lunes, 20 de octubre de 2025

Sobre el nuevo artículo de Borrego Soto en torno a la aljama de Jerez, parte II

Tras la anterior entrada, seguimos analizando el nuevo artículo de Miguel Ángel Borrego Soto (et alii) en referencia a los restos de la mezquita aljama de Jerez (leer aquí). Es perder el tiempo discutir con quien acostumbra a realizar prácticas poco ortodoxas en la investigación, pero las presentes líneas no son para establecer un debate científico: insisto en que esto resulta imposible hacerlo con quien no sigue semejante método.

Este texto es para hacer llegar a las personas que accedan a él que en el referido artículo se afirma repetidamente QUE HE ESCRITO COSAS QUE NO HE ESCRITO, y al mismo tiempo que NO HE ESCRITO COSAS QUE SÍ HE ESCRITO. Vamos, que mi artículo sobre el mismo tema contra el cual el del doctor Borrego va dirigido ha sido manipulado sin rubor. Y no solo manipulado: como veremos, también parcialmente… utilizado como inspiración. Continuamos por donde lo dejé en la entrada anterior. Punto 2, “La Casa del Abad: evidencias arquitectónicas y documentales” (para intentar hacer esta entrada inteligible, todos los textos de Borrego Soto irán en color morado).

Los dos primeros párrafos son una contextualización, incluyendo la bibliografía pertinente. Me llama la atención que incluya el texto de Javier Jiménez y Pablo Pomar: a mí me parece imprescindible, pero a él le llegué a leer en un grupo de WhatsApp al que pertenecí que no aportaba absolutamente nada. Me alegra que haya cambiado de idea.

Seguidamente viene una aportación relevante: “A estos testimonios se suma la precisa orientación del edificio hacia el sudeste (135º)”. Yo hice en su momento la medición, pero nada dije de ella en mi texto. Por tanto, mérito de Borrego y de los otros firmantes. Que a mí me saliera una medición algo distinta no me parece relevante, porque mis métodos fueron precarios: justo por eso no escribí nada al respecto. Entiendo que López Barba y Gutiérrez López, coautores del texto, lo han hecho mejor que yo. Más me inquieta la siguiente afirmación de Borrego:

(Orientación) similar a los 139º de la cercana mezquita del siglo X de al-Qanāṭir (El Puerto de Santa María), una qibla cuya tendencia en al-Andalus abarcó los siglos IX al XIV y que fue mayoritaria en el XI, pero de la que curiosamente no se conocen ejemplos de los siglos VIII y XII.

Para realizar semejante afirmación se basa en el trabajo de Mónica Rius, que a su vez toma las mediciones realizadas hace décadas por Alfonso Jiménez. Pues bien, la autora enumera con esa orientación tres mezquitas del siglo IX, dos del X (entre ellas la citada de El Puerto), cuatro del XI, dos del XIII y tres del XIV. ¿Se puede sacar alguna conclusión sobre la cronología de la mezquita jerezana a partir de estos datos? Obviamente no. La autora afirma que esta “tendencia SE fue mayoritaria en el siglo XI”, y esas palabras las sigue Miguel Ángel Borrego, pero este tramposamente omite lo que la profesora añade a continuación: “pero, en conjunto, está bastante repartida temporalmente (excluidos los siglos VIII y XII)”. ¿Se dan cuenta de la jugada?

Por lo demás, omisión total de lo que en el libro colectivo La parroquia de San Mateo de Jerez de la Frontera. Historia, Arte y Arquitectura (2018) planteé sobre las orientaciones de las mezquitas de Jerez a partir de las plantas de las iglesias medievales: San Dionisio y San Marcos tienen unas orientaciones muy distintas a las de San Mateo, San Lucas y San Juan. Añado ahora: la aljama de la que estamos hablando entraría más bien en este último grupo. El asunto podría dar de sí en el futuro, pero eso a Borrego no le interesa: es aportación mía, y por ende no se cita.

En el mismo párrafo, el autor cita la bibliografía sobre los restos hallados junto a la Plaza de la Encarnación, añadiendo maliciosamente sobre estos textos que “algunos de los cuales recoge López Vargas-Machuca”. O sea, me acusa de manejar una bibliografía insuficiente. Cierto es que hay textos que no recojo. Son textos bien inéditos, bien de documentación interna, pero no son aportaciones científicas puestas a disposición de los investigadores; es el caso del proyecto de restauración que él y José María Gutiérrez redactaron. Por otro lado, esos documentos no dicen nada relevante que yo dejase de recoger en mi texto, cosa que sé por la sencilla razón de que todo lo que en ellos ya había sido dado a conocer por Borrego Soto. ¿Y cuáles son, exactamente, las cosas que él dio a conocer? Ya saben ustedes que he analizado palabra por palabra aquella famosa conferencia de la que él afirma que le robé información. (Transcripción y análisis detallado en este enlace). Ahora copio y pego el resumen que presenté en este otro link.

"Las aportaciones de Borrego Soto sobre la referida mezquita, presunta aljama, son pocas y no siempre consistentes, presentadas todas ella en la citada conferencia y luego sintetizadas por él mismo en su blog:

a. Columna (en realidad dos) descubierta en la Casa del Abad demuestra que allí hubo una mezquita califal: propuesta plausible pero en exceso arriesgada. Una cosa es reconocer que dichos soportes son anteriores a tiempos de los almohades -eso lo sabe cualquiera con un poco de conocimiento de arte medieval- y otra muy distinta adjudicarlos a la mezquita y tomarlos como prueba de que esta era anterior al año mil. El método científico exige lanzar hipótesis, pero también hacerlo con mucha prudencia: los “grandes descubrimientos” sin suficiente apoyo argumental hay que evitarlos. Sobre las referidas columnas, en mi artículo me limito a citar su existencia y llamar a la prudencia.

b. El edificio poseía la orientación habitual de las mezquitas andalusíes: parcialmente verdadero. Solo parcialmente: dicha orientación cambia mucho en función de la época, y en el propio Jerez se distinguen al menos dos orientaciones diferentes, cosa que él tal vez ignora.

c. El gran arco apuntado de piedra que da al Reducto y el más pequeño que da a la cuesta de la Encarnación son de herradura: falso.

d. Los dos arcos “parecen remitir a antiguos accesos al patio de abluciones”: podría ser verdadero, pero hay muchísimo que matizar en función de las vistas de Van den Wyngaerde, cuyos dibujos en blanco y negro los más fiables no encajan con lo que tenemos delante, y de algunos textos que están siendo analizados por otro investigador. Todo apunta a que la hipótesis de Gonzalo Castro, que cito en mi artículo, ha de ser tenida muy en consideración.

e. Determinados restos arquitectónicos podrían ser de un aljibe: hipótesis plausible, si bien nada de ello menciono en mi artículo por lo resbaladizo de la cuestión.

f. Han aparecido soportes en una galería superior que podrían ser mudéjares: verdadero, pero igualmente decidí omitirlo, en este caso no solo porque es necesario un avance en la intervención que permita contemplar mejor esos restos, sino también porque las obras realizadas por los cristianos en los inmuebles anexos no eran el tema de mi artículo. Hablaré de lo mudéjar cuando me corresponda hablar del mudéjar."

Si hubiese algún dato relevante adicional en la bibliografía por mí omitida, tengan la absoluta seguridad es bien conocida su tendencia a precipitarse y lanzar campanas al vuelo por cualquier cosa de que Borrego Soto las hubiera recogido en su conferencia, en su blog o en algún artículo. Seguimos.

"En la parte inferior del solar se identificó una amplia estancia sostenida por potentes pilares, de los cuales se desconoce su altura completa, que había sido utilizada como bodega de la iglesia mayor, en lo que interpretamos como reutilización del aljibe de la mezquita aljama."

Léase mi valoración copiada más arriba, punto e: “hipótesis plausible, si bien nada de ello menciono en mi artículo por lo resbaladizo de la cuestión”. Hace bien Borrego, en cualquier caso, dejando por escrito su hipótesis.

"En el mismo nivel estratigráfico, junto a dicha estructura, se localizaron restos de un machón de ladrillo y sillares, apoyado sobre el terreno geológico, correspondientes a la base del alminar (fig. 2), situado a espaldas de la torre del siglo XV. Esta última, único resto en pie del antiguo templo cristiano, se levanta sobre un sólido edificio de piedra, probablemente de la misma época y erigido con la función de servirle de refuerzo, que utilizó como cimentación la base del minarete andalusí."

Esta es la gran novedad del artículo. Completamente nuevo. ¿Se sabía desde aquella ya antigua propuesta de restauración que ahí estaba la presunta base del alminar? Muy dudoso: Borrego ya lo hubiera publicado de alguna manera. ¿De dónde sale esto, entonces? La fotografía es de José María Gutiérrez, así que es probable que sea él el autor de semejante hipótesis. He consultado con Gonzalo Castro, responsable de las intervenciones en el inmueble. El arqueólogo me señala la imposibilidad de reconocer base de alminar en semejante estructura a partir de una mera inspección visual, toda vez que resulta imprescindible un estudio paramental en profundidad para lanzar una afirmación como esta. Habida cuenta de que Gutiérrez López se limitó justo a lo señalado, a realizar varias inspecciones visuales, comprenderá el lector lo temerario de semejante afirmación. No digo que no sea válida, ojo. Digo que es altamente temeraria. Me hubiera parecido mucho más serio por parte de los autores limitarse a proponer la posibilidad de que ese lienzo mural fuese un resto de la base del alminar: eso ya es un avance. Pero lo que realizan es una afirmación categórica que, por las razones expuestas, se encuentra fuera de lugar.

Por cierto, les hubiese venido bien a los autores para reforzar la hipótesis de que esa es la base del alminar aludir al muro ladrillo con base pétrea que se encuentra en las dependencias de la Hermandad de la Vera+Cruz y del que yo hablaba en mi artículo, en el que además presenté foto (páginas 27 y 28). Pero claro, sería demasiado concederme esa gracia. Al enemigo, ni agua. Otro gallo les hubiera cantado si ese muro lo hubiesen visto ellos.

"Asimismo, en un edificio anexo al aljibe, en el lado noroeste, se documentaron dos columnas pétreas de factura muy sencilla, comparables a las de algunas mezquitas tempranas de al-Andalus, como la de Almonaster la Real (Huelva), que podrían constituir indicios de la existencia en ese emplazamiento de un oratorio primitivo posteriormente reformado y ampliado."

 

Lo que escribí en el punto a lo quiero resumir ahora: “Una columna (en realidad dos) descubierta en la Casa del Abad demuestra que allí hubo una mezquita califal: propuesta plausible pero en exceso arriesgada. (...) El método científico exige lanzar hipótesis, pero también hacerlo con mucha prudencia: los “grandes descubrimientos” sin suficiente apoyo argumental hay que evitarlos.”

Como hemos visto arriba, la prudencia es lo que le suele faltar a Borrego Soto: al menos esta vez utiliza la expresión “podrían constituir indicios”. Seguimos.

"En la parte superior, la Casa del Abad conserva muros de las galerías del patio de abluciones de la mezquita que encuentran los cristianos en el siglo XIII, en concreto del tramo noroeste —destruido en parte por la torre tardogótica— y del sudoeste, ambos con varios arcos de herradura abiertos al exterior de la plaza."

Pues sí, claro, los vieron todos los jerezanos cuando salieron a la luz.

"A ellos se añade otro (arco) de gran tamaño en el muro trasero de la galería noroeste, que comunica con los restos de una antigua calle. Este último puede identificarse con la entrada principal a la mezquita, probablemente mediante una rampa o escalinata que partía de la calzada del Arroyo y se apoyaba en parte sobre el aljibe."

Esto es una aportación de Miguel Ángel López Barba, uno de los tres firmantes del artículo. De hecho, la información la presenté en la página 17 de mi texto tan vilipendiado por Borrego Soto: “Este (Miguel Ángel) ha tenido la gentileza de permitirnos dejar aquí cons­tancia de su opinión (sobre las dimensiones de la aljama), que en buena medida parte del hallazgo en el interior del inmueble de un arco de herradura que él considera posible entrada principal a la mezquita.” En nota a pie de página: “También le queremos agradecer que nos haya facilitado la publicación de material gráfico de elaboración propia.” ¿Ven ustedes cómo se puede avanzar mucho más en la investigación si se actúa con cordialidad y respeto mutuo? Realmente lamento que López Barba haya querido firmar el artículo que aquí estoy analizando: no es en absoluto su línea ni representa su modus operandi.

"A ellos se añade otro (arco) de gran tamaño en el muro trasero de la galería noroeste, que comunica con los restos de una antigua calle. Este último puede identificarse con la entrada principal a la mezquita, probablemente mediante una rampa o escalinata que partía de la calzada del Arroyo y se apoyaba en parte sobre el aljibe."

Yo escribí esto otro, haciendo referencia al gran arco de cantería que siempre se ha visto desde el reducto:

“En directa relación con lo anterior, hemos de preguntarnos por dónde se accedía a una mez­quita que estuvo situada al borde de un talud. Desde luego el acceso no era fácil, al menos a finales el siglo XVII (…). ¿Quizá daría paso este arco al ingreso principal? ¿Qué relación guarda este con el de dimensiones mucho menores que se ha descubierto en la Cuesta de la Encarnación, frente a la citada calle Cazorla Baja?”

Porque sí, el arco de esa cuesta es demasiado angosto como para pensar en una entrada principal. Y aquí me callo. Hay una persona que tiene documentación sobre ese asunto y debo esperar a que publique los textos localizados.

Y ahora prepárense, porque viene lo mejor.

"En conjunto, los vestigios apuntan a una construcción compleja, objeto de sucesivas ampliaciones y remodelaciones entre los siglos X y XIII."

No hay que ser un lince para llegar a semejante conclusión. ¡Si se me ocurrió hasta a mí! Como dije en la anterior entrada del blog, en la página 27 de mi artículo realicé una propuesta parecida:

“El patio parece de estética almohade, lo que parece dar la razón a quienes apuestan por la ubicación de una aljama más antigua donde hoy se alza San Dionisio. Pero también se puede aceptar que ahí estuvo siempre la mezquita mayor de Sharis, y que el patio corresponde a una reforma realizada tras la llegada de la nueva dinastía norteafricana.”

Sigue Borrego:

"(…) pero que ha sido presentado como un edificio de pequeñas dimensiones (López Vargas-Machuca, 2024).

¿Pequeñas? Yo escribí “Queda claro, por tanto, que nos encontramos ante una mezquita de dimensiones mode­radas.” Como veremos, cinco naves significan para Borrego "mezquita pequeña", siete significa "mezquita grande". Y ahora viene la gran y espectacular traca.

"Esta valoración, sin embargo, carece de base sólida y no atiende a las evidencias disponibles. Frente a esta interpretación, un testimonio del arquitecto Diego Moreno Meléndez, en un documento de 1699 que trae a colación la historiadora Esperanza de los Ríos (2003: 261), resulta particularmente revelador."

Ajá. Dice que ignoro el texto de Diego Moreno Meléndez o, al menos, que me niego a utilizarlo. Miren lo que escribí en mi artículo, página 12, miren:

“(utilizaremos) la información que nos ofrecen dos referentes que ya han sido justamente tenidos en cuenta por otros investigadores: un texto redactado por el arquitecto Diego Mo­reno Meléndez en 1699 de cara a la construcción de la nueva colegiata y la Historia de Xerez de la Frontera escrita por Bartolomé Gutiérrez en 1757, cuando las obras arquitectónicas aún seguían su curso”.

¿Se puede tener mayor descaro, decir que no conozco y utilizo lo que SÍ conozco y utilizo? Efectivamente, hay descaro mayor. Observen:

“(…) resulta particularmente revelador: la nave de la epístola —que ocupaba toda la anchura de la antigua sala de oración— medía cuarenta varas, equivalentes a unos 33,5 metros. Este dato, cotejado con los restos conservados de la galería noroeste y con la constatación de que la torre tardogótica destruyó su extremo oriental, permite calcular para el oratorio principal una extensión transversal cercana a los 35 metros. 

Y aquí va lo que escribí yo, página 17:

“El documento escrito por Diego Moreno Meléndez en 1699, un momento en el que el anti­guo edificio estaba en gran medida arruinado y el culto se seguía manteniendo –a duras penas– en la nave de la epístola, parece apuntar a más amplias dimensiones: Y esta dicha nave que sirve de Iglesia tiene cuarenta varas de longitud y siete de altitud, y es necesario demolerle dieciséis varas para la Iglesia nueva.

La vara castellana corresponde a 0,8359 metros. Nos encontraríamos, por tanto, con un re­cinto –la vieja nave de la epístola, esto es, la que estaba delante de la quibla– de unos 5,8 metros de altura, que se extendería unos 33,4 metros desde los pies –es decir, desde el rin­cón al fondo a la derecha de la sala de oraciones– hasta la cabecera de la nave de la epístola –rincón al fondo a la izquierda–. Si acudimos a la crujía de la casa del Abad que coincide con la anchura de la mezquita –el espacio para los cinco arcos arriba referidos–, la distan­cia aproximada es de 20 metros.”

Se habrán quedado ustedes de piedra. Efectivamente: Borrego dice que no conozco, no uso o no tengo en cuenta el texto de Moreno Meléndez para, a reglón seguido, copiar mi análisis del referido texto. ¡Manda webs!

No solo eso. Omite ladinamente todo lo que viene antes y lo que viene después en torno a otro texto, el de Bartolomé Gutiérrez de 1757 dejando testimonio de que la capilla mayor de la colegiata-aljama coincidía parcialmente con la actual capilla bautismal, a los pies de la nave de la epístola.

Dicho testimonio es justo el que, en principio, contradice la teoría de las siete naves por la que se decanta López Barba. En mi artículo recogí y valoré las opiniones de este último autor, las contrasté con las mías propias y dejé incluso una posible contrarréplica por su parte, para concluir que “En­tendemos que es la suya una hipótesis plausible” (página 17) pero “Optamos por seguir abiertos a la segunda alternativa (la de cinco naves). El testimonio de Bartolomé Gutiérrez parece sólido: no hay ningún motivo para pensar que el historiador se confundiese al escribir que en la capilla del Baptis­tero (…) caía parte del Presviterio de la Iglesia antigua. Solo parte de él, ciertamente, pero sí que coincidían en algo. No deberíamos llevar ese presbiterio mucho más hacia la actual nave central catedralicia.” (página 20).

Da igual que yo no dejase cerrada ninguna de las dos opciones. Borrego va a lo suyo, a presentarme como defensor de una mezquita “pequeña”, y algo más abajo prosigue de la siguiente manera:

"La hipótesis de mayor amplitud, además, se ajusta a lo señalado por Susana Calvo Capilla (2014: 203-206), quien recuerda que, en ciudades de rango como Jerez, las aljamas principales tendían a superar el esquema habitual de cinco tramos presente en otras medinas menores."

En el volumen publicado de la tesis doctoral de la profesora Calvo no hay nada al respecto en las páginas 203-206 que cita Miguel Ángel Borrego. Parece un lapsus, y no pasa nada (yo tuve uno en mi texto y Borrego se lanzó a degüello). Podría referirse a 403-406, donde afirma en referencia a los oratorios registrados en el Libro del repartimiento de Jerez que “muchas de ellas eran pequeñas mezquitas o mezquitiellas que fueron entregadas a los repobladores para casa o para bodega”. Quizá habría que mirar las páginas 351-357. Sobre las ciudades verdaderamente importantes la profesora decía lo siguiente (p. 351):

“De manera general, las aljamas en las grandes ciudades solían tener más de cinco naves: once tenían las primeras mezquitas aljamas de Córdoba, Sevilla y Toledo, o la de Granada en el siglo XI, fecha en la que la de Zaragoza tenía nueve y las de Almería y Tudela, siete”.

También habla de las ciudades “de tamaño medio, algunas de las cuales desempeñaron funciones de capital de una provincia o de un distrito y, en algún caso, de un reino Taifa en el siglo XI (caso de Niebla o Mértola), por lo que sus aljamas eran de grandes dimensiones” (p. 353).

Realicé esta síntesis:

“Susana Calvo constata que las aljamas de las grandes ciudades acostumbraban a tener más de cinco naves. Ibn Adabbas en Sevilla tenía nueve. Sin em­bargo, las de Mértola y Niebla sí que tenían cinco. También la de Medina Azahara, aunque esta última sea un caso muy particular.”

¿Susana Calvo llama “grandes” a Mértola y Niebla solo con cinco naves? Sí, quizá porque ambas tenían seis tramos de profundidad. Jerez solo otros cinco. Aun así, yo no usaría el término “grande” que utiliza la autora, salvo que fuera para resaltar cómo ciudades que no eran de enorme relevancia podían tener aljamas de unas ciertas dimensiones. Porque grandes, realmente grandes, son las que ella misma señalaba arriba: once o nueve naves.

El punto tercero del artículo se intitula “Biografías relacionadas con la Aljama”. Borrego dice que “Aunque las fuentes árabes no describen directamente la mezquita aljama jerezana, sí mencionan a varios de sus jatibes (jutabāʾ) o responsables del sermón de los viernes entre los siglos X y XIII, lo que constituye una prueba inequívoca de su existencia y funcionamiento durante todo ese periodo”, y a continuación nos recuerda, dedicando no pocas líneas al asunto, la lista de sabios musulmanes que él aportó en su momento.

¿Qué tiene esto que ver con la arquitectura de la mezquita? Absolutamente nada. Pero él insiste (las negritas son mías):

"El conjunto de estos nombres confirma no sólo la continuidad institucional de la mezquita aljama jerezana entre los siglos X y XIII, sino también su inserción en las redes intelectuales del Occidente islámico. La presencia documentada de  jutabāʾ vinculados a la ciudad, algunos de ellos con trayectorias formativas en Oriente o en grandes centros andalusíes, muestra que la aljama de Šarīš fue un espacio vivo de culto y enseñanza, con capacidad de irradiar prestigio y de atraer discípulos. Con todo, debe recordarse que esta breve nómina no es sino una muestra parcial de un elenco más amplio de personajes relacionados con la vida religiosa y jurídica de la ciudad: almocríes, cadíes y otros cargos, a los que se suman maestros y sabios que bien pudieron utilizar la aljama como sede de sus oficios (Borrego, 2004 y 2011). Su presencia confirma que la aljama no fue sólo el centro del culto colectivo, sino también un espacio de saber y de autoridad jurídica. Resulta llamativo, en este sentido, que algún estudio reciente (López Vargas-Machuca, 2024) haya ignorado esta evidencia biográfica, a pesar de constituir una de las pruebas más sólidas de la existencia, la relevancia y la vitalidad de la aljama jerezana durante toda la etapa islámica."

Vamos a ver, ¿en qué sentido esta circunstancia afecta a mi objeto de estudio, que es el análisis de la aljama de Sharis desde el punto de vista de la historia del arte? En ninguno. No le basta al autor que en el primer párrafo de mi artículo hiciese referencia a sus aportaciones escribiendo que “Las investigaciones de las últimas décadas, en las que han confluido los análisis de las fuentes escritas andalusíes y la aparición de reveladores vestigios arqueológicos, dejan claro que Jerez de la Frontera existía no ya en el siglo XII, cosa que estaba clara desde hace mucho tiempo, sino al menos desde dos centurias más atrás” y citándole a él en la primera nota, en la que escribía la siguiente valoración positiva: “Este arabista ha sacado a la luz una relevante producción intelectual de la ciudad islámica ya desde el siglo X, abundando así en la importancia de este centro urbano en fechas muy anteriores a las que tradicionalmente se proponían para su fundación.”

No, no le basta. Quiere que si se escribe sobre Sharis se le convierta en el centro de atención. Y quiere, sobre todo, desprestigiar mi trabajo. Es ése el objetivo fundamental de este artículo, además de menospreciar todo lo posible la hipótesis de Laureano Aguilar sobre una aljama inicial en San Dionisio.

Llegamos de esta forma a la madre del cordero. Verán ustedes, la aportación del citado arabista sobre la producción literaria de Sharis anterior a la llegada de los almohades me parece, como señalé en la nota a pie de página antes transcrita, de gran significación. Ayudó a entender, junto con los testimonios arqueológicos que fueron apareciendo, que Jerez era una urbe de cierta relevancia antes del siglo XII. Pero a partir de ahí este investigador empezó a tener ensoñaciones sobre una ciudad de gran magnitud en la que, habiendo constancia de determinadas figuras culturales, las manifestaciones arquitectónicas debían de ser de gran porte. Por ende, la aljama era de grandes dimensiones; no “grande” en el sentido que le da Susana Calvo a Mértola o Niebla, sino grande “de verdad”.

Recuerdo hace años discusiones en el referido de WhatsApp con Borrego en el que este insistía en que la mezquita llegaba a la calle Aire y que el alminar, presuntamente donde hoy la torre, estaba más o menos en la mitad de la crujía del patio. Estamos hablando así de una mezquita de once naves, ahí es nada. Pero llegué yo el año pasado y, haciendo uso tanto del texto de Bartolomé Gutiérrez que él se cuida mucho de no citar como del de Diego Moreno Meléndez que él dice que yo no cito, además de otros testimonios (análisis de cuentas, del entramado urbano, etc., véanse páginas 18 a 20), dejé claro que es imposible que tuviera más de siete naves, incluso que a lo mejor se quedaban en cinco. Y claro, se le vino abajo el tinglado que se había montado en su imaginación.

¿Solución? Jugar con las cartas marcadas. Citar lo que le da la gana y como le da la gana, interpretando una cosa o la otra según le venga bien. Y poner seriamente en entredicho mi competencia como investigador. Para ello ha seguido unos pasos muy claros. Hacerme pasar por defensor de la existencia de una mezquita pequeña y de segundo orden, cuando lo que he hecho es defender la existencia de una aljama moderada, de cronología incierta y patio probablemente almohade; aljama que, como todos los conocedores del tema sabemos, a los canónigos de la Colegial durante siglos les pareció bastante angosta para sus necesidades. Además, ponerme en el bando de los defensores de una aljama primitiva en San Dionisio, cuando en realidad he escrito que me parece más plausible la hipótesis de que esta estuviera siempre junto a la actual catedral. Para hacer ambas cosas, por descontado, manipula mi texto. Seguidamente, asustadísimo ante la posibilidad de que el inmueble pudiera tener solo cinco naves, decide omitir todo lo referente al texto de Bartolomé Gutiérrez y la coincidencia de la capilla mayor medieval con la capilla bautismal de la moderna catedral. Por otro lado, me acusa de no usar a Moreno Meléndez al tiempo que me toma prestado el análisis que yo realicé de este para confirmar la hipótesis de las siete naves, que ni siquiera es suya sino de López Barba. Encima, me acusa de saltarme con descaro unas circunstancias, las referentes a la lista de sabios vinculados a la catedral, que no solo sí conozco, porque la cito y elogio en el primer párrafo de mi artículo, sino que absolutamente nada tiene que ver con mi objeto de análisis. Para terminar, a pesar de que su texto se supone es un estado de la cuestión sobre la aljama de Sharis, no se digna a recoger ninguna de mis reflexiones e interrogantes sobre alzados u otras cuestiones morfológicas.  

En fin, no voy a analizar los párrafos de conclusión de su artículo porque sería volver sobre lo mismo. No tengo mucho más que añadir. Creo que con todo esto el juego ha quedado descubierto. Si los amigos de Borrego Soto quieren seguir insultándome desde las redes sociales, sea bajo sus nombres reales o con sus habituales seudónimos, pueden seguir haciéndolo. Pero lo que no podrán hacer es rebatir las circunstancias que, de manera pormenorizada hasta el aburrimiento, he ido desgranando a lo largo de estas dos entradas. No puede haber la más mínima duda sobre las intenciones y las maneras de actuar de este señor.

En cuanto a las personas que se mantienen ajenas a todas estas diatribas, les sugiero lean con detenimiento mi artículo sobre la aljama primero, luego el de Borrego Soto, y saquen sus propias conclusiones.

sábado, 18 de octubre de 2025

Sobre el nuevo artículo de Borrego Soto en torno a la aljama de Jerez, parte I

Nuevo artículo de Miguel Ángel Borrego Soto (aquí). Nuevo artículo pensado no para avanzar en la investigación, sino para quedar por encima de los demás, en este caso en un contexto del que ya he hablado por aquí demasiadas veces: sus pretensiones de descubridor de la mezquita situada en lo que hoy conocemos como Casa del Abad, que ejercía de aljama en el momento de la irrupción de los castellanos, y el fracaso por parte suya y de su amigo arqueólogo José María Gutiérrez de hacerse con la excavación del inmueble y con la exclusiva de las publicaciones científicas que sobre el tema se pudieran realizar.

En 2024 presenté un artículo (descarga aquí) sobre la referida mezquita escrito desde el punto de vista de la historia del arte, intentando realizar un estado de la cuestión y plantear algunas preguntas que pudieran abrir nuevas perspectivas en la investigación, habida cuenta de que las obras se encuentran paralizadas sine die y que los responsables de las excavaciones no han realizado aún la pertinente publicación científica. Como era de esperar, mi texto fue acogido por profundo desprecio por parte del citado arabista. Lo que no podía imaginar bajo ningún concepto es que me acusase públicamente de robarle información. En este otro texto del presente blog analicé con lupa las poquísimas líneas que Borrego dedicó a la aljama de Sharis y transcribí palabra por palabra lo que este había dicho en una conferencia de la que, según él, yo había extraído información que le pertenecía. Demostré de esta forma la total y absoluta falsedad de las acusaciones, dejando bien claro que este señor actúa con una absoluta falta de rigor científico, agresividad fuera de lugar, egolatría extrema y nula ética no ya profesional, sino también humana. No siente vergüenza o reparo alguno a la hora de hacer daño. Solo le interesa quedar por encima, al precio que sea. Me parece lamentable que una persona de semejante comportamiento se encuentre en la directiva del CEHJ y sea director de su revista.

Pues bien, hete aquí que Borrego Soto presenta, después de varios lustros desde aquel presunto descubrimiento nunca realizado –como todo el mundo sabe, situó la aljama junto a la Plaza del Arroyo–, su primera publicación científica de la materia. El objetivo no es otro que ningunear tanto mi trabajo como una antigua hipótesis del arqueólogo Laureano Aguilar, así como echar la “meadita del perro”: la aljama es suya y de nadie más, igual que supone que lo es el estudio del Jerez islámico en cualquiera de sus parcelas. Un tema, por cierto, sobre el que en realidad solo ha realizado una aportación indiscutible, el de la lista de sabios y literatos: no debe de extrañar que lleve veinticinco años repitiendo la misma conferencia. Lo demás han sido un cúmulo de despistes, afirmaciones gratuitas o descubrimientos plagiados de otros investigadores. Caso sangrante es el de la fecha de la conquista de Jerez, en el que después de muchos años por fin ha reconocido que siguió a Josep O’Callaghan (leer aquí). Eso sí, sigue callando que lo hizo sin citar al norteamericano. En cuanto a las traducciones de inscripciones árabes, habida cuenta de que él mismo cambia de parecer sin reconocerlo –volveré sobre ello más abajo–, me temo que hay mucha tela que cortar.


En fin, es el momento de analizar, párrafo por párrafo, el nuevo texto del doctor Borrego Soto. Empezamos por el resumen o abstract.

Este artículo de Miguel Ángel Borrego Soto, José María Gutiérrez López y Miguel Ángel López Barba, filólogo, arqueólogo y arquitecto respectivamente, miembros del Centro de Estudios Históricos Jerezanos, aborda de un modo interdisciplinar la localización y características de la mezquita aljama de Šarīš (Jerez de la Frontera), analizando las hipótesis sobre su posible emplazamiento primitivo en San Dionisio y argumentando, con fuentes arqueológicas, arquitectónicas y documentales, su localización secular en la actual plaza de la Encarnación, donde hoy se encuentra la Casa del Abad. Los restos conservados —aljibe, base del alminar, arcos del patio de abluciones y elementos constructivos reutilizados— evidencian un edificio de grandes dimensiones, reformado y ampliado entre los siglos X y XIII. La identificación de diversos jatibes vinculados a la ciudad confirma además la relevancia institucional, cultural y jurídica de la aljama como centro espiritual y de saber. En consecuencia, la Casa del Abad puede considerarse el emplazamiento histórico de la mezquita mayor de Jerez, cuya memoria se proyecta en la posterior iglesia mayor y catedral de San Salvador.

Primeramente, hay que hacer una puntualización. Miguel Ángel López Barba se ha limitado a facilitar ciertas imágenes. El texto es de Borrego y Gutiérrez, probablemente solo del primero. En cualquier caso, López Barba firma y por tanto es tan responsable como los demás de lo que luego se dice. Esta cuestión la he hablado con él personalmente: todo ha quedado claro y en armonía por ambas partes.

En segundo lugar, lo del carácter interdisciplinar es relativo. Borrego es filólogo, ciertamente, y puede analizar fuentes árabes. Pero el arqueólogo Gutiérrez no ha intervenido en ningún momento en el inmueble. Realizó en su momento una inspección ocular, igual que la realizamos numerosos historiadores e historiadores del arte llamados por quien tenía todo el derecho de hacerlo, no otro que el deán de la Catedral. La cosa es que en ningún momento los autores del artículo han contado con quien sí ha realizado la excavación, Gonzalo Castro. En mi caso, aun tratándose de un análisis desde la historia del arte, tuve a bien contrastar informaciones y solicitar una valoración sobre las conclusiones presentadas a Castro Moreno. Borrego y compañía no lo han hecho. Ya me dirán ustedes sobre la seriedad profesional de semejante decisión.

Tercero, lo de que los restos conservados “evidencian un edificio de grandes dimensiones” es sencillamente falso. Si aceptamos la conclusión a la que en la siguiente entrada –esta es la primera parte de un díptico– veremos que estos señores llegan, que era una mezquita de siete naves, nos quedamos con un edificio a lo sumo de dimensiones medianas. ¿Qué entiende Borrego por “grande”? ¿No será que no se quiere bajar del burro de lo que lleva afirmando en privado desde hace tiempo, que el inmueble llegaba hasta la Calle Aire? Fíjense en su manera de razonar: como Sharis tenía sabios muy importantes, la mezquita tenía que ser enorme. Caballo grande…

Lo de que el edificio fue “reformado y ampliado entre los siglos X y XIII” no es precisamente nuevo: yo mismo presenté esta idea como una de las hipótesis a manejar. Página 27 de mi artículo (aquí), para concretar: “el patio parece de estética almohade, lo que parece dar la razón a quienes apuestan por la ubicación de una aljama más antigua donde hoy se alza San Dionisio. Pero también se puede aceptar que ahí estuvo siempre la mezquita mayor de Sharis, y que el patio corresponde a una reforma realizada tras la llegada de la nueva dinastía norteafricana.”

Eso de que “La identificación de diversos jatibes vinculados a la ciudad confirma además la relevancia institucional, cultural y jurídica de la aljama como centro espiritual y de saber” es algo que Borrego lleva repitiendo desde hace años. No hay aportación novedosa alguna, y sí cierta mistificación: que la aljama fuera relevante en esos niveles no implica que fuera un edificio de gran porte. De hecho, el Cabildo Colegial también fue relevante durante siglos y tenía un edificio, precisamente la aljama cristianizada, que según los propios canónigos dejaba mucho que desear. Su conclusión es que “la Casa del Abad puede considerarse el emplazamiento histórico de la mezquita mayor de Jerez, cuya memoria se proyecta en la posterior iglesia mayor y catedral de San Salvador”. ¡Menudo descubrimiento! En fin, vamos a por el artículo en sí.


Párrafo 1. Correcta introducción al contexto. Por una vez, Borrego se digna a citar a Repetto Betes entre las fuentes. Hace alusión al debate sobre si hubo una primera aljama situada en San Dionisio.

Párrafo 2. Buena síntesis de la hipótesis de Laureano Aguilar, según la cual una primera aljama “se habría situado en San Dionisio, dentro del recinto primitivo que los almohades reforzaron a partir de 1146”.

Párrafo 3. Advierte que “La hipótesis ha sido asumida por otros investigadores, que han insistido en la posibilidad del traslado de la aljama jerezana de San Dionisio a San Salvador”. Me cita a mí entre los seguidores de tal hipótesis. FALSO. Es cierto que la hipótesis de Aguilar me parece atendible y plausible, que considero que no hay que cerrarse por completo a ella, pero en la página 22 escribo que “no encajarían dimensiones tan limitadas [las del edificio del que estamos hablando] para lo que fue aljama en los últimos tiempos de Sharis” y que esta “aparente contradicción se resuelve si se acepta que nos encontramos ante la verdadera aljama prealmohade, que habría estado siempre aquí y no en San Dionisio”. Es decir, yo ya dejé claro que me parece lo más probable que esta fue siempre la aljama. Borrego manipula mis palabras y omite mis conclusiones para ponerse por encima. No hay más que eso. O que no sabe interpretar un texto, no sé qué es peor.

En el mismo párrafo tres, me resulta llamativa esa autocita sobre la “lápida funeraria meriní y fragmentos de yesería mudéjar con epigrafía (Borrego, 2014: 64 y 105; y 2021)” que según él son insuficientes para sostener que en San Dionisio hubo una aljama. Me hace gracia porque en la publicación de 2014 él mismo afirmaba que la yesería era de tiempos islámicos. En 2021 cambió de opinión y dijo que era mudéjar. Vale. Me parece perfecto que los investigadores vayamos afinando con el tiempo nuestras hipótesis y nos enmendemos a nosotros mismos, pero cuando toca hacerlo hay que decir, explícitamente, que nos estamos corrigiendo y que descartamos nuestras anteriores propuestas. Borrego no lo hizo en 2012, y tampoco lo hace ahora en 2025. No quiere reconocer públicamente que su primer estudio de la yesería erró en dos siglos la datación. ¿Qué fiabilidad merecen las transcripciones, traducciones y análisis de alguien con semejante modus operandi?

Pata terminar con el párrafo tercero, que los textos castellanos no mencionen a San Dionisio como mezquita mayor no es un argumento válido contra la teoría de Laureano Aguilar: ¿cómo iban a saber los recién llegados si tres siglos atrás había estado allí o no la aljama? Lo mismo va por los textos árabes: ¡si ellos mismos no ubican la mezquita mayor en ningún lugar concreto!

El párrafo 4 comienza de manera apoteósica: “En definitiva, tanto los datos arqueológicos como las fuentes escritas situarían en principio a la aljama jerezana de manera continuada en la plaza de la Encarnación”. No, no hay ninguna fuente escrita que diga que la aljama estuvo siempre en ese lugar. No, no hay ningún argumento arqueológico que lo demuestre. Ambas cosas se las ha inventado. Tal cual. Que sí, que yo mismo creo que lo más probable es que allí estuviera siempre la aljama, pero esos datos NO EXISTEN. Lo que hay son dos columnas, sobre las que volveremos en la siguiente entrada.

También tiene mucha miga esto otro. Atención:

La hipótesis de una mezquita califal en San Dionisio resulta hasta ahora poco verosímil, pues este sector parece corresponder a una fase urbana posterior. En cambio, los hallazgos de cerámica califal y taifa (González et al., 2008; y González et al., 2016) se concentran en el eje Alcázar–San Salvador–San Lucas–San Juan–San Mateo, lo que apunta a que allí se encontraba el núcleo originario de la ciudad 

¿Quién ha demostrado que el sector de San Dionisio es posterior al primer núcleo, entiéndase que el de época más o menos califal y de las primeras taifas, de Sharis? Nadie. Las cerámicas verde y manganeso propias de este periodo se concentran en el sector que baja de El Carmen a la Plaza de Belén. Cita a Repetto (1987: 301-303) como refuerzo de la hipótesis. Y lo hace con todo el morro, porque en realidad Repetto Betes afirma explícitamente que el núcleo original estaba “en el actual Alcázar, único sitio orográficamente aprovechable para fortaleza, y las calles serían las del actual entorno de la Catedral”, pero “Este recinto (…) resultó insuficiente, lo que dio lugar a un asentamiento vecino de población: el que todavía se advierte como diferenciable y compacto en torno a la actual iglesia de San Dionisio”, (que sería) “un arrabal de la ciudad primeramente” hasta que en el siglo XII, “cuando se hace la nueva cerca, se la engloba dentro de ella”. Tras la agresiva incursión de Alfonso VII de León, “se hará una cerca mucho más amplia”. Es decir, el sacerdote e historiador sanluqueño proponía como Jerez inicial un núcleo bajando del alcázar a la catedral, más un arrabal en San Dionisio; luego vendría todo lo demás.

Seguidamente Borrego y quienes con él firman el artículo dicen que esa aljama no estaría “en el área de San Dionisio y San Marcos, más alejada también del centro de poder, como sostienen otros autores”, entre los que una vez más me cita. Esto ya es el colmo. Como sabe cualquier jerezano, el sector de San Dionisio-Plaza Plateros e incluso San Marcos está más cerca del alcázar que San Lucas y San Mateo; y no hablo solo de distancia en metros, sino de orografía: el arroyo y los desniveles a un lado y al otro suponían un tremendo obstáculo en las comunicaciones entre la zona fortificada y el sector San Lucas-San Mateo. E insisto una vez más: sin cerrarme a la opción de San Dionisio en su momento defendida por Aguilar, yo sí considero lo más probable que la aljama estaba donde dice Borrego. Escribir que he dicho lo contrario, como hace por segunda vez, es manipular mi texto.

A partir de aquí, Borrego y compañía abordan las cuestiones puramente formales de los testimonios aparecidos en la Casa del Abad. Analizaremos lo que dicen en la siguiente entrada, porque hay que extenderse y ahora mismo no tengo tiempo de hacerlo con la merecida prolijidad. Hasta entonces.

TO BE CONTINUED

sábado, 13 de septiembre de 2025

Jerez, tenemos un problema

Jerez, we have a problem. Y uno muy serio: el tremendo daño que a la investigación histórica le está haciendo quien se dedica a lanzar a diestro y siniestro teorías que entran en abierta contradicción con las fuentes disponibles, sean estas de carácter literario, gráfico, arqueológico o numismático. Está muy bien renovar el panorama con propuestas arriesgadas, pero las hipótesis que se lancen deben ser plausibles. Mirar hacia otro lado sabiendo que hay testimonios que desmontan lo que se afirma demuestra no solo escaso respeto por el método histórico, sino una total falta de escrúpulos a la hora de "hacer trampa" para llamar la atención y pasar por un valiente que hace "grandes descubrimientos" donde los demás se han quedado supuestamente anquilosados.

Todo esto no iría a más, y quedaría simplemente como perfecto ejemplo de mala praxis, si no fuera porque se hace desde una posición de poder en el mundillo de la investigación, de respeto y comprensión por parte de ciertas instituciones que abren sus puertas sin filtrado previo y, lo peor de todo, de apoyo por parte de un pequeño pero poderoso grupo de coleguitas que también tienen capacidad de mando en sus respectivos terrenos.

¿Soluciones? Ninguna. Replicar científicamente no sirve de nada, porque no se puede jugar a las cartas con un tahúr profesional: este siempre hará trampas ocultando las evidencias que contradicen sus planteamientos y sacando cartas que no pertenecen a la baraja, sino que estaban debajo de la mesa. Insisto, no puede haber debate serio con quien no es serio. Además, siempre tendrán la oportunidad de replicar diciendo que si les niegas su verdad lo haces porque no tienes ni idea de tal tema, porque esa presunta verdad contradice lo que tú mismo has aportado o, directamente, porque estás lleno de envidia. Y te llamarán ladrón, mamporrero o fulana (sic) sin el menor reparo. A cara descubierta o bajo alguno de los perfiles falsos que el citado grupito de amiguetes utiliza en las redes sociales, que la desvergüenza no conoce límites.

Llegará un día en el que historiadores de otra generación vendrán a poner las cosas en su sito y dirán que vaya tela lo que se escribía en Jerez en los años veinte de este siglo. Eso sí, para entonces estaremos ya todos muertos.

domingo, 10 de agosto de 2025

Jerez-Estambul

El siguiente artículo de opinión lo escribí hace unos días para Diario de Jerez. Agradezco mucho la publicación, que de momento ha tenido lugar solo en la edición en papel. No sé si saldrá en la digital. En cualquier caso, aquí va el texto íntegro acompañado por algunas imágenes pertinentes.

Alguien dirá que no es un artículo de arte, sino de política. ¡Por supuesto que es así! Del atentado estético que supone instalar la Inmaculada en el Arroyo ya se ha hablado lo suficiente. Lo que aquí he intentado es realizar una reflexión sobre cómo esta dinámica en la que las interpretaciones más integristas de la religión, de cualquier religión, se están aliando con los nuevos poderes ultraconservadores, utiliza y manipula nuestro pasado histórico al tiempo que afecta de manera seria a nuestro patrimonio artístico. Que en España no hayamos llegado aún a los excesos que se están viviendo en Turquía no invalida la reflexión: con algunos años de retraso, vamos por el mismo camino.

Y si alguien quiere saber qué haría yo con la Inmaculada que ha dado pie a la polémica, la pondría en alguna rotonda en la que su tamaño pasara desapercibida. En el centro, jamás. 

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Este año he tenido la oportunidad de ir dos veces a esa ciudad que se llamó durante siglos Constantinopla y que desde no hace tanto se conoce oficialmente como Estambul. Ha sido mi primer contacto con ella: demasiado tarde para un amante del arte. Desde el año 2000, las iglesias del periodo bizantino que, tras haber sido mezquitas durante el imperio turco, fueron secularizadas y convertidas en museo en 1931, han vuelto a transformarse en lugares de culto islámico, con todo lo que ello implica. No se trata ya de que las mujeres se vean obligadas a cubrir con un pañuelo la cabeza, estrictamente vigiladas para que no se les vea ni un cabello, o que se interrumpan y restrinjan los horarios de visita para dar paso a los tiempos de oración. Es que se atenta de manera directa contra el patrimonio artístico y la historia espiritual de los edificios.

Insulto al arte: la Virgen de Hagia Sofía, tapada por velos para no ofender la sensibilidad religiosa. Islámica, en este caso.

El caso más grave es el de Santa Sofía. Solo los creyentes en la religión mahometana tienen ahora derecho a sentir el espacio bajo su impresionante cúpula. A los infieles, aunque paguemos nuestro caro ticket de visita, solo se nos permite deambular por las galerías elevadas de las naves laterales, incluso cuando el espacio de oración permanece vacío. El mosaico con la bellísima imagen de la Virgen que cubre el ábside principal se encuentra tapado por cortinajes y solo puede ser visto accediendo a un reducido espacio desde la tribuna, desde una posición angular extremadamente incómoda y haciendo cola. Es falsa esa información de que la cortina se descorre durante las visitas turísticas: está siempre corrida. Al exterior tenemos lo peor: el letrero luminoso con aquello de “No hay divinidad excepto Allah” colgado entre dos de los alminares, con resultado estético igualito al de nuestra portada de la feria. ¡Eso es respeto a uno de los espacios patrimoniales más importantes del mundo, sí señor!

No, no es nuestra portada de la feria. Es Hagia Sofía de Constantinopla.

La pequeña pero artísticamente muy relevante iglesia de los Santos Sergio y Baco también ha sufrido. Además de que ahora todos tenemos que entrar descalzos, al no creyente solo se le permite deambular por una parte del interior. Los gatos, ellos sí, pueden hacer lo que quieran; incluso dormir en el más alto escalón del mimbar, doy fe de ello. En San Salvador de Cora, iglesia con impresionante colección de mosaicos y pinturas medievales, a determinadas horas bajan unas persianas que tapan las imágenes cristianas de la sala de oración mientras te echan de manera implacable: llega el momento del rezo, aunque solo haya cuatro señores mayores que, por lo demás, tienen en la ciudad infinidad de recintos para desarrollar con total comodidad su culto.

San Salvador de Cora, hoy mezquita, a punto de bajar las persianas que tapan las imágenes.

Porque, resulta obvio decirlo, estas y otras medidas tomadas en los últimos cinco años por el gobierno de Erdogan no buscan sino dejar claro a los no musulmanes quién manda allí. Y cuando digo no musulmanes no me refiero solo a los extranjeros, sino a los propios turcos que no se sienten identificados con la religión de Mahoma. Todo forma parte de un proceso mundial hacia el neoconservadurismo, por no decir una reivindicación de la antigua fusión entre iglesia y estado como signo identitario. Frente al complejo y desconcertante fenómeno de la globalización se intentan imponer “por decreto” las presuntas señas de identidad nacionales pasando por encima de las múltiples sensibilidades que puedan existir en un territorio, incluso en uno tan extraordinariamente multicultural como es el turco. No crean que la construcción de una gran mezquita en la Plaza de Taksim, centro neurálgico de la parte más occidentalizada de la ciudad y tradicional punto de reivindicaciones políticas, responde a una necesidad de culto: se trata de imponer visualmente el islam en un sector “contaminado” por el laicismo.

¿A qué viene contarles ahora todo esto? Pues al hilo de dos noticias recientes de la prensa local. Una, la recuperación de la idea de tiempos de Pilar Sánchez y Pedro Pacheco de colocar un mamotreto inmaculadista en plena Plaza del Arroyo. Tremendo atentado visual en una zona protegida, una más en una ciudad acribillada por monumentos de dudosísimo gusto. Sus dieciséis metros de altura -ahora dicen que va a ser menos- quedarán ahí para siempre como alguien no lo remedie.

La Inmaculada de marras. Imagen tomada de Jerez, Patrimonio Destruido: NO AL MONUMENTO A LA INMACULADA EN LA PLAZA DEL ARROYO

No parece que en el consistorio haya voluntad de enmienda. Hay que pescar votos, particularmente en el caladero de VOX, dejando claro lo de “nosotros somos tan católicos como nadie”. También hay que contentar, quizá apaciguar, a ciertos sectores sociales afines a la interpretación más conservadora de la religión. Y es que en el fondo se detecta aquí también una cuestión de profundo calado ideológico: visibilizar el sector Catedral-Bertemati como sede de un poder que en los últimos tiempos, al contrario de lo que ocurría en los años ochenta e incluso noventa en esta misma tierra jerezana, está mostrando afinidad con ideologías de la extrema derecha. Dudo muchísimo que la mayoría de los creyentes de nuestra ciudad estén interesados en rendir homenaje a la Inmaculada, devoción por otra parte infinitamente más hispalense que jerezana. Que después de muchos años se haya recuperado la idea de colocar ahí esa escultura se debe a motivaciones ideológicas.

Por lo demás, habría que recordar que la circunstancia de que esta religión sea ampliamente practicada en Jerez no le da derecho a invadir el espacio urbano con un número desmesurado de estatuas, azulejos y fotografías gigantes, justo de la misma manera que el número de musulmanes en Turquía tampoco debería autorizar a Erdogan a cubrir mosaicos medievales, reconvertir iglesias desacralizadas en lugares de culto islámico o levantar nuevas mezquitas en el suelo público de la plaza más importante del Estambul moderno. ¿Acaso las sensibilidades laicas no tienen cierto derecho a respirar visualmente un poco?

La otra noticia, que viene de unas semanas atrás, es la creación de la Delegación Diocesana de Evangelización del Turismo. No se trata meramente de dar información, sino de hacer apostolado. Y eso, en una sociedad como la nuestra y bajo una constitución como la que tenemos, resulta un atentado contra la libertad religiosa. Al visitante ni se le puede ni, menos aún, se le debe catequizar: hay que ofrecerle las claves históricas y culturales que le permitan entender lo que está viendo. Luego la obra de arte -la iglesia, el retablo, la imagen devocional- tendrá la oportunidad de hablar por sí misma y de ofrecer (¡y de qué maravillosa manera lo hacen muchas!) la suficiente dosis de trascendencia espiritual a la persona receptiva. Pero parece que lo que se pretende aquí en Jerez es otra cosa: convertir la propiedad del monumento en un derecho a hacer proselitismo entre quienes deseen visitarlo.

Retablo de San Miguel de Jerez: único ángulo desde el cual el visitante puede acercarse a la Batalla de los Ángeles, por aquello de no pisar el presbiterio. ¡Y encima quieren evangelizar al turista!

Al final, quien se asome por nuestra ciudad sentirá lo mismo que esa pobres infieles que recorren Santa Sofía forzadas a cubrir su cabello aun permaneciendo invisibles a los ojos de los musulmanes. Se sentirán asimismo como aquellos otros infieles que visitan las mezquitas de Estambul rodeados de folletos para mover a la conversión; o que ven cómo unas mamparas de madera retienen a las musulmanas en ese lugar aislado y secundario que les corresponde… ¡en pleno siglo XXI! Y sentirán la misma bofetada que los amantes del arte recibimos cuando encontramos ocultos a la vista esos mosaicos que se dice resultan ofensivos a los ojos del fiel.

Y no, no crean que estos que andan poniendo monumentos y evangelizando a los turistas descreídos se encuentran muy lejos de los integristas de Turquía: si hubieran nacido por allí, estarían tapando imágenes de Cristo y la Virgen en nombre de las esencias de la patria y en defensa de la religión que, faltaría más, es la verdadera.

viernes, 6 de junio de 2025

Ni mentiroso ni cobarde: a los miembros de la Asociación de Amigos del Museo Arqueológico de Jerez y del Centro de Estudios Históricos Jerezanos

      Le pedí al amigo que suele mandarme los insultos que Miguel Ángel Borrego Soto y sus colegas suelen dedicarme en las redes sociales que se abstuviera de hacerlo. Ha incumplido su promesa y me ha enviado este pantallazo en el que Diego Bejarano Gueimúndez, arqueólogo, encargado de comunicación del Centro de Estudios Históricos Jerezanos responsabilidad en la que me tomó el relevo y actual director de la Asociación de Amigos del Museo Arqueológico de Jerez me llama "mentiroso y cobarde". No tengo más remedio que replicar y, al mismo tiempo, realizar un aviso a los miembros de estas dos asociaciones. 

Mentiroso, dice. Pues no. En esta agria polémica que desde hace años se ha establecido entre Borrego Soto y el autor de estas líneas, polémica motivada (lo expliqué aquí) por aquella presunta intromisión que según él yo y otros colegas realizamos en esa "propiedad intelectual" suya que son los restos de la mezquita aljama de Jerez, no he mentido absolutamente en nada. NA-DA. El que sí ha mentido, gravemente y de manera reiterada, es Miguel Ángel Borrego al acusarme de haber hecho apropiación intelectual de aportaciones científica de otras personas; primero del arqueólogo Gonzalo Castro y luego de él mismo. En este blog he demostrado de manera tajante que se trata de embustes, recurriendo incluso a transcribir palabra por palabra aquellas partes de la conferencia del arabista que según él yo habría plagiado. Me parece vergonzoso que, con las pruebas por delante, siga sin reconocer que ha mentido con el mayor de los descaros para salirse con la suya y pasar como lo que no es, una víctima, cuando en realidad nos encontramos ante un verdadero "macho alfa" que pretende erigirse en cabeza de la manada investigadora.

Cobarde, afirma. ¿Por qué, por no realizar un artículo científico contestando la sarta de barbaridades que enlaza Borrego sobre Santo Domingo en ese lamentable texto que la Real Academia de San Dionisio ha tenido a bien publicarle? ¡Pero si ya le contesté! Miren ustedes, ese artículo es un refrito de los textos que él fue publicando en su blog, y también en Diario de Jerez, a raíz de su ocurrencia de que la qubba de Santo Domingo que dibujó Van den Wyngaerde debía de ser un depósito de agua o un molino de aceite, no un lugar de culto. Y esos textos YA FUERON CONTESTADOS POR MÍ en este blog, justo en los enlaces que ahí les dejo de nuevo.

Volviendo a la qubba de Santo Domingo (I)

Volviendo a la qubba de Santo Domingo (II)

De despistes, yerbajos y otras malas hierbas

Sobre la orientación de la primera iglesia de Santo Domingo

El Llano de San Sebastián es Cristina, o un debate que no se debería haber producido

A palabras necias...

No hace falta volver porque todos y cada uno de los argumentos de Borrego son de debilidad extrema y muy fácilmente rebatibles. En esos enlaces están ampliamente replicados. ¡Incluso hoy mismo alguien me ha enviado hoy una captura de la conferencia que ayer impartió José Manuel Moreno Arana sobre la Cofradía del Rosario en la que ciertos datos vuelven a corroborar cuál era la topografía de la Nave del Rosario en 1525!

Es que no hay más vuelta de hoja: fuentes gráficas y fuentes escritas coinciden, y a su vez estas encajan con lo que sabemos sobre las qubbas almohades, sobre la arquitectura andaluza en los primeros tiempos de la reconquista y sobre el uso de morabitos en Andalucía para configurar iglesias improvisadas. Todo lo demás es un monumental lío que ha montado Borrego Soto partiendo de una confusión suya, Llanos de San Sebastián con Plaza Aladro; lío que no tiene otra intención que poner en duda todo lo que aporté sobre Santo Domingo en su momento. Bueno, de paso presenta la fortificación almohade estudiada en su día por sus amigos Rosalía González, Paco Barrionuevo y Laureano Aguilar como una obra mudéjar (¡castaña pilonga!), pero eso lo debe considerar "daños colaterales" que le importan poco frente al objetivo principal: desprestigiar a un investigador que él siente que le hace sombra en sus desmesuradas ansias de liderazgo.

A los miembros del Centro de Estudios Históricos les hago saber algo que me parece de enorme relevancia. Hace pocos años me entrevisté en una cafetería de la calle Porvera con cuatro colegas. Creo que no hay problema en decir sus nombres: Fernando Aroca, Javier Jiménez, José Manuel Moreno Arana y Pablo Pomar. En ella se habló de una situación personal que me estaba haciendo pasarlo francamente mal. En ningún momento se habló del CEHJ. Días más tarde, Juan Antonio Moreno hermano de José Manuel se encontró con Diego Bejarano, y por azares de la conversación le comentó que yo había tenido una "reunión secreta" con varios historiadores el arte. Lo sé porque me lo ha contado el propio Juan Antonio. Pues bien, ¿saben ustedes qué dato absolutamente falso se le hizo llegar a la cúpula del Centro de Estudios Históricos Jerezanos? ¡Que yo había congregado a esas cuatro personas para presentar una candidatura alternativa a la dirección del CEHJ y "echar a los arqueólogos" de la misma! Supongo que no hace falta que les diga que JAMÁS SE ME HA PASADO POR LA CABEZA presentar candidatura alguna para sustituir a la actual que encabeza Francisco Barrionuevo. Ni por asomo. Menos aún en esa charla de la cafetería en la que se habló, en exclusiva, de algo que para mí era infinitamente más importante que presentar alternativas a algo, el CEHJ, que en su momento quise cambiar desde dentro; sin éxito alguno, por cierto, porque en cuando percibieron mis intentos por renovar una institución que a mi entender necesita un verdadero soplo de aire fresco, Juan Félix Bellido y Miguel Ángel Borrego Soto torpedearon mis propuestas hasta obligarme a renunciar.

A los miembros de la Asociación de Amigos del Museo Arqueológico de Jerez quiero hacerles saber que estoy deseando volver a colaborar con ellos, que estoy a su disposición en cualquier momento sin cobrar un euro, y que si en los próximos años no van a contar con mi presencia no será en absoluto porque yo no quiera ni pueda, sino porque al señor Diego Bejarano no le va a dar la realísima gana. Mientras siga como director, tengan por seguro que permaneceré vetado. ¡Y quién sabe cuántas personas más! Anoten de paso la lista de los nombres con los que sí se cuenta y podrán formar un mapa mental del "quién es quién" en un mundillo en el que muchos corren a "echar una meadita" en los primeros restos arqueológicos que aparezcan para advertir a los demás que ellos los vieron primero. Y claro, mientras yo escriba sobre mudéjar no pasa nada, pero si lo hago sobre ese Jerez andalusí que les pertenece, la cosa cambia.

Sí, esto hay que dejarlo bien claro. Mi ausencia y la de otros numerosos investigadores (¡e investigadoras!) en esta y otras instituciones jerezanas SE DEBE ÚNICAMENTE A LA VOLUNTAD DE LAS PERSONAS QUE LAS DIRIGEN, que piensan mucho antes en fortalecer grupúsculos de poder muy distintos entre sí, a veces profundamente enfrentados, que en ofrecer a la ciudadanía un verdadero panorama de lo que ahora se está haciendo en la ciudad en el campo de la historia, del arte y de la cultura. Salimos perdiendo todos, menos los que aspiran a ser líderes.

jueves, 5 de junio de 2025

No, claro que no replicaré

La Academia de San Dionisio me ofrece replicar en su revista al artículo de Miguel Ángel Borrego Soto del que hablé ayer. Un artículo cuyo tono es tan moderado y respetuoso como malévolo y retorcido en su verdadero trasfondo, no otro que echar por tierra todas mis aportaciones sobre Santo Domingo como venganza por haber escrito sobre el tema que él considera de su propiedad, la mezquita aljama de Jerez. Varios colegas me dicen que replique con un texto científico sin dudar. Pues no, no lo haré.

Que lo haga es justo lo que quiere el doctor Borrego. Su intención es pasar ante el colectivo de investigadores como una persona que dinamiza la investigación aportando nuevas perspectivas y obligando a reflexionar sobre argumentos que con el paso del tiempo se transmiten de manera inercial. Efectivamente, en principio es bueno hacer eso: no conformarse con dar por válidas las verdades y volver cada cierto tiempo sobre ellas para, al hilo del avance de la investigación, verificar su solidez y abrir nuevas perspectivas.

Pero para abrir debates científicos, señoras y señores, es necesario partir de argumentos más o menos serios, que se asienten sobre una base medianamente sólida, que no alberguen errores graves en su fundamento y que tengan ciertos visos de ser ciertos cuando se les contrasta con las fuentes. Borrego no parte de eso: lo hace de observaciones arbitrarias en la que se mezclan alegremente las equivocaciones, la manipulación consciente de datos y el capricho, todo con la única voluntad de estar en el candelero y, como todos sabemos, de presentarse como el máximo conocedor del Jerez andalusí. No lo es. Es, sencillamente, un filólogo metido a mediocre investigador sobre historia, arqueología y arte, disciplinas cuyas respectivas metodologías no domina; y un investigador en el que la ignorancia, la prepotencia y la envidia forman un cóctel explosivo que está haciendo mucho daño a personas serias.

Por lo demás, debo insistir en que lo de la existencia de un ribat en Santo Domingo es una mera hipótesis mía, hipótesis que me parece plausible, pero de momento no demostrable. Todo lo demás referente a la qubba, obvio lugar de entierro y culto junto a una puerta de la muralla como ocurre en tantas ciudades almohades, qubba que sería utilizada como cabecera de la primitiva iglesia dominicana situada en Cristina, conforma una teoría unánimemente aceptada por los investigadores serios en la que no logro ver la menor grieta científica. No necesito replicar porque mis publicaciones están ahí. Ellas son la réplica.

En fin, no pienso perder el tiempo ni rebajarme en lo intelectual a lanzarme a un debate científico con una persona de nula seriedad profesional que solo se mueve por el resentimiento y que no es capaz de reconocer que las fuentes escritas y gráficas desmontan toda su sarta de dislates sobre Santo Domingo. Persona con mucho poder, eso sí. Poder en el Centro de Estudios Históricos, que utiliza para encargarse a sí mismo conferencias en las Jornadas de Historia de Jerez -de la dedicada a las torres me han hablado verdaderos horrores, particularmente del carácter insufrible de la de su buen amigo José Gutiérrez, a quien coló por todo el morro- y para controlar quién publica y quién no en la Revista de Historia de Jerez, una responsabilidad que ejerce de manera extremadamente personal y arbitraria. De ella debería dimitir de manera inmediata en aras de la limpieza y la ecuanimidad de las publicaciones científicas en esta ciudad.

miércoles, 4 de junio de 2025

Desafortunadísimas (y malintencionadas) reflexiones sobre la etapa fundacional del Convento de Santo Domingo de Jerez de la Frontera

Insiste Miguel Ángel Borrego Soto en el asunto de la qubba de Santo Domingo en su artículo Algunas reflexiones sobre la etapa fundacional del Convento de Santo Domingo de Jerez de la Frontera (Cádiz), publicado por la revista Ceretanum en su número 6, que he tenido la oportunidad de leer por gentileza de los editores: desde aquí mi agradecimiento, lo que no me va a impedir hablar más abajo con absoluta franqueza.

Tengo muchísimas cosas que hacer, así que soy breve y directo.

1) El artículo en sí recoge la polémica en torno a si la qubba islámicas que había en el Real Convento y que podemos ver en la célebre ilustración de Van den Wyngaerde fue una edificación religiosa islámica utilizada por los dominicos como primera iglesia del convento. Dicha polémica se desarrolló en nuestros blogs personales.

2) En su momento desmonté una a una las hipótesis de Borrego Soto, que se basan en una grave, por consciente, manipulación por su parte: el Llano de San Sebastián no era la Alameda Cristina, sino la Plaza Aladro. La persona interesada encontrará todas mis argumentaciones en estos enlaces:

https://flvargas.blogspot.com/2022/06/volviendo-la-qubba-de-santo-domingo-i.html

https://flvargas.blogspot.com/2022/06/vulviendo-la-qubba-de-santo-domingo-y-ii.html

https://flvargas.blogspot.com/2022/07/de-despistes-yerbajos-y-otras-malas.html

https://flvargas.blogspot.com/2022/07/sobre-la-orientacion-de-la-primera.html

https://flvargas.blogspot.com/2022/09/el-llano-de-san-sebastian-es-cristina-o.html

https://flvargas.blogspot.com/2022/10/a-palabras-necias.html

3) Considero que los argumentos de Borrego Soto no solo son torticeros, sino que incluyen afirmaciones (por ejemplo, los muros de tapial con merlones defensivos aparecidos en el claustro tardogótico interpretados como obra mudéjar) que ponen en evidencia los escasos conocimientos de historia del arte por parte de su autor.

4) La publicación de este texto se realiza en el marco de una agria polémica entre Borrego y quien esto firma. Esta alcanzó su cénit cuando me difamó acusándome de robarle sus presuntas aportaciones sobre la mezquita mayor de Jerez presentándolas como de elaboración propia. El daño personal que me ha causado acusándome públicamente de "ladrón de ideas" es muy grave. Eso sí, en estos otros enlaces transcribí una conferencia suya (que él presentaba como prueba de sus contribuciones) y analicé sus textos, demostrando que este autor no ha realizado casi ninguna aportación científica sobre la referida aljama y también, sin dejar el más mínimo resquicio a la duda, que mentía descaradamente atribuyéndome una apropiación intelectual con el único fin de extender una mala imagen sobre mi persona y mi trabajo.

https://flvargas.blogspot.com/2025/01/la-mezquita-aljama-de-sharis-jerez-de.html

https://flvargas.blogspot.com/2025/01/sobre-la-aljama-de-jerez-despedida-y.html

5) Me parece muy grave que la Real Academia de San Dionisio haya decidido dar luz verde a este artículo de Borrego Soto sobre Santo Domingo siendo consciente de que su redacción no parte sino del deseo de tomar una revancha contra mi persona después de haber demostrado sus falacias y, sobre todo, sabiendo también que los argumentos de este doctor en Filología en torno a Santo Domingo, como puse en evidencia en los enlace arriba presentados, parten de malinterpretaciones, errores y manipulación de fuentes.

6) No voy a volver sobre Santo Domingo desde el punto de vista académico, por dos razones. Una, resulta imposible realizar discusiones histórico-artísticas con quien solo se mueve por el afán de desprestigiar a otros investigadores y ha convertido la mala praxis científica en seña de identidad, utilizando con frecuencia datos sesgados e ignorando voluntariamente parte de la bibliografía, circunstancia esta última que es bien conocida por la comunidad investigadora. Dos, mis argumentos sobre Santo Domingo me parecen sólidos y de momento nada me ha hecho dudar de ellos, como sí que dudo (¡mal estaría no hacerlo!) sobre otras cosas que he publicado: arriba tienen los enlaces para quien quiera leer esos argumentos, no es necesario repetir.

7) Una vez más, lo que Borrego Soto desea es polémica, estar en el candelero y presentarse como una especie de dinamizador de la investigación en Jerez gracias a esos "grandes descubrimientos" que dice realizar ("He descubierto la primitiva localización de Jerez", "He descubierto la aljama de Sharish", "He descubierto la verdadera fecha de la Conquista", "He descubierto dónde tuvo lugar verdaderamente la Batalla del Guadalete"); descubrimientos que con frecuencia resbalan más de lo deseable. A mí me parece que la investigación histórica es algo mucho más serio.

PD. Con enorme malicia, cuando Borrego Soto escribió en su blog la entrada en que me acusaba de robarle ideas, lo hizo poniéndole como título el de mi propio artículo sobre la aljama de Jerez, confiando en que los lectores que lo buscasen fuesen a parar a su texto. Le devuelvo aquí la jugada: no se merece otra cosa.

miércoles, 29 de enero de 2025

¿Hay relación entre la arquitectura del Jerez andalusí y el gótico-mudéjar? El extraño caso de las ventanas de Santo Domingo

Me han insistido varios colegas en los últimos días para que siga escribiendo sobre temas jerezanos. La verdad es que no tengo nada nuevo previsto, salvo la profunda renovación de mi primer libro sobre la iglesia de San Dionisio: no quedé contento con la primera edición y ahora estoy preparando una sustancialmente mejorada que me gustaría viese la luz antes del verano. En cuanto a mi próximo artículo científico, tiene que ver con el gótico sevillano.

Ahora bien, hay unas reflexiones que hacen meses que me vienen rondando la cabeza y que considero interesante poner por escrito. Quiero que quede muy claro que estas no forman una teoría, y que por ende no merecen una publicación en revista científica. Simplemente forman una hipótesis de trabajo tan resbaladiza como –creo– interesante para abrir nuevas vías de investigación. También debe repararse que escribo desde la disciplina de la historia del arte, una más de las que forman parte de toda la ciencia de la investigación histórica. No debe confundirse con la arqueología. Dicho esto, vamos a ello.

Uno de los problemas que más me ha fastidiado en mi estudio de eso que llamamos el gótico-mudéjar jerezano, esto es, la explosión arquitectónica que tiene lugar en la ciudad entre las últimas décadas del Trescientos y los años sesenta de la centuria siguiente, es el remate ornamental de las ventanas de la iglesia del Real Convento de Santo Domingo. Me refiero, lógicamente, a las de los dos tercios más cercanos al altar mayor de su nave única: las del tercio que da a la calle Larga son ya del siglo XVI.

Dicho remate consiste en una doble voluta que se abre hacia el exterior hasta completar sendos círculos que rompen la continuidad de la moldura que va recorriendo el perímetro de cada ventana. Así ocurre en todas ellas, tanto al exterior como en el interior. No resulta en absoluto fácil verlo desde dentro de la iglesia: el contraluz juega en nuestra contra, también a la hora de realizar fotografías. Las que aquí adjunto no son muy buenas, pero darán al lector una idea de lo que hablo.

No he encontrado ningún referente en la arquitectura cristiana andaluza –tampoco en lo que llevo recorrido de la castellana– para semejante remate. Es exclusivo de los ventanales de este monasterio dominicano. Por eso mismo, cuando lo encontré en la puerta de la iglesia del Monasterio de La Rábida que da al exterior de la misma, pude ir tirando del hilo hasta demostrar que el templo de los franciscanos –al menos, la cabecera pétrea y la referida portada– fue realizada por maestros procedentes del taller gótico-mudéjar jerezano. Pienso que lo hicieron por mediación de Juan Alfonso de Guzmán, primer Duque de Medina Sidonia, quien “pudiera ser el responsable de poner en contacto a los frailes con el equipo que había trabajado o estaba trabajando para él en Sanlúcar de Barrameda cuando estos se encontraron en condiciones de remozar su modesta iglesia inicial”. Esa es, en cualquier caso, una historia diferente a la que ahora nos ocupa, y que el interesado puede leer en el artículo correspondiente de la revista Cartare (descarga aquí).

Lo cierto es que referente para ese remate sí que lo había. Pero no en la arquitectura cristiana española, sino en la islámica de Marruecos. Me refiero a la célebre Bab Agnaou construida por los almohades en el siglo XII en la ciudad de Marrakech (ver Wikipedia): justo el friso que la corona está diseñado mediante la repetición de un motivo serpentiforme cuyo remate no deja de recordar al de las ventanas de Santo Domingo. Dicho motivo lo describe así Dolores Villalba Sola en La senda de los Almohades (2015, p. 117): “un friso de sebka que surgen de parejas de hojas levantadas sobre una figura geométrica dentada, a partir de los cuales se levantan nuevos motivos de hojas que se enrollan y entrelazan formando los rombos. Un remate bastante sencillo si se compara con los ejemplos de Rabat (…).”


La pregunta que me hago: ¿es posible que los maestros canteros que trabajaron durante el segundo cuarto del siglo XV para la comunidad dominicana se inspirasen en una ornamentación similar que pudieran ver en la arquitectura almohade local? Quizá en algún lugar vecino al Real Convento, como puede ser en la vecina Puerta de Sevilla. ¿Qué sabemos de esta?

Conocemos bien el trazado de la muralla almohade de Jerez y la articulación de sus puertas gracias al trabajo de Rosalía González y Laureano Aguilar El sistema defensivo islámico de Jerez de la Frontera (2011), pero sobre sus motivos ornamentales tenemos pocas pistas. Los citados autores, que señalan paralelismos con la Bab Agmat de Marrakesh, que es almorávide (p. 75), afirman, basándose en un documento de 1785, que “la decoración se limitó exclusivamente a la entrada exterior, cuyas dos fachadas tenían las enjutas de los arcos adornadas con sendas figuras geométricas talladas en piedra: dos rosetas o veneras en la fachada externa (…), y en la cara interna dos hexágonos con una estrella en el centro” (p. 72; el subrayado en negrita es mío). Hay que añadir que “en la fachada exterior, sobre la clave del arco de ingreso, existió un friso monumental en relieve, mostrando inscripciones islámicas en cartelas que enmarcaban una estrella de ocho puntas” (p. 73): en el Museo Arqueológico Municipal se conservan dos sillares de la referida inscripción y estos son bien conocidos por todos los amantes del arte y la arqueología. Que en Epigrafia andalusí el arabista Borrego Soto date la inscripción en época taifa (2014, p. 38) no me parece que sea un obstáculo para mis argumentaciones ni, menos aún, para la datación de la puerta en tiempos no tan lejanos, toda vez que podemos estar ante un caso de reutilización simbólica dentro de un nuevo contexto.

Aunque lo relatado por estos autores parece descartar por completo la hipótesis que he planteado, creo que se puede relativizar la palabra que arriba subrayé: exclusivamente. La lectura del texto original de 1785 (reproducido en las páginas 72 y 73 del libro) dejan entrever el probable deterioro de la decoración cuando se realizó ese reconocimiento, circunstancia comprensible no solo por el paso de los siglos, sino también porque este acceso a la ciudad tuvo en su momento un gran pórtico renacentista bien visible en la conocida imagen de Van Wyngaerde de 1567. Mucho ojo: imaginar que la Puerta de Sevilla, por muy importante y monumental que pudiera haber sido, alcanzase la vistosidad ornamental de la Bab Agnaou marroquí –que tenía un especialísimo carácter por dar acceso a la qasba– sería puro disparate. Lo que me parece posible es que en su momento tuviera algún motivo decorativo serpentiforme relacionable con la de Marrakech que para el siglo XVIII pudo haber desaparecido, pero que en el segundo tercio del XV, cuando se levanta la iglesia, se encontraría visible y pudo servir de inspiración.

No sería el único caso de préstamo de la arquitectura islámica a la mudéjar en Jerez precisamente. Ni siquiera hay que moverse de Santo Domingo. Allá por 1996 (¡cómo pasa el tiempo!) presenté en el Congreso del CEHA en el que demostraba que la primitiva capilla mayor que utilizaron los frailes era una qubba islámica que se conservaba frente a la Puerta de Sevilla, probablemente un morabito como los muchos que “en forma de fortaleza con sus almenas” –el texto, bien conocido, es del Padre Rallón– todavía hoy se conservan en Marruecos, y de los que muchos debió de haber por la zona –repárese en el trabajo de los hermano García Lázaro sobre el tema, aquí disponible–. A aquella aportación mía, por cierto, no hicieron referencia Rosalía González y Laureano Aguilar a pesar de que quien a ustedes se dirige presentó un resumen del trabajo en Diario de Jerez.

Pues bien, en ese congreso planteé cómo dicha qubba, al dejar de ser capilla mayor y transformarse en capilla funeraria de los Meyras, debió de ser el modelo de inspiración directo de las numerosas otras qubbas de pequeño tamaño que, cuando se construyó la nueva iglesia, sirvieron de capilla funeraria a aquellas familias que quisieron emular para sus propios espacios un modelo de prestigio. Préstamo lógico y natural, por otra parte, en un contexto en el que el arte andalusí era un modelo de prestigio para las élites de la Corona de Castilla.

No sería el único préstamo en esa zona de la antigua Sharish. Los historiadores han destacado el acceso meridional a la vecina Parroquia de San Marcos: una bóveda de espejo que presenta un diseño de amplios entrelazos en su interior. En El mudéjar en Jerez (2021, pp. 78-80) ya planteé las concomitancias con la Puerta de Jerez en Tarifa –allí el entrelazo está pintado y es de escasa anchura–, añadiendo que “todo apunta a que en las diferentes puertas de la muralla de Jerez pudo haber bóvedas como la de Tarifa que pudieran haber servir de modelo.” Añado ahora una aportación que me parece significativa: la Bab al Kemish o Bāb al-Jamīs de Marrakesh, de época almohade según el especialista Antonio Almagro (leer aquí), presenta igualmente una especie de bóveda de espejo en su interior –no se conserva entrelazo pintado–, y justo delante presenta una qubba funeraria que nos ofrece una imagen no muy distinta a la que debió de presentar la Puerta de Sevilla –igualmente flanqueada por dos grandes torres– con su vecino morabito reutilizado por los dominicos. Aquí van fotos de la puerta marroquí, cuya decoración exterior lamentablemente hemos perdido.

Por otra parte, también cabe la posibilidad de que el motivo de la doble voluta estuviera no en la Puerta de Sevilla, sino en algún otro lugar igualmente cercano. ¿Recuerdan ese texto de Rallón en el que se dice que "en el mesmo sitio, donde hoy está fundado el convento, huvo una Mesquitilla, o oratorio de los moros con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes". La “mesquitilla”, ya lo hemos dicho arriba, era la qubba islámica reutilizada por los dominicos. Las “casas para sus alfaquíes” bien pudieran haber sido parte del ribat que pienso que allí pudo haber, y del que la fortificación que apareció bajo la piel del claustro tardogótico (“los claustros” según el vulgo jerezano) pudo haber sido parte fundamental. Ribat o no -me niego a entrar en estériles polémicas en las que ya me explayé en este mismo blog-, lo cierto es que donde se establecieron los dominicos hubo edificaciones andalusíes. Tal vez en algún aspecto estas pudieron servir de modelo.

Realicemos una síntesis de los principales puntos expuestos para no dar lugar a malentendidos ni a interpretaciones malintencionadas.

a) Habida cuenta de la presunta inexistencia de referentes en la arquitectura cristiana andaluza para el remate ornamental de las ventanas del sector gótico-mudéjar de la iglesia de Santo Domingo de Jerez, así como de la aparición de un motivo serpentiforme que remata de manera similar en la Bab Agnaou de Marrakech, considero plausible la hipótesis de que los maestros tomaran inspiración en la arquitectura islámica local, dentro de un contexto en el que era habitual semejante suerte de préstamo –la forma qubba o la bóveda de espejo, por ejemplo–.

b) Pienso es que es posible plantear la posibilidad de que semejante motivo pudiera tomar su inspiración en alguno de los motivos ornamentales de la hoy desaparecida Puerta de Sevilla, situada frente al cenobio.

c) En modo alguno quiero plantear que la puerta jerezana fuese parecida a la Bab Agnaou. Tal cosa parece altamente improbable. Considero que la propuesta de Rosalía González y Laureano Aguilar sobre la misma sigue siendo globalmente válida. Tan solo me abro a la hipótesis de que esta contara con más elementos decorativos que los pocos recogidos en el informe de 1785.

d) Otra posibilidad es que tal motivo ornamental se tomara de alguna de las edificaciones andalusíes que se alzaban en los extensos terrenos cedidos por Alfonso X a la comunidad dominicana.

Ni que decir tiene que puedo estar equivocado y que el motivo ornamental de la doble voluta saliera de algún otro sitio que no sabemos. Aun así, creo que la propuesta merece al menos una reflexión.

Mire ustedes, hace muchos años, Basilio Pavón planteó la teoría de que las peculiaridades del mudéjar jerezano –él hablaba concretamente de San Dionisio– quizá podrían explicarse “por la existencia en Jerez de un arte almohade un tato efectista” (1981, p. 20). Fui yo mismo quien se encargó de demostrar que no, que esa idiosincrasia correspondía más bien a un equipo de canteros que en el siglo XIV ya había practicado con originales combinaciones entre las fórmulas del gótico castellano que había llegado con la conquista y la tradición local, si bien sería en nuestra ciudad en la que los herederos de aquel primer equipo van a desarrollar las combinaciones más vistosas y –llamémosle así– “manieristas”. Mi colega José María Guerrero Vega, con toda la razón del mundo, ha apuntado en su tesis doctoral que también hay que mirar hacia el Reino de Granada. Hoy, sin embargo, creo que la hipótesis de Basilio Pavón no debería caer totalmente en saco roto. Hay cosas que sí se podrían explicar desde la tradición local que pudo servir de inspiración. Si logramos detectar esas cosas no solo comprenderemos mejor la naturaleza de nuestro gótico-mudéjar, sino que podremos poner algunas pequeñas piezas en la reconstrucción visual de lo que fue la arquitectura de Sharis.