miércoles, 26 de octubre de 2022

A palabras necias...

Es hora de realizar una aclaración.

Iba a replicar a las últimas interpretaciones de Miguel Ángel Borrego Soto sobre las edificaciones previas en el Real Convento de Santo Domingo. Finalmente, he decidido no hacerlo. Nunca.

¿Por qué? Porque con este señor no se puede establecer un debate científico serio. No se puede debatir con quien manipula los datos dejando a un lado aquellos que no interesan y poniendo en primer plano otros faltos de solidez, por no decir abiertamente equivocados.

Este artículo cuyo enlace aquí coloco me parece un perfecto testimonio de lo que es ser un mal historiador. Pongo solo dos ejemplos. Uno, desear ver un claustro mudéjar en un edificio de tapial rematado por merlones claramente defensivos: el mudéjar no usa tapial, sino ladrillo y -en el caso de Jerez- piedra, mientras que los merlones mudéjares son siempre decorativos, de perfil escalonado. Dos, decir que el padre Rallón recogía una tradición falsa sobre la existencia de una “mezquitilla” usada como templo primitivo por los predicadores, de la misma manera que lo hacía con la supuesta misa de San Pedro González Telmo para la comunidad dominicana en Jerez. Cualquier historiador mínimamente serio sabe no confundir tradiciones piadosas que se transmiten para prestigiar una fundación con aquellas que, igualmente en tradición oral, no encuentran otra explicación que partir de una realidad más menos bien interpretada -en el caso jerezano no hubo “mezquitilla”, sino morabito-.

Hace algunas semanas me escribió un reconocido arqueólogo de otras latitudes, alarmado por las cosas que anda escribiendo Miguel Ángel Borrego sobre Santo Domingo. Me dio un consejo que voy a seguir: dejar de contestarle. Este señor, sencillamente, no es un historiador serio. Independientemente de sus ínfulas y de sus deseos de marcar territorios exclusivos, juega con las cartas marcadas. Un trilero, para entendernos. Y con un tramposo no se puede debatir, porque por mucho que tú le pongas delante argumentos cuidadosamente razonados, mirará a otro lado y se montará su propia película, que es justo lo que aquí ha estado haciendo.

Se acabó de hacerle caso a este señor. A los historiadores mediocres que mistifican la investigación lo mejor es no leerles y no citarles. Diré más: el señor Doctor en Filología está haciendo daño a la investigación en Jerez por la escasa seriedad de sus trabajos. Me consta de personas responsables que ponen muy en entredicho las teorías de sus dos libros más difundidos, el de la capital itinerante y el de la revuelta mudéjar. Confieso que a mí “me la coló”, pese a que desde el principio pillé el plagio a O’Callaghan en el segundo de ellos. Ahora me replanteo seriamente las cosas: si en lo que tiene que ver con la historia del arte manipula las cosas como está haciendo, no se puede descartar que en lo que se refiere a la fecha de la conquista y a los orígenes de la ciudad haya hecho lo mismo. Simplemente, los que ni leemos árabe ni conocemos bien la bibliografía de esos temas no hemos “pillado los trucos” que podría haber utilizado.

En definitiva, en todas sus investigaciones hay que partir de cero y examinar seriamente todas las fuentes. ¿El problema? El eco que sus trabajos están alcanzando gracias a los lazos establecidos con PeripeciasLibros, más su posición en el CEHJ y en la Revista de Historia de Jerez: quienes quieren seguir publicado en ella tiene que cuidarse muy mucho de contradecir sus investigaciones, porque ya ha demostrado que no piensa dejar títere con cabeza que le lleve la contraria (pregúntele si no a Esperanza de los ríos por el tema de los Llanos de San Sebastián).

Lo dicho: este señor está haciendo mucho daño, y lo seguirá haciendo. Con estas líneas yo hago lo que tengo que hacer: poner punto y final al asunto y olvidar a este señor y sus trabajos por siempre jamás.