sábado, 5 de septiembre de 2020

Historia e "investigación sobre lo paranormal" son incompatibles: fraude en el Castillo de Santiago en Sanlúcar de Barrameda

Ayer tuve un desagradable desencuentro con un investigador al que, sin conocerle personalmente, respetaba y hasta admiraba. Un señor que, comprensiblemente, terminó bloqueándome y, más tarde, consiguiendo que Blogger eliminara una primera versión de esta entrada. Cierto es que debí haberme moderado. Pero no me va a callar: aquí puede ustedes leer la versión corregida –es decir, autocensurada– y aumentada.

La raíz de los acontecimientos la ha desencadenado su promoción de un capítulo del programa Cuarto Milenio parte del cual gira en torno al Castillo de Santiago de la localidad gaditana. Voy a explicarme con claridad. Los fenómenos paranormales no existen. Mezclar la investigación científica seria con la “investigación” en lo paranormal es un fraude. El veterano programa del señor Iker Jiménez, ese mismo que aseguró que Jesucristo predicó en el Coliseo, no es sino un atentado contra la ciencia y contra la investigación histórica rigurosa.

Participar en calidad de historiador serio en un programa de semejante perfil es poner los conocimientos propios, los que se adquieren con esfuerzo y con rigor, al servicio de fines que no son sino engañar al ignorante para conseguir audiencia y, por ende, sacar dinero. Hacerlo con la excusa de dar promoción a la ciudad me parece un paso más, otro más de los muchos que se están dando en nuestros tiempos, para convertir el patrimonio histórico y artístico en un parque temático.

Esa maravillosa ciudad que es Sanlúcar de Barrameda no necesita recursos semejantes para reivindicar su legado. Colaborar en algo así y hacer promoción del resultado dentro de una página presuntamente seria de Facebook dedicada a la historia me parece un menosprecio a las muchas personas que, con mayor o menor intensidad, con mejores o peores resultados, nos dedicamos a investigar sobre el patrimonio sanluqueño. Y que eso venga de alguien que se dedica a la educación secundaria no me parece menos triste: espero que los alumnos de este señor, tras verle participar en ese programa, no comiencen a creen que en los muros del castillo se escuchan los quejidos de los fusilados durante la represión franquista. Represaliados que también se merecen un respeto: el de la memoria histórica seria. Que se utilicen sus circustancias en un programa sobre apariciones fantasmales me parece todo lo contrario.

Y no, en Jerez no estamos mejor: aquí tenemos a dos personas que afirman estar realizando investigaciones históricas entrando en contacto con las almas en pena de los personajes de nuestro pasado. ¡Así nos va!

viernes, 4 de septiembre de 2020

La torre que nunca fue mudéjar

No sé cuántas veces he leído ya que la torre de la Catedral –antigua Santa Iglesia Colegial– es mudéjar. Pues no, no lo es. El tercio superior –ahí sí que nadie ha llegado nunca a meter la pata, faltaría más– corresponde al siglo XVIII. El resto es una obra tardogótica que la persona que más ha trabajado este tipo de arquitectura en la zona, Manuel Romero Bejarano, data en las primeras décadas del Quinientos (página 31 de Iglesias y conventos de Jerez). Pablo Pomar y Javier Jiménez apostaron por el último tercio del XV en ese admirable artículo que tantas envidias despertó entre quienes creían tener el monopolio de escribir de todo lo que tuviera que ver con la antigua aljama (750 aniversario de la incorporación de Jerez a la Corona de Castilla, pp. 470-471). Gótico tardío, en cualquier caso, de ese mismo que hasta hace no muchos años llamaban –de manera muy equívoca– Gótico Reyes Católicos.

No hay ni un elemento que pueda calificarse como mudéjar, si es que entendemos tal etiqueta como “de estética derivada de lo andalusí”. Alguien podría replicar “vale, no hay elementos propiamente mudéjares, pero sí cristianos de tiempos del gótico-mudéjar”. Pues tampoco: ni dientes de sierra, ni puntas de diamante, ni nada de nada. Todo lo que vemos –no solo en el exterior, también en la estancia interior– se corresponde con el gótico tardío que tantísima fuerza tuvo en la archidiócesis hispalense desde el momento en el que la nueva Catedral de Sevilla alcanzó unas dimensiones considerables; en Jerez, concretamente, a partir de los años sesenta del siglo XV, cuando se comienzan San Miguel y La Cartuja.

Ni que decir tiene que más erróneo aún resulta afirmar que la torre se levanta aprovechando la base del alminar de la mezquita. Nunca ha habido ni un solo elemento que haga presuponer tal cosa, extremo que ha podido confirmar la intervención que hace poco se ha realizado: ni rastro de alminar. De hecho, todo eso de los alminares reutilizados es algo que hay que poner muy en entredicho. Si en Córdoba, efectivamente, conservamos torres que pertenecieron a mezquitas, en Sevilla no tenemos ni una sola que añadir al caso emblemático de la Giralda. Hasta hace poco se decía que la base de la de la parroquia de Santa Catalina era alminar, pero la reciente restauración ha dejado claro que en modo alguno es así: toda ella es mudéjar. Por su parte, especialistas en la materia de las mezquitas andalusíes como la profesora Susana Calvo han dejado claro que solo las mezquitas aljamas tenían la obligación de tener torre. En el caso de Jerez son dos, la que estaba dentro del actual conjunto catedralicio –concretamente en la Plaza de la Encarnación, no bajando hacia el Arroyo– y la del oratorio del alcázar, que ejercía de aljama para la tropa. Ese alminar sí que se conserva. En la antigua Colegial debió de haber otro, no sabemos si en el mismo emplazamiento de la torre de la que estamos hablando o en un diferente punto del patio. Pero eso de una Sharis con el horizonte salpicado de alminares que luego fueron transformados en campanarios cristianos me parece más que dudoso.


Aprovecho para plantear en voz alta una cuestión: ¿para qué se levantó en Jerez una torre de semejantes dimensiones? Alguien podría pensar en las insatisfechas pretensiones de la ciudad de convertirse en sede episcopal, en rivalizar de alguna manera con Sevilla. Eso es algo que quedará de manifiesto cuando la catedral barroca busque hacer referencias en sus formas a la Magna Hispalensis. Pero creo que el caso de la torre es algo más local. Por motivos que hasta ahora se nos escapan, el cabildo colegial no pudo o no quiso derribar el conjunto de la mezquita aljama transformado en iglesia cristiana. Un edificio no solo viejo, sino también muy angosto en sus dimensiones y por completo inapropiado para una sede como la de Jerez. Las parroquias, salvo la modesta de San Lucas, sí que realizaron o comenzaron a realizar un significativo remozamiento –San Mateo, San Marcos, San Juan e incluso el proyecto inconcluso de San Dionisio–, por no hablar de las dos grandes fábricas extramuros de San Miguel y Santiago, de La Merced o de las diferentes capillas del Real Convento de Santo Domingo, todo ello en un espléndido tardogótico que hacía uso exclusivo de la piedra como material constructivo y abovedaba en su integridad los espacios. La Colegiata de San Salvador solo pudo competir con ellas de una manera: alzando una torre que se viese desde todo el perímetro de la ciudad. Y añadimos otra cuestión fundamental: la necesidad de rivalizar visualmente con la Torre de la Vela, que aun adosada a San Dionisio era de propiedad municipal y plasmación arquitectónica del poder concejil. Los canónigos no estaban dispuestos a quedar relegados. El recrecimiento barroco –significativamente no se optó por una torre nueva– terminó de convertir la actual torre catedralicia en un destacadísimo referente urbano.