Organiza el doctor Javier E. Jiménez López de Eguileta un Curso
de Historia, Arte y Patrimonio de la Diócesis de Asidonia-Jerez. Los
historiadores del arte o personas relacionadas con esta disciplina congregadas
son –por orden alfabético– Fernando Aroca, Gonzalo Castro, David Caramazana, José
María Guerrero, José Manuel Moreno Arana, Pablo J. Pomar, Álvaro Recio, Manuel
Romero Bejarano, Antonio Romero y Antonio de la Rosa. En
este enlace pueden consultar el programa.
¿Se han dado cuenta? Están casi todos, con la excepción de
Esperanza de los Ríos y Antonio Aguayo, que algo –o mucho– han aportado sobre
el patrimonio artístico religioso de Jerez. Y también falto yo, pese a que el
mudéjar se incluye en la programación.
Entiendo que serias divergencias políticas e ideológicas nos
separan a Javier Jiménez y a mí, profundamente apartado como estoy de todo lo
que signifique nacional-catolicismo, pero también entiendo que su deber es
ofrecer a los asistentes un panorama completo y equilibrado de las aportaciones
historiográficas más significativas de las últimas décadas, y hacerlo precisamente
con la presencia de las personas que han realizado las mismas. Parece que eso
le importa un pimiento, no sé muy bien si de piquillo, morrón o de padrón.
Es lo mismo, justo lo mismo que pasó con el Congreso
Jerez, 1264, cuya sección de arte organizara en su momento Manuel Romero
Bejarano. Ya ven que la vida sigue igual, al menos en Jerez. Por mi parte, otro
palo recibido. El penúltimo fue el que denuncié en este mismo blog: Miguel
Ángel Borrego Soto me plagia en su reciente artículo sobre la aljama de Jerez,
y tiene hasta el descaro de afirmar que yo no manejo la documentación cuyo
análisis por mí realizado él copia, aunque –con toda la malévola intención– de
manera parcial para salirse con la suya en lo que a las dimensiones del
edificio se refiere. Aquí
pueden leer mi pormenorizado análisis de nuestros respectivos textos para
verificar que digo toda la verdad.
En fin, sé que escribir aquí estas cosas no arregla nada en
el presente, pero al menos servirá a las generaciones futuras para hacer
historia de la historiografía. Igual que Javier Jiménez o yo mismo hemos
estudiado, por ejemplo, qué pasó entre Hipólito Sancho o Manuel Esteve, dentro
de cincuenta o cien años otros contarán con testimonios de por qué en el primer
cuarto del siglo XXI ocurrió lo que ocurrió. Y quiénes fueron los responsables.
PS. Matricularse en el curso cuesta 1.790 euros. Dicho de otra manera, si quieres aspirar a ser guía turístico de las iglesias de Jerez, tienes que pasar por caja. Negocio monumental el del señor Obispo, como en el fondo probablemente lo sea la apertura de los edificios a los turistas para "cristianizarlos". Supongo que al menos los profesores participantes en el curso cobrarán bien cobrado.
Agradecimiento a Paco Jordi Páez, que es
quien me ha animado a rescatar estas reflexiones que tenía guardadas en un
cajón.
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Quede la persona que lee advertida desde el primer
momento: el texto que viene a continuación no es un artículo para publicar en
una revista científica, ni en él va a encontrar novedad alguna con respecto a lo
ya sabido sobre el tema en cuestión: cómo eran las mezquitas “de barrio” de
Jerez de la Frontera en época islámica. De ellas nos han llegado testimonios tan
escasos y fragmentarios que resultan de todo punto insuficientes para extraer ideas
generales sobre lo que fueron aquellos edificios. Lo que sí podemos hacer es realizar
una serie de reflexiones que, teniendo en cuenta los referentes andalusíes con
los que contamos y procurando diluir algunos tópicos que probablemente rondan
en nuestra imaginación, nos lleven a esbozar algunas ideas que nos aproximen a una
realidad que nunca conoceremos bien. La investigación sobre historia del arte
no puede limitarse a esperar descubrimientos arqueológicos o hallazgos
documentales: en el caso del arte hispanomusulmán, eso es casi quedarnos con
los brazos cruzados, porque documentación hay escasísima, y las excavaciones se
emprenden cuando hay medios y oportunidad para ello. A veces enfrentarnos a
ideas preconcebidas, hacer preguntas y despertar inquietudes puede ser una
manera de abrir puertas. Pero insistimos: quien espere grandes novedades o hallazgos
espectaculares, aquí no encontrará lo que desea.
Cuántas (eran), dónde (se encontraban), cuándo (se
levantaron) y cómo (eran sus formas). Esas son las preguntas que hemos de
realizarnos sobre las referidas mezquitas. Con respecto a la cantidad, el
asunto es fácil: el Libro del Repartimiento mediante el cual los cristianos
distribuyeron los inmuebles de la ciudad entre los nuevos pobladores –manejamos
la edición realizada por González Jiménez y González Gómez en 1980– da
constancia de un total de dieciocho: una en la collación de San Mateo, ninguna
en la de San Marcos, cuatro en la de San Lucas, dos en la de San Juan, cuatro
en la de San Dionisio, ninguna en la judería y nada menos que siete en la de
San Salvador, más extensa que las demás al extenderse hasta la Puerta de Rota,
cerca de la actual Picadueña. Esta cifra no implica que no hubiera otros
espacios dedicados a la oración de tamaño muy reducido: las que recoge el
citado libro son aquellas que tenían entidad suficiente como para ser digas de
reseñar a la hora del reparto. Tampoco eso quiere decir que aquellas de las que
se dejó constancia alcanzaran importantes dimensiones: en un artículo para la
revista Trocadero (descarga
aquí) ya expuse las dimensiones moderadas de la mezquita que funcionaba
como aljama cuando llegaron los castellanos, quienes la transformaron
inmediatamente en Colegial. Las más relevantes desde el punto de vista edilicio
–entendemos que no incluidas en el reparto– terminarían convirtiéndose en
iglesias, y el resto conocería destinos de lo más variado.
Imagen de Manuel González Jiménez y Antonio González Gómez, de su edición del Libro del Repartimiento de Jerez de la Frontera (1980)
El dónde ya lo hemos respondido a medias. Muchas en
la mitad sur de la ciudad y en el centro geográfico, bastante menos en el
resto. La información por collaciones que antes recogimos nos hace plantearnos
algunas preguntas sobre el origen y el desarrollo de Sharis. ¿Hubo un solo
núcleo a partir del cual se fue extendiendo la urbe, o por el contrario fueron
varios? ¿Es casualidad que coincida la mayor abundancia de mezquitas en las
collaciones de San Salvador y San Dionisio con esos dos núcleos de los que hablaba
la hipótesis del padre Repetto, el primero como primitivo centro de la ciudad y
el segundo como arrabal que luego adquiriese entidad propia? Relaciónese esto
con la cerámica verde y manganeso que fue propia de los siglos X y XI: la Plaza
de Belén coincide con la collación de San Salvador –no con la de San Lucas, que
era minúscula–; y la zona de El Carmen –los testimonios cerámicos se
encontraron en la Calle Castellanos– lo hace con la de San Dionisio. Las dos,
por cierto, extendiéndose por la elevación de terreno que se sitúa al oeste de
la zona llana recorrida por un curso de agua que hoy conocemos como “el
arroyo”. La mezquita aljama cuyo patio ha aparecido en la Casa del Abad se situaría
en la elevación oriental, cerca del alcázar. Si aceptamos que esa fue siempre
la mezquita mayor –teoría con la que estamos de acuerdo, sin por ello mostrar
desprecio por la plausible hipótesis de que estuviera inicialmente en
San Dionisio–, quedaría explicada su situación excéntrica con respeto al
recinto urbano que conocieron los cristianos.
Lo que sí parece claro, y con esto respondemos al
cuándo, es que no pocas de esas mezquitas serían anteriores a los almohades. Si
Sharis ya era un núcleo urbano de cierta entidad –que no una urbe importantísima,
como pretenden algunos– dos siglos antes de que llegaran los unitarios, es de
suponer que ya habría una apreciable cantidad de edificios disponibles para el
rezo a lo largo y ancho de la ciudad, sin menoscabo de que se pudieran levantar
otros en las zonas englobadas por la nueva cerca. Adiós, por tanto, a esa
ciudad llena de edificios de blanco inmaculado, con arcos de herradura apuntada
sobre pilares de ladrillo y muy sobria decoración geométrica que algunos han
imaginado pensando en la mudéjar Ermita de la Ina –junto al río Guadalete–, tal
vez en la igualmente mudéjar Iglesia de Nuestra Señora del Castillo en Lebrija y, sobre todo, en
la gran aljama almohade de Sevilla, de la que nos quedan como testigos dos
pandas del patio y la emblemática Giralda. Recuérdese cómo el profesor Rafael Cómez
llegó a proponer erróneamente que así eran las formas primitivas del oratorio
del alcázar jerezano –remitimos al referido artículo de la revista Trocadero–.
Pensemos mejor en una Sharis con mezquitas que se irían realizando de manera
escalonada, que responderían tanto a las circunstancias particulares de la urbe
como a la evolución de las formas artísticas en Al-Ándalus y que, por ende,
presentarían formas arquitectónicas y ornamentales de apreciable variedad. Con
ello llegamos a la última pregunta: ¿cómo eran?
Lebrija. Iglesia de Nuestra Señora del Castillo.
Aquí nos encontramos con el prejuicio que supone
tener impresa en la mente una imagen tópica de lo que es una mezquita: una sala
de oración (haram) de planta rectangular con techo de madera soportado por
columnas o pilares, un muro de la quibla que marca la dirección del rezo, un
nicho del mihrab ricamente ornamentado señalando el lugar en que se hubiera
situado el Profeta, varias puertas laterales, un patio (sahn) de la misma
anchura de la sala de oración comunicado con esta a través de una amplia serie
de vanos, galerías perimetrales en el patio (saquifas), una fuente de
abluciones, un alminar para llamar a la oración… También tenemos muy fijada la
idea de que el ladrillo y la madera son los materiales fundamentales. Pero en
realidad, sala de oración, quibla y un mihrab que puede ser extremadamente
sencillo son los únicos elementos imprescindibles. Las formas pueden variar
sustancialmente en función de dos elementos tan básicos en la arquitectura como
son la tradición local y los materiales disponibles, por no hablar de las
particularidades que implican los recursos económicos facilitados por los
promotores, la mano de obra y los destinatarios de cada edificio. Todo ello se
encuentra expuesto de manera admirable por Susana Calvo Capilla en su monumental
trabajo sobre las mezquitas de Al-Ándalus publicado en 2014.
Obviamente de arte islámico hablamos, y ahí estarán
más o menos presentes los elementos definitorios de esa civilización. Pero al
igual que en el medioevo cristiano encontraremos formas distintas para un
templo de culto católico, la tipología de la mezquita encontrará diversidad en
sus formas.
La profesora Calvo nos advierte que de los elementos
que se presuponen propios de una mezquita, que son los arriba enumerados, no
eran todos ellos imprescindibles para configurar un espacio de rezo. Lo único
esencial era la sala de oración con, eso sí, un muro de la quibla que señalase
la dirección del rezo y su correspondiente mihrab. Incluso podía prescindirse
de portadas más o menos monumentales a la vía pública: a algunas se accedía a
través de viviendas. Algunas o muchas de las mezquitas menores de Sharis
estarían reducidas a lo esencial, así que no imaginemos una ciudad con
numerosos patios llenos de naranjos y cuajada de torres rompiendo la línea de
horizonte.
Sobre las ideas preconcebidas que tenemos que
revisar para aproximarnos a la realidad andalusí nos advierte José Ruiz Mata
cuando afirma en Al Ándalus, la historia que no nos contaron que “Se
asume con demasiada facilidad que Alándalus fue como es hoy cualquier país
musulmán que conocemos, o creemos conocer, con sus chilabas, barbas, velo,
artesanía, jaimas, zonas áridas”. Se refiere de manera indisimulada a Jerez de
la Frontera cuando continúa diciendo que “hemos visitado el alcázar de una
población andaluza en el que se exponen una maqueta de la ciudad de la época
andalusí; mucho se asemeja a una población del desierto, con palmeras y
arenales. O el clima ha cambiado mucho, que no lo creemos, o la maqueta es
reflejo de la percepción que su autor tenía de Alándalus: como esa ciudad, en
esa época, era musulmana, pues estaría en el desierto”.
Es el momento de lanzar al aire algunas ideas.
Aceptando que la ciudad poseía cierta entidad mucho antes de la invasión de los
unitarios, es de suponer que la mayoría se debieron de edificar en época tardocalifal,
taifa o almorávide. Arte este último, por cierto, todavía vinculado a las
formas andalusíes de décadas atrás, aun con alguna aportación aislada –el
mocárabe– que tendrá relevancia en el futuro. El corte radical con la tradición
arquitectónica anterior llegará con los almohades, un momento en el que unas
cuantas mezquitas de Sharis ya llevaban tiempo en pie.
Mezquita de Almonaster la Real.
A tenor de lo expuesto, todo apunta a que el soporte
más habitual en las primeras mezquitas de Sharis no fue el pilar de ladrillo
que se institucionalizó en época almohade, sino más bien la columna, común en
los primeros siglos de Al-Ándalus. Añadiremos más: columnas y capiteles de
acarreo bastante heterogéneos entre sí podían ser el recurso habitual, como lo
fueron en las dos primeras fases de la sala de oración de la aljama cordobesa –Abderramán
I y Abderramán II, respectivamente–, en la mezquita hispalense de Ibd Adabbas –primitiva
aljama hoy desaparecida, situada donde hoy se alza la Colegiata de El Salvador–
o en la de Almonaster la Real (Huelva). Esta última ha sido considerada por
Alfonso Jiménez como buen representante de “las características genéricas de
los oratorios de las poblaciones del segundo escalón administrativo, nivel que
acreditan sus cinco naves”; mismo número que la aljama de Jerez, por cierto.
También podemos citar el caso de la Ermita de la
Virgen de Gracia en Archidona, aunque mucho más cerca nos queda la mezquita
califal de Al-Qanatir, que ya con el Rey Sabio serviría de base al Castillo de
San Marcos en El Puerto de Santa María. Los fustes de columnas y capiteles que
fueron reutilizados en El Divino Salvador de Vejer de la Frontera nos hablan
igualmente de la columna como soporte predilecto. No son menos elocuentes los
dos fustes que hoy se encuentran incrustados en la fachada occidental de la
parroquia de San Lucas de Jerez o las que se han localizado en la Casa del
Abad, aunque también sea cierto que nada demuestra que unas y otras procedan de
sus respectivas mezquitas.
Vejer de la Frontera, El Divino Salvador. Material de acarreo.
Hay que plantearse si, como ocurre en Al-Qanatir,
algunas o muchas de esas piezas eran material de acarreo tomados de obras del
periodo romano y visigodo. Jesús Caballero ha dado buena cuenta de las
numerosas columnas antiguas que todavía pueden distinguirse en diferentes
puntos del casco urbano. ¿Es posible que los habitantes de Sharis las
utilizasen en sus mezquitas, y que cuando los cristianos hacen desaparecer
estas los materiales pasasen a ocupar un nuevo destino? Proponemos una
respuesta afirmativa, siempre y cuando no creamos que todas las mezquitas de
Jerez estaban llenas de columnas romanas. Quizá esa reutilización tuvo lugar,
sobre todo, en las mezquitas más antiguas, cuando había más material
disponible. Y también cuando había mayor interés por subrayar los vínculos con
el pasado.
En este sentido, importantes historiadores han
subrayado que las referencias que la arquitectura de época emiral y califal
apuntan hacia el mundo clásico van más allá de la supervivencia inercial de
determinados modelos, o de la herencia que el islam recibe de ese fascinante
mundo que fue la antigüedad tardía. En algunos casos, y la aljama de Córdoba es
el más notorio de ellos, se percibe una voluntad expresa de reafirmar el poder
mediante la alusión a modelos de prestigio de los que la autoridad vigente, de
una manera u otra, se considera heredera. No es casual que en las mismas fechas
que Abderramán II realiza la primera ampliación de la aljama de Córdoba, el
mismísimo Carlomagno, que es no solo Emperador, sino Emperador Romano, levante
en su capital Aquisgrán una espléndida capilla palatina (796-805) de estructura
que alude al mundo bizantino de Rávena, dovelas que se alternan en su bicromía
y ricos mosaicos de fondo dorado como los que más tarde Al-Hakem II recibirá
desde Constantinopla para su nuevo mihrab. Ambos mundos, el carolingio y el
cordobés, se están mirando en el espejo de la civilización más desarrollada y
poderosa que hasta entonces había existido: la romana. No es muy distinto de lo
Ramiro I de Asturias (842-850) hace, con medios mucho más modestos, en el
conjunto palatino del Naranco que se asoma a Oviedo: Roma y Bizancio no solo
son referentes de prestigio, sino también una manera de explicitar una herencia
de la Hispania visigoda que haría legítimo el poder del monarca.
Aquisgrán. Capilla palatina.
Recordemos igualmente que la tipología del arco de
herradura es herencia del mundo hispano de tiempos de la dominación visigoda,
al igual que la mayoría de los elementos formales de los primeros siglos del
arte del islam proceden de las tradiciones propias de los territorios en los
que esta civilización se va extendiendo, que no son otros que los del
desaparecido Imperio Romano de Occidente y los del por entones aún vigente,
bajo el nombre de Bizantino, Imperio Romano de Oriente. Lo tardoantiguo –conviene
puntualizar: la antigüedad tardía cristiana en las diferentes modalidades de
esta religión– va a ser fundamental en la cristalización de la civilización
islámica.
Aprovechamos para apuntar como ese gran especialista
en música y liturgia anteriores a la reforma mal llamada gregoriana que es
Marcel Pérès nos aseguraba en una entrevista que todas sus investigaciones
apuntan a que cuando los musulmanes llegaron a la Península no ornamentaban
melismáticamente su música. Empezaron a hacerlo a partir del contacto con la
liturgia del conocido como “rito mozárabe”, que no es sino el hispano de época
visigoda: ese subir y bajar de la línea melódica sobre una misma sílaba que enseguida
asociamos con nuestro pasado andalusí sería, en realidad, una herencia lo que
se cantaba en las iglesias hispanas. Recomendamos vivamente al interesado
escuchar el último disco de Pérès al frente de su Ensemble Organum, In Memoria
Eterna (Harmonia Mundi, 2021) y leer sus notas. Podrá comprobar cómo el canto
samaa de Marruecos como la música “mozárabe” del siglo XV –la trascrita a la
notación gregoriana gracias a la iniciativa del Cardenal Cisneros– beben de una
fuente común.
Todo esto, tomado en su globalidad, señala en una
misma dirección. Tanto si se admite la controvertida teoría de que la
civilización andalusí es una evolución de la Hispania previa al 711 a partir de
estímulos procedentes del otro lado del Estrecho, como si se asume que se trata
más bien de un fenómeno que parte de la imposición de una política, de unos
modos de vida y de unos esquemas culturales llegados de Oriente, parece claro
que la cultura de los primeros siglos del islam posee una enorme deuda con las
experiencias previas. Y lo hace hasta el punto de que a veces resulta difícil
distinguir donde termina lo tardoantiguo y donde comienza lo islámico. También
en Jerez. Igual que resulta un grave error imaginar un Sharis parecido a los
que nos trasmiten las pinturas románticas sobre las ciudades norteafricanas en
el siglo XIX, es equivocado imaginar sus mezquitas con formas que asociamos
habitualmente a lo magrebí.
En lo que a los arcos se refiere –cerramos ya estas
digresiones y volvemos a lo nuestro–, enseguida nos viene a la mente la imagen
de arquerías con dovelas que alternaban colores a la manera de la aljama
cordobesa. No vamos a negar tal posibilidad, pero hay muchas más variables.
Recordemos lo que escribía Leopoldo Torres Balbás sobre el oratorio del
Castillo de San Marcos. “Los arcos, no enjarjados, tienen diferentes formas:
los hay semicirculares y con bastante peralte; otros son ligeramente apuntados
y los transversales de la nave mayor dibujan una herradura muy poco acusada”.
El sabio madrileño se refería, por descontado, a las arquerías de la obra
realizada por el maestro Alí para Alfonso X a partir de la mezquita
preexistente, pero tampoco queda muy claro cómo eran los originales.
Restos de mezquita en el Castillo de San Marcos, El Puerto de Santa María.
Sobre la distribución de las arquerías en la sala de
oración caben dos posibilidades: naves paralelas a la quibla a la manera de la
gran aljama de Damasco o naves perpendiculares a la quibla como la mezquita
Al-Aqsa de Jerusalén. Por no salirnos de los ejemplos cercanos de época
prealmohade antes citados, Ibd Adabbas en Sevilla, la gran aljama de Córdoba,
la mezquita de Medina Azahara y la de Al-Qanatir (El Puerto) se articulaban con
arcadas perpendiculares al muro del fondo, siguiendo un esquema semejante al de
las iglesias cristianas. Es probable que ocurriera lo mismo en las mezquitas de
Sharish, aunque lo cierto es que la única conservada en su integridad, el
pequeño oratorio del alcázar, nada tiene que ver con este esquema, porque
consiste en un amplio espacio de planta cuadrada sin compartimentar cubierto
con bóveda esquifada. Y aunque un oratorio privado pensado para la guarnición
residente en el recinto militar no puede tomarse como referente para los
espacios de rezo ciudadanos, tampoco podemos descartar que hubiese en Jerez
otros ejemplos que respondiesen a la misma tipología, que no es otra que la de esa
forma qubba que alcanzará cierta relevancia en la ciudad como espacio
funerario estéticamente mudéjar de la nobleza medieval.
Sobre los patios tampoco podemos decir mucho. En el artículo
de Trocadero ya intentamos analizar las dos crujías que han aparecido en lo que
fue la aljama. El del oratorio del alcázar, muy intervenido en el siglo pasado,
sorprende por su forma tradicional adosada a una estructura menos convencional:
la crujía más larga se estructura de manera tripartita como si diera paso a una
sala de oración de tres naves, pero en realidad accede a un espacio unitario y
centralizado.
No todos los patios tenían que estar más o menos
proporcionados con la sala de oración. Las circunstancias de la orografía
pudieron ser determinantes, como en el caso de Almonaster la Real, que presenta
un diminuto sahn situado en un lateral del lado norte. En cualquier caso, y aceptando
que las parroquias medievales se situaron donde previamente se alzaban
mezquitas, la superficie de las iglesias parece indicarnos que los patios no
debieron de tener mucha profundidad.
El alminar es un elemento icónico de la arquitectura
musulmana, pero su existencia no es imprescindible cuando de mezquitas menores
y de barrio se trata. Hemos conservado la mitad inferior de la del oratorio del
alcázar, que sí estaba obligado a tener torre por su condición de aljama para
los habitantes del recinto. El recrecimiento realizado en intervenciones del
pasado siglo apostó decididamente hacia el mundo almohade, al que sin duda mira
la ventana original conservada, pero lo que aquí nos interesa es otra
circunstancia: siendo la mayor parte del alminar de ladrillo, su base es
pétrea. Susana Calvo nos recuerda la importancia de los alminares en el mundo
de los unitarios –mucho más que en el almorávide– y señala las concomitancias
de las bóvedas de esta torre jerezana con la de San Pedro de Sanlúcar la Mayor,
datada entre los siglos XII y XIII.
Van den Wyngaerde, 1567. San Lucas (delante) y San Mateo (detrás).
No sabemos cómo fueron los alminares de aquellas
mezquitas de barrio jerezanas que tuvieran uno. Se ha dicho que fueron
automáticamente convertidos en torres parroquiales, pero lo cierto es que el
testimonio gráfico de Anton van den Wyngaerde de 1567 solo nos deja constancia
de la existencia de dos, aparte de la de la Colegial: la poligonal de San
Mateo, que desapareció en el siglo XVIII, y una muy robusta en San Lucas de la
que nada sabemos. En Sevilla está el caso emblemático de la Giralda, pero no hay
ni un solo testimonio de alminar de mezquita de barrio convertido en campanario
cristiano: si hasta hace poco se pensaba que la base de la torre de Santa
Catalina era de tiempos andalusíes, los recientes análisis arqueológicos
demuestran que toda ella es mudéjar, como lo son esas otras torres –Santa
Marina, Omnium Sanctorum, Santa Lucía– que quieren rememorar a la Giralda. En
Córdoba se conservan alminares en las parroquias de Santiago y San Lorenzo, más
el que perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén.
En definitiva: parece probable que en Sharis hubiera
otros alminares aparte del de la aljama, toda vez que en una ciudad tan extensa
la llamada del almuédano desde la zona de la actual catedral difícilmente
podría ser percibida, pero de ahí a pensar en un entramado urbano lleno de
torres, y en parroquias cristianas todas y cada una de ellas con su alminar
reconvertido, hay una distancia considerable.
San Lucas. Sillar con ataurique en su antigua ubicación taponando una ventana medieval de la capilla mayor.
Los motivos ornamentales son un misterio, aunque
aquí sí hemos conservado piezas que arrojan algunas pistas. Una de ellas
procede de la iglesia de San Lucas, donde se encontraba tapiando –probablemente
desde la reforma dieciochesca– uno de los vanos de la primitiva capilla mayor
medieval. Solo era visible desde el interior de la escalera que desde la
cabecera de la nave del Evangelio accede a las cubiertas, pero actualmente se
conserva en la Exposición Permanente de la Santa Iglesia Catedral. Consiste en
un bloque de piedra en el que se conserva la talla de un fragmento de ataurique
–decoración vegetal estilizada– que la primera persona que analizó la pieza, un
todavía joven Diego Angulo Iñiguez, consideró mudéjar y vinculó con San
Dionisio. Hoy nos parece islámico y procedente de la mezquita que aquí debió de
existir. De él hablamos en el catálogo de la exposición Limes Fidei. El
tratamiento en dos diferentes planos de profundidad de una serie de motivos
curvilíneos que van variando su anchura apuntan hacia la época almohade: el
alejamiento de las formas aún vinculadas al pasado tardoantiguo en busca de la
estilización parece evidente. ¿Era la mezquita aquí situada de época de los
unitarios, o esta pieza procede de una remodelación? Sea como fuere, lo
relevante es su carácter de testimonio del uso de material pétreo. El oratorio
del alcázar y los restos del patio de la aljama no nos permiten dudar que el
ladrillo se usó con profusión, pero parece que la piedra fue también parte
integrante de la arquitectura, y no solo para las partes de la estructura que
necesitaban una mayor robustez, sino también para tallar –como es el caso– esquemas
decorativos. La tradición se prolongará en la época del mudejarismo
arquitectónico jerezano.
Muchas más dudas plantea una pieza que parece
proceder de San Dionisio y se expone en la última planta del Museo Arqueológico
Municipal. Se trata de un fragmento de yesería con ataurique –decoración
vegetal estilizada, propia del arte islámico– y epigrafía, con algunos restos
de color rojo y azul. Se ha especulado con que debió de formar parte del marco
de una puerta. En su completo estudio Inscripciones árabes de Jerez de la
Frontera, Miguel Ángel Borrego Soto situó su realización en el momento
inmediatamente anterior a la llegada de los cristianos, bien en los tiempos de
Ibn Abi Jalid –el que los cristianos conocieron como Aben
Abit–, bien en los escasos años en los
que Sharis estuvo integrado en el reino de Granada, entre 1264 y 1267. Sin
embargo, un análisis particularmente minucioso de su caligrafía le permitió al
mismo investigador hace tan solo unos meses clasificarlo como mudéjar y datarlo
entre mediados del XIV y principios del XV (descargar análisis aquí). Nos deja
así sin lo que hubiera sido el único testimonio del uso en las mezquitas
jerezanas del yeso, un material barato y fácil de trabajar que, en cualquier
caso, debió de ser ampliamente usado en el último siglo de Sharis tanto en los
nuevos edificios que pudieran levantarse como en el arreglo de los que estaban
erigidos con anterioridad.
También parece que debemos descartar como islámico
el bloque de piedra que, procedente asimismo de San Dionisio, se conserva hoy
en el Museo Arqueológico Municipal. Basilio Pavón lo puso en relación directa
con las metopas del alero de San Dionisio. Efectivamente, es muy similar a uno
de los dos modelos de los espacios entre canecillos de la iglesia dedicada al
Santo Patrón de la ciudad. La altura a la que se encuentran situadas las
metopas de San Dionisio nos impidió en su momento realizar mediciones, pero el
arquitecto Miguel Ángel López Barba nos ha hecho un favor de tomarlas en su aún
reciente intervención: mismas dimensiones que la pieza del museo. Mudéjar, por
tanto.
Nos toca repasar las otras parroquias para ver si
hay algún presunto resto de mezquita a tener en cuenta. En San Mateo, edificio
de complejísima lectura, José María Guerrero Vega ha interpretado el grosor de
los muros de la zona donde se alza la Capilla Villacreces –lado derecho– como
posible indicio de la reutilización parcial del muro de la quibla. En San Marcos
no se conserva un solo resto susceptible de ser interpretado como testimonio de
la mezquita. Sí volvemos a San Lucas, además del fragmento de ataurique tallado
en piedra del que dijimos algo con anterioridad, nos atrevemos a sugerir que
las dos columnas hoy colocadas a ambos lados de la portada principal pudieron
haber formado parte del sistema de soportes.
Jerez, San Lucas. Portada occidental. A los lados, columnas de acarreo.
Y llegamos a San Juan de los Caballeros. Ahí tenemos
un par de lienzos murales de ladrillo en los que tenemos que reparar. El
primero de ellos es viejo conocido, porque desde Angulo toda la historiografía
ha advertido de su presencia pese a que solo puede ser visto accediendo a las
cubiertas de las capillas del flanco meridional. Se encuentra justo encima de
la capilla Zarzana –en la que hoy recibe culto la Dolorosa de la Hermandad de
la Vera+Cruz–, integrada en la obra tardogótica del sector central del templo y
amputado por el techo de la capilla. Su singularidad reside en que presenta un
arco lobulado enmarcado por alfiz, apuntando de manera clara hacia la
arquitectura almohade: las similitudes con la ventana del alminar del oratorio
del alcázar son evidentes. El del lado izquierdo ha aparecido gracias
a las encomiables obras emprendidas por la Hermandad de la Vera+Cruz, en cuyas
estancias hoy se encuentra. No es gemelo al anterior, pero sí que sigue un
esquema parecido. El hecho de que la parte inferior del muro sea de cantería
resulta altamente llamativo.
San Juan de los Caballeros. Lienzo mural en las dependencias de la Hermandad de la Vera+Cruz (lado norte del templo).
Los
investigadores hemos barajado dos posibilidades: bien nos encontramos ante restos de
la mezquita previa, o bien corresponden a una arquitectura mudéjar distinta a
la que estamos acostumbrados a ver en Jerez. En la actualidad, el conjunto de
San Juan se encuentra siendo estudiado por el arquitecto
Manuel Barroso Becerra, quien aun partiendo de la hipótesis de que estos
lienzos murales corresponden al oratorio musulmán, ha verificado –ha tenido la gentileza de comunicárnoslo
verbalmente– que sigue siendo necesaria una intervención arqueológica
para confirmar o desmentir el aserto.
Sea como fuere, lo cierto es que se aprecia una
considerable distancia entre los arcos lobulados con alfiz de los citados muros
de San Juan de los Caballeros o el de la torre del oratorio del alcázar, con
respecto al refinado ataurique pétreo encontrada en San Lucas. La variedad ornamental
debió de ser considerable. Ahora bien, la hipótesis de Basilio Pavón de que en
la ciudad hubo una arquitectura almohade particularmente efectista en su
ornamentación, y que esta fue la que influyó siglos más tarde en un mudéjar
particularmente imaginativo, resulta indemostrable. Sobre
el muro del lado norte algo más dijimos en el artículo para Trocadero.
San Juan de los Caballeros. Lienzo mural en el exterior del flanco sur.
Un último aspecto sobre el que nos detenernos es el
de la orientación geográfica de los edificios. Bien sabido es que la gran
mayoría de las mezquitas andalusíes no se encuentran correctamente orientadas
hacia La Meca, sino más hacia el
sur. Y no se trata de un error transmitido inercialmente de manera secular,
porque cuando los andalusíes quisieron –caso de la mezquita de Medina Azahara, o de ciertos oratorios palatinos–
no encontraron particulares problemas para orientar el correspondiente muro de
la quibla con suficiente corrección. Todas estas circunstancias las expuso
Alfonso Jiménez Martín en su trabajo acerca de esta problemática, y más tarde
fueron sesudamente analizadas con enorme amplitud por Mónica Rius.
Nos gustaría esbozar algunas vías de investigación
en torno a lo que pudo pasar con las mezquitas jerezanas, aceptando la
tradición de que las parroquias instituidas tras la conquista castellana por el
Rey Sabio se sirvieron de mezquitas cristianizadas, y por ende de que el muro
del lado de la Epístola –lado derecho– de las iglesias se corresponde en su
orientación con la quibla. Mientras aguardamos –con no poca impaciencia– las
mediciones y análisis que con enorme rigor está realizando Manuel Barroso, por
nuestra parte hemos sido capaces de distinguir dos grupos bien diferenciados.
Por un lado, estarían las mezquitas sobre las que se levantaron San Mateo, San
Lucas y San Juan de los Caballeros, cuyas quiblas tendrían exactamente la misma
orientación: unos 132 grados. Es decir, más o menos en la media de las
mezquitas andalusíes en general. Por otro estarían las de San Dionisio y San
Marcos, que apuntarían bastante más hacia el sur: aproximadamente 163 grados,
muy cerca de los 161 que Alfonso Jiménez ha medido para el único mihrab que
conservamos en Jerez: Santa María del Alcázar. Según Borrego Soto, Gutiérrez
López y López Barba (leer
aquí), la aljama situada junto a la actual Catedral tenía una orientación
de 135 grados, casi idéntica a la de las tres iglesias citadas en primer lugar.
Aunque estos valores no nos permiten apuntar hacia
una cronología aproximada, porque las variaciones en la orientación de las
mezquitas andalusíes son constantes, la distribución en esos dos grupos sí que parece
confirmar la identidad propia del núcleo urbano en torno a la Plaza Plateros,
bien porque Sharis fuera creciendo desde núcleos diferentes, bien porque el
epicentro de la ciudad se fuese desplazando con el paso de los siglos y el
sucederse de distintas fases de Al-Ándalus. Es uno de los asuntos más
interesantes de los muchos que aún quedan por resolverse en torno al Jerez
andalusí.
Tras la anterior entrada, seguimos
analizando el nuevo artículo de Miguel Ángel Borrego Soto (et alii) en
referencia a los restos de la mezquita aljama de Jerez (leer aquí). Es perder el tiempo
discutir con quien acostumbra a realizar prácticas poco ortodoxas en la investigación, pero
las presentes líneas no son para establecer un debate científico: insisto en
que esto resulta imposible hacerlo con quien no sigue semejante método.
Este
texto es para hacer llegar a las personas que accedan a él que en el referido
artículo se afirma repetidamente QUE HE ESCRITO COSAS QUE NO HE ESCRITO, y al
mismo tiempo que NO HE ESCRITO COSAS QUE SÍ HE ESCRITO. Vamos, que mi artículo
sobre el mismo tema contra el cual el del doctor Borrego va dirigido ha sido
manipulado sin rubor. Y no solo manipulado: como veremos, también parcialmente…
utilizado como inspiración. Continuamos por donde lo dejé en la entrada
anterior. Punto 2, “La Casa del Abad: evidencias arquitectónicas y
documentales” (para intentar hacer esta entrada inteligible, todos los textos de Borrego Soto irán en color morado).
Los
dos primeros párrafos son una contextualización, incluyendo la bibliografía
pertinente. Me llama la atención que incluya el texto de Javier Jiménez y Pablo
Pomar: a mí me parece imprescindible, pero a él le llegué a leer en un grupo de
WhatsApp al que pertenecí que no aportaba absolutamente nada. Me alegra que
haya cambiado de idea.
Seguidamente
viene una aportación relevante: “A estos testimonios se suma la precisa
orientación del edificio hacia el sudeste (135º)”. Yo hice en su momento la
medición, pero nada dije de ella en mi texto. Por tanto, mérito de Borrego y de
los otros firmantes. Que a mí me saliera una medición algo distinta no me
parece relevante, porque mis métodos fueron precarios: justo por eso no escribí
nada al respecto. Entiendo que López Barba y Gutiérrez López, coautores del
texto, lo han hecho mejor que yo. Más me inquieta la siguiente afirmación de
Borrego:
(Orientación) similar a los 139º de la
cercana mezquita del siglo X de al-Qanāṭir (El Puerto de Santa
María), una qibla cuya tendencia en al-Andalus abarcó los
siglos IX al XIV y que fue mayoritaria en el XI, pero de la que curiosamente no
se conocen ejemplos de los siglos VIII y XII.
Para
realizar semejante afirmación se basa en el trabajo de Mónica Rius, que a su
vez toma las mediciones realizadas hace décadas por Alfonso Jiménez. Pues bien,
la autora enumera con esa orientación tres mezquitas del siglo IX, dos del X
(entre ellas la citada de El Puerto), cuatro del XI, dos del XIII y tres del
XIV. ¿Se puede sacar alguna conclusión sobre la cronología de la mezquita
jerezana a partir de estos datos? Obviamente no. La autora afirma que esta
“tendencia SE fue mayoritaria en el siglo XI”, y esas palabras las sigue Miguel
Ángel Borrego, pero este tramposamente omite lo que la profesora añade a
continuación: “pero, en conjunto, está bastante repartida temporalmente
(excluidos los siglos VIII y XII)”. ¿Se dan cuenta de la jugada?
Por
lo demás, omisión total de lo que en el libro colectivo La parroquia de San
Mateo de Jerez de la Frontera. Historia, Arte y Arquitectura (2018) planteé
sobre las orientaciones de las mezquitas de Jerez a partir de las plantas de
las iglesias medievales: San Dionisio y San Marcos tienen unas orientaciones
muy distintas a las de San Mateo, San Lucas y San Juan. Añado ahora: la aljama
de la que estamos hablando entraría más bien en este último grupo. El asunto podría
dar de sí en el futuro, pero eso a Borrego no le interesa: es aportación mía, y
por ende no se cita.
En
el mismo párrafo, el autor cita la bibliografía sobre los restos hallados junto
a la Plaza de la Encarnación, añadiendo maliciosamente sobre estos textos que “algunos
de los cuales recoge López Vargas-Machuca”. O sea, me acusa de manejar una
bibliografía insuficiente. Cierto es que hay textos que no recojo. Son textos
bien inéditos, bien de documentación interna, pero no son aportaciones
científicas puestas a disposición de los investigadores; es el caso del
proyecto de restauración que él y José María Gutiérrez redactaron. Por otro
lado, esos documentos no dicen nada relevante que yo dejase de recoger en mi
texto, cosa que sé por la sencilla razón de que todo lo que en ellos ya había
sido dado a conocer por Borrego Soto. ¿Y cuáles son, exactamente, las cosas que
él dio a conocer? Ya saben ustedes que he analizado palabra por palabra aquella
famosa conferencia de la que él afirma que le robé información. (Transcripción
y análisis detallado en este enlace). Ahora copio y pego el resumen que
presenté en este
otro link.
"Las
aportaciones de Borrego Soto sobre la referida mezquita, presunta aljama, son
pocas y no siempre consistentes, presentadas todas ella en la citada
conferencia y luego sintetizadas por él mismo en su blog:
a. Columna (en realidad dos) descubierta en la Casa del Abad demuestra que allí
hubo una mezquita califal: propuesta plausible pero en exceso arriesgada.
Una cosa es reconocer que dichos soportes son anteriores a tiempos de los
almohades -eso lo sabe cualquiera con un poco de conocimiento de arte medieval-
y otra muy distinta adjudicarlos a la mezquita y tomarlos como prueba de que
esta era anterior al año mil. El método científico exige lanzar hipótesis, pero
también hacerlo con mucha prudencia: los “grandes descubrimientos” sin
suficiente apoyo argumental hay que evitarlos. Sobre las referidas columnas, en
mi artículo me limito a citar su existencia y llamar a la prudencia.
b. El
edificio poseía la orientación habitual de las mezquitas andalusíes:
parcialmente verdadero. Solo parcialmente: dicha orientación cambia mucho en
función de la época, y en el propio Jerez se distinguen al menos dos
orientaciones diferentes, cosa que él tal vez ignora.
c. El
gran arco apuntado de piedra que da al Reducto y el más pequeño que da a la
cuesta de la Encarnación son de herradura: falso.
d. Los
dos arcos “parecen remitir a antiguos accesos al patio de abluciones”:
podría ser verdadero, pero hay muchísimo que matizar en función de las vistas
de Van den Wyngaerde, cuyos dibujos en blanco y negro –los más fiables– no
encajan con lo que tenemos delante, y de algunos textos que están siendo
analizados por otro investigador. Todo apunta a que la hipótesis de Gonzalo
Castro, que cito en mi artículo, ha de ser tenida muy en consideración.
e. Determinados
restos arquitectónicos podrían ser de un aljibe: hipótesis plausible, si
bien nada de ello menciono en mi artículo por lo resbaladizo de la cuestión.
f. Han
aparecido soportes en una galería superior que podrían ser mudéjares:
verdadero, pero igualmente decidí omitirlo, en este caso no solo porque es
necesario un avance en la intervención que permita contemplar mejor esos
restos, sino también porque las obras realizadas por los cristianos en los
inmuebles anexos no eran el tema de mi artículo. Hablaré de lo mudéjar cuando
me corresponda hablar del mudéjar."
Si
hubiese algún dato relevante adicional en la bibliografía por mí omitida, tengan
la absoluta seguridad –es bien conocida su tendencia a precipitarse y lanzar
campanas al vuelo por cualquier cosa– de que Borrego Soto las hubiera recogido
en su conferencia, en su blog o en algún artículo. Seguimos.
"En la parte inferior del solar se
identificó una amplia estancia sostenida por potentes pilares, de los cuales se
desconoce su altura completa, que había sido utilizada como bodega de la
iglesia mayor, en lo que interpretamos como reutilización del aljibe de la
mezquita aljama."
Léase
mi valoración copiada más arriba, punto e: “hipótesis plausible, si bien nada
de ello menciono en mi artículo por lo resbaladizo de la cuestión”. Hace bien
Borrego, en cualquier caso, dejando por escrito su hipótesis.
"En el mismo nivel estratigráfico, junto
a dicha estructura, se localizaron restos de un machón de ladrillo y sillares,
apoyado sobre el terreno geológico, correspondientes a la base del
alminar (fig. 2), situado a espaldas de la torre del siglo XV. Esta
última, único resto en pie del antiguo templo cristiano, se levanta sobre un
sólido edificio de piedra, probablemente de la misma época y erigido con la
función de servirle de refuerzo, que utilizó como cimentación la base del
minarete andalusí."
Esta
es la gran novedad del artículo. Completamente nuevo. ¿Se sabía desde aquella
ya antigua propuesta de restauración que ahí estaba la presunta base del
alminar? Muy dudoso: Borrego ya lo hubiera publicado de alguna manera. ¿De
dónde sale esto, entonces? La fotografía es de José María Gutiérrez, así que es
probable que sea él el autor de semejante hipótesis. He consultado con Gonzalo
Castro, responsable de las intervenciones en el inmueble. El arqueólogo me
señala la imposibilidad de reconocer base de alminar en semejante estructura a
partir de una mera inspección visual, toda vez que resulta imprescindible un
estudio paramental en profundidad para lanzar una afirmación como esta. Habida
cuenta de que Gutiérrez López se limitó justo a lo señalado, a realizar varias
inspecciones visuales, comprenderá el lector lo temerario de semejante
afirmación. No digo que no sea válida, ojo. Digo que es altamente temeraria. Me
hubiera parecido mucho más serio por parte de los autores limitarse a proponer
la posibilidad de que ese lienzo mural fuese un resto de la base del alminar:
eso ya es un avance. Pero lo que realizan es una afirmación categórica que, por
las razones expuestas, se encuentra fuera de lugar.
Por cierto, les hubiese
venido bien a los autores para reforzar la hipótesis de que esa es la base del
alminar aludir al muro ladrillo con base pétrea que se encuentra en las
dependencias de la Hermandad de la Vera+Cruz y del que yo hablaba en mi artículo,
en el que además presenté foto (páginas 27 y 28). Pero claro, sería demasiado
concederme esa gracia. Al enemigo, ni agua. Otro gallo les hubiera cantado si
ese muro lo hubiesen visto ellos.
"Asimismo, en un edificio anexo al
aljibe, en el lado noroeste, se documentaron dos columnas pétreas de factura
muy sencilla, comparables a las de algunas mezquitas tempranas de al-Andalus,
como la de Almonaster la Real (Huelva), que podrían constituir indicios de la
existencia en ese emplazamiento de un oratorio primitivo posteriormente
reformado y ampliado."
Lo que escribí en el punto a lo quiero resumir ahora: “Una columna (en
realidad dos) descubierta en la Casa del Abad demuestra que allí hubo una
mezquita califal: propuesta plausible pero en exceso arriesgada. (...) El método científico exige lanzar hipótesis, pero también
hacerlo con mucha prudencia: los “grandes descubrimientos” sin suficiente apoyo
argumental hay que evitarlos.”
Como
hemos visto arriba, la prudencia es lo que le suele faltar a Borrego Soto: al menos
esta vez utiliza la expresión “podrían constituir indicios”. Seguimos.
"En la parte superior, la Casa del Abad
conserva muros de las galerías del patio de abluciones de la mezquita que
encuentran los cristianos en el siglo XIII, en concreto del tramo noroeste
—destruido en parte por la torre tardogótica— y del sudoeste, ambos con varios
arcos de herradura abiertos al exterior de la plaza."
Pues
sí, claro, los vieron todos los jerezanos cuando salieron a la luz.
"A ellos se añade otro (arco) de gran tamaño en
el muro trasero de la galería noroeste, que comunica con los restos de una
antigua calle. Este último puede identificarse con la entrada principal a la
mezquita, probablemente mediante una rampa o escalinata que partía de la
calzada del Arroyo y se apoyaba en parte sobre el aljibe."
Esto
es una aportación de Miguel Ángel López Barba, uno de los tres firmantes del
artículo. De hecho, la información la presenté en la página 17 de mi texto tan
vilipendiado por Borrego Soto: “Este (Miguel Ángel) ha tenido la gentileza de
permitirnos dejar aquí constancia de su opinión (sobre las dimensiones de la
aljama), que en buena medida parte del hallazgo en el interior del inmueble de
un arco de herradura que él considera posible entrada principal a la mezquita.”
En nota a pie de página: “También le queremos agradecer que nos haya facilitado
la publicación de material gráfico de elaboración propia.” ¿Ven ustedes cómo se
puede avanzar mucho más en la investigación si se actúa con cordialidad y
respeto mutuo? Realmente lamento que López Barba haya querido firmar el
artículo que aquí estoy analizando: no es en absoluto su línea ni representa su
modus operandi.
"A ellos se añade otro (arco) de gran
tamaño en el muro trasero de la galería noroeste, que comunica con los restos
de una antigua calle. Este último puede identificarse con la entrada principal
a la mezquita, probablemente mediante una rampa o escalinata que partía de la
calzada del Arroyo y se apoyaba en parte sobre el aljibe."
Yo
escribí esto otro, haciendo referencia al gran arco de cantería que siempre se
ha visto desde el reducto:
“En
directa relación con lo anterior, hemos de preguntarnos por dónde se accedía a
una mezquita que estuvo situada al borde de un talud. Desde luego el acceso no
era fácil, al menos a finales el siglo XVII (…). ¿Quizá daría paso este arco al
ingreso principal? ¿Qué relación guarda este con el de dimensiones mucho
menores que se ha descubierto en la Cuesta de la Encarnación, frente a la
citada calle Cazorla Baja?”
Porque
sí, el arco de esa cuesta es demasiado angosto como para pensar en una entrada
principal. Y aquí me callo. Hay una persona que tiene documentación sobre ese
asunto y debo esperar a que publique los textos localizados.
Y
ahora prepárense, porque viene lo mejor.
"En conjunto, los vestigios apuntan a una
construcción compleja, objeto de sucesivas ampliaciones y remodelaciones entre
los siglos X y XIII."
No
hay que ser un lince para llegar a semejante conclusión. ¡Si se me ocurrió
hasta a mí! Como dije en la anterior entrada del blog, en la página 27 de mi
artículo realicé una propuesta parecida:
“El
patio parece de estética almohade, lo que parece dar la razón a quienes
apuestan por la ubicación de una aljama más antigua donde hoy se alza San
Dionisio. Pero también se puede aceptar que ahí estuvo siempre la mezquita
mayor de Sharis, y que el patio corresponde a una reforma realizada tras la
llegada de la nueva dinastía norteafricana.”
Sigue
Borrego:
"(…) pero que ha sido presentado como un
edificio de pequeñas dimensiones (López Vargas-Machuca, 2024).
¿Pequeñas?
Yo escribí “Queda claro, por tanto, que nos encontramos ante una mezquita de
dimensiones moderadas.” Como veremos, cinco naves significan para Borrego "mezquita pequeña", siete significa "mezquita grande". Y ahora viene la gran y espectacular traca.
"Esta valoración, sin embargo, carece de
base sólida y no atiende a las evidencias disponibles. Frente a esta
interpretación, un testimonio del arquitecto Diego Moreno Meléndez, en un
documento de 1699 que trae a colación la historiadora Esperanza de los Ríos
(2003: 261), resulta particularmente revelador."
Ajá.
Dice que ignoro el texto de Diego Moreno Meléndez o, al menos, que me niego a
utilizarlo. Miren lo que escribí en mi artículo, página 12, miren:
“(utilizaremos)
la información que nos ofrecen dos referentes que ya han sido justamente
tenidos en cuenta por otros investigadores: un texto redactado por el
arquitecto Diego Moreno Meléndez en 1699 de cara a la construcción de la nueva
colegiata y la Historia de Xerez de la Frontera escrita por Bartolomé
Gutiérrez en 1757, cuando las obras arquitectónicas aún seguían su curso”.
¿Se
puede tener mayor descaro, decir que no conozco y utilizo lo que SÍ conozco y
utilizo? Efectivamente, hay descaro mayor. Observen:
“(…) resulta particularmente revelador:
la nave de la epístola —que ocupaba toda la anchura de la antigua sala de
oración— medía cuarenta varas, equivalentes a unos 33,5 metros. Este dato,
cotejado con los restos conservados de la galería noroeste y con la constatación
de que la torre tardogótica destruyó su extremo oriental, permite calcular para
el oratorio principal una extensión transversal cercana a los 35 metros.
Y
aquí va lo que escribí yo, página 17:
“El
documento escrito por Diego Moreno Meléndez en 1699, un momento en el que el
antiguo edificio estaba en gran medida arruinado y el culto se seguía
manteniendo –a duras penas– en la nave de la epístola, parece apuntar a más
amplias dimensiones: Y esta dicha nave que sirve de Iglesia tiene cuarenta
varas de longitud y siete de altitud, y es necesario demolerle dieciséis varas
para la Iglesia nueva.
La
vara castellana corresponde a 0,8359 metros. Nos encontraríamos, por tanto, con
un recinto –la vieja nave de la epístola, esto es, la que estaba delante de la
quibla– de unos 5,8 metros de altura, que se extendería unos 33,4 metros desde
los pies –es decir, desde el rincón al fondo a la derecha de la sala de
oraciones– hasta la cabecera de la nave de la epístola –rincón al fondo a la
izquierda–. Si acudimos a la crujía de la casa del Abad que coincide con la
anchura de la mezquita –el espacio para los cinco arcos arriba referidos–, la
distancia aproximada es de 20 metros.”
Se
habrán quedado ustedes de piedra. Efectivamente: Borrego dice que no conozco,
no uso o no tengo en cuenta el texto de Moreno Meléndez para, a reglón seguido,
copiar mi análisis del referido texto. ¡Manda webs!
No
solo eso. Omite ladinamente todo lo que viene antes y lo que viene después en
torno a otro texto, el de Bartolomé Gutiérrez de 1757 dejando testimonio de que
la capilla mayor de la colegiata-aljama coincidía parcialmente con la actual
capilla bautismal, a los pies de la nave de la epístola.
Dicho testimonio es
justo el que, en principio, contradice la teoría de las siete naves por la que
se decanta López Barba. En mi artículo recogí y valoré las opiniones de este
último autor, las contrasté con las mías propias y dejé incluso una posible
contrarréplica por su parte, para concluir que “Entendemos que es la suya
una hipótesis plausible” (página 17) pero “Optamos por seguir abiertos a la
segunda alternativa (la de cinco naves). El testimonio de Bartolomé Gutiérrez
parece sólido: no hay ningún motivo para pensar que el historiador se confundiese
al escribir que en la capilla del Baptistero (…) caía parte del
Presviterio de la Iglesia antigua. Solo parte de él, ciertamente, pero sí
que coincidían en algo. No deberíamos llevar ese presbiterio mucho más hacia la
actual nave central catedralicia.” (página 20).
Da
igual que yo no dejase cerrada ninguna de las dos opciones. Borrego va a lo
suyo, a presentarme como defensor de una mezquita “pequeña”, y algo más abajo
prosigue de la siguiente manera:
"La hipótesis de mayor amplitud, además,
se ajusta a lo señalado por Susana Calvo Capilla (2014: 203-206), quien
recuerda que, en ciudades de rango como Jerez, las aljamas principales tendían
a superar el esquema habitual de cinco tramos presente en otras medinas
menores."
En
el volumen publicado de la tesis doctoral de la profesora Calvo no hay nada al
respecto en las páginas 203-206 que cita Miguel Ángel Borrego. Parece un
lapsus, y no pasa nada (yo tuve uno en mi texto y Borrego se lanzó a degüello).
Podría referirse a 403-406, donde afirma en referencia a los oratorios
registrados en el Libro del repartimiento de Jerez que “muchas de ellas eran
pequeñas mezquitas o mezquitiellas que fueron entregadas a los
repobladores para casa o para bodega”. Quizá habría que mirar las páginas 351-357.
Sobre las ciudades verdaderamente importantes la profesora decía lo siguiente
(p. 351):
“De
manera general, las aljamas en las grandes ciudades solían tener más de cinco
naves: once tenían las primeras mezquitas aljamas de Córdoba, Sevilla y Toledo,
o la de Granada en el siglo XI, fecha en la que la de Zaragoza tenía nueve y
las de Almería y Tudela, siete”.
También
habla de las ciudades “de tamaño medio, algunas de las cuales desempeñaron
funciones de capital de una provincia o de un distrito y, en algún caso, de un
reino Taifa en el siglo XI (caso de Niebla o Mértola), por lo que sus aljamas
eran de grandes dimensiones” (p. 353).
Realicé esta síntesis:
“Susana
Calvo constata que las aljamas de las grandes ciudades acostumbraban a tener
más de cinco naves. Ibn Adabbas en Sevilla tenía nueve. Sin embargo, las de
Mértola y Niebla sí que tenían cinco. También la de Medina Azahara, aunque esta
última sea un caso muy particular.”
¿Susana
Calvo llama “grandes” a Mértola y Niebla solo con cinco naves? Sí, quizá porque ambas
tenían seis tramos de profundidad. Jerez solo otros cinco. Aun así, yo no
usaría el término “grande” que utiliza la autora, salvo que fuera para resaltar
cómo ciudades que no eran de enorme relevancia podían tener aljamas de unas
ciertas dimensiones. Porque grandes, realmente grandes, son las que ella misma
señalaba arriba: once o nueve naves.
El
punto tercero del artículo se intitula “Biografías relacionadas con la Aljama”.
Borrego dice que “Aunque las fuentes árabes no describen directamente la
mezquita aljama jerezana, sí mencionan a varios de sus jatibes (jutabāʾ)
o responsables del sermón de los viernes entre los siglos X y XIII, lo que
constituye una prueba inequívoca de su existencia y funcionamiento durante todo
ese periodo”, y a continuación nos recuerda, dedicando no pocas líneas al
asunto, la lista de sabios musulmanes que él aportó en su momento.
¿Qué
tiene esto que ver con la arquitectura de la mezquita? Absolutamente nada. Pero
él insiste (las negritas son mías):
"El conjunto de estos nombres confirma no
sólo la continuidad institucional de la mezquita aljama jerezana entre los
siglos X y XIII, sino también su inserción en las redes intelectuales del
Occidente islámico. La presencia documentada de jutabāʾ vinculados
a la ciudad, algunos de ellos con trayectorias formativas en Oriente o en
grandes centros andalusíes, muestra que la aljama de Šarīš fue
un espacio vivo de culto y enseñanza, con capacidad de irradiar prestigio y de
atraer discípulos. Con todo, debe recordarse que esta breve nómina no es sino
una muestra parcial de un elenco más amplio de personajes relacionados con la
vida religiosa y jurídica de la ciudad: almocríes, cadíes y otros cargos, a los
que se suman maestros y sabios que bien pudieron utilizar la aljama como sede
de sus oficios (Borrego,
2004 y 2011). Su presencia confirma que la aljama no fue sólo el
centro del culto colectivo, sino también un espacio de saber y de autoridad
jurídica. Resulta llamativo, en este sentido, que algún estudio reciente
(López Vargas-Machuca, 2024) haya ignorado esta evidencia biográfica, a pesar
de constituir una de las pruebas más sólidas de la existencia, la relevancia y
la vitalidad de la aljama jerezana durante toda la etapa islámica."
Vamos
a ver, ¿en qué sentido esta circunstancia afecta a mi objeto de estudio, que es
el análisis de la aljama de Sharis desde el punto de vista de la historia del
arte? En ninguno. No le basta al autor que en el primer párrafo de mi artículo
hiciese referencia a sus aportaciones escribiendo que “Las investigaciones de
las últimas décadas, en las que han confluido los análisis de las fuentes
escritas andalusíes y la aparición de reveladores vestigios arqueológicos,
dejan claro que Jerez de la Frontera existía no ya en el siglo XII, cosa que
estaba clara desde hace mucho tiempo, sino al menos desde dos centurias más
atrás” y citándole a él en la primera nota, en la que escribía la siguiente
valoración positiva: “Este arabista ha sacado a la luz una relevante producción
intelectual de la ciudad islámica ya desde el siglo X, abundando así en la
importancia de este centro urbano en fechas muy anteriores a las que
tradicionalmente se proponían para su fundación.”
No,
no le basta. Quiere que si se escribe sobre Sharis se le convierta en el centro
de atención. Y quiere, sobre todo, desprestigiar mi trabajo. Es ése el objetivo
fundamental de este artículo, además de menospreciar todo lo posible la hipótesis
de Laureano Aguilar sobre una aljama inicial en San Dionisio.
Llegamos
de esta forma a la madre del cordero. Verán ustedes, la aportación del citado
arabista sobre la producción literaria de Sharis anterior a la llegada de los
almohades me parece, como señalé en la nota a pie de página antes transcrita,
de gran significación. Ayudó a entender, junto con los
testimonios arqueológicos que fueron apareciendo, que Jerez era una urbe de
cierta relevancia antes del siglo XII. Pero a partir de ahí este investigador
empezó a tener ensoñaciones sobre una ciudad de gran magnitud en la que,
habiendo constancia de determinadas figuras culturales, las manifestaciones
arquitectónicas debían de ser de gran porte. Por ende, la aljama era de grandes
dimensiones; no “grande” en el sentido que le da Susana Calvo a Mértola o
Niebla, sino grande “de verdad”.
Recuerdo hace años discusiones en el referido
de WhatsApp con Borrego en el que este insistía en que la mezquita llegaba a la
calle Aire y que el alminar, presuntamente donde hoy la torre, estaba más o
menos en la mitad de la crujía del patio. Estamos hablando así de una mezquita
de once naves, ahí es nada. Pero llegué yo el año pasado y, haciendo uso tanto
del texto de Bartolomé Gutiérrez que él se cuida mucho de no citar como del de
Diego Moreno Meléndez que él dice que yo no cito, además de otros testimonios
(análisis de cuentas, del entramado urbano, etc., véanse páginas 18 a 20), dejé
claro que es imposible que tuviera más de siete naves, incluso que a lo
mejor se quedaban en cinco. Y claro, se le vino abajo el tinglado que se había montado
en su imaginación.
¿Solución?
Jugar con las cartas marcadas. Citar lo que le da la gana y como le da la gana,
interpretando una cosa o la otra según le venga bien. Y poner seriamente en entredicho
mi competencia como investigador. Para ello ha seguido unos pasos muy claros. Hacerme
pasar por defensor de la existencia de una mezquita pequeña y de segundo orden,
cuando lo que he hecho es defender la existencia de una aljama moderada, de
cronología incierta y patio probablemente almohade; aljama que, como todos los
conocedores del tema sabemos, a los canónigos de la Colegial durante siglos les
pareció bastante angosta para sus necesidades. Además, ponerme en el bando de
los defensores de una aljama primitiva en San Dionisio, cuando en realidad he
escrito que me parece más plausible la hipótesis de que esta estuviera siempre
junto a la actual catedral. Para hacer ambas cosas, por descontado, manipula mi
texto. Seguidamente, asustadísimo ante la posibilidad de que el inmueble pudiera
tener solo cinco naves, decide omitir todo lo referente al texto de Bartolomé
Gutiérrez y la coincidencia de la capilla mayor medieval con la capilla
bautismal de la moderna catedral. Por otro lado, me acusa de no usar a Moreno
Meléndez al tiempo que me toma prestado el análisis que yo realicé de
este para confirmar la hipótesis de las siete naves, que ni siquiera es suya
sino de López Barba. Encima, me acusa de saltarme con descaro unas circunstancias,
las referentes a la lista de sabios vinculados a la catedral, que no solo sí
conozco, porque la cito y elogio en el primer párrafo de mi artículo, sino que
absolutamente nada tiene que ver con mi objeto de análisis. Para terminar, a pesar de que su texto se supone es
un estado de la cuestión sobre la aljama de Sharis, no se digna a recoger ninguna
de mis reflexiones e interrogantes sobre alzados u otras cuestiones
morfológicas.
En
fin, no voy a analizar los párrafos de conclusión de su artículo porque sería
volver sobre lo mismo. No tengo mucho más que añadir. Creo que con todo esto el
juego ha quedado descubierto. Si los amigos de Borrego Soto quieren seguir
insultándome desde las redes sociales, sea bajo sus nombres reales o con sus
habituales seudónimos, pueden seguir haciéndolo. Pero lo que no podrán hacer es
rebatir las circunstancias que, de manera pormenorizada hasta el aburrimiento,
he ido desgranando a lo largo de estas dos entradas. No puede haber la más mínima duda sobre las intenciones y las maneras de actuar de este señor.
En
cuanto a las personas que se mantienen ajenas a todas estas diatribas, les sugiero
lean con detenimiento mi artículo sobre la aljama primero, luego el de Borrego
Soto, y saquen sus propias conclusiones.
Nuevo artículo de Miguel Ángel
Borrego Soto (aquí).
Nuevo artículo pensado no para avanzar en la investigación, sino para quedar
por encima de los demás, en este caso en un contexto del que ya he hablado por aquí
demasiadas veces: sus pretensiones de descubridor de la mezquita situada
en lo que hoy conocemos como Casa del Abad, que ejercía de aljama en el momento
de la irrupción de los castellanos, y el fracaso por parte suya y de su amigo
arqueólogo José María Gutiérrez de hacerse con la excavación del inmueble y con
la exclusiva de las publicaciones científicas que sobre el tema se pudieran
realizar.
En 2024 presenté un artículo (descarga
aquí) sobre la referida mezquita escrito desde el punto de vista de la historia
del arte, intentando realizar un estado de la cuestión y plantear algunas
preguntas que pudieran abrir nuevas perspectivas en la investigación, habida
cuenta de que las obras se encuentran paralizadas sine die y que los responsables
de las excavaciones no han realizado aún la pertinente publicación científica. Como
era de esperar, mi texto fue acogido por profundo desprecio por parte del
citado arabista. Lo que no podía imaginar bajo ningún concepto es que me
acusase públicamente de robarle información. En
este otro texto del presente blog analicé con lupa las poquísimas líneas
que Borrego dedicó a la aljama de Sharis y transcribí palabra por palabra lo
que este había dicho en una conferencia de la que, según él, yo había extraído
información que le pertenecía. Demostré de esta forma la total y absoluta
falsedad de las acusaciones, dejando bien claro que este señor actúa con una
absoluta falta de rigor científico, agresividad fuera de lugar, egolatría
extrema y nula ética no ya profesional, sino también humana. No siente vergüenza o
reparo alguno a la hora de hacer daño. Solo le interesa quedar por encima, al
precio que sea. Me parece lamentable que una persona de semejante
comportamiento se encuentre en la directiva del CEHJ y sea director de su
revista.
Pues bien, hete aquí que Borrego
Soto presenta, después de varios lustros desde aquel presunto descubrimiento
nunca realizado –como todo el mundo sabe, situó la aljama junto a la Plaza del Arroyo–,
su primera publicación científica de la materia. El objetivo no es otro que
ningunear tanto mi trabajo como una antigua hipótesis del arqueólogo Laureano
Aguilar, así como echar la “meadita del perro”: la aljama es suya y de nadie
más, igual que supone que lo es el estudio del Jerez islámico en cualquiera de
sus parcelas. Un tema, por cierto, sobre el que en realidad solo ha realizado
una aportación indiscutible, el de la lista de sabios y literatos: no debe de extrañar
que lleve veinticinco años repitiendo la misma conferencia. Lo demás han sido un
cúmulo de despistes, afirmaciones gratuitas o descubrimientos plagiados de
otros investigadores. Caso sangrante es el de la fecha de la conquista de
Jerez, en el que después de muchos años por fin ha reconocido que siguió a
Josep O’Callaghan (leer
aquí). Eso sí, sigue callando que lo hizo sin citar al norteamericano. En
cuanto a las traducciones de inscripciones árabes, habida cuenta de que él
mismo cambia de parecer sin reconocerlo –volveré sobre ello más abajo–, me temo
que hay mucha tela que cortar.
En fin, es el momento de
analizar, párrafo por párrafo, el nuevo texto del doctor Borrego Soto.
Empezamos por el resumen o abstract.
Este artículo de Miguel Ángel
Borrego Soto, José María Gutiérrez López y Miguel Ángel López Barba, filólogo,
arqueólogo y arquitecto respectivamente, miembros del Centro de Estudios
Históricos Jerezanos, aborda de un modo interdisciplinar la localización y
características de la mezquita aljama de Šarīš (Jerez de la
Frontera), analizando las hipótesis sobre su posible emplazamiento primitivo en
San Dionisio y argumentando, con fuentes arqueológicas, arquitectónicas y
documentales, su localización secular en la actual plaza de la Encarnación,
donde hoy se encuentra la Casa del Abad. Los restos conservados —aljibe, base
del alminar, arcos del patio de abluciones y elementos constructivos
reutilizados— evidencian un edificio de grandes dimensiones, reformado y
ampliado entre los siglos X y XIII. La identificación de diversos jatibes
vinculados a la ciudad confirma además la relevancia institucional, cultural y
jurídica de la aljama como centro espiritual y de saber. En consecuencia, la
Casa del Abad puede considerarse el emplazamiento histórico de la mezquita
mayor de Jerez, cuya memoria se proyecta en la posterior iglesia mayor y
catedral de San Salvador.
Primeramente, hay que hacer una
puntualización. Miguel Ángel López Barba se ha limitado a facilitar ciertas
imágenes. El texto es de Borrego y Gutiérrez, probablemente solo del primero.
En cualquier caso, López Barba firma y por tanto es tan responsable como los
demás de lo que luego se dice. Esta cuestión la he hablado con él personalmente:
todo ha quedado claro y en armonía por ambas partes.
En segundo lugar, lo del carácter
interdisciplinar es relativo. Borrego es filólogo, ciertamente, y puede
analizar fuentes árabes. Pero el arqueólogo Gutiérrez no ha intervenido en ningún
momento en el inmueble. Realizó en su momento una inspección ocular, igual que
la realizamos numerosos historiadores e historiadores del arte llamados por
quien tenía todo el derecho de hacerlo, no otro que el deán de la Catedral. La
cosa es que en ningún momento los autores del artículo han contado con quien sí
ha realizado la excavación, Gonzalo Castro. En mi caso, aun tratándose de un
análisis desde la historia del arte, tuve a bien contrastar informaciones y solicitar
una valoración sobre las conclusiones presentadas a Castro Moreno. Borrego y
compañía no lo han hecho. Ya me dirán ustedes sobre la seriedad profesional de
semejante decisión.
Tercero, lo de que los restos
conservados “evidencian un edificio de grandes dimensiones” es sencillamente
falso. Si aceptamos la conclusión a la que en la siguiente entrada –esta es la
primera parte de un díptico– veremos que estos señores llegan, que era una
mezquita de siete naves, nos quedamos con un edificio a lo sumo de dimensiones
medianas. ¿Qué entiende Borrego por “grande”? ¿No será que no se quiere bajar
del burro de lo que lleva afirmando en privado desde hace tiempo, que el
inmueble llegaba hasta la Calle Aire? Fíjense en su manera de razonar: como Sharis
tenía sabios muy importantes, la mezquita tenía que ser enorme. Caballo grande…
Lo de que el edificio fue “reformado
y ampliado entre los siglos X y XIII” no es precisamente nuevo: yo mismo presenté
esta idea como una de las hipótesis a manejar. Página 27 de mi artículo (aquí),
para concretar: “el patio parece de estética almohade, lo que parece dar la
razón a quienes apuestan por la ubicación de una aljama más antigua donde hoy
se alza San Dionisio. Pero también se puede aceptar que ahí estuvo siempre la
mezquita mayor de Sharis, y que el patio corresponde a una reforma realizada
tras la llegada de la nueva dinastía norteafricana.”
Eso de que “La identificación de
diversos jatibes vinculados a la ciudad confirma además la relevancia
institucional, cultural y jurídica de la aljama como centro espiritual y de
saber” es algo que Borrego lleva repitiendo desde hace años. No hay aportación novedosa
alguna, y sí cierta mistificación: que la aljama fuera relevante en esos
niveles no implica que fuera un edificio de gran porte. De hecho, el Cabildo
Colegial también fue relevante durante siglos y tenía un edificio, precisamente
la aljama cristianizada, que según los propios canónigos dejaba mucho que desear.
Su conclusión es que “la Casa del Abad puede considerarse el emplazamiento
histórico de la mezquita mayor de Jerez, cuya memoria se proyecta en la
posterior iglesia mayor y catedral de San Salvador”. ¡Menudo descubrimiento! En
fin, vamos a por el artículo en sí.
Párrafo 1. Correcta introducción
al contexto. Por una vez, Borrego se digna a citar a Repetto Betes entre las
fuentes. Hace alusión al debate sobre si hubo una primera aljama situada en San
Dionisio.
Párrafo 2. Buena síntesis de la
hipótesis de Laureano Aguilar, según la cual una primera aljama “se habría
situado en San Dionisio, dentro del recinto primitivo que los almohades
reforzaron a partir de 1146”.
Párrafo 3. Advierte que “La
hipótesis ha sido asumida por otros investigadores, que han insistido en la
posibilidad del traslado de la aljama jerezana de San Dionisio a San Salvador”.
Me cita a mí entre los seguidores de tal hipótesis. FALSO. Es cierto que la
hipótesis de Aguilar me parece atendible y plausible, que considero que no hay
que cerrarse por completo a ella, pero en la página 22 escribo que “no
encajarían dimensiones tan limitadas [las del edificio del que estamos hablando]
para lo que fue aljama en los últimos tiempos de Sharis” y que esta “aparente
contradicción se resuelve si se acepta que nos encontramos ante la verdadera
aljama prealmohade, que habría estado siempre aquí y no en San Dionisio”. Es decir,
yo ya dejé claro que me parece lo más probable que esta fue siempre la aljama.
Borrego manipula mis palabras y omite mis conclusiones para ponerse por encima.
No hay más que eso. O que no sabe interpretar un texto, no sé qué es peor.
En el mismo párrafo tres, me resulta
llamativa esa autocita sobre la “lápida funeraria meriní y fragmentos de
yesería mudéjar con epigrafía (Borrego, 2014: 64 y 105; y 2021)” que según él son insuficientes para sostener que en
San Dionisio hubo una aljama. Me hace gracia porque en la publicación de 2014
él mismo afirmaba que la yesería era de tiempos islámicos. En 2021 cambió de
opinión y dijo que era mudéjar. Vale. Me parece perfecto que los investigadores
vayamos afinando con el tiempo nuestras hipótesis y nos enmendemos a nosotros
mismos, pero cuando toca hacerlo hay que decir, explícitamente, que nos estamos
corrigiendo y que descartamos nuestras anteriores propuestas. Borrego no lo
hizo en 2012, y tampoco lo hace ahora en 2025. No quiere reconocer públicamente
que su primer estudio de la yesería erró en dos siglos la datación. ¿Qué fiabilidad
merecen las transcripciones, traducciones y análisis de alguien con semejante modus
operandi?
Pata terminar con el párrafo tercero,
que los textos castellanos no mencionen a San Dionisio como mezquita mayor no es
un argumento válido contra la teoría de Laureano Aguilar: ¿cómo iban a saber
los recién llegados si tres siglos atrás había estado allí o no la aljama? Lo
mismo va por los textos árabes: ¡si ellos mismos no ubican la mezquita mayor en
ningún lugar concreto!
El párrafo 4 comienza de manera
apoteósica: “En definitiva, tanto los datos arqueológicos como las fuentes
escritas situarían en principio a la aljama jerezana de manera continuada en la
plaza de la Encarnación”. No, no hay ninguna fuente escrita que diga que la
aljama estuvo siempre en ese lugar. No, no hay ningún argumento arqueológico
que lo demuestre. Ambas cosas se las ha inventado. Tal cual. Que sí, que yo mismo
creo que lo más probable es que allí estuviera siempre la aljama, pero esos
datos NO EXISTEN. Lo que hay son dos columnas, sobre las que volveremos en la siguiente
entrada.
También tiene mucha miga esto
otro. Atención:
La hipótesis de una mezquita
califal en San Dionisio resulta hasta ahora poco verosímil, pues este sector
parece corresponder a una fase urbana posterior. En cambio, los hallazgos de
cerámica califal y taifa (González et al., 2008; y González et
al., 2016) se concentran en el eje Alcázar–San Salvador–San Lucas–San
Juan–San Mateo, lo que apunta a que allí se encontraba el núcleo originario de
la ciudad
¿Quién ha demostrado que el sector
de San Dionisio es posterior al primer núcleo, entiéndase que el de época más o
menos califal y de las primeras taifas, de Sharis? Nadie. Las cerámicas verde y
manganeso propias de este periodo se concentran en el sector que baja de El
Carmen a la Plaza de Belén. Cita a Repetto (1987: 301-303) como refuerzo de la
hipótesis. Y lo hace con todo el morro, porque en realidad Repetto Betes afirma
explícitamente que el núcleo original estaba “en el actual Alcázar, único sitio
orográficamente aprovechable para fortaleza, y las calles serían las del actual
entorno de la Catedral”, pero “Este recinto (…) resultó insuficiente, lo que
dio lugar a un asentamiento vecino de población: el que todavía se advierte
como diferenciable y compacto en torno a la actual iglesia de San Dionisio”,
(que sería) “un arrabal de la ciudad primeramente” hasta que en el siglo XII, “cuando
se hace la nueva cerca, se la engloba dentro de ella”. Tras la agresiva
incursión de Alfonso VII de León, “se hará una cerca mucho más amplia”. Es decir,
el sacerdote e historiador sanluqueño proponía como Jerez inicial un núcleo
bajando del alcázar a la catedral, más un arrabal en San Dionisio; luego
vendría todo lo demás.
Seguidamente Borrego y quienes
con él firman el artículo dicen que esa aljama no estaría “en el área de San
Dionisio y San Marcos, más alejada también del centro de poder, como sostienen
otros autores”, entre los que una vez más me cita. Esto ya es el colmo. Como
sabe cualquier jerezano, el sector de San Dionisio-Plaza Plateros e incluso San
Marcos está más cerca del alcázar que San Lucas y San Mateo; y no hablo solo de
distancia en metros, sino de orografía: el arroyo y los desniveles a un lado y
al otro suponían un tremendo obstáculo en las comunicaciones entre la zona
fortificada y el sector San Lucas-San Mateo. E insisto una vez más: sin
cerrarme a la opción de San Dionisio en su momento defendida por Aguilar, yo sí
considero lo más probable que la aljama estaba donde dice Borrego. Escribir que
he dicho lo contrario, como hace por segunda vez, es manipular mi texto.
A partir de aquí, Borrego y compañía
abordan las cuestiones puramente formales de los testimonios aparecidos en la
Casa del Abad. Analizaremos lo que dicen en la siguiente entrada, porque hay que extenderse y ahora mismo no tengo tiempo de hacerlo con la merecida prolijidad. Hasta entonces.