domingo, 13 de octubre de 2019

El libro no publicado y el congreso para el que no fui llamado

El cariz que están tomando determinadas circunstancias que tienen que ver con el desarrollo y la divulgación de las investigaciones que vengo realizando desde mediados de los noventa sobre el arte medieval en mi ciudad, me llevan a dejar testimonio escrito una serie de hechos que me parece necesario que conozca el lector interesado por mi trabajo. Debo empezar por lo ocurrido con un libro titulado Gótico y mudéjar en la arquitectura medieval de Jerez de la Frontera y su entorno, de cuya preparación se ha dejado constancia en alguna oportunidad. Pues bien, lo cierto es que ese libro ha existido, pero no se publicará jamás. Voy a explicar lo ocurrido con él punto por punto, sin omitir absolutamente nada revelante.

El libro partió de una propuesta que me realizó Manuel Romero Bejarano allá por el año 2004 o 2005. Este señor había fundado recientemente una pequeña editorial y consideraba oportuno que preparase un trabajo partiendo de la tesis doctoral que por entonces realizaba y que, por circunstancias personales, no logré terminar. Yo no cobraría nada: de lo que se trataba era de ofrecer a la comunidad de investigadores y de historiadores del arte una visión actualizada y con metodología renovada sobre este campo que, pese a la tesis realizada años atrás por Carlos García Peña, estaba todavía atado al estado de la cuestión de los años treinta e ignoraba las muchas aportaciones importantes de Hipólito Sancho de Sopranis. Acepté encantado y me puse manos a la obra.

El trabajo avanzó muy rápido en un primer momento, pero me iba a encontrar con dos obstáculos. El primero, que por aquel entonces yo era profesor interino y tenía que desplazarme cada año a un lugar de Andalucía, adaptarme a los libros y a las asignaturas que me tocaban en cada instituto y perder mucho tiempo en desplazamientos. El otro, la necesidad de aprobar unas oposiciones. Estas llegaron en junio de 2006. Me concentré y triunfé. Seguidamente, vino el estresante año “de las prácticas”, tercera fase del concurso-oposición, en el que hay que trabajar con especial ahínco porque se está supervisado para ver si te confirman la plaza o, por el contrario, te consideran no apto. Las realicé en el IES Fernando Savater y todo terminó felizmente. El siguiente año lo pasé en el Coloma, “en expectativa”. Pude entonces volver a avanzar con la publicación, sobre todo porque “di con la tecla” a raíz de unas reflexiones en torno a la decisiva publicación sobre la Capilla de la Jura que en 2007 habían realizado José Jácome y Jesús Antón. Un mundo nuevo se abría ante mí, porque las piezas encajaban de una vez por todas. Pero al año siguiente, vuelta a empezar: destino definitivo en Siles, en plena Sierra de Segura a dos kilómetros de la provincia de Albacete.

Sea como fuere, el trabajo lo fui terminando hasta dar a la luz en el año 2013 un manuscrito de 89.000 palabras (381 páginas, imágenes incluidas) que me parecía decente. Entonces llegó Romero Bejarano con novedades: como editor, había decidido unilateralmente que mi texto no se publicaría como monografía, sino como parte de una obra colectiva en la que se incluirían trabajos diversos de otros compañeros, entre ellos él mismo, sobre arte medieval jerezano. Le dejé claro que no aceptaba esas condiciones. Los motivos también se los expuse con claridad. Añadir a un texto tan largo como el mío y de enfoque global otros textos mucho más concretos en su temática y de tamaño mucho menor, hacían pasar a estos por una especie de “apéndices” o de “adornos” al núcleo firmado por mí, al tiempo que hacía perder entidad a todos los trabajos, el de ellos y el propio, y ofrecía al lector un volumen en exceso disperso y falto de coherencia. Desde el punto de vista editorial, me parecía un disparate. Le propuse a Bejarano una alternativa: escribir yo un texto –gratis et amore, por descontado– del mismo tamaño que el de mis compañeros para dar salida a esa publicación colectiva, siempre y cuando él me publicase mi trabajo extenso en las condiciones inicialmente previstas. La negativa fue inmediata: “yo no publico dos libros sobre arte medieval”.

Poco a poco fui hablando con los autores que él quería que publicaran en la referida obra. Les expuse exactamente lo mismo que he escrito arriba, y puedo asegurarles que ningún improperio salió de mí sobre el editor. Simplemente, quise que mis compañeros no pensaran mal sobre mi negativa a que ese macrovolumen propuesto saliese en semejantes condiciones. Luego me enteré de que Bejarano aseguraba que yo “le andaba poniendo verde”. O no dijo la verdad, o alguien le transmitió un embuste. Insisto: lo que ahora escribo es completamente cierto.

Empecé a buscar alternativas. Encontré personas receptivas, pero retrasaban demasiado la publicación. Entonces me rebajé (sí, me rebajé: no puede expresarse de otra manera después de lo ocurrido) a hacerle a Romero Bejarano una contraoferta consistente en que yo correría con todos los gastos editoriales, pero me llevaría un porcentaje de los beneficios para intentar recuperar la inversión. En principio me contestó de manera afirmativa, pero cuando le pedí que contara con una imprenta que me había recomendado otro compañero y que salía dos euros más barata por ejemplar (ahorro para mi bolsillo de 200 euros), replicó que él trabajaba en exclusiva con otra. Le repliqué –más o menos con estas palabras, y con buen tono– que no me parecía nada bien semejante actitud, tras lo cual me soltó por teléfono una frase que aún no he olvidado: “entérate, Fernando, nunca te voy a publicar tu libro”.

En ese momento cortó toda comunicación conmigo. Pocos meses más tarde llegó el congreso 750 aniversario de la incorporación de Jerez a la Corona de Castilla: 1264-2014. La coordinación científica corría a cargo de Manuel Barea, pero la parte de Arte la llevaba Romero Bejarano. Este, previamente a los acontecimientos relatados, había concertado mi participación en el mismo como uno de los ponentes. Cuál sería mi sorpresa cuando me cuentan que el programa estaba ya cerrado y yo no estaba en él. Efectivamente. Y no solo es que no contaban conmigo: es que tampoco se realizaba un estudio de la arquitectura gótico-mudéjar. La temática del congreso era el Jerez medieval. Se entiende que en el mismo debían tratarse las principales áreas de conocimiento que engloba dicha cronología, siendo esa arquitectura particularmente interesante a la hora de entender las aportaciones de nuestra ciudad. También se entiende que es misión de los organizadores, que como funcionarios que son actúan al servicio de la colectividad y manejando dinero público, ofrecer la oportunidad de exponer y publicar sus aportaciones a todas aquellas personas que en los últimos años hayan realizado investigaciones más o menos serias sobre los temas que engloba el congreso.

Creo que lo que yo había publicado hasta entonces y lo que tenía por publicar –recuerden que Bejarano ya había leído mi manuscrito– me otorgaba el derecho a estar allí. Me había ganado a pulso un pequeño sitio, uno más dentro del colectivo. Pero yo era el único –repito: el único– que había realizado aportaciones sobre el mundo jerezano medieval que no estaba en la lista. Paradójicamente, mi colega se programaba a sí mismo con una ponencia titulada “Urbanismo y arquitectura en Jerez de la Frontera a finales del siglo XV”, trabajo que se salía del marco establecido, al hablar de gótico tardío y de la época de los Reyes Católicos, ya Edad Moderna y no Edad Media. Exactamente lo mismo se puede decir de la ponencia de su amigo y habitual colaborador Raúl Romero Medina, “Los Rodríguez: una saga de maestros constructores a finales de la Edad Media en Jerez”. La única ponencia sobre mudéjar era la de su igualmente amigo e igualmente colaborador José María Guerrero Vega sobre la Torre de la Atalaya.

¿Obró correctamente Romero Bejarano, como funcionario público que era y es, negándose a que en el congreso se tratara globalmente el mudéjar y a que yo tuviera la oportunidad de exponer un resumen de mis investigaciones? Sobre el valor de las mismas no puedo decir yo mucho, pero permítanme que les transcriba un párrafo de la tesis doctoral del citado Guerrero Vega, presentada en 2015:
“Es el historiador jerezano Fernando López Vargas-Machuca quien ha desarrollado una intensa labor de investigación, que va a suponer un auténtico revulsivo, no siempre valorado, para el conocimiento de la arquitectura medieval de la ciudad. En sus diferentes trabajos lleva a cabo una revisión crítica de la bibliografía, recogiendo muchas de las aportaciones de Sancho y Rallón que habían sido pasadas por alto por el resto de las investigaciones posteriores. A esto se añade una brillante capacidad de observación en la que se apoya para establecer novedosas relaciones formales entre los componentes de los distintos edificios estudiados y conexiones con otras experiencias arquitectónicas del entorno geográfico y cronológico. Sumado a una visión sensible a aspectos constructivos y arqueológicos, la labor investigadora de este autor se ha traducido en una amplia producción científica y en la elaboración de un discurso ordenado y coherente que intenta explicar las singularidades de la arquitectura medieval jerezana”.
Al final pude “colarme” en el congreso en la parte de las comunicaciones libres, honradísima pero bastante menos prestigiosa, y desde luego con menos tiempo para la exposición oral y pocas páginas para la publicación. Ofrecer una panorámica del arte gótico-mudéjar era imposible en esas condiciones, así que opté por presentar uno de los capítulos más breves de mi libro nonato: el de la iglesia de San Lucas. Creo que gustó bastante. Fueron muchas las personas que me preguntaron por qué estaba yo entre las comunicaciones y no en las ponencias. Contesté con la única respuesta verdadera: porque Romero Bejarano había decidido no contar conmigo. Puedo ahora añadir que un colega me aseguraba que le había rogado insistentemente incluirme entre los ponentes, y que este había rechazado tal posibilidad sin mediar explicación alguna.

Felizmente, pude presentar un sintético trabajo global sobre el gótico-mudéjar en Jerez en el catálogo de la exposición Limes Fidei gracias a la generosa invitación de Javier E. Jiménez López de Eguileta y Pablo Pomar Rodil. Me satisfizo muchísimo el resultado, porque las condiciones editoriales fueron óptimas, muy por encima de lo que pasó con las actas del citado congreso. Por cierto, que tampoco en estas últimas tuve suerte: mi texto apareció sin las pertinentes correcciones, pese a que envié las mismas dos veces. Y ni una sola imagen, pese a que otros textos sí contaban con ellas.

Bueno, ¿y el libro de marras? Ni se ha publicado ni se publicará, porque ya a estas alturas no tiene sentido. Pero el trabajo no fue en balde. El capítulo dedicado a San Dionisio creció y maduró de manera considerable hasta convertirse en dos monografías sobre el edificio. La primera la publicó PeripeciasLibros y estuvo a tiempo para el congreso, en el que se vendió bastante bien. La segunda salió el año pasado bajo la editorial (¡qué paradoja!) de Romero Bejarano, pero no por iniciativa de este señor ni por deseo de hacerme un favor, sino porque fue un encargo de un centro educativo que acudió a él con el dinero en mano; por cierto, que no he visto un solo euro del editor, pese a que por ley me corresponde un pequeño porcentaje de las ventas. Tampoco es que yo me haya molestado en reclamarlo.

El capítulo de San Lucas salió, ya les digo que no precisamente en buenas condiciones, en las actas del referido congreso. En este pobre blog he publicado parte de lo que escribí sobre San Juan de los Caballeros y sobre La O de Sanlúcar de Barrameda. El de El Divino Salvador de Vejer salió, muy mejorado con respecto al original, en la publicación de las jornadas Nuevas aportaciones a la Historia del Arte en Jerez de la Frontera y su entorno que organizaron los Amigos del Archivo. San Mateo quedó, sustancialmente ampliado y galvanizado, para el tremendo volumen sobre San Mateo editado por la Hermandad del Desconsuelo. Y el apartado sobre las relaciones entre Jerez y Córdoba, del que estoy especialmente satisfecho, se convirtió en un artículo de la Revista de Historia de Jerez. Inédito permanece lo escrito sobre San Marcos, sobre Santa María de Arcos, sobre La Rábida y alguna cosa más: espero que los textos que ahí duermen también se conviertan en semillas de las que germinen nuevos trabajos. Al final, el esfuerzo mereció la pena.

Espero que el asunto referente al libro haya quedado aclarado punto por punto y para siempre. Ya seguiré aclarando por aquí algunas otras cosas.

Post scriptum​. Ha llegado a mis oídos que Manuel Romero Bejarano estuvo difundiendo la noticia de que no me publicaba el libro porque "yo quería todo el dinero para mí", y si se editaba como obra colectiva yo cobraría menos. Me parece bochornoso, aunque muy revelador de su modus operandi, que este señor haya lanzado semejante embuste para ocultar las verdaderas razones por las que mi trabajo quedó sin publicar. Creo que estas quedaron claras en las líneas que escribí más arriba, como también que se había acordado que el trabajo lo realizaba gratis et amore y que yo no vería un duro. Que quede constancia.