La Academia de San Dionisio me ofrece replicar en su revista al artículo de Miguel Ángel Borrego Soto del que hablé ayer. Un artículo cuyo tono es tan moderado y respetuoso como malévolo y retorcido en su verdadero trasfondo, no otro que echar por tierra todas mis aportaciones sobre Santo Domingo como venganza por haber escrito sobre el tema que él considera de su propiedad, la mezquita aljama de Jerez. Varios colegas me dicen que replique con un texto científico sin dudar. Pues no, no lo haré.
Que lo haga es justo lo que quiere el doctor Borrego. Su intención es pasar ante el colectivo de investigadores como una persona que dinamiza la investigación aportando nuevas perspectivas y obligando a reflexionar sobre argumentos que con el paso del tiempo se transmiten de manera inercial. Efectivamente, en principio es bueno hacer eso: no conformarse con dar por válidas las verdades y volver cada cierto tiempo sobre ellas para, al hilo del avance de la investigación, verificar su solidez y abrir nuevas perspectivas.
Pero para abrir debates científicos, señoras y señores, es necesario partir de argumentos más o menos serios, que se asienten sobre una base medianamente sólida, que no alberguen errores graves en su fundamento y que tengan ciertos visos de ser ciertos cuando se les contrasta con las fuentes. Borrego no parte de eso: lo hace de observaciones arbitrarias en la que se mezclan alegremente las equivocaciones, la manipulación consciente de datos y el capricho, todo con la única voluntad de estar en el candelero y, como todos sabemos, de presentarse como el máximo conocedor del Jerez andalusí. No lo es. Es, sencillamente, un filólogo metido a mediocre investigador sobre historia, arqueología y arte, disciplinas cuyas respectivas metodologías no domina; y un investigador en el que la ignorancia, la prepotencia y la envidia forman un cóctel explosivo que está haciendo mucho daño a personas serias.
Por lo demás, debo insistir en que lo de la existencia de un ribat en Santo Domingo es una mera hipótesis mía, hipótesis que me parece plausible, pero de momento no demostrable. Todo lo demás referente a la qubba, obvio lugar de entierro y culto junto a una puerta de la muralla como ocurre en tantas ciudades almohades, qubba que sería utilizada como cabecera de la primitiva iglesia dominicana situada en Cristina, conforma una teoría unánimemente aceptada por los investigadores serios en la que no logro ver la menor grieta científica. No necesito replicar porque mis publicaciones están ahí. Ellas son la réplica.
En fin, no pienso perder el tiempo ni rebajarme en lo intelectual a lanzarme a un debate científico con una persona de nula seriedad profesional que solo se mueve por el resentimiento y que no es capaz de reconocer que las fuentes escritas y gráficas desmontan toda su sarta de dislates sobre Santo Domingo. Persona con mucho poder, eso sí. Poder en el Centro de Estudios Históricos, que utiliza para encargarse a sí mismo conferencias en las Jornadas de Historia de Jerez -de la dedicada a las torres me han hablado verdaderos horrores, particularmente del carácter insufrible de la de su buen amigo José Gutiérrez, a quien coló por todo el morro- y para controlar quién publica y quién no en la Revista de Historia de Jerez, una responsabilidad que ejerce de manera extremadamente personal y arbitraria. De ella debería dimitir de manera inmediata en aras de la limpieza y la ecuanimidad de las publicaciones científicas en esta ciudad.
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