Perdone el lector que hable de un asunto personal en un blog dedicado al arte medieval. Si llega al final de estas líneas, comprenderé por qué este es el lugar adecuado para lo que voy a escribir.
En diciembre de 2018 tomé la decisión de abandonar Facebook. Lo hice por varias razones, pero había una muy por encima de las demás. Y es que sufrí el sinsabor de confirmar que había un historiador del arte en Jerez que se estaba dedicando, desde hacía tiempo, a tomar imágenes y textos de mi red social y enviarlas por WhatsApp a otros compañeros, añadiendo comentarios irónicos para mofarse de mi persona. Algunas de aquellas imágenes eran voluntariamente autoirónicas. Pero una cosa es eso, reírse de todo y de uno mismo el primero, y otra muy distinta que alguien de tu entorno saque esos elementos de su contexto, les añada alguna gracieta (¡qué ingeniosos son algunos con sus bizarrías!) y los difundan entre amigos y compañeros de investigación.
¿Qué puede llevar a una persona que en otros ámbitos presume de profesionalidad y buen hacer a dedicarse a la descalificación ad hominem de sus compañeros? Como profesor de secundaria no puedo sino pensar en esos alumnos que buscan establecer su liderazgo ridiculizando constantemente y concentrando las burlas de sus compañeros en quienes entienden que son “diferentes”, “raritos” o “pintorescos”. De esa manera, señalizando una o varias dianas para lanzar dardos y compartir las risas del colectivo, se obtiene cohesión grupal: ya se sabe que los seres humanos a veces necesitamos comportarnos de manera gregaria para sentirnos integrados, para que reconozcan que somos parte de la colectividad. Al mismo tiempo se deja bien claro al colectivo –al que, insisto, le encanta comportarse como tal– quién es el que marca las pautas, quién es el líder, y se advierte que quien decida desmarcarse de ese liderazgo o mostrar algún tipo de desacuerdo podría convertirse en un nuevo objeto de burlas de los demás. De paso, aprovechamos para disimular nuestros propios complejos riéndonos de las caricaturas del prójimo: nada mejor que burlarse del otro para que no se rían de uno mismo.
¿Estoy hablando, pues, de bullying entre adultos? No, porque un servidor no ha sido acosado ni física ni psicológicamente, ni en persona ni en las redes sociales. Estoy convencido, además, de que la mayoría de los compañeros que recibieron esos mensajes no han participado en la burla más allá de reír la gracia de manera superficial. Pero sí que encuentro grandes similitudes con esas situaciones que nos ha tocado vivir a los veteranos de la enseñanza. Por otra parte, la persona responsable de esos mensajes se ha dedicado en los últimos meses a marginarme de los círculos de la historia del arte, llegando incluso a incumplir compromisos verbales sobre determinadas actividades. No es la primera vez que lo hace, dicho sea de paso. Ni la segunda.
Debo ahora manifestar que estas circunstancias me afectaron. Me he sentido mal en lo personal y en lo profesional, humillado como ser humano, como investigador y como divulgador. Dejé de investigar sobre arte medieval; aún no he sido capaz de retomarlo, y solo de vez en cuando me animo a progresar en un nuevo trabajo de divulgación, no de investigación, que espero algún día salga a la luz.
Y así he seguido hasta que hoy, veintisiete de abril, creo que ha llegado el momento de luchar, de sacar todo esto a la luz y de que la gente sepa qué ha ocurrido y qué está ocurriendo. Porque no soy precisamente la única víctima. Porque el malestar en el mundo de los historiadores en Jerez crece día tras día. Porque aún creo en la necesidad de rebelarse, de denunciar injusticias, de reconocer nuestros errores (¡sí, estúpido de mí, yo también he querido pertenecer al rebaño!), de animar a quienes no se atreven a dar un paso adelante por miedo a las muy probables represalias a que planten cara, a que digan BASTA YA.
La gran mayoría de las personas que en Jerez nos dedicamos a la historia del arte no solo nos llevamos bien: nos queremos. No podemos seguir permitiendo que determinadas figuras que, por sus propios méritos, tienen un sitio relevante en el mundo de la investigación, se dediquen –para convertirse en el rey de la función– a enturbiar lo que podría ser una excelente relación humana y profesional. Frente al “divide y vencerás” solo caben el respeto, la unión, la confianza mutua y el verdadero espíritu de equipo, sin excluir ni menospreciar a nadie. Ha llegado el momento.
Fernando, como rebelde que he sido siempre, se lo que significa tu relato que también en parte me afectó en su momento. Y que hay más personas que te valoran, que respetamos tus trabajos profesionales y tus valores humanos, que payasos con un afán de protagonismo innecesario debido, posibkemposi a un profundo malestar ibteriin y carencia de autoestima. Adelante, fuerza y valor que esperamos tu colaboración en muchas ocasiones.
ResponderEliminarFernando por favor no deje de investigar y de divulgar tus investigaciones, yo he aprendido mucho de tus trabajos, ¡¡¡¡¡un abrazo!!!
ResponderEliminarGracias a las dos personas que han realizado estos comentarios. A partir de ahora prefiero no permitir la realización de estos, porque no me gustaría que este lugar se convirtiera en algo similar a un foro o a una red social.
ResponderEliminarQuisiera ahora añadir algunas cosas. Las líneas escritas arriba no son una venganza, sino un desahogo. Tampoco son un llamamiento a una cruzada, sino una solicitud de reflexión y una invitación a que quienes contemplan, creen ellos que desde la distancia, la humillación y/o la marginación de determinados compañeros (¡que no se trata solo de mí, sino de unos cuantos más!), se animen a replicar “vale ya de insultos, de motes y de descalificaciones”, “somos un equipo” y “aquí cabemos todos”.
En las horas que han pasado he comprobado que algunos están de acuerdo con mis reflexiones y que otros ven este asunto como algo que no va con ellos, afirmando que se trata de una guerra ente dos personas. A estos últimos les diré que se equivocan de cabo a rabo. Va también con ellos porque lo que ha ocurrido (¡y va a seguir ocurriendo!) genera malestar y tensiones entre compañeros, produce recelos y redunda en la merma de la calidad de la investigación y la divulgación, incluyendo el veto a algunas personas a la hora de dar a conocer en Jerez el fruto de sus investigaciones; aquí podría citar el nombre de varios historiadores injusta y bochornosamente marginados. Y no es una guerra porque no ha habido ni posiciones antagónicas ni batalla, sino más bien una persona que ha decidido pisotear humana y profesionalmente a sus compañeros sin que ellos le hayan hecho nada ni en lo personal ni en lo profesional.
Insisto: no es una guerra, sino un abuso. Y los abusos hay que denunciarlos. Cuestión de principios.