la relevancia
institucional, cultural y jurídica de la aljama como centro espiritual y de
saber” es algo que Borrego lleva repitiendo desde hace años. No hay aportación novedosa
alguna, y sí cierta mistificación: que la aljama fuera relevante en esos
niveles no implica que fuera un edificio de gran porte. De hecho, el Cabildo
Colegial también fue relevante durante siglos y tenía un edificio, precisamente
la aljama cristianizada, que según los propios canónigos dejaba mucho que desear.
Su conclusión es que “la Casa del Abad puede considerarse el emplazamiento
histórico de la mezquita mayor de Jerez, cuya memoria se proyecta en la
posterior iglesia mayor y catedral de San Salvador”. ¡Menudo descubrimiento! En
fin, vamos a por el artículo en sí.
Párrafo 1. Correcta introducción al contexto. Por una vez, Borrego se digna a citar a Repetto Betes entre las fuentes. Hace alusión al debate sobre si hubo una primera aljama situada en San Dionisio.
Párrafo 2. Buena síntesis de la
hipótesis de Laureano Aguilar, según la cual una primera aljama “se habría
situado en San Dionisio, dentro del recinto primitivo que los almohades
reforzaron a partir de 1146”.
Párrafo 3. Advierte que “La
hipótesis ha sido asumida por otros investigadores, que han insistido en la
posibilidad del traslado de la aljama jerezana de San Dionisio a San Salvador”.
Me cita a mí entre los seguidores de tal hipótesis. FALSO. Es cierto que la
hipótesis de Aguilar me parece atendible y plausible, que considero que no hay
que cerrarse por completo a ella, pero en la página 22 escribo que “no
encajarían dimensiones tan limitadas [las del edificio del que estamos hablando]
para lo que fue aljama en los últimos tiempos de Sharis” y que esta “aparente
contradicción se resuelve si se acepta que nos encontramos ante la verdadera
aljama prealmohade, que habría estado siempre aquí y no en San Dionisio”. Es decir,
yo ya dejé claro que me parece lo más probable que esta fue siempre la aljama.
Borrego manipula mis palabras y omite mis conclusiones para ponerse por encima.
No hay más que eso. O que no sabe interpretar un texto, no sé qué es peor.
En el mismo párrafo tres, me resulta
llamativa esa autocita sobre la “lápida funeraria meriní y fragmentos de
yesería mudéjar con epigrafía (Borrego, 2014: 64 y 105; y 2021)” que según él son insuficientes para sostener que en
San Dionisio hubo una aljama. Me hace gracia porque en la publicación de 2014
él mismo afirmaba que la yesería era de tiempos islámicos. En 2021 cambió de
opinión y dijo que era mudéjar. Vale. Me parece perfecto que los investigadores
vayamos afinando con el tiempo nuestras hipótesis y nos enmendemos a nosotros
mismos, pero cuando toca hacerlo hay que decir, explícitamente, que nos estamos
corrigiendo y que descartamos nuestras anteriores propuestas. Borrego no lo
hizo en 2012, y tampoco lo hace ahora en 2025. No quiere reconocer públicamente
que su primer estudio de la yesería erró en dos siglos la datación. ¿Qué fiabilidad
merecen las transcripciones, traducciones y análisis de alguien con semejante modus
operandi?
Pata terminar con el párrafo tercero,
que los textos castellanos no mencionen a San Dionisio como mezquita mayor no es
un argumento válido contra la teoría de Laureano Aguilar: ¿cómo iban a saber
los recién llegados si tres siglos atrás había estado allí o no la aljama? Lo
mismo va por los textos árabes: ¡si ellos mismos no ubican la mezquita mayor en
ningún lugar concreto!
El párrafo 4 comienza de manera
apoteósica: “En definitiva, tanto los datos arqueológicos como las fuentes
escritas situarían en principio a la aljama jerezana de manera continuada en la
plaza de la Encarnación”. No, no hay ninguna fuente escrita que diga que la
aljama estuvo siempre en ese lugar. No, no hay ningún argumento arqueológico
que lo demuestre. Ambas cosas se las ha inventado. Tal cual. Que sí, que yo mismo
creo que lo más probable es que allí estuviera siempre la aljama, pero esos
datos NO EXISTEN. Lo que hay son dos columnas, sobre las que volveremos en la siguiente
entrada.
También tiene mucha miga esto
otro. Atención:
La hipótesis de una mezquita
califal en San Dionisio resulta hasta ahora poco verosímil, pues este sector
parece corresponder a una fase urbana posterior. En cambio, los hallazgos de
cerámica califal y taifa (González et al., 2008; y González et
al., 2016) se concentran en el eje Alcázar–San Salvador–San Lucas–San
Juan–San Mateo, lo que apunta a que allí se encontraba el núcleo originario de
la ciudad
¿Quién ha demostrado que el sector
de San Dionisio es posterior al primer núcleo, entiéndase que el de época más o
menos califal y de las primeras taifas, de Sharis? Nadie. Las cerámicas verde y
manganeso propias de este periodo se concentran en el sector que baja de El
Carmen a la Plaza de Belén. Cita a Repetto (1987: 301-303) como refuerzo de la
hipótesis. Y lo hace con todo el morro, porque en realidad Repetto Betes afirma
explícitamente que el núcleo original estaba “en el actual Alcázar, único sitio
orográficamente aprovechable para fortaleza, y las calles serían las del actual
entorno de la Catedral”, pero “Este recinto (…) resultó insuficiente, lo que
dio lugar a un asentamiento vecino de población: el que todavía se advierte
como diferenciable y compacto en torno a la actual iglesia de San Dionisio”,
(que sería) “un arrabal de la ciudad primeramente” hasta que en el siglo XII, “cuando
se hace la nueva cerca, se la engloba dentro de ella”. Tras la agresiva
incursión de Alfonso VII de León, “se hará una cerca mucho más amplia”. Es decir,
el sacerdote e historiador sanluqueño proponía como Jerez inicial un núcleo
bajando del alcázar a la catedral, más un arrabal en San Dionisio; luego
vendría todo lo demás.
Seguidamente Borrego y quienes
con él firman el artículo dicen que esa aljama no estaría “en el área de San
Dionisio y San Marcos, más alejada también del centro de poder, como sostienen
otros autores”, entre los que una vez más me cita. Esto ya es el colmo. Como
sabe cualquier jerezano, el sector de San Dionisio-Plaza Plateros e incluso San
Marcos está más cerca del alcázar que San Lucas y San Mateo; y no hablo solo de
distancia en metros, sino de orografía: el arroyo y los desniveles a un lado y
al otro suponían un tremendo obstáculo en las comunicaciones entre la zona
fortificada y el sector San Lucas-San Mateo. E insisto una vez más: sin
cerrarme a la opción de San Dionisio en su momento defendida por Aguilar, yo sí
considero lo más probable que la aljama estaba donde dice Borrego. Escribir que
he dicho lo contrario, como hace por segunda vez, es manipular mi texto.
A partir de aquí, Borrego y compañía
abordan las cuestiones puramente formales de los testimonios aparecidos en la
Casa del Abad. Analizaremos lo que dicen en la siguiente entrada, porque hay que extenderse y ahora mismo no tengo tiempo de hacerlo con la merecida prolijidad. Hasta entonces.
TO BE CONTINUED
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.