domingo, 10 de agosto de 2025

Jerez-Estambul

El siguiente artículo de opinión lo escribí hace unos días para Diario de Jerez. Agradezco mucho la publicación, que de momento ha tenido lugar solo en la edición en papel. No sé si saldrá en la digital. En cualquier caso, aquí va el texto íntegro acompañado por algunas imágenes pertinentes.

Alguien dirá que no es un artículo de arte, sino de política. ¡Por supuesto que es así! Del atentado estético que supone instalar la Inmaculada en el Arroyo ya se ha hablado lo suficiente. Lo que aquí he intentado es realizar una reflexión sobre cómo esta dinámica en la que las interpretaciones más integristas de la religión, de cualquier religión, se están aliando con los nuevos poderes ultraconservadores, utiliza y manipula nuestro pasado histórico al tiempo que afecta de manera seria a nuestro patrimonio artístico. Que en España no hayamos llegado aún a los excesos que se están viviendo en Turquía no invalida la reflexión: con algunos años de retraso, vamos por el mismo camino.

Y si alguien quiere saber qué haría yo con la Inmaculada que ha dado pie a la polémica, la pondría en alguna rotonda en la que su tamaño pasara desapercibida. En el centro, jamás. 

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Este año he tenido la oportunidad de ir dos veces a esa ciudad que se llamó durante siglos Constantinopla y que desde no hace tanto se conoce oficialmente como Estambul. Ha sido mi primer contacto con ella: demasiado tarde para un amante del arte. Desde el año 2000, las iglesias del periodo bizantino que, tras haber sido mezquitas durante el imperio turco, fueron secularizadas y convertidas en museo en 1931, han vuelto a transformarse en lugares de culto islámico, con todo lo que ello implica. No se trata ya de que las mujeres se vean obligadas a cubrir con un pañuelo la cabeza, estrictamente vigiladas para que no se les vea ni un cabello, o que se interrumpan y restrinjan los horarios de visita para dar paso a los tiempos de oración. Es que se atenta de manera directa contra el patrimonio artístico y la historia espiritual de los edificios.

Insulto al arte: la Virgen de Hagia Sofía, tapada por velos para no ofender la sensibilidad religiosa. Islámica, en este caso.

El caso más grave es el de Santa Sofía. Solo los creyentes en la religión mahometana tienen ahora derecho a sentir el espacio bajo su impresionante cúpula. A los infieles, aunque paguemos nuestro caro ticket de visita, solo se nos permite deambular por las galerías elevadas de las naves laterales, incluso cuando el espacio de oración permanece vacío. El mosaico con la bellísima imagen de la Virgen que cubre el ábside principal se encuentra tapado por cortinajes y solo puede ser visto accediendo a un reducido espacio desde la tribuna, desde una posición angular extremadamente incómoda y haciendo cola. Es falsa esa información de que la cortina se descorre durante las visitas turísticas: está siempre corrida. Al exterior tenemos lo peor: el letrero luminoso con aquello de “No hay divinidad excepto Allah” colgado entre dos de los alminares, con resultado estético igualito al de nuestra portada de la feria. ¡Eso es respeto a uno de los espacios patrimoniales más importantes del mundo, sí señor!

No, no es nuestra portada de la feria. Es Hagia Sofía de Constantinopla.

La pequeña pero artísticamente muy relevante iglesia de los Santos Sergio y Baco también ha sufrido. Además de que ahora todos tenemos que entrar descalzos, al no creyente solo se le permite deambular por una parte del interior. Los gatos, ellos sí, pueden hacer lo que quieran; incluso dormir en el más alto escalón del mimbar, doy fe de ello. En San Salvador de Cora, iglesia con impresionante colección de mosaicos y pinturas medievales, a determinadas horas bajan unas persianas que tapan las imágenes cristianas de la sala de oración mientras te echan de manera implacable: llega el momento del rezo, aunque solo haya cuatro señores mayores que, por lo demás, tienen en la ciudad infinidad de recintos para desarrollar con total comodidad su culto.

San Salvador de Cora, hoy mezquita, a punto de bajar las persianas que tapan las imágenes.

Porque, resulta obvio decirlo, estas y otras medidas tomadas en los últimos cinco años por el gobierno de Erdogan no buscan sino dejar claro a los no musulmanes quién manda allí. Y cuando digo no musulmanes no me refiero solo a los extranjeros, sino a los propios turcos que no se sienten identificados con la religión de Mahoma. Todo forma parte de un proceso mundial hacia el neoconservadurismo, por no decir una reivindicación de la antigua fusión entre iglesia y estado como signo identitario. Frente al complejo y desconcertante fenómeno de la globalización se intentan imponer “por decreto” las presuntas señas de identidad nacionales pasando por encima de las múltiples sensibilidades que puedan existir en un territorio, incluso en uno tan extraordinariamente multicultural como es el turco. No crean que la construcción de una gran mezquita en la Plaza de Taksim, centro neurálgico de la parte más occidentalizada de la ciudad y tradicional punto de reivindicaciones políticas, responde a una necesidad de culto: se trata de imponer visualmente el islam en un sector “contaminado” por el laicismo.

¿A qué viene contarles ahora todo esto? Pues al hilo de dos noticias recientes de la prensa local. Una, la recuperación de la idea de tiempos de Pilar Sánchez y Pedro Pacheco de colocar un mamotreto inmaculadista en plena Plaza del Arroyo. Tremendo atentado visual en una zona protegida, una más en una ciudad acribillada por monumentos de dudosísimo gusto. Sus dieciséis metros de altura -ahora dicen que va a ser menos- quedarán ahí para siempre como alguien no lo remedie.

La Inmaculada de marras. Imagen tomada de Jerez, Patrimonio Destruido: NO AL MONUMENTO A LA INMACULADA EN LA PLAZA DEL ARROYO

No parece que en el consistorio haya voluntad de enmienda. Hay que pescar votos, particularmente en el caladero de VOX, dejando claro lo de “nosotros somos tan católicos como nadie”. También hay que contentar, quizá apaciguar, a ciertos sectores sociales afines a la interpretación más conservadora de la religión. Y es que en el fondo se detecta aquí también una cuestión de profundo calado ideológico: visibilizar el sector Catedral-Bertemati como sede de un poder que en los últimos tiempos, al contrario de lo que ocurría en los años ochenta e incluso noventa en esta misma tierra jerezana, está mostrando afinidad con ideologías de la extrema derecha. Dudo muchísimo que la mayoría de los creyentes de nuestra ciudad estén interesados en rendir homenaje a la Inmaculada, devoción por otra parte infinitamente más hispalense que jerezana. Que después de muchos años se haya recuperado la idea de colocar ahí esa escultura se debe a motivaciones ideológicas.

Por lo demás, habría que recordar que la circunstancia de que esta religión sea ampliamente practicada en Jerez no le da derecho a invadir el espacio urbano con un número desmesurado de estatuas, azulejos y fotografías gigantes, justo de la misma manera que el número de musulmanes en Turquía tampoco debería autorizar a Erdogan a cubrir mosaicos medievales, reconvertir iglesias desacralizadas en lugares de culto islámico o levantar nuevas mezquitas en el suelo público de la plaza más importante del Estambul moderno. ¿Acaso las sensibilidades laicas no tienen cierto derecho a respirar visualmente un poco?

La otra noticia, que viene de unas semanas atrás, es la creación de la Delegación Diocesana de Evangelización del Turismo. No se trata meramente de dar información, sino de hacer apostolado. Y eso, en una sociedad como la nuestra y bajo una constitución como la que tenemos, resulta un atentado contra la libertad religiosa. Al visitante ni se le puede ni, menos aún, se le debe catequizar: hay que ofrecerle las claves históricas y culturales que le permitan entender lo que está viendo. Luego la obra de arte -la iglesia, el retablo, la imagen devocional- tendrá la oportunidad de hablar por sí misma y de ofrecer (¡y de qué maravillosa manera lo hacen muchas!) la suficiente dosis de trascendencia espiritual a la persona receptiva. Pero parece que lo que se pretende aquí en Jerez es otra cosa: convertir la propiedad del monumento en un derecho a hacer proselitismo entre quienes deseen visitarlo.

Retablo de San Miguel de Jerez: único ángulo desde el cual el visitante puede acercarse a la Batalla de los Ángeles, por aquello de no pisar el presbiterio. ¡Y encima quieren evangelizar al turista!

Al final, quien se asome por nuestra ciudad sentirá lo mismo que esa pobres infieles que recorren Santa Sofía forzadas a cubrir su cabello aun permaneciendo invisibles a los ojos de los musulmanes. Se sentirán asimismo como aquellos otros infieles que visitan las mezquitas de Estambul rodeados de folletos para mover a la conversión; o que ven cómo unas mamparas de madera retienen a las musulmanas en ese lugar aislado y secundario que les corresponde… ¡en pleno siglo XXI! Y sentirán la misma bofetada que los amantes del arte recibimos cuando encontramos ocultos a la vista esos mosaicos que se dice resultan ofensivos a los ojos del fiel.

Y no, no crean que estos que andan poniendo monumentos y evangelizando a los turistas descreídos se encuentran muy lejos de los integristas de Turquía: si hubieran nacido por allí, estarían tapando imágenes de Cristo y la Virgen en nombre de las esencias de la patria y en defensa de la religión que, faltaría más, es la verdadera.