martes, 28 de junio de 2022

Volviendo a la qubba de Santo Domingo (y II)

VIENE DE LA ENTRADA ANTERIOR

EL RIBAT

El otro punto que discutía el doctor Borrego Soto de mi planteamiento sobre el origen del Real Convento de Santo Domingo es el referente a su carácter de ribat. Veamos lo que escribí en la comunicación de 1996. En referencia a los dibujos de Van den Wyngaerde decía:

«(…) vemos en el lugar hoy ocupado por el extremo occidental de la nave del Rosario (…) la "mesquitilla" referida. Su planta cuadrada, cúpula trasdosada y merlones, posiblemente escalonados (el dibujo no desciende a tanto detalle), indican que nos encontramos ante una de las numerosas rábitas en forma de qubba que durante el periodo almohade proliferaron en las cercanías de las principales ciudades hispano-musulmanas y norteafricanas, y que a menudo fueron reutilizadas por los cristianos. En bastantes casos les añadieron una nave de pequeñas dimensiones, configurando así un modelo de iglesia rural destinado a tener gran éxito en el Aljarafe sevillano.»

Dos notas a pie de página para este texto.

L. TORRES BALBÁS: "Rábitas hispanomusulmanas", en Al-Andalus, 1948, págs. 475-491. B. PAVÓN MALDONADO: "En torno a la qubba real en la arquitectura hispano-musulmana", en Actas de las Jornadas de cultura árabe e islámica, Madrid, 1981, págs. 247-262.

D. ANGULO IÑIGUEZ: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV y XV, reed. Sevilla, 1983, págs. 102-107. A. J. MORALES MARTÍNEZ: "Reflexiones sobre algunas iglesias mudéjares del Aljarafe sevillano", en Mudéjar Iberoamericano. Una expresión cultural de dos mundos, Granada, 1993, págs. 39-54. Aunque la mayoría de los ejemplares aljarafeños parecen pertenecer en su integridad a tiempos cristianos, algunas cabeceras pueden ser de época musulmana.


Ermita de Castilleja de Talara (Benacazón), perfecto ejemplo de iglesia del Aljafare consistente en una nave cubierta con madera con una qubba como capilla mayor. Imagen: By Jl FilpoC - Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=103498208

Lógicamente, no contaba entonces con la bibliografía que desde aquella fecha hasta ahora se ha publicado sobre este fenómeno del ribat, un término que suele mezclarse con el de rábita, rábida y morabito. Ribat es en principio una institución, una actividad a medio camino entre lo espiritual y lo militar en la que el creyente presta servicios defendiendo un punto importante de la geografía al tiempo que realiza una labor de meditación y purificación; con el tiempo la palabra pasaría a designar el edificio propiamente dicho, que es la rábita o rábida. Morabito es la persona que se encuentra realizando el ribat, aunque de nuevo el término pasaría a designar a la edificación. La toponimia resulta bien significativa, también en nuestra comarca, y en este sentido recomendamos al lector acudir al concienzudo e imprescindible artículo de Agustín y José García Lázaro “Devotos musulmanes y defensores del islam. Morabitos y rábitas en la campiña y las sierras jerezanas”, que ustedes pueden encontrar tanto en internet como en el segundo volumen del libro Paisajes con historias en torno a Jerez: Rabatún, Morabita, Roalabota y Bibarábita son algunos de sus objetos de estudio, que tiene muy en cuenta las significativas aportaciones del arabista Mikel Epalza.

Veamos ahora lo que dice Borrego Soto (respeto las negritas y la ortografía propia de un arabista, ajena a la mayoría de los mortales):

«Conviene recordar en este punto que el término árabe rābiṭa, o ribāṭ, tenía en al-Andalus dos significados: el primero era el de una construcción militar fronteriza, sobre todo costera (recordemos el ribāṭ Rūṭa -Rota- de las fuentes árabes), en la que residía una guarnición de monjes soldados dedicados, tanto a la oración, como a luchar contra los enemigos del islam. El segundo significado de la palabra hacía referencia a unas construcciones de índole religioso-funeraria, más conocidas como morabitos, en las que un santón o eremita se retiraba para entregarse a la meditación y a la enseñanza de textos piadosos y en las que, al morir, solía ser enterrado, convirtiéndose todo ese espacio en lugar de veneración y peregrinación, o en sede de una congregación religiosa, entendiéndose este lugar bajo el concepto de zāwiya. Estas últimas construcciones, que solían adoptar la forma de qubba (espacio cuadrado en forma de cubo o de prisma cubierto con una cúpula o con un techo, por lo general, abovedado), pudieron ser aprovechadas también, en vida de su inquilino, como lugar de vigilancia del entorno, a modo de atalaya, sobre todo aquéllas construidas en lugares elevados y estratégicos.

Por lo tanto, la qubba que el profesor López Vargas-Machuca identifica en el grabado de Wyngaerde, podría identificarse con el tipo de las qubba-madfan, de carácter exclusivamente funerario y que se erigían a modo de mausoleo en los cementerios musulmanes, o con el de las qubba-rābita o morabito, al que ya hemos hecho alusión.»

Pues bien, eso es exactamente lo que quise decir, cosa que hice basándome –como él hace– en las aportaciones de ese enorme genio nunca lo suficientemente reconocido que fue Torres Balbás. Lo que ocurre es que a continuación Borrego añade que «nada prueba de un modo definitivo que la primera iglesia levantada por los dominicos jerezanos a partir de finales de 1267, tras la conquista cristiana de la ciudad, se hiciera aprovechando una qubba o un ribāṭ situado frente a la puerta de Sevilla, donde sí es cierto que hubo un reducto de carácter defensivo», y para argumentarlo parte del error de identificar el Llano de San Sebastián con la Plaza Aladro, cuando todos los investigadores hemos sabido siempre que se trataba de la Alameda Cristina. Como dejé claro en la entada anterior, la ubicación propuesta por Borrego Soto para la primera iglesia de Santo Domingo –y por ende, para la “mezquitilla”– detrás de la actual iglesia dominicana, acercándose a la calle Rosario, es gratuita y carente de fundamento alguno.

Pero aún hay más. Dice que «las características del lugar no son las propias de un ribāṭ, aunque sí es cierto que sí podrían serlo para cualquiera de los tipos de qubba reseñados anteriormente: la qubba-madfan y la qubba-rābita.» Pues eso mismo, doctor Borrego Soto, eso mismo llevo diciendo desde 1996, cuando me basé en este texto de Torres Balbás:

«Solían vivir tan piadosos varones en pequeñas ermitas o capillas –rabita, plural rawābit, palabra romanceada bajo las formas “rábita”, “rápita”, “ravida”, abundantes aún en la toponimia hispánica–, en la que eran enterrados al morir. Al culto de un Dios abstracto, inmaterial, sin apariencia ni representación humanas, como es el del islam (…), se agregó el más concreto y próximo de los ermitaños de las rábitas –morabitos (…)–, cuya protección podían invocar los devotos y penitentes».

Añade el profesor jerezano que dicha posibilidad de la qubba-madfan y la qubba-rābita adquiriría peso «sobre todo si hubiera noticia de un cementerio musulmán en sus proximidades». Pues mire usted por dónde, que tal posibilidad existe. Vamos a un texto de mi compañero en el IES Padre Luis Coloma Jesús Caballero Ragel disponible aquí (esta vez los subrayados son míos).

«El Guadalete de 8 de agosto de 1.918 tilda como ‘Hallazgo Macabro’, la aparición de restos humanos en las obras en el edificio que fue Casino Jerezano, adquirido posteriormente por La Compañía Sevillana de Electricidad. Se trata del edifico situado en calle larga n.º 52, actual sede de Unicaja. El edificio se construyó sobre parte de las Huertas de Santo Domingo. Los restos fueron inspeccionados por el juez del distrito de San Miguel, el secretario del mismo juzgado y el médico forense. Tras comprobar que los huesos estaban “…petrificados, sin duda debido al tiempo que se les había dado tierra”, fueron trasladados al cementerio municipal para su inhumación. Los restos se interpretaron como pertenecientes a la antigua comunidad dominica, al ser la zona un posible lugar de enterramiento de la referida congregación religiosa. Sin embargo, puede que los restos también se correspondiesen con el antiguo cementerio judío, no obstante se sitúa junto al antiguo barrio de la judería, o incluso haber sido otra maqbara islámica, extramuros de la ciudad y cercana a la Puerta de Sevilla. De nuevo el nulo rigor arqueológico de la época permitió un análisis más científico de los restos encontrados.»

Lo del cementerio judío queda descartado –en principio, aguardamos publicación– por el propio Borrego Soto, quien si no entendí mal su conferencia de hace unos meses en el Museo Arqueológico, sitúa el mismo a considerable distancia de este punto, ya cerca de la actual Capilla de los Desamparados. Quedan las opciones de dominicos y musulmanes. Si se tratase de estos últimos, se enterrarían ahí atraídos por la baraka que emana de un lugar sagrado, del enterramiento de un morabito bajo la referida qubba.

 

LOS ALFAQUÍES

Vamos a por otra cuestión. Decía Fray Esteban que «en el mesmo sitio, donde hoy está fundado el convento, huvo una Mesquitilla, o oratorio de los moros con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes». ¿A qué hace referencia exactamente con este ultimo término? Alfaquí es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, «Entre los musulmanes, doctor o sabio de la ley». Amplia definición. Mucho más interesante, por cercana en el tiempo a la de Rallón, es la asociación que encontramos en la Crónica de los reyes Católicos de Fray Hernando del Pulgar, y que Torres Balbás trae precisamente a colación en “Rábitas hispanomusulmanas”.

«Y como los moros por la mayor parte son livianos, especialmente atribuyen fe a sus alfaquís, y tienen por santos a los que biuen en los yermos a manera de hermitaños».

Parece obvio que el cronista de finales del XV y principios del XVI se está refiriendo a los morabitos, a los eremitas, que es muy probablemente lo que hace Rallón en torno a 1660. ¿Sitio inusual para ellos la puerta de una gran urbe? No del todo: Torres Balbás decía que «Estas gentes de tan acendrada religiosidad solían retirarse a sitios más o menos lejanos de los núcleos de población, frecuentemente a sus contornos, donde vivían entregados a prácticas devotas, a veces en compañía de algunos discípulos». Volvemos a Rallón: «con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes». ¿De verdad lo queremos más claro?


Arco de herradura aparecido a finales de los años noventa en "los claustros" de Santo Domingo.

LA ZAWIYA

Nos queda una última cuestión: ¿se trataba simplemente de una “qubba-madfan, de carácter exclusivamente funerario” o de un qubba-rābita o zāwiya? Dicho de otra manera: siendo evidente que lo que esconde el gran claustro tardogótico de Santo Domingo es una fortificación defensiva, y que su gran arco de herradura apuntado levantado con sillares localizado en la panda que da a la iglesia apunta a época posterior a la califal, ¿hablamos de un eremitorio y de una fortaleza cercanas pero independientes, o existía algún vínculo entre ambas? El propio Borrego Soto nos daba más arriba la respuesta, si bien me parece muy oportuno traer a colación el texto completo del maestro Torres Balbás en el que tanto él como yo nos hemos basado (los subrayados vuelven a ser míos).

«El nombre de rābita se aplicó frecuentemente entre nosotros a otro tipo de edificios que albergaban instituciones algo semejantes: el ribāt (…) y la zāwiya. Los primeros eran conventos fortificados que jalonaban costas y fronteras y habitaban musulmanes devotos dedicados a expediciones militares –la guerra santa– y a prácticas ascéticas; servían, al mismo tiempo, de puestos de vigilancia. Hubo casos, sin duda, en que los ribāts se organizaron en torno en base de una rābita y con un morabito como jefe; el hecho inverso de un ribat reducido a ermita por haberse alejado de sus inmediaciones la frontera enemiga, o por otras circunstancias, también es natural que se produjera.

Se llamaba zāwiya en Berbería, y la misma acepción debió de tener esa palabra en España musulmana, un edificio o grupo de edificios, construidos casi siempre alrededor de un sepulcro venerado, destinados a convento, escuela alcoránica y hospedería gratuita. En las zāwiyas más completas había, pues, un pequeño oratorio con su mihrab; el sepulcro de algún santón; una sala para la enseñanza religiosa, y una o varias habitaciones destinadas a alojamiento de huéspedes, estudiantes y peregrinos. También era frecuente la existencia de un cementerio destinado a las personas piadosas que deseaban reposar junto a la tumba del morabito».

Una vez más: «huvo una Mesquitilla, o oratorio de los moros» que estaba «en forma de fortaleça con sus almenas» y que contaba «con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes». Las piezas encajan ya a la perfección.

 

EN RESUMEN

La posibilidad de que la qubba dibujada por Van den Wygaerde no fue la mesquitilla de Rallón sino un depósito de agua, y la afirmación de que la iglesia dominicana original estaba detrás de la actual capilla mayor mirando hacia Aladro, no son sino sendos pasos en falso de Borrego Soto, quien no solo no se ha basado en argumento alguno, sino que puede haber confundido al personal no especializado: con estas cosas hay que tener cuidado.

En lo que se refiere al uso de la qubba y a la presencia de huertas y casas “para sus alfaquíes”, no hay razón alguna para replantear lo que propuse en 1996 apoyado en Torres Balbás: un eremitorio y, probablemente, el enterramiento de un morabito que pudo atraer a devotos a sus cercanías.

En cuanto a la relación con la fortificación de “los claustros” que apareció con posterioridad a mi comunicación, parece obvio que debe ponerse en relación con esos «casos, (…) en que los ribāts se organizaron en torno en base de una rābita y con un morabito como jefe» de los que nos habla Torres Balbás.

Que Rosalía González Rodríguez y Laureano Aguilar Moya, en su magnífico libro El sistema defensivo islámico de Jerez de la Frontera que precisamente presentaba a la luz pública el descubrimiento realizado bajo la cal de “los claustros”, publicado ya en 2001, no hiciera la menor mención de la qubba que yo ya había presentado el 8 de mayo de 1997 en Diario de Jerez y un año siguiente en las Actas del XI congreso del CEHA, me parece una omisión seria de la que, hasta ahora, no he recibido explicación alguna. El método científico exige recoger y presentar al lector toda la bibliografía disponible, para después analizarla críticamente quedándose con lo que parece fundamentado y descartando con argumentaciones plausibles aquellas que parecen débiles. Pasar de largo ante aportaciones que pueden alterar seriamente la interpretación de nuestro objeto de estudio, en este caso la presencia de un morabito y la posible relación con la fortaleza analizada, no parece justo con los compañeros de la investigación ni respetuoso con el lector que desea y necesita que le pongan todas las cartas disponibles sobre la mesa.

Vuelvo al principio de mi primera entrada: los compañeros de la Junta Directiva del CEHJ no solo no me han dado la oportunidad en las recientes Jornadas de Historia de Jerez de presentar aquella aportación que realicé cuando contaba veinticinco años, sino que han llamado para hablar de “La articulación defensiva de la medina al alfoz de la Sharish almohade” a un Laureano Aguilar que, por lo que me han contado, ha vuelto a hacer como si aquellas aportaciones no existieran.

En cuanto a Miguel Ángel Borrego Soto, él defendía en su Tribuna libre el interés de que «se abra un debate historiográfico alrededor de las hipótesis del profesor López Vargas-Machuca”. Entiendo que todo replanteamiento sobre las hipótesis de cualquier autor, trátese de un segunda fila como yo o de un gran nombre, resulta siempre saludable, pero en este caso mucho me temo que la investigación no ha avanzado lo más mínimo. Lo que Borrego ha conseguido es marear la perdiz, hacer que los lectores que no lleguen a leer estas líneas de mi blog piensen que allá por 1996 pude meter la pata “hasta el corvejón”, y quizá que pongan en duda mi capacidad para analizar fuentes gráficas y textuales. No me gustaría pensar que se tratara precisamente de eso, ni que todo esto haya sido un vano intento de justificar que sus colegas de la arqueología, con los que guarda fuertes relaciones profesionales, me hayan dejado y sigan dejándome de lado en un terreno que, como cualquier otro campo de la ciencia, no debería ser exclusivo de ningún grupo más o menos endogámico de investigadores.

Finalmente, expresar mi confianza en que el libro que Borrego Soto y José María Gutiérrez preparan sobre los ribats de la zona esté escrito con menos afirmaciones gratuitas que la Tribuna Libre que ha dado pie a todas estas líneas que me han hecho invertir, veintiséis años después de haber presentado estas mismas conclusiones, mucho más tiempo de lo deseable.


POST SCRIPTUM

El señor Borrego Soto sigue negando que hubiera ribāt en Santo Domingo. Si con ello se refiere a que la denominación de qubba-rābita o de zāwiya es más apropiada, pues vale, aunque habría que recordarle que la terminología ha sido flexible desde siglos atrás hasta ahora mismo, y que los especialistas han insistido en esta cuestión:

«No es de extrañar,  pues, que los términos de rābita y ribāt se confundan con frecuencia, y ambos a veces, aunque es más raro, con el de zāwiya, lo mismo que aparecen mezclados sus destinos. Las tres instituciones tenían un fin piadoso, estaban organizadas en torno a un sepulcro venerado y regidas por un santón. Al variar el tiempo y el lugar de su emplazamiento modificábanse sus características». (TORRES BALBÁS, op. cit.).

Si de una cuestión meramente terminológica se trata, cuando siempre he hablado y sigo hablando de lo mismo, muchas vueltas le ha dado al asunto el arabista jerezano para no avanzar nada, absolutamente nada en este asunto.

Podemos traer a colación un texto muy reciente, el de Javier Albarrán y Enrique Daza “Hacia la construcción de una geografía del ribāt en al-Andalus: práctica y materialidad”, dentro de Cuadernos de Arquitectura y fortificación n.º 6, ed. La Ergástula, 2019, publicado hace tan solo unas semanas.

«(...) cualquier lugar era susceptible de ser elegido por un murābit para hacer ribāt. (...) Parece evidente que los conjuntos edificados que muestran elementos compositivos relacionados con el rezo y la oración, unidos a un espacio fortificado, podrían tener más posibilidades de haber sido receptores de murābitum que una fortificación cualquiera en zona de frontera (...)» (p. 88).

Los mismos autores proponen «Establecer un modelo arquitectónico 'fluido' para esos lugares, en los que convergen elementos compositivos de las fortificaciones con los espacios de culto, siendo estos últimos los más determinantes.» (p. 59).

Ahora bien, si lo que el autor niega es que la qubba dibujada por Van den Wyngaerde tuviese una función sagrada –oratorio, tumba, o quizá tumba convertida en centro de adoración al difunto–, que el gran recinto militar mantuviese una relación directa con el mismo y que, en consecuencia, resulta muy plausible la posibilidad de que todo el complejo pudiera ser utilizado para practicar ribāt, me parece ya un empeño en negar la evidencia que roza la falta de profesionalidad.

Todo esto me recuerda al caso de la tesis de Henrik Karge. Cuando en 1987 el historiador del arte alemán publicó en castellano su monumental trabajo sobre la Catedral de Burgos, un par de nombres prestigiosos de la investigación española negaron el análisis de las claves de la girola con el que demostraba que el gran monumento burgalés tuvo una primera cabecera gótica con un diseño diferente al actual. Le pregunté a alguien muy sabio por qué se resistían a reconocer algo que era evidente con una inspección a simple vista. La respuesta fue contundente: "porque ellos no supieron verlo antes". Hoy día la tesis de Karge se encuentra unánimemente aceptada.

jueves, 16 de junio de 2022

Volviendo a la qubba de Santo Domingo (I)

Entre el 30 de mayo y el 4 de junio se ha celebrado la XXVII edición de las Jornadas de Historia de Jerez que organiza el Centro de Estudios Históricos Jerezanos, desde hace algunos años con la colaboración del Centro de Estudios del Profesorado de la misma localidad. El título, “Jerez y las torres medievales de su entorno: Historia, Arqueología y Patrimonio”.

Me lamentaba en mi muro de Facebook de continuar siendo ignorado en estas jornadas: desde que en 1996 comencé a publicar sobre arte medieval jerezano, nunca se me ha invitado a participar salvo en 2021, y no fue sino para sustituir a un compañero en una visita guiada a La Cartuja que, por cuestiones sanitarias, al final tuvo que ser suspendida. Se me dijo entonces que posiblemente para 2022 podrían contar de una vez conmigo, toda vez que estaban planeando algo que tuviera que ver con el patrimonio.

Efectivamente, con el título antedicho la oportunidad estaba ahí, porque allá por 1996 realicé una aportación sobre la existencia de unas edificaciones islámicas frente a la Puerta de Sevilla que habrían sido reutilizadas para fundar allí el Real Convento de Santo Domingo, y más recientemente he sugerido la posibilidad de que aquellas pudieran interpretarse, a tenor del recinto fortificado descubierto bajo la cal del claustro tardogótico (“Los Claustros”), como un ribat o rábita, complejo a medio camino entre lo defensivo y lo espiritual que acostumbraba a asociarse a una qubba como la que fue utilizada como cabecera de la primitiva iglesia dominicana. Cierto es que no se trata exactamente de una torre, pero al fin y al cabo una de las ponencias se llamaba “La articulación defensiva de la medina al alfoz de la Sharish almohade”, a cargo de los arqueólogos José María Gutiérrez y Laureano Aguilar. Obviamente, no fui invitado. Escribí que hubiera sido una buena oportunidad para hablar en público de este tipo de construcciones en la zona, y añadía una circunstancia significativa: el arabista Miguel Ángel Borrego Soto y el citado José María Gutiérrez andan desde hace tiempo preparando una publicación sobre ese mismo tema. Apunto ahora, para quien no lo sepa, que los dos son miembros de la Junta Directiva del Centro de Estudios Históricos, y que habida cuenta de que los demás participantes pertenecen a su entorno académico, es de suponer que los dos investigadores han tenido que ver con la selección de nombres a invitar o a dejar fuera.

La réplica a mis líneas ha venido en forma de tribuna libre escrita por Borrego Soto en Diario de Jerez el día 1 de junio, que les invito a leer en este enlace. El autor no solo pone en duda que el complejo edilicio del que estamos hablando fuese realmente un ribat, sino que intenta desmontar todas mis aportaciones sobre el primer Santo Domingo arguyendo que realicé una mala interpretación de las fuentes escritas, que la iglesia original no estaba donde señalé y que la qubba visible en las célebres imágenes realizadas por Anton van den Wyngaerde en 1567 podría ser un depósito de agua. ¡Vamos, que me equivoqué en todo!

No me extrañaría que, si alguien le preguntó por mi no participación en las jornadas, Borrego hubiese replicado que porque mis teorías eran dislates, término este que fue precisamente el que utilizó Hipólito Sancho cuando, después de haber publicado cosas acerca de la Capilla de San Pedro Mártir que se abría en la iglesia actual, se encontró con un texto del Fray Esteban Rallón acerca de la “mezquitilla en forma de fortaleza con sus almenas” que le desmontaban algunos de sus planteamientos: prefirió descalificarlas en lugar de replantear que él, Hipólito, se podía haber equivocado.


En su momento pude demostrar que Rallón estaba totalmente en lo cierto, y así lo había aceptado la bibliografía. Ustedes pueden leer aquella comunicación (Valencia 1996) en este blog. Me toca ahora “desmontar el desmontaje” que ha pretendido hacer mi compañero: no estaría bien que por su culpa volviésemos varias décadas atrás en nuestros conocimientos sobre el tema. Eso sí, tendré que ponerle paciencia: la misma que le pido al lector. Vamos por partes.

 

EL LLANO DE SAN SEBASTIÁN

Afirma el doctor Borrego Soto:

“(…) las referencias al antiguo oratorio de los frailes dominicos en las fuentes históricas jerezanas lo sitúan a espaldas del ábside de la nave principal del templo actual, como parece indicar el propio Esteban Rallón, cuando dice que la antigua iglesia era, en su tiempo (siglo XVII), bodega, y hacía cara a la plaza que llamamos el llano de San Sebastián, es decir, la plaza Aladro de nuestros días, diferente de la plaza o llano de Santo Domingo, la Alameda Cristina de ahora.”

Pues falso. Ninguna fuente habla de un oratorio situado a espaldas de la actual capilla mayor. Esas supuestas fuentes, en plural, no existen. Lo que tenemos es la cita de Rallón, que –dicho sea de paso– nadie en tiempos reciente manejaba hasta que la recuperé, en la citada comunicación, del ostracismo al que la había sometido Hipólito:

"(…) començaron un Edificio corto y hiçieron su Iglesia que hoy se conserva, valiéndose de la Mesquita, que está en forma de fortaleça con sus almenas, para Capilla Mayor, corriendo una Iglesia pequeña, que oy es bodega y hace cara a la plaça que llamamos el llano de San Sebastián”.

Llano de San Sebastián es la Alameda Cristina. Bueno, en realidad llegó a llamarse así a todo el espacio que se situaba entre la Puerta de Sevilla y el actual Mamelón, Plaza Aladro inclusive. Pero el fraile utiliza la palabra “plaça”, es decir, se refiere a un lugar no abierto, sino cerrado por al menos tres lados: la muralla, Santo Domingo y el Hospital de San Sebastián en el que en 1572 –poco después de Wyngaerde– Juan Pecador organizaría su fundación asistencial (Romero Bejarano, en Iglesias y conventos de Jerez, p. 277, dice que “el inmueble se encontraba en lo que por entonces se llamaba Llanos de San Sebastián y nosotros hoy conocemos como Alameda Cristina”). Aladro era el espacio que servía como salida trasera al convento –ahí se abre todavía la Puerta del Campo– y que lindaba con las huertas de los frailes, las cuales se extendían –gracias a Jesús Caballero Ragel por la información– desde el Cine Jerezano hasta el edificio de Unicaja en la Calle Larga.

Pasemos al testimonio de Wyngaerde. Si acudimos al dibujo preparatorio que se encuentra en Londres, veremos que la leyenda “Sto. sebastiaen S Joan de Latran” (sic) se corresponde con la letra K, situada justo en la acera de Cristina opuesta a Santo Domingo. Repararemos asimismo en una serie de edificaciones que cerraban parcialmente la actual Cristina hacia el norte, aun siempre dejando el amplio espacio que necesitaba la salida a Sevilla. Ese espacio es, precisamente, el que tiene sentido como “plaça”. Es verdad que donde está situada la actual Aladro también se ve algún edificio hacia el lado septentrional –justo detrás estaría el punto de vista adoptado por Wyngaerde–, pero no tendría el menor sentido que en tiempos de Rallón “los llanos” fueran exclusivamente el sector de Aladro, tan alejado del hospital de San Sebastián propiamente dicho. E insistimos en que el dominico hace referencia a una plaza, a un recinto más o menos cerrado, precisamente con ese nombre: solo puede tratarse de la actual superficie de Cristina.

 

EL PRIMER CONVENTO

Borrego Soto afirma que, a tenor de las fuentes dominicanas, el primitivo convento estaba situado en ese sector meridional, el que se encuentra entre Aladro y el actual Conservatorio lindando con la calle Rosario.

“Toda esa parte posterior del actual convento, hoy lamentablemente un callejón en ruinas, fue donde algunos autores como Rallón o el fraile dominico Agustín Barbas sitúan el origen del mismo, y en la que localizan aún entre los siglos XVII y XVIII, el Claustro de Novicios (hoy parte de un bloque de viviendas de la calle Rosario), el de la Enfermería, la cocina, la tahona y toda la zona industrial de los dominicos, en la que se incluiría la vieja iglesia medieval, transformada en bodega y almacén”.

Vamos a ver qué es lo que realmente dice Rallón.

"(…) corriendo una Iglesia pequeña, que oy es bodega y hace cara a la plaça que llamamos el llano de San Sebastián: el Convento fue lo que oy sirve de Claustro de legos, molino ofiçinas y atahona" (el subrayado es mío, obviamente).

Pues bien, es cierto que en toda esa parte situada detrás de la actual iglesia y al norte del gran claustro gótico había otros claustros a los que se abrían numerosas dependencias secundarias del convento. Pero no es menos verdad que las funciones conventuales también se extendían por la zona situada entre la Nave del Rosario y Aladro, es decir, justo donde se encuentra el mucho más modesto convento actual. Allí estaba, si seguimos a Rallón, el primer convento con su primer claustro, este último situado donde ahora hay un patio que hoy centra la vida dominicana.

Lo he escrito yo, lo han escrito Javier Jiménez López de Eguileta y Manuel Romero Bejarano en su libro Los Claustros de Santo Domingo y lo ha escrito José María Guerrero Vega en su tesis doctoral, Arquitectura medieval de Jerez de la Frontera: cuando se decide construir un nuevo convento, cuyo claustro aprovechará la fortificación previa, el primer cenobio se convierte en una zona secundaria y la iglesia en bodega –un espacio rectangular cubierto con madera resulta ideal para esta función–, salvándose la capilla mayor por albergar sepulturas de las élites locales. Esta quedaría integrada como parte de la nueva iglesia bajo el nombre de Capilla de San Pedro, y para ello habría que construir un muy largo espacio de enlace con la nueva nave. El resultado es lo que hoy conocemos como Nave del Rosario, justo la que otorga esa insólita planta en forma de letra T a la iglesia. Ese enorme corredor y la planta resultante solo se explican así, por el deseo de unir la iglesia nueva con la capilla mayor antigua.

En cuanto a Fray Agustín Barba, sobre este asunto aporta que la primera iglesia estuvo “en aquel sitio que es en el día bodega”, y luego afirma que el primitivo convento “estaba ubicado en el solar del actual claustro de la enfermería”, como señalan Jiménez y Romero (p. 34), pero lo hace a tenor de los restos que él cree identificar con un refectorio anterior al levantado en las últimas décadas del Quinientos; a las argumentaciones de estos dos historiadores nos remitimos, sin olvidar que no habría mucho problema en que las dependencias conventuales secundarias se fuesen extendiendo desde la zona de Cristina hacia el sector del Conservatorio de Música, desde el momento en el que la vida dominicana pasó del primer claustro al segundo –el tardogótico–

Y es que Rallón es muy claro:

Frente a la capilla de la Consolación “se abrió un grande arco del cual comienza otro pedazo de Iglesia hasta la que fue Capilla mayor y Mezquita de los moros que hoy se llama de San Pedro y hoy es de los Cabeza de Bacca Sucesores de Basco Pérez de Meira, de modo que hace otra segunda Iglesia, y tiene por capilla mayor la de Nuestra Señora de la Consolación.”

Si el lector conoce –a buen seguro que sí– dónde se encuentra la capilla de esta preciosa imagen italiana, no le puede caber la menor duda: Rallón está indicando que esa capilla mayor y esa “mezquita” se encuentran frente por frente a la actual mesa de altar, mirando en dirección Cristina. Es decir, exactamente en el lugar donde Van den Wyngaerde dibuja la qubba. No hay más que mirar los dibujos para localizar la nave que se abría a la misma: justo donde decía Rallón, haciendo “cara a la plaça que llamamos el llano de San Sebastián”.


En definitiva, afirmar que capilla mayor e iglesia primitivas se encontraban en la zona entre Plaza Aladro y Plaza de San Andrés es por completo erróneo. La combinación de las fuentes escritas de Rallón (1666) y Van den Wyngerde (1567) resulta contundente: la qubba que el flamenco pinta donde hoy se alza la portada de la Nave del Rosario y la nave que se adosa a la misma, situada en el espacio que ocupa el moderno recinto conventual, conformaron la primera iglesia del Real Convento de Santo Domingo. Sobre qué hubo exactamente en esta zona en tiempos andalusíes intentaré decir algo en la siguiente entrega.

 

CONTINÚA AQUÍ