miércoles, 26 de octubre de 2022

A palabras necias...

Es hora de realizar una aclaración.

Iba a replicar a las últimas interpretaciones de Miguel Ángel Borrego Soto sobre las edificaciones previas en el Real Convento de Santo Domingo. Finalmente, he decidido no hacerlo. Nunca.

¿Por qué? Porque con este señor no se puede establecer un debate científico serio. No se puede debatir con quien manipula los datos dejando a un lado aquellos que no interesan y poniendo en primer plano otros faltos de solidez, por no decir abiertamente equivocados.

Este artículo cuyo enlace aquí coloco me parece un perfecto testimonio de lo que es ser un mal historiador. Pongo solo dos ejemplos. Uno, desear ver un claustro mudéjar en un edificio de tapial rematado por merlones claramente defensivos: el mudéjar no usa tapial, sino ladrillo y -en el caso de Jerez- piedra, mientras que los merlones mudéjares son siempre decorativos, de perfil escalonado. Dos, decir que el padre Rallón recogía una tradición falsa sobre la existencia de una “mezquitilla” usada como templo primitivo por los predicadores, de la misma manera que lo hacía con la supuesta misa de San Pedro González Telmo para la comunidad dominicana en Jerez. Cualquier historiador mínimamente serio sabe no confundir tradiciones piadosas que se transmiten para prestigiar una fundación con aquellas que, igualmente en tradición oral, no encuentran otra explicación que partir de una realidad más menos bien interpretada -en el caso jerezano no hubo “mezquitilla”, sino morabito-.

Hace algunas semanas me escribió un reconocido arqueólogo de otras latitudes, alarmado por las cosas que anda escribiendo Miguel Ángel Borrego sobre Santo Domingo. Me dio un consejo que voy a seguir: dejar de contestarle. Este señor, sencillamente, no es un historiador serio. Independientemente de sus ínfulas y de sus deseos de marcar territorios exclusivos, juega con las cartas marcadas. Un trilero, para entendernos. Y con un tramposo no se puede debatir, porque por mucho que tú le pongas delante argumentos cuidadosamente razonados, mirará a otro lado y se montará su propia película, que es justo lo que aquí ha estado haciendo.

Se acabó de hacerle caso a este señor. A los historiadores mediocres que mistifican la investigación lo mejor es no leerles y no citarles. Diré más: el señor Doctor en Filología está haciendo daño a la investigación en Jerez por la escasa seriedad de sus trabajos. Me consta de personas responsables que ponen muy en entredicho las teorías de sus dos libros más difundidos, el de la capital itinerante y el de la revuelta mudéjar. Confieso que a mí “me la coló”, pese a que desde el principio pillé el plagio a O’Callaghan en el segundo de ellos. Ahora me replanteo seriamente las cosas: si en lo que tiene que ver con la historia del arte manipula las cosas como está haciendo, no se puede descartar que en lo que se refiere a la fecha de la conquista y a los orígenes de la ciudad haya hecho lo mismo. Simplemente, los que ni leemos árabe ni conocemos bien la bibliografía de esos temas no hemos “pillado los trucos” que podría haber utilizado.

En definitiva, en todas sus investigaciones hay que partir de cero y examinar seriamente todas las fuentes. ¿El problema? El eco que sus trabajos están alcanzando gracias a los lazos establecidos con PeripeciasLibros, más su posición en el CEHJ y en la Revista de Historia de Jerez: quienes quieren seguir publicado en ella tiene que cuidarse muy mucho de contradecir sus investigaciones, porque ya ha demostrado que no piensa dejar títere con cabeza que le lleve la contraria (pregúntele si no a Esperanza de los ríos por el tema de los Llanos de San Sebastián).

Lo dicho: este señor está haciendo mucho daño, y lo seguirá haciendo. Con estas líneas yo hago lo que tengo que hacer: poner punto y final al asunto y olvidar a este señor y sus trabajos por siempre jamás.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Sobre la vergüenza

Recibí ayer por la tarde el pantallazo de un mensaje que ha escrito Miguel Ángel Borrego Soto, entiendo que a raíz de este texto que publiqué en el blog, acerca de mi persona. La gravedad de lo escrito es tal que me veo obligado a realizar una serie de comentarios. Punto por punto.


PRIMERO

Comienza llamándome “personaje”.

Pues vale.

 

SEGUNDO

Dice que llevo “queriendo subirme al carro ocho años”.

¿Qué carro? ¿El de las investigaciones sobre la mezquita de Sharis, que se supone él echó a andar? Miren ustedes: lo que Borrego y José María Gutiérrez hicieron fue identificar con incorrección unos restos junto a la Plaza del Arroyo, correr al periódico para decir que habían descubierto la mezquita y aprestarse a conseguir del obispado un permiso de investigación. Luego vino el jarro de agua fría: los historiadores del arte siempre habíamos sabido que la aljama estaba en la Encarnación. Sin embargo, ellos consideraron no solo que lo que habían hecho, equivocarse, era “echar a andan un carro”, sino que les otorgaba la exclusiva. Es como si Alberto Ruiz Gallardón, cuando descubrió “un Goya como la copa de un pino” en la Puerta del Sol, al recibir la noticia de que el lienzo era un Maella perfectamente conocido y catalogado hubiese dicho que él había animado a investigar sobre los cuadros colgados en las paredes del ayuntamiento madrileño. No, señores míos, meter la pata hasta el corvejón no es echar a andar carro alguno.

 

TERCERO

“Nunca ha pintado nada en el asunto”, dice de mí.

¿En qué asunto? ¿En la investigación en general? ¿En el conocimiento de la aljama de Sharis? Lo que yo he hecho es dar algunas ideas, algunas pinceladas en una conferencia y en este blog. He “pintado” eso, pinceladas, que podrían ser de utilidad y que se ofrecen desde un campo que es el de la Historia del Arte. Aportar algo, desde mis pobres conocimientos, a un tema que necesita un enfoque pluridisciplinar y mucha colaboración entre todos los que sepamos de cada una de las parcelitas –desde la fundamental Arqueología hasta la Filología en la que él es doctor, pasando por la Historia, la Diplomática, la Geografía y no sé cuántas cosas más– por las que se extiende un tema en el que todos estamos aún empezando a saber algo. Por cierto, él no ha realizado ni una sola aportación científica válida sobre la aljama de Sharis, salvo quizá intuir lo del depósito de agua bajando hacia el Arroyo.

 

CUARTO

“Ante su falta de datos tenga que fantasear, mentir, insultar y difamar a quien haga falta”.

Miren ustedes, me tomo la investigación muy en serio y jamás he recurrido a una sola mentira, a un solo insulto ni a una sola fantasía en mis publicaciones científicas. Todas ellas están ahí, al alcance del lector. Tampoco omito de manera voluntaria bibliografía relevante. Me habrán salido mejor o peor, pero en eso creo ser extremadamente riguroso. Cojan cualquiera de mis libros o artículos y vean cómo trato a los demás investigadores, a los que son de mi cuerda y a los que no, a aquellos con los que me llevo bien y a aquellos con los que no me llevo. Queda invitado el lector a confirmar si lo que digo es cierto. Mucho me temo que otros investigadores no actúan así: en el campo de la Historia del Arte he llegado a escuchar cosas como "a ese no le cito porque no me da la gana".

 

QUINTO

“Hace lo mismo con mucha otra gente, para conseguir que se hable de él continuamente”.

¿Con qué gente, exactamente? ¿Tal vez con unos amigos suyos, con los que sigue colaborando, que me engañaron para sacarme los cuartos? ¡Como si un ciudadano de un estado democrático no tuviera derecho a denunciar públicamente una estafa! Y no, no me interesa que “se hable” de mí. Lo que me interesa es investigar en paz, cosa que no estoy consiguiendo porque tengo que ocuparme de escribir estas líneas.

Debo recordar que todo este enfrentamiento lo comenzó él cuando me acusó de haber robado datos a Gonzalo Castro para presentarlos en una conferencia –ya dije que Gonzalo me ofreció esos datos, mínimos, con todo el beneplácito del mundo para que los presentara en la charla–. Luego la bola ha ido rodando. Yo siempre había sabido que Borrego se había presentado en Jerez como descubridor de unas ideas, las de la fecha de la conquista y la importancia de la revuelta mudéjar, que pertenecían a Joseph O’Callaghan; lo sabíamos todos, pero habíamos callado porque no queríamos polémica. Él fue quien destapó la caja de los truenos.

 

SEXTO

“Me acusó (falsamente, claro) de apropiarme de ideas de Joe (perdón con la familiaridad con mi amigo)”.

Bueno, como parece que el pobre de Joe O’Callaghan era amigo suyo, queda claro por qué el norteamericano no se fue a los tribunales. Porque la apropiación es tan flagrante que no se le pueden dar más vueltas al asunto. No volveré sobre el tema. 

 

SÉPTIMO

“Me acusó por el simple placer de hacer daño”.

No, no he denunciado sus “intertextualizaciones sin citar” de O’Callaghan para hacerle daño, sino para defenderme. Si él me acusa de robar ideas a otro (Gonzalo Castro), mi deber es dejar claro que el acusador lo hace para usar la “técnica del ventilador”: si uno ya es conocido en el mundillo por su tendencia a tomar ideas sin pedirlas prestadas, una manera de disimular es esparcir alrededor la “contaminación”. Está más visto que el tebeo, sobre todo en el mundo de la política. Nunca saqué lo de O’Callaghan hasta que el propio Borrego Soto me obligó a ello.

 

OCTAVO

“Fue uno de los que se coló nocturna y alevosamente en aquel bendito solar acompañado de otros historiadores y colegas”.

Lo cierto es que acudimos de día, no de noche. Por otra parte, según la RAE perfidia es “Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente.” Ningún delito cometimos allí. Ni tampoco “nos colamos”. A nosotros nos invitó y acompañó nada menos el deán de la catedral: solo el obispo tiene más autoridad que él en este asunto. Y si la diócesis, que es la propietaria, considera oportuno invitar a una serie de historiadores e historiadores del arte para que emitiésemos nuestra opinión, estaba en su pleno derecho a hacerlo.

Diré más: hizo bien, porque ese “permiso de investigación”, que –hay que dejarlo bien claro– no era un permiso de intervención, se lo habían dado a un Doctor en Filología, señor Borrego, y a un arqueólogo, señor Gutiérrez. Nada que ver con la Historia y el Arte. Es sensato que quisieran una segunda y una tercera opinión. También es lógico que los que nos dedicamos a eso del medievo quisiéramos satisfacer nuestro interés –como investigadores que somos– en un momento en el que la Casa del Abad había quedado deshabitada y esperando obras, y en el que por tanto ya eran visibles cosas que antes no se podían ver. De haberse concedido una “exclusiva”, la mayoría de los investigadores jerezanos hubiésemos quedado completamente al margen de lo que allí se hacía y, por tanto, cualquier posible contribución hubiera sino inútil.

Quede claro: si Borrego y Gutiérrez exigieron la llave no era "por motivos de seguridad", sino para asegurarse de que nadie más viera lo que allí había. Especialmente  para que no lo hiciera alguien que, al contrario que ellos en la Plaza del Arroyo, sí supiera interpretar los restos. 

 

NOVENO

“Acompañado de otros historiadores que han terminado, a saber por qué, retirándole la palabra y mofándose de él a través de la difusión de memes suyos por las diferentes redes sociales (él mismo lo reconoce y lamenta)”.

Una aclaración en lo que se refiere al orden de los acontecimientos. Esos historiadores –la mayoría de los cuales también fueron invitados a ver la Casa del Abad, ciertamente– primero se reían con los memes que fabricaba y les enviaba Manuel Romero Bejarano durante uno o dos años; y luego, cuando descubrí lo que habían estado haciendo y me enfadé con ellos (¡faltaría más!), fue cuando dejamos de hablarnos.

Lo destacable, en cualquier caso, es que sacar este asunto a colación –sobre él, efectivamente, ya he hablado en este mismo blog– en un lugar semipúblico como es Facebook pone en evidencia el perfil personal y las cualidades morales de D. Miguel Ángel Borrego Soto, Señor Director del Colegio del Beaterio. No hay más preguntas, señoría.

 

DÉCIMO

“¡Y que se permita el lujo de hablar de mi supuesta mala praxis científica quien además justifica a un conocido plagiador!”

Se refiere a estas líneas mías:

“El director de Tierra de Nadie, José Ruiz Mata, había sido acusado por Borrego precisamente de plagio a raíz de su libro sobre Asta Regia. Es cierto que Pepe –perdonen la familiaridad con quien sigue siendo mi editor– había citado de manera muy incorrecta a Borrego. Él mismo lo ha reconocido, y se ha mostrado dispuesto a corregirlo en la segunda edición. Pero no es menos verdad que su nombre estaba citado a pie de página y que se reconocía que lo allí escrito procedía de las investigaciones de Miguel Ángel Borrego.”

Cualquier persona con un poco de materia gris puede entender lo que ahí he escrito. Parece que Borrego Soto no. O más bien, no quiere entenderlo.

 

UNDÉCIMO

“¡Qué vergüenza!”, termina diciendo.

Pues miren ustedes, vergüenza son otras cosas.

Por ejemplo, lanzar falsos descubrimiento en una materia, la Historia del Arte, en la que se carece de suficiente formación académica.

Publicar los libros propios gratis gracias al dinero obtenido cobrando a autores jóvenes por editar los suyos.

Creerse la única persona con derecho a escribir sobre una temática determinada.

Utilizar el cargo de director de una revista científica para rechazar, con secos modales, artículos que vienen de personas que no son de su círculo, para así garantizarse el “coto privado de caza”.

Confundir a los aficionados a la cultura transmitiendo a sabiendas información equivocada para no reconocer un error serio en las propias investigaciones.

O intentar montar un chiringuito con presupuesto de muchos ceros y pretender ser su director no solo para “pasar a la Historia”, sino también para decidir quién participa y quién no, es decir, quien cobra y quién se queda fuera.

Eso sí que es una vergüenza.

sábado, 17 de septiembre de 2022

El Llano de San Sebastián es Cristina, o un debate que nunca se debería haber producido

Igual que Miguel Ángel Borrego Soto hace público que, en su opinión, mi texto sobre las dimensiones de la aljama de Sharis no tiene calidad –yo me enorgullezco de haberlo publicado y no cambio una sola coma–, por mi parte confieso que su último artículo sobre el antiguo convento de Santo Domingo me parece muy triste: este señor dispara en todas direcciones con teorías inconsistentes y/o contradictorias entre sí, a diestro y siniestro, con la esperanza de que alguna bala me alcance. Sus publicaciones no solo no hacen avanzar la investigación, sino que contribuyen a mistificar las cosas y a traer confusión a las personas que no son –ni tienen por qué ser– especialistas en la materia. 

El punto más sangrante es el referente a la localización del Llano o los Llanos de San Sebastián, que se empeña en localizar en la Plaza Aladro agarrándose esta vez a un plano del Centro Cartográfico del Ejército correspondiente al siglo XVIII (lean su entrada en el siguiente enlace).

Volvamos a la Historia de Xerez del Padre Rallón. Transcribo esta vez de la edición de 2002 firmada por Emilio Martín Gutiérrez. Página 147:

“(…) Jácome Adorno, caballero genovés, edificó una capilla para Nuestra Señora de Consolación casi en el comedio de la iglesia (…). Está a la parte de la epístola, y enfrente de ella, en la del evangelio, se abrió un grande arco del cual comienza otro pedazo de iglesia hasta la que fue capilla mayor y mezquita de los moros, que hoy se llama capilla de San Pedro (…), de modo que hace otra segunda iglesia, y tiene como capilla mayor la de Nuestra Señora de Consolación”.

Con independencia de que “la que fue capilla mayor y mezquita de los moros” fuese una qubba islámica de carácter religioso y/o funerario –que es lo que yo sostengo– o un molino de aceite o un depósito de agua –Borrego Soto–, el fraile dominico describe lo que está viendo con sus propios ojos allá por 1666: ese edificio al que se refiere se encuentra al final del arco que está enfrente de la Capilla de Consolación y que se abre en el lado del evangelio. O sea, se encuentra en Cristina.

¿Y cómo se llamaba ese espacio cuando escribe Rallón? Nos vamos unas páginas atrás, a la 144 de la edición antes referida.

“(…) los religiosos predicadores comenzaron un edificio corto e hicieron su iglesia, que hoy se conserva, valiéndose de la mezquita que está en forma de fortaleza con sus almenas para capilla mayor, corriendo una iglesia pequeña que es hoy bodega y hace cara a la plaza que llamamos el llano de San Sebastián (…)”.

Una vez más dejamos a un lado si Rallón se confunde al interpretar el edículo “que está en forma de fortaleza con sus almenas” como una mezquita. Lo que en este momento concreto me interesa señalar es que ese espacio en el que se alzaban el templete y la pequeña iglesia que corre a su lado, perfectamente visibles en Van den Wyngaerde –que dibujaba un siglo atrás, en 1567–, se llamaban Llano de San Sebastián cuando escribía nuestro autor, en el segundo tercio del XVII.

 


¿Y el plano del Centro Cartográfico del Ejército, que es del siglo XVIII? Seguro que muchos lo han adivinado: en el momento en que el inmenso Llano de San Sebastián, que iba desde la Puerta de Sevilla hasta la Avenida, queda dividido en dos partes por la construcción de la gran manzana que hoy ocupa el Palacio Domecq, es necesario recoger una denominación diferenciada para cada espacio: por la cercanía, a Cristina le ponen “Llano de Santo Domingo” y Aladro se queda con San Sebastián aunque el hospital del mismo nombre había estado junto a San Juan de Letrán. Sin embargo, la denominación primitiva quedará para siempre en el recuerdo. Lean lo que escribe Agustín Muñoz y Gómez en Calles y Plazas de Xerez (transcribo del facsímil de la edición de 1903, páginas 204-205):

“Antes no existían las tres manzanas de casas comprendidas entre las calles de Guadalete, Sevilla, Eguiluz y San Sebastián de hoy, pues las construcciones de ellas no pasan del siglo pasado, y así el llano de San Sebastián comprendería un perímetro extenso donde se corrían toros y se jugaban cañas, manejos y alcancías en el día de San Sebastián.”

En fin, lo que he dicho otras veces: este debate nunca debería haber existido. Todo ha partido de un error de identificación, voluntario o involuntario, a partir del cual construir una serie de hipótesis para demostrar que yo erré en mis interpretaciones y que aquellos restos de la mezquitilla y el convento dominicano inicial no estaban en Cristina sino en Aladro, y que por ende la qubba que dibuja Wyngaerde sería “otra cosa”. ¿Ven ustedes la consecuencia de empeñarse en hacer “grandes descubrimientos” y/o de revelar lo mucho que nos equivocamos los otros? La consecuencia es crear debates sin sentido y mistificar nuestro conocimiento del pasado.

Otro día hablamos del “descubrimiento” realizado por el Doctor Borrego Soto de que la fortificación de Los Claustros era una obra mudéjar (¡de tapial y con almenas defensivas, manda narices!) y de otras cosillas más que también están enredando la madeja. De momento, les dejo –con pleno permiso de la autora– algunas páginas de Esperanza de los Ríos sobre los Llanos de San Sebastián, tomadas de su libro sobre Antón Martín Calafate y Diego Moreno Meléndez. Confío en que estas sirvan de una vez por todas para que no se sigan difundiendo más errores sobre nuestro sufrido callejero.





La imagen de Cristina, tomada de Jerezplataforma - Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=11148251

viernes, 9 de septiembre de 2022

Lo que hay detrás de la polémica

Me gustaría que el lector que haya estado atento a la polémica entre Miguel Ángel Borrego Soto y un servidor fuera consciente de que, a mi modo de ver, por parte del citado investigador no ha existido una verdadera intención de abrir un debate científico en torno a los edificios preexistentes en el lugar donde la comunidad dominicana se instaló tras la conquista de Jerez de la Frontera. Me parece que se trata, en realidad, de una cuestión personal que me veo obligado a detallar por escrito.

En el año 2013 fui invitado a realizar una visita a la conocida como Casa del Abad por parte del deán de la Catedral, D. Antonio López, en compañía de otros historiadores e historiadores del arte jerezanos, toda vez que ya existía por parte del obispado la intención de realizar un proceso de rehabilitación de un inmueble en el que, como todos sabíamos –el despiece de un gran arco apuntado de cantería siempre ha sido visible desde el exterior– podía albergar restos asociados a lo que había sido la aljama de Sharis. Entonces nos limitamos a realizar una valoración que satisfizo nuestra curiosidad y corroboró al obispado el interés por realizar las obras. Nada más.


Lo que ocurre es que meses antes el señor Borrego Soto había presentado un proyecto de intervención mediante el cual, según él mismo cuenta aquí, la diócesis ponía a su disposición las llaves del local. La circunstancia que él relata acerca de que había otras llaves, cuya existencia nos permitió a los demás visitar los restos, pone en evidencia la “intrahistoria” del asunto: que creía poseer una especie de exclusividad para que sólo él y sus allegados pudiesen visitar los restos. Sería interesante conocer exactamente los términos de lo firmado, toda vez que sería en 2015 cuando –lo narra él mismo– se tomó una decisión negativa frente a todos los proyectos que se habían presentado, por el alto coste de los mismos. Vamos, que lo que se había otorgado en 2013 era un permiso para investigar: ni se aprobó un proyecto de intervención, ni se concedió exclusividad alguna.

Por las mismas fechas en que se firmaba el documento mencionado, Borrego Soto había proclamado a los cuatro vientos que él y José María Gutiérrez habían descubierto los restos de la aljama junto a la Plaza del Arroyo. Ahora reconoce y asume el error, pero queda claro que por aquel entonces, cuando se firmaba la “entrega de llaves”, ninguno de los dos investigadores citados conocía la bibliografía básica que dejaba claro que la aljama se situaba en la actual Plaza de la Encarnación; lo sabíamos todos los historiadores del arte, mas ellos no. Equivocarse se equivoca cualquiera, pero con esas bases científicas y siendo Doctor en Filología, que no arqueólogo ni historiador del arte, aspirar a ser coordinador de un proyecto de semejante envergadura resultaba atrevido. El considerable despiste con que a lo largo de los últimos meses Borrego ha manejado la documentación gráfica y escrita para elaborar una serie de teorías nuevas sobre los restos de Santo Domingo que mencionábamos al principio no hacen sino confirmar lo que ya entonces era evidente: este señor nunca ha poseído el perfil adecuado para coordinar dicha rehabilitación.

Lo cierto es que el citado investigador no solo no ha perdonado –si es que había algo que perdonar– a quienes accedimos aquel día a la Casa del Abad, sino que se ha ofendido cada vez que alguien se ha atrevido a escribir sobre un tema que él creía ya de su exclusividad y que quizá le permitiría pasar a la historia como “descubridor de la aljama de Sharis”. Es justo lo que ocurrió con el estudio de Javier Jiménez y Pablo Pomar titulado “La Colegiata medieval de San Salvador de Jerez de la Frontera” presentado en el congreso Jerez, 1264: aunque nada en su texto hace referencia al interior de la Casa del Abad, Borrego consideró este trabajo como una intromisión en un terreno que consideraba suyo. Lo mismo ocurrió tras mi conferencia “Las mezquitas de Jerez”, ofrecida ya en marzo de 2020 (se puede ver aquí). Borrego me acusó en Facebook de haberme apropiado ilegítimamente de información procedente de las obras que ya se habían emprendido, como ustedes saben bajo la dirección de Gonzalo Castro, y mediante las cuales habían aparecido los arcos del patio de abluciones. Lo cierto es que el día antes yo había visitado al arqueólogo, este había compartido impresiones conmigo –lo ha hecho con todo el que ha querido, sin ánimo alguno de favorecer a ningún círculo de investigadores– y me había autorizado plenamente a presentar en la conferencia algunos datos, pocos y muy concretos, sobre las obras que se estaban desarrollando. Dar esas pinceladas fue tomado por Borrego Soto como una ofensa en toda regla: “si no fue mío tampoco va a ser tuyo”, parecía decir.

Acusarme en Facebook de “robar” información es grave. Algo que bajo ningún concepto podía consentir, menos aún viniendo de alguien con una trayectoria de dudosa praxis científica. Me vi obligado entonces a revelar algo que era vox populi entre los historiadores locales: Borrego Soto se había presentado a sí mismo como “descubridor” de que Jerez había sido conquistada después de 1264 y de que la “revuelta mudéjar” duró varios años, cuando tal idea ya había sido presentada por Joseph O’Callaghan en un libro que él conocía perfectamente (ver aquí). Intentó entonces –sospecho que lo sigue intentando– hacer que me expulsaran del Centro de Estudios Históricos Jerezanos, de cuya directiva ya yo había previamente dimitido por descubrir que ni él ni su presidente Juan Félix Bellido estaban contentos con mi incorporación, que ellos mismos habían propuesto: demasiadas ideas nuevas, poca obediencia a aquellos con quienes –supuestamente– yo estaba en deuda. Pero Borrego me quería fuera del todo: si finalmente lo consigue, seré el primer expulsado de la institución jerezana en toda su historia.

El asunto se puso más complicado cuando decidí publicar un libro sobre el Mudéjar en Jerez con la editorial Tierra de Nadie: repárese en que yo ya había tenido serios problemas (leer) con Peripecias Libros, en la que Bellido era director y Borrego responsable de una colección sobre Al-Ándalus. El director de Tierra de Nadie, José Ruiz Mata, había sido acusado por Borrego precisamente de plagio a raíz de su libro sobre Asta Regia. Es cierto que Pepe –perdonen la familiaridad con quien sigue siendo mi editor– había citado de manera muy incorrecta a Borrego. Él mismo lo ha reconocido, y se ha mostrado dispuesto a corregirlo en la segunda edición. Pero no es menos verdad que su nombre estaba citado a pie de página y que se reconocía que lo allí escrito procedía de las investigaciones de Miguel Ángel Borrego. En cualquier caso, este último sigue erre que erre con las acusaciones de plagio a Ruiz Mata: el lector es capaz de imaginar perfectamente el porqué.

Pues bien, como ahora estoy preparando con Tierra de Nadie un libro sobre Sharis y sus mezquitas, al tiempo que él tiene previsto otro sobre rábitas con José María Gutiérrez, Borrego ha decidido torpedear mi publicación antes de que aparezca. Eso es lo que le ha llevado a lanzar desafortunadas teorías sobre la arquitectura preexistente en Santo Domingo y –todavía peor– sobre el tamaño de la aljama de Sharis. Sobre todo ello seguiré investigando y escribiendo, pero a tenor de cómo se ponen las circunstancias me ha parecido oportuno hacer pública toda esta información que aun siendo lo ideal haberla dejado a un lado, termina siendo imprescindible para darse cuenta de que detrás de todo esto no hay más que una cuestión personal.

jueves, 28 de julio de 2022

Sobre las dimensiones de la aljama de Sharish

Últimamente se están lanzando teorías bastante desafortunadas sobre la arquitectura medieval de Jerez. Quienes lo hacen dicen que su intención es que la investigación avance, pero entiendo que para ello hay que partir de una metodología científica que tenga en cuenta todas las fuentes disponibles y las combine entre sí con sentido crítico. Lanzar por lanzarlas, sin contrastarlas o haciendo caso omiso de determinadas fuentes que están ahí pero no interesa sacar a la luz, manifiesta más bien ganas de llamar la atención, de crear polémica e incluso de menospreciar a otros investigadores. Dado que he tenido la desgracia de leer algunos desatinos sobre el tamaño de la aljama de Jerez de la Frontera, vayan aquí algunos fragmentos de un libro que espero publicar pronto.

Aprovecho para añadir una cosa: ignorar –o sea, no citar aun sabiendo que existen– las publicaciones de José Luis Repetto Betes sobre el Jerez andalusí, y por ende no solo no someterlas a análisis crítico, sino también escamotearlas ante los ojos del lector foráneo, me parece una de las dinámicas más censurables que han tenido lugar a lo largo de los últimos lustros por parte de personas que han publicado repetidamente en este ámbito de la investigación. Y son unas cuantas.

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Para empezar, es necesario dejar claro que nunca se han tenido dudas sobre la ubicación de ese edificio que, según las fuentes cristianas medievales, fue “mezquita principal” y pasó a convertirse en Colegiata de San Salvador. El Padre Repetto ya lo dejó clarísimo en 1987 afirmando que «tenía un patio de las purificaciones ocupando el perímetro de la moderna plaza de la Encarnación». Quizá no acertara al decir que «tendría su minarete en donde está hoy la torre de la catedral», toda vez que la torre es inconfundiblemente tardogótica y, al menos de momento, no se han encontrado rastros de un posible alminar en esa misma ubicación; pero sí supo reconocer esa crujía de la Casa del Abad como muro de cierre del patio o sahn. En fechas más cercanas, Juan Antonio Moreno Arana tuvo la oportunidad de demostrar documentalmente que tanto esa crujía como la perpendicular no eran sino dos de las galerías perimetrales del patio, extremo confirmado cuando en 2019 empezaron las obras de rehabilitación y aparecieron las arquerías escondidas bajo la piel barroca.


Tampoco había espacio para dudar sobre el lugar en que se encontraba la sala de oraciones, como pusieron en evidencia Javier Jiménez López de Eguileta y Pablo Pomar Rodil en 2014 en un trabajo en el que se recogía y analizaba críticamente todo lo que las fuentes documentales y la historiografía ofrecen sobre la colegiata medieval, esto es, la aljama reutilizada. Ya superadas las antiguas polémicas entre Manuel Esteve e Hipólito Sancho sobre la sustitución completa o no de la antigua aljama por una obra cristiana medieval, hoy hay acuerdo en que la mezquita debió de mantenerse en pie hasta finales del siglo XVII, pero conociendo muy sustanciales reformas que debieron de incluir, como mínimo, la adición de una capilla mayor. Esta sería probablemente, continúan los dos autores, de formas “gótico-mudéjares”: hay datos sobre la existencia de los dientes de sierra y las puntas de diamante características de este taller medieval jerezano. Se orientaría hacia el noreste, girando –como era habitual a la hora de cristianizar las mezquitas– un cuarto de vuelta en el sentido contrario al de las agujas del reloj con respecto a la orientación del muro de quibla, que era el que marcaba la dirección del rezo musulmán. Decisivo es el texto que Jiménez y Pomar recogen de Bartolomé Gutiérrez, quien en su Historia de Xerez de la Frontera, relataba que «El pasado año de 1755, estando haciendo, en la obra de la Iglesia Mayor nueva, todos los Panteones (…) se profundizaba la escabacion sobre el lado de la capilla del Baptistero, en que caía parte del Presviterio de la Iglesia antigua. En esta fosa se cortaron varios paredones de grueso ladrillo y otros rastros de otra mas antigua que la vieja iglesia derribada».

Con semejante testimonio, todas las piezas encajan. Si tenemos en cuenta que la capilla bautismal es la de los pies de la nave de la Epístola de la actual catedral –hoy se encuentra en ella la taquilla para la visita turística–, queda claro que la sala de oración ocuparía un espacio de la Plaza de la Encarnación que llegaría más o menos desde el reciente monumento a Juan Pablo II hasta la esquina del andén catedralicio, lugar donde arrancaría la primitiva capilla mayor cristiana. La quibla no estaría demasiado lejos: quizá se situase antes de llegar a la Puerta de la Encarnación. En caso contrario, esto es, en el de encontrarnos ante una sala de oraciones muy profunda, la capilla mayor medieval tendría que haber estado situada mucho más lejos de la torre, en dirección hacia el crucero de la catedral, pero tenemos el testimonio explícito de que esta se encontraba sobre la capilla bautismal, no más adelante. Tampoco parece nada probable que la sala de oraciones se extendiera por una zona de tan pronunciada pendiente.

(...) Alguien podría argüir que pudo ser el doble de ancha de lo que hoy vemos; que quizá la capilla bautismal no fuera la de los pies de la nave de la Epístola, sino de la del Evangelio –paralela a la calle Aire– y que, por tanto, el presunto alminar que se presuntamente se situaría donde la actual torre gótica estaría más o menos en la mitad de la crujía de cierre del patio, a la manera de lo que ocurre en la aljama de Córdoba o en la primitiva aljama de Sevilla. Lo cierto es que también podemos descartar plenamente esa hipótesis. Por un lado, no parece haber duda de que la capilla de los pies del lado derecho es la bautismal y su opuesta la de Ánimas (Repetto Betes, 1978, p. 178). Por otro, tenemos el testimonio del arranque del edificio barroco. Sus obras apenas comenzadas «ya hubieron de suspenderse porque se necesitaba el solar que ocupaban cinco casas contiguas a la Colegial antigua. Estas casas, situadas en la calle del Aire y por tanto en el solar que hoy ocupa el reducto alto de esa calle y la nave de capillas, pertenecían a diferentes dueños (…)» (Repetto Betes, 1978, p. 68). Si la aljama reconvertida en Colegial se hubiese extendido hasta la calle Aire no hubiera sido necesario hacerse con todos esos inmuebles, lo cuales –a su vez– tenían que contar con un espacio de separación con el templo. Las medidas solo cuadran si la mezquita llegaba hasta las actuales capillas de la nave de la Epístola. ¿Hacen falta más pruebas todavía? La planta del nuevo edificio que se planteó en 1685 costaba 120.000 ducados, mientras que la nueva -la que exigía derribar las casas- ascendía a 400.000 ducados, «lo que indica que su tamaño y su complejidad había igualmente subido considerablemente aumentando así su costo de producción.» (Repetto Betes, 1978, p. 68).


Por si fuera poco, tenemos también evidencias materiales. En el extremo derecho de las arquerías aparecidas en 2019, justo al lado de la torre, se percibe el arranque de un arco que daría comienzo a una crujía perpendicular a la anterior. Si prolongamos la dirección que marca ese arco llegamos al andén de la catedral, justo donde se cerraría la sala de oraciones y comenzaría el ábside que añadieron los cristianos. La torre gótica, por tanto, no se incrustó en medio de la galería más larga del patio de abluciones, sino que se apoyó en una esquina del mismo aprovechando unas solidísimas estructuras anteriores sobre las que luego volveremos. En definitiva, no puede haber más dudas en lo que a la longitud O-E de la aljama reconvertida en Colegial, y ya pocas caben en lo que a la distancia N-S –del patio al muro de la quibla– se refiere.

Estas reducidas dimensiones en principio chocan con el carácter de aljama, la de mezquita del rezo principal de los viernes, el cual implica dimensiones suficientes como para dar cabida a todos los varones de la ciudad. Ahora bien, la documentación cristiana no deja lugar a dudas de que cuando los musulmanes fueron expulsados, esta era la mezquita mayor. Solo había tres arcos en el lado mayor del patio. Si sumamos las dos galerías perimetrales –llamadas saquifas–, lo que tenemos es una mezquita de cinco naves.

Es el momento de acudir al único estudio completo, denso y riguroso sobre las mezquitas andalusíes realizado hasta la fecha: el de la profesora Susana Calvo editado en 2013. En él se constata que las aljamas de las grandes ciudades acostumbraban a tener más de cinco naves. Ibn Adabás en Sevilla –la primitiva aljama, recordémoslo una vez más– tenía nueve. Las de Mértola y Niebla sí que tenían cinco, como esta de Sharis. También la de Medina Azahara. De momento no sabemos si, como en aquellas, la central era más ancha: esperamos el estudio del arco que se conserva por la otra cara del muro, porque la que da actualmente a la calle ha sido ocultada por una portada barroca.

Las fuentes cristianas, por su parte, confirman lo angosto del edificio que los jerezanos utilizaron durante siglos como Colegial. No encajan dimensiones tan pobres para lo que parece fue mezquita en los últimos tiempos de Sharis, cuando ya esta era una urbe de envergadura y densamente poblada, hasta el punto de que los espacios vacíos que debió de dejar la nueva muralla en su interior fueron casi totalmente ocupados.

Hasta que algún día se realicen –es difícil que este deseo se haga realidad– nuevas prospecciones arqueológicas en la Plaza de la Encarnación no será posible conocer con seguridad la articulación interna del haram, aunque algo podemos decir sobre el número de tramos hasta llegar a la quibla. Javier Jiménez y Pablo Pomar recogen el testimonio de que el coro de la Colegial estaba entre los cuatro pilares centrales del edificio («y el coro está entre cuatro pilares que son que sustentan la iglesia», se escribía en un libro de visitas de 1443). Sabemos que el edificio cristianizado tuvo capillas laterales, siendo lo más probable que, como en la aljama almohade de Sevilla, estas se realizaran compartimentando el primer tramo tras el patio y el que antecedía a la quibla. El resultado son cinco tramos de sala de oración, mismo número que el de naves: a la postre, el haram tendría una planta sensiblemente cuadrada.

domingo, 3 de julio de 2022

Sobre la orientación de la primera iglesia de Santo Domingo

Me siguen llegando pantallazos del Facebook de Borrego Soto, y claro, no me resisto.

La respuesta es facilísima. La primera arquitectura dominicana en Jerez, como no podía ser menos, era precaria. Dado que el rey concedió a los frailes una zona que ya tenía “mezquitilla” y “casas y huertas para los alfaquíes”, lo propio era reutilizar todo lo posible. Como ocurriría en el Aljarafe, la forma qubba resultaba idónea para capilla mayor si se le añadía una nave cubierta a dos aguas. A partir de semejante presupuesto, vamos a ello.

Para empezar, la nave primitiva no estaba orientada hacia el oeste. Vamos a la planimetría de Manuel Collado Moreno (tesis de José María Guerrero Vega, Espacio y construcción…p, 175). Estaba orientada hacia el sur-suroeste. Para simplificar en mi comunicación de 1993, determiné que estaba orientada hacia el sur y que la iglesia actual lo hace hacia el norte.


¿Por qué no se colocó la nave orientada hacia el este para respetar la orientación litúrgica propia de la Edad Media? ¡Pues porque hubieran cortado la vía principal de entrada a Jerez, el camino hacia Sevilla! Así de simple. Y colocarla al otro lado, a la derecha mirando desde Rafael Rivero, hubiera sido mucho peor: orientación en sentido contrario. Lo más sensato era colocar la nave mirando hacia el sur-sureste y ubicar el monasterio en el espacio que quedaba entre la qubba y la gran fortaleza de “los claustros”, seguramente aprovechando las “casas y huertas para los alfaquíes” de las que hablaba Rallón.

Debería Borrego Soto leer con más atención, pues ya lo escribí en aquella comunicación del CEAH disponible en este blog: “Las obras de ampliación emprendidas en 1430 no podían realizarse hacia el oeste, pues el camino hacia Sevilla marcaba por occidente el límite del territorio concedido a los dominicos, por lo que se decide hacerla en sentido opuesto.”

Por lo demás, todas las iglesias medievales jerezanas están mal orientadas: los castellanos giraron las mezquitas 90º en el sentido contrario al de las agujas del reloj, pero como esas mezquitas no estaban orientadas hacia el sur, sino hacia el sureste, los templos parroquiales quedando mirando hacia el noreste. Los propios dominicos, cuando ya en el siglo XV decidieron construir una nueva iglesia, la gótico-mudéjar, no la levantaron ocupando la nave del Rosario, que si hubiera mirado hacia la actual Capilla de la Consolación hubiera estado más o menos bien orientada (al sureste, como las parroquias), sino que prefirieron mirar al norte. ¿Por qué? Para aprovechar el muro de la fortaleza de “los claustros”. La funcionalidad primaba por encima de cualquier otra consideración.

En cuanto a volver dudar, como hace Borrego, “que esa qubba de Wyngaerde es la capilla mayor primitiva, llamada luego de San Pedro Mártir”, basta con recordar que hace tan solo unos días un servidor señalaba por enésima vez lo que escribía el Padre Rallón:

“(…) Jácome Adorno (…) edificó una capilla para Nuestra Señora de Consolación casi en el comedio de la iglesia (…). Está en la parte de la epístola y enfrente de ella, en la del evangelio, se abrió un grande arco del cual comienza otro pedazo de Iglesia hasta la que fue Capilla mayor y Mezquita de los moros que hoy se llama de San Pedro”.

¿Nuevo "despiste" de Borrego a la hora de leer o recordar los textos que tiene delante de las narices para salirse con la suya? Vale ya de comportamientos tan escasamente científicos, por favor.

O'Callaghan y la conquista de Jerez

Un compañero me asegura haber leído a un joven Hipólito Sancho plantear dudas sobre la fecha tradicional de la conquista castellana de Jerez de la Frontera, 9 de octubre de 1264, pero lo cierto es que ni él ni yo tenemos ese texto por delante. Así las cosas, la primera persona que en tiempos recientes ha planteado la teoría de que ese acontecimiento no pudo haber tenido lugar el referido año y que la conocida como “revuelta mudéjar” debió de durar mucho más tiempo de lo previsto fue Joseph F. O'Callaghan, en un libro publicado en 1993 y traducido al castellano tres años más tarde: El rey Sabio, El Reinado de Alfonso X de Castilla, Universidad de Sevilla, 1996.

 

Transcribo aquí las líneas que nos interesan, que pueden ustedes leer en la imagen adjunta.

«(…) estoy convencido de que (…) la revuelta mudéjar en la Baja Andalucía fue mucho más alarmante de lo que hasta ahora se ha pensado y que la rendición de Jerez tuvo lugar, no en octubre de 1264, sino dos años más tarde, entre el 4 y el 9 de octubre de 1266.»

 

Parece ser que el profesor norteamericano se retractó de esa fecha en un libro publicado ya en 2014 que no he podido consultar (The Gibraltar Crusade: Castile and the Battle for the Strait). Sobre eso, de momento no puedo decir más.

Sea como fuere, a lo que vamos: si alguien realiza un estudio monográfico sobre la fecha de la conquista de Jerez y la duración de la revuelta mudéjar, está obligado a citar el texto de O’Callaghan arriba copiado. Luego podrá corroborarlo, corregirlo y complementarlo haciendo uso de otras fuentes y de diferentes metodologías. Eso será siempre una aportación historiográfica de relevancia bienvenida por todos. Pero hay que citarlo: es una cuestión básica en cualquier investigación científica. No hacerlo es mala praxis. Si encima se atribuye uno mismo la teoría y se presenta ante la comunidad científica como "descubridor", el término utilizado para semejante modus operandi ya sería otro.

Punto y final.


Moreno de Guerra sobre los orígenes de Jerez

A tenor de mi última entrada, me piden que aporte el texto original de Juan Moreno de Guerra con el que se convertía en el primer hostoriador del siglo XX que planteaba que el origen de nuestra ciudad estaría en «Shidhuna o Sidonia», en algún lugar de la Sierra de San Cristóbal. Como verán ustedes, afirmaba allá por 1936, haciendo referencia a al-Maccari, que «Sidonia era la capital de la provincia visigótica de su nombre y como los árabes modificaron el emplazamiento de las ciudades antiguas, destruidas por la invasión, nuestra capital se trasladó algunos kilómetros más al Norte, a lugar más seguro, como alejado de la costa, más elevado y propio para cercarlo con fuertes muros, pero sobre todo más sano y lejos de las marismas.»


Poco después de publicar este escrito (“Fundación de Xerez, Notas históricas sobre Jerez de la Frontera”, Mauritania, 1936), Moreno de Guerra sería vilmente fusilado en Paracuellos

sábado, 2 de julio de 2022

De despistes, yerbajos y otras malas hierbas

Bloqueé a Miguel Ángel Borrego Soto en Facebook para no caer en la tentación de leer qué seguía diciendo sobre mi aportación sobre la qubba islámica como cabecera del primitivo templo del Real Convento de Santo Domingo. Ya bastante tiempo me ha hecho perder ese señor, entre la repuesta por partida doble que publiqué en las anteriores entradas de este blog y el resumen en Diario de Jerez. Pero un amigo me manda un pantallazo y no puedo resistirme a picar el anzuelo. Once again. Dice ahora Borrego, presentando el dibujo preparatorio de Wyngaerde, que “donde unos ven merlones escalonados, otros vemos yerbajos, malas hierbas…”.

Se olvida el doctor en Filología de un pequeño detalle. El texto del Padre Rallón decía que los dominicos “començaron un Edificio corto y hiçieron su Iglesia que hoy se conserva, valiéndose de la Mesquita, que está en forma de fortaleça con sus almenas, para Capilla Mayor, corriendo una Iglesia pequeña” (el doble subrayado es mío, obviamente).

Compárese el texto con lo dibujado por Wyngaerde un siglo antes: ahí está el edículo usado como capilla mayor, ahí está cubierta a dos aguas, con algunas ventanas– la nave pequeña. Los merlones de los dibujos están meramente esbozados, cosa comprensible toda vez que esta qubba no era un elemento urbano de especial importancia y probablemente el flamenco no quiso perder tiempo en ella, pero la fuente escrita no deja el menor resquicio para la duda. El texto de Rallón confirma y completa la imagen de Wyngaerde: el almenado existía. Si esos merlones eran escalonados ya puede ser objeto de discusión, si bien las imágenes que tengo de morabitos norteafricanos me hacen pensar en una respuesta afirmativa.


En fin, no es la primera vez que Miguel Ángel Borrego omite fuentes escritas para hacer valer sus presuntas revelaciones. Cuando escribió un libro sobre el traslado de Sidonia (Sierra de San Cristóbal) hasta Jerez omitió que el primer historiador en sostener dicha teoría fue Juan Moreno de Guerra (“Fundación de Xerez, Notas históricas sobre Jerez de la Frontera”, Mauritania, 1936, leer aquí). Al anunciar a bombo y platillo que había descubierto la aljama de Sharish bajando hacia el Arroyo, no recogió el texto de Bartolomé Gutiérrez (Historia de Xerez de la Frontera) que dejaba bien claro que la mezquita se situaba en la Encarnación, cosa que todos sabíamos y que quedó corroborada cuando en las obras de la Casa del Abad aparecieron los arcos del patio. Y cuando afirmó haber descubierto que Jerez no pudo ser conquistada por los castellanos en 1264 sino dos o tres años más tarde, se olvidó por pura casualidad de reconocer que Joseph O’Callaghan había dicho exactamente lo mismo en un libro publicado por la Universidad de Sevilla en 1996 (leer aquí).

Son ya demasiados “descuidos”, la verdad. ¿Será que este hombre es muy despistado, o es que acostumbra a jugar con las cartas marcadas?

martes, 28 de junio de 2022

Volviendo a la qubba de Santo Domingo (y II)

VIENE DE LA ENTRADA ANTERIOR

EL RIBAT

El otro punto que discutía el doctor Borrego Soto de mi planteamiento sobre el origen del Real Convento de Santo Domingo es el referente a su carácter de ribat. Veamos lo que escribí en la comunicación de 1996. En referencia a los dibujos de Van den Wyngaerde decía:

«(…) vemos en el lugar hoy ocupado por el extremo occidental de la nave del Rosario (…) la "mesquitilla" referida. Su planta cuadrada, cúpula trasdosada y merlones, posiblemente escalonados (el dibujo no desciende a tanto detalle), indican que nos encontramos ante una de las numerosas rábitas en forma de qubba que durante el periodo almohade proliferaron en las cercanías de las principales ciudades hispano-musulmanas y norteafricanas, y que a menudo fueron reutilizadas por los cristianos. En bastantes casos les añadieron una nave de pequeñas dimensiones, configurando así un modelo de iglesia rural destinado a tener gran éxito en el Aljarafe sevillano.»

Dos notas a pie de página para este texto.

L. TORRES BALBÁS: "Rábitas hispanomusulmanas", en Al-Andalus, 1948, págs. 475-491. B. PAVÓN MALDONADO: "En torno a la qubba real en la arquitectura hispano-musulmana", en Actas de las Jornadas de cultura árabe e islámica, Madrid, 1981, págs. 247-262.

D. ANGULO IÑIGUEZ: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV y XV, reed. Sevilla, 1983, págs. 102-107. A. J. MORALES MARTÍNEZ: "Reflexiones sobre algunas iglesias mudéjares del Aljarafe sevillano", en Mudéjar Iberoamericano. Una expresión cultural de dos mundos, Granada, 1993, págs. 39-54. Aunque la mayoría de los ejemplares aljarafeños parecen pertenecer en su integridad a tiempos cristianos, algunas cabeceras pueden ser de época musulmana.


Ermita de Castilleja de Talara (Benacazón), perfecto ejemplo de iglesia del Aljafare consistente en una nave cubierta con madera con una qubba como capilla mayor. Imagen: By Jl FilpoC - Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=103498208

Lógicamente, no contaba entonces con la bibliografía que desde aquella fecha hasta ahora se ha publicado sobre este fenómeno del ribat, un término que suele mezclarse con el de rábita, rábida y morabito. Ribat es en principio una institución, una actividad a medio camino entre lo espiritual y lo militar en la que el creyente presta servicios defendiendo un punto importante de la geografía al tiempo que realiza una labor de meditación y purificación; con el tiempo la palabra pasaría a designar el edificio propiamente dicho, que es la rábita o rábida. Morabito es la persona que se encuentra realizando el ribat, aunque de nuevo el término pasaría a designar a la edificación. La toponimia resulta bien significativa, también en nuestra comarca, y en este sentido recomendamos al lector acudir al concienzudo e imprescindible artículo de Agustín y José García Lázaro “Devotos musulmanes y defensores del islam. Morabitos y rábitas en la campiña y las sierras jerezanas”, que ustedes pueden encontrar tanto en internet como en el segundo volumen del libro Paisajes con historias en torno a Jerez: Rabatún, Morabita, Roalabota y Bibarábita son algunos de sus objetos de estudio, que tiene muy en cuenta las significativas aportaciones del arabista Mikel Epalza.

Veamos ahora lo que dice Borrego Soto (respeto las negritas y la ortografía propia de un arabista, ajena a la mayoría de los mortales):

«Conviene recordar en este punto que el término árabe rābiṭa, o ribāṭ, tenía en al-Andalus dos significados: el primero era el de una construcción militar fronteriza, sobre todo costera (recordemos el ribāṭ Rūṭa -Rota- de las fuentes árabes), en la que residía una guarnición de monjes soldados dedicados, tanto a la oración, como a luchar contra los enemigos del islam. El segundo significado de la palabra hacía referencia a unas construcciones de índole religioso-funeraria, más conocidas como morabitos, en las que un santón o eremita se retiraba para entregarse a la meditación y a la enseñanza de textos piadosos y en las que, al morir, solía ser enterrado, convirtiéndose todo ese espacio en lugar de veneración y peregrinación, o en sede de una congregación religiosa, entendiéndose este lugar bajo el concepto de zāwiya. Estas últimas construcciones, que solían adoptar la forma de qubba (espacio cuadrado en forma de cubo o de prisma cubierto con una cúpula o con un techo, por lo general, abovedado), pudieron ser aprovechadas también, en vida de su inquilino, como lugar de vigilancia del entorno, a modo de atalaya, sobre todo aquéllas construidas en lugares elevados y estratégicos.

Por lo tanto, la qubba que el profesor López Vargas-Machuca identifica en el grabado de Wyngaerde, podría identificarse con el tipo de las qubba-madfan, de carácter exclusivamente funerario y que se erigían a modo de mausoleo en los cementerios musulmanes, o con el de las qubba-rābita o morabito, al que ya hemos hecho alusión.»

Pues bien, eso es exactamente lo que quise decir, cosa que hice basándome –como él hace– en las aportaciones de ese enorme genio nunca lo suficientemente reconocido que fue Torres Balbás. Lo que ocurre es que a continuación Borrego añade que «nada prueba de un modo definitivo que la primera iglesia levantada por los dominicos jerezanos a partir de finales de 1267, tras la conquista cristiana de la ciudad, se hiciera aprovechando una qubba o un ribāṭ situado frente a la puerta de Sevilla, donde sí es cierto que hubo un reducto de carácter defensivo», y para argumentarlo parte del error de identificar el Llano de San Sebastián con la Plaza Aladro, cuando todos los investigadores hemos sabido siempre que se trataba de la Alameda Cristina. Como dejé claro en la entada anterior, la ubicación propuesta por Borrego Soto para la primera iglesia de Santo Domingo –y por ende, para la “mezquitilla”– detrás de la actual iglesia dominicana, acercándose a la calle Rosario, es gratuita y carente de fundamento alguno.

Pero aún hay más. Dice que «las características del lugar no son las propias de un ribāṭ, aunque sí es cierto que sí podrían serlo para cualquiera de los tipos de qubba reseñados anteriormente: la qubba-madfan y la qubba-rābita.» Pues eso mismo, doctor Borrego Soto, eso mismo llevo diciendo desde 1996, cuando me basé en este texto de Torres Balbás:

«Solían vivir tan piadosos varones en pequeñas ermitas o capillas –rabita, plural rawābit, palabra romanceada bajo las formas “rábita”, “rápita”, “ravida”, abundantes aún en la toponimia hispánica–, en la que eran enterrados al morir. Al culto de un Dios abstracto, inmaterial, sin apariencia ni representación humanas, como es el del islam (…), se agregó el más concreto y próximo de los ermitaños de las rábitas –morabitos (…)–, cuya protección podían invocar los devotos y penitentes».

Añade el profesor jerezano que dicha posibilidad de la qubba-madfan y la qubba-rābita adquiriría peso «sobre todo si hubiera noticia de un cementerio musulmán en sus proximidades». Pues mire usted por dónde, que tal posibilidad existe. Vamos a un texto de mi compañero en el IES Padre Luis Coloma Jesús Caballero Ragel disponible aquí (esta vez los subrayados son míos).

«El Guadalete de 8 de agosto de 1.918 tilda como ‘Hallazgo Macabro’, la aparición de restos humanos en las obras en el edificio que fue Casino Jerezano, adquirido posteriormente por La Compañía Sevillana de Electricidad. Se trata del edifico situado en calle larga n.º 52, actual sede de Unicaja. El edificio se construyó sobre parte de las Huertas de Santo Domingo. Los restos fueron inspeccionados por el juez del distrito de San Miguel, el secretario del mismo juzgado y el médico forense. Tras comprobar que los huesos estaban “…petrificados, sin duda debido al tiempo que se les había dado tierra”, fueron trasladados al cementerio municipal para su inhumación. Los restos se interpretaron como pertenecientes a la antigua comunidad dominica, al ser la zona un posible lugar de enterramiento de la referida congregación religiosa. Sin embargo, puede que los restos también se correspondiesen con el antiguo cementerio judío, no obstante se sitúa junto al antiguo barrio de la judería, o incluso haber sido otra maqbara islámica, extramuros de la ciudad y cercana a la Puerta de Sevilla. De nuevo el nulo rigor arqueológico de la época permitió un análisis más científico de los restos encontrados.»

Lo del cementerio judío queda descartado –en principio, aguardamos publicación– por el propio Borrego Soto, quien si no entendí mal su conferencia de hace unos meses en el Museo Arqueológico, sitúa el mismo a considerable distancia de este punto, ya cerca de la actual Capilla de los Desamparados. Quedan las opciones de dominicos y musulmanes. Si se tratase de estos últimos, se enterrarían ahí atraídos por la baraka que emana de un lugar sagrado, del enterramiento de un morabito bajo la referida qubba.

 

LOS ALFAQUÍES

Vamos a por otra cuestión. Decía Fray Esteban que «en el mesmo sitio, donde hoy está fundado el convento, huvo una Mesquitilla, o oratorio de los moros con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes». ¿A qué hace referencia exactamente con este ultimo término? Alfaquí es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, «Entre los musulmanes, doctor o sabio de la ley». Amplia definición. Mucho más interesante, por cercana en el tiempo a la de Rallón, es la asociación que encontramos en la Crónica de los reyes Católicos de Fray Hernando del Pulgar, y que Torres Balbás trae precisamente a colación en “Rábitas hispanomusulmanas”.

«Y como los moros por la mayor parte son livianos, especialmente atribuyen fe a sus alfaquís, y tienen por santos a los que biuen en los yermos a manera de hermitaños».

Parece obvio que el cronista de finales del XV y principios del XVI se está refiriendo a los morabitos, a los eremitas, que es muy probablemente lo que hace Rallón en torno a 1660. ¿Sitio inusual para ellos la puerta de una gran urbe? No del todo: Torres Balbás decía que «Estas gentes de tan acendrada religiosidad solían retirarse a sitios más o menos lejanos de los núcleos de población, frecuentemente a sus contornos, donde vivían entregados a prácticas devotas, a veces en compañía de algunos discípulos». Volvemos a Rallón: «con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes». ¿De verdad lo queremos más claro?


Arco de herradura aparecido a finales de los años noventa en "los claustros" de Santo Domingo.

LA ZAWIYA

Nos queda una última cuestión: ¿se trataba simplemente de una “qubba-madfan, de carácter exclusivamente funerario” o de un qubba-rābita o zāwiya? Dicho de otra manera: siendo evidente que lo que esconde el gran claustro tardogótico de Santo Domingo es una fortificación defensiva, y que su gran arco de herradura apuntado levantado con sillares localizado en la panda que da a la iglesia apunta a época posterior a la califal, ¿hablamos de un eremitorio y de una fortaleza cercanas pero independientes, o existía algún vínculo entre ambas? El propio Borrego Soto nos daba más arriba la respuesta, si bien me parece muy oportuno traer a colación el texto completo del maestro Torres Balbás en el que tanto él como yo nos hemos basado (los subrayados vuelven a ser míos).

«El nombre de rābita se aplicó frecuentemente entre nosotros a otro tipo de edificios que albergaban instituciones algo semejantes: el ribāt (…) y la zāwiya. Los primeros eran conventos fortificados que jalonaban costas y fronteras y habitaban musulmanes devotos dedicados a expediciones militares –la guerra santa– y a prácticas ascéticas; servían, al mismo tiempo, de puestos de vigilancia. Hubo casos, sin duda, en que los ribāts se organizaron en torno en base de una rābita y con un morabito como jefe; el hecho inverso de un ribat reducido a ermita por haberse alejado de sus inmediaciones la frontera enemiga, o por otras circunstancias, también es natural que se produjera.

Se llamaba zāwiya en Berbería, y la misma acepción debió de tener esa palabra en España musulmana, un edificio o grupo de edificios, construidos casi siempre alrededor de un sepulcro venerado, destinados a convento, escuela alcoránica y hospedería gratuita. En las zāwiyas más completas había, pues, un pequeño oratorio con su mihrab; el sepulcro de algún santón; una sala para la enseñanza religiosa, y una o varias habitaciones destinadas a alojamiento de huéspedes, estudiantes y peregrinos. También era frecuente la existencia de un cementerio destinado a las personas piadosas que deseaban reposar junto a la tumba del morabito».

Una vez más: «huvo una Mesquitilla, o oratorio de los moros» que estaba «en forma de fortaleça con sus almenas» y que contaba «con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes». Las piezas encajan ya a la perfección.

 

EN RESUMEN

La posibilidad de que la qubba dibujada por Van den Wygaerde no fue la mesquitilla de Rallón sino un depósito de agua, y la afirmación de que la iglesia dominicana original estaba detrás de la actual capilla mayor mirando hacia Aladro, no son sino sendos pasos en falso de Borrego Soto, quien no solo no se ha basado en argumento alguno, sino que puede haber confundido al personal no especializado: con estas cosas hay que tener cuidado.

En lo que se refiere al uso de la qubba y a la presencia de huertas y casas “para sus alfaquíes”, no hay razón alguna para replantear lo que propuse en 1996 apoyado en Torres Balbás: un eremitorio y, probablemente, el enterramiento de un morabito que pudo atraer a devotos a sus cercanías.

En cuanto a la relación con la fortificación de “los claustros” que apareció con posterioridad a mi comunicación, parece obvio que debe ponerse en relación con esos «casos, (…) en que los ribāts se organizaron en torno en base de una rābita y con un morabito como jefe» de los que nos habla Torres Balbás.

Que Rosalía González Rodríguez y Laureano Aguilar Moya, en su magnífico libro El sistema defensivo islámico de Jerez de la Frontera que precisamente presentaba a la luz pública el descubrimiento realizado bajo la cal de “los claustros”, publicado ya en 2001, no hiciera la menor mención de la qubba que yo ya había presentado el 8 de mayo de 1997 en Diario de Jerez y un año siguiente en las Actas del XI congreso del CEHA, me parece una omisión seria de la que, hasta ahora, no he recibido explicación alguna. El método científico exige recoger y presentar al lector toda la bibliografía disponible, para después analizarla críticamente quedándose con lo que parece fundamentado y descartando con argumentaciones plausibles aquellas que parecen débiles. Pasar de largo ante aportaciones que pueden alterar seriamente la interpretación de nuestro objeto de estudio, en este caso la presencia de un morabito y la posible relación con la fortaleza analizada, no parece justo con los compañeros de la investigación ni respetuoso con el lector que desea y necesita que le pongan todas las cartas disponibles sobre la mesa.

Vuelvo al principio de mi primera entrada: los compañeros de la Junta Directiva del CEHJ no solo no me han dado la oportunidad en las recientes Jornadas de Historia de Jerez de presentar aquella aportación que realicé cuando contaba veinticinco años, sino que han llamado para hablar de “La articulación defensiva de la medina al alfoz de la Sharish almohade” a un Laureano Aguilar que, por lo que me han contado, ha vuelto a hacer como si aquellas aportaciones no existieran.

En cuanto a Miguel Ángel Borrego Soto, él defendía en su Tribuna libre el interés de que «se abra un debate historiográfico alrededor de las hipótesis del profesor López Vargas-Machuca”. Entiendo que todo replanteamiento sobre las hipótesis de cualquier autor, trátese de un segunda fila como yo o de un gran nombre, resulta siempre saludable, pero en este caso mucho me temo que la investigación no ha avanzado lo más mínimo. Lo que Borrego ha conseguido es marear la perdiz, hacer que los lectores que no lleguen a leer estas líneas de mi blog piensen que allá por 1996 pude meter la pata “hasta el corvejón”, y quizá que pongan en duda mi capacidad para analizar fuentes gráficas y textuales. No me gustaría pensar que se tratara precisamente de eso, ni que todo esto haya sido un vano intento de justificar que sus colegas de la arqueología, con los que guarda fuertes relaciones profesionales, me hayan dejado y sigan dejándome de lado en un terreno que, como cualquier otro campo de la ciencia, no debería ser exclusivo de ningún grupo más o menos endogámico de investigadores.

Finalmente, expresar mi confianza en que el libro que Borrego Soto y José María Gutiérrez preparan sobre los ribats de la zona esté escrito con menos afirmaciones gratuitas que la Tribuna Libre que ha dado pie a todas estas líneas que me han hecho invertir, veintiséis años después de haber presentado estas mismas conclusiones, mucho más tiempo de lo deseable.


POST SCRIPTUM

El señor Borrego Soto sigue negando que hubiera ribāt en Santo Domingo. Si con ello se refiere a que la denominación de qubba-rābita o de zāwiya es más apropiada, pues vale, aunque habría que recordarle que la terminología ha sido flexible desde siglos atrás hasta ahora mismo, y que los especialistas han insistido en esta cuestión:

«No es de extrañar,  pues, que los términos de rābita y ribāt se confundan con frecuencia, y ambos a veces, aunque es más raro, con el de zāwiya, lo mismo que aparecen mezclados sus destinos. Las tres instituciones tenían un fin piadoso, estaban organizadas en torno a un sepulcro venerado y regidas por un santón. Al variar el tiempo y el lugar de su emplazamiento modificábanse sus características». (TORRES BALBÁS, op. cit.).

Si de una cuestión meramente terminológica se trata, cuando siempre he hablado y sigo hablando de lo mismo, muchas vueltas le ha dado al asunto el arabista jerezano para no avanzar nada, absolutamente nada en este asunto.

Podemos traer a colación un texto muy reciente, el de Javier Albarrán y Enrique Daza “Hacia la construcción de una geografía del ribāt en al-Andalus: práctica y materialidad”, dentro de Cuadernos de Arquitectura y fortificación n.º 6, ed. La Ergástula, 2019, publicado hace tan solo unas semanas.

«(...) cualquier lugar era susceptible de ser elegido por un murābit para hacer ribāt. (...) Parece evidente que los conjuntos edificados que muestran elementos compositivos relacionados con el rezo y la oración, unidos a un espacio fortificado, podrían tener más posibilidades de haber sido receptores de murābitum que una fortificación cualquiera en zona de frontera (...)» (p. 88).

Los mismos autores proponen «Establecer un modelo arquitectónico 'fluido' para esos lugares, en los que convergen elementos compositivos de las fortificaciones con los espacios de culto, siendo estos últimos los más determinantes.» (p. 59).

Ahora bien, si lo que el autor niega es que la qubba dibujada por Van den Wyngaerde tuviese una función sagrada –oratorio, tumba, o quizá tumba convertida en centro de adoración al difunto–, que el gran recinto militar mantuviese una relación directa con el mismo y que, en consecuencia, resulta muy plausible la posibilidad de que todo el complejo pudiera ser utilizado para practicar ribāt, me parece ya un empeño en negar la evidencia que roza la falta de profesionalidad.

Todo esto me recuerda al caso de la tesis de Henrik Karge. Cuando en 1987 el historiador del arte alemán publicó en castellano su monumental trabajo sobre la Catedral de Burgos, un par de nombres prestigiosos de la investigación española negaron el análisis de las claves de la girola con el que demostraba que el gran monumento burgalés tuvo una primera cabecera gótica con un diseño diferente al actual. Le pregunté a alguien muy sabio por qué se resistían a reconocer algo que era evidente con una inspección a simple vista. La respuesta fue contundente: "porque ellos no supieron verlo antes". Hoy día la tesis de Karge se encuentra unánimemente aceptada.

jueves, 16 de junio de 2022

Volviendo a la qubba de Santo Domingo (I)

Entre el 30 de mayo y el 4 de junio se ha celebrado la XXVII edición de las Jornadas de Historia de Jerez que organiza el Centro de Estudios Históricos Jerezanos, desde hace algunos años con la colaboración del Centro de Estudios del Profesorado de la misma localidad. El título, “Jerez y las torres medievales de su entorno: Historia, Arqueología y Patrimonio”.

Me lamentaba en mi muro de Facebook de continuar siendo ignorado en estas jornadas: desde que en 1996 comencé a publicar sobre arte medieval jerezano, nunca se me ha invitado a participar salvo en 2021, y no fue sino para sustituir a un compañero en una visita guiada a La Cartuja que, por cuestiones sanitarias, al final tuvo que ser suspendida. Se me dijo entonces que posiblemente para 2022 podrían contar de una vez conmigo, toda vez que estaban planeando algo que tuviera que ver con el patrimonio.

Efectivamente, con el título antedicho la oportunidad estaba ahí, porque allá por 1996 realicé una aportación sobre la existencia de unas edificaciones islámicas frente a la Puerta de Sevilla que habrían sido reutilizadas para fundar allí el Real Convento de Santo Domingo, y más recientemente he sugerido la posibilidad de que aquellas pudieran interpretarse, a tenor del recinto fortificado descubierto bajo la cal del claustro tardogótico (“Los Claustros”), como un ribat o rábita, complejo a medio camino entre lo defensivo y lo espiritual que acostumbraba a asociarse a una qubba como la que fue utilizada como cabecera de la primitiva iglesia dominicana. Cierto es que no se trata exactamente de una torre, pero al fin y al cabo una de las ponencias se llamaba “La articulación defensiva de la medina al alfoz de la Sharish almohade”, a cargo de los arqueólogos José María Gutiérrez y Laureano Aguilar. Obviamente, no fui invitado. Escribí que hubiera sido una buena oportunidad para hablar en público de este tipo de construcciones en la zona, y añadía una circunstancia significativa: el arabista Miguel Ángel Borrego Soto y el citado José María Gutiérrez andan desde hace tiempo preparando una publicación sobre ese mismo tema. Apunto ahora, para quien no lo sepa, que los dos son miembros de la Junta Directiva del Centro de Estudios Históricos, y que habida cuenta de que los demás participantes pertenecen a su entorno académico, es de suponer que los dos investigadores han tenido que ver con la selección de nombres a invitar o a dejar fuera.

La réplica a mis líneas ha venido en forma de tribuna libre escrita por Borrego Soto en Diario de Jerez el día 1 de junio, que les invito a leer en este enlace. El autor no solo pone en duda que el complejo edilicio del que estamos hablando fuese realmente un ribat, sino que intenta desmontar todas mis aportaciones sobre el primer Santo Domingo arguyendo que realicé una mala interpretación de las fuentes escritas, que la iglesia original no estaba donde señalé y que la qubba visible en las célebres imágenes realizadas por Anton van den Wyngaerde en 1567 podría ser un depósito de agua. ¡Vamos, que me equivoqué en todo!

No me extrañaría que, si alguien le preguntó por mi no participación en las jornadas, Borrego hubiese replicado que porque mis teorías eran dislates, término este que fue precisamente el que utilizó Hipólito Sancho cuando, después de haber publicado cosas acerca de la Capilla de San Pedro Mártir que se abría en la iglesia actual, se encontró con un texto del Fray Esteban Rallón acerca de la “mezquitilla en forma de fortaleza con sus almenas” que le desmontaban algunos de sus planteamientos: prefirió descalificarlas en lugar de replantear que él, Hipólito, se podía haber equivocado.


En su momento pude demostrar que Rallón estaba totalmente en lo cierto, y así lo había aceptado la bibliografía. Ustedes pueden leer aquella comunicación (Valencia 1996) en este blog. Me toca ahora “desmontar el desmontaje” que ha pretendido hacer mi compañero: no estaría bien que por su culpa volviésemos varias décadas atrás en nuestros conocimientos sobre el tema. Eso sí, tendré que ponerle paciencia: la misma que le pido al lector. Vamos por partes.

 

EL LLANO DE SAN SEBASTIÁN

Afirma el doctor Borrego Soto:

“(…) las referencias al antiguo oratorio de los frailes dominicos en las fuentes históricas jerezanas lo sitúan a espaldas del ábside de la nave principal del templo actual, como parece indicar el propio Esteban Rallón, cuando dice que la antigua iglesia era, en su tiempo (siglo XVII), bodega, y hacía cara a la plaza que llamamos el llano de San Sebastián, es decir, la plaza Aladro de nuestros días, diferente de la plaza o llano de Santo Domingo, la Alameda Cristina de ahora.”

Pues falso. Ninguna fuente habla de un oratorio situado a espaldas de la actual capilla mayor. Esas supuestas fuentes, en plural, no existen. Lo que tenemos es la cita de Rallón, que –dicho sea de paso– nadie en tiempos reciente manejaba hasta que la recuperé, en la citada comunicación, del ostracismo al que la había sometido Hipólito:

"(…) començaron un Edificio corto y hiçieron su Iglesia que hoy se conserva, valiéndose de la Mesquita, que está en forma de fortaleça con sus almenas, para Capilla Mayor, corriendo una Iglesia pequeña, que oy es bodega y hace cara a la plaça que llamamos el llano de San Sebastián”.

Llano de San Sebastián es la Alameda Cristina. Bueno, en realidad llegó a llamarse así a todo el espacio que se situaba entre la Puerta de Sevilla y el actual Mamelón, Plaza Aladro inclusive. Pero el fraile utiliza la palabra “plaça”, es decir, se refiere a un lugar no abierto, sino cerrado por al menos tres lados: la muralla, Santo Domingo y el Hospital de San Sebastián en el que en 1572 –poco después de Wyngaerde– Juan Pecador organizaría su fundación asistencial (Romero Bejarano, en Iglesias y conventos de Jerez, p. 277, dice que “el inmueble se encontraba en lo que por entonces se llamaba Llanos de San Sebastián y nosotros hoy conocemos como Alameda Cristina”). Aladro era el espacio que servía como salida trasera al convento –ahí se abre todavía la Puerta del Campo– y que lindaba con las huertas de los frailes, las cuales se extendían –gracias a Jesús Caballero Ragel por la información– desde el Cine Jerezano hasta el edificio de Unicaja en la Calle Larga.

Pasemos al testimonio de Wyngaerde. Si acudimos al dibujo preparatorio que se encuentra en Londres, veremos que la leyenda “Sto. sebastiaen S Joan de Latran” (sic) se corresponde con la letra K, situada justo en la acera de Cristina opuesta a Santo Domingo. Repararemos asimismo en una serie de edificaciones que cerraban parcialmente la actual Cristina hacia el norte, aun siempre dejando el amplio espacio que necesitaba la salida a Sevilla. Ese espacio es, precisamente, el que tiene sentido como “plaça”. Es verdad que donde está situada la actual Aladro también se ve algún edificio hacia el lado septentrional –justo detrás estaría el punto de vista adoptado por Wyngaerde–, pero no tendría el menor sentido que en tiempos de Rallón “los llanos” fueran exclusivamente el sector de Aladro, tan alejado del hospital de San Sebastián propiamente dicho. E insistimos en que el dominico hace referencia a una plaza, a un recinto más o menos cerrado, precisamente con ese nombre: solo puede tratarse de la actual superficie de Cristina.

 

EL PRIMER CONVENTO

Borrego Soto afirma que, a tenor de las fuentes dominicanas, el primitivo convento estaba situado en ese sector meridional, el que se encuentra entre Aladro y el actual Conservatorio lindando con la calle Rosario.

“Toda esa parte posterior del actual convento, hoy lamentablemente un callejón en ruinas, fue donde algunos autores como Rallón o el fraile dominico Agustín Barbas sitúan el origen del mismo, y en la que localizan aún entre los siglos XVII y XVIII, el Claustro de Novicios (hoy parte de un bloque de viviendas de la calle Rosario), el de la Enfermería, la cocina, la tahona y toda la zona industrial de los dominicos, en la que se incluiría la vieja iglesia medieval, transformada en bodega y almacén”.

Vamos a ver qué es lo que realmente dice Rallón.

"(…) corriendo una Iglesia pequeña, que oy es bodega y hace cara a la plaça que llamamos el llano de San Sebastián: el Convento fue lo que oy sirve de Claustro de legos, molino ofiçinas y atahona" (el subrayado es mío, obviamente).

Pues bien, es cierto que en toda esa parte situada detrás de la actual iglesia y al norte del gran claustro gótico había otros claustros a los que se abrían numerosas dependencias secundarias del convento. Pero no es menos verdad que las funciones conventuales también se extendían por la zona situada entre la Nave del Rosario y Aladro, es decir, justo donde se encuentra el mucho más modesto convento actual. Allí estaba, si seguimos a Rallón, el primer convento con su primer claustro, este último situado donde ahora hay un patio que hoy centra la vida dominicana.

Lo he escrito yo, lo han escrito Javier Jiménez López de Eguileta y Manuel Romero Bejarano en su libro Los Claustros de Santo Domingo y lo ha escrito José María Guerrero Vega en su tesis doctoral, Arquitectura medieval de Jerez de la Frontera: cuando se decide construir un nuevo convento, cuyo claustro aprovechará la fortificación previa, el primer cenobio se convierte en una zona secundaria y la iglesia en bodega –un espacio rectangular cubierto con madera resulta ideal para esta función–, salvándose la capilla mayor por albergar sepulturas de las élites locales. Esta quedaría integrada como parte de la nueva iglesia bajo el nombre de Capilla de San Pedro, y para ello habría que construir un muy largo espacio de enlace con la nueva nave. El resultado es lo que hoy conocemos como Nave del Rosario, justo la que otorga esa insólita planta en forma de letra T a la iglesia. Ese enorme corredor y la planta resultante solo se explican así, por el deseo de unir la iglesia nueva con la capilla mayor antigua.

En cuanto a Fray Agustín Barba, sobre este asunto aporta que la primera iglesia estuvo “en aquel sitio que es en el día bodega”, y luego afirma que el primitivo convento “estaba ubicado en el solar del actual claustro de la enfermería”, como señalan Jiménez y Romero (p. 34), pero lo hace a tenor de los restos que él cree identificar con un refectorio anterior al levantado en las últimas décadas del Quinientos; a las argumentaciones de estos dos historiadores nos remitimos, sin olvidar que no habría mucho problema en que las dependencias conventuales secundarias se fuesen extendiendo desde la zona de Cristina hacia el sector del Conservatorio de Música, desde el momento en el que la vida dominicana pasó del primer claustro al segundo –el tardogótico–

Y es que Rallón es muy claro:

Frente a la capilla de la Consolación “se abrió un grande arco del cual comienza otro pedazo de Iglesia hasta la que fue Capilla mayor y Mezquita de los moros que hoy se llama de San Pedro y hoy es de los Cabeza de Bacca Sucesores de Basco Pérez de Meira, de modo que hace otra segunda Iglesia, y tiene por capilla mayor la de Nuestra Señora de la Consolación.”

Si el lector conoce –a buen seguro que sí– dónde se encuentra la capilla de esta preciosa imagen italiana, no le puede caber la menor duda: Rallón está indicando que esa capilla mayor y esa “mezquita” se encuentran frente por frente a la actual mesa de altar, mirando en dirección Cristina. Es decir, exactamente en el lugar donde Van den Wyngaerde dibuja la qubba. No hay más que mirar los dibujos para localizar la nave que se abría a la misma: justo donde decía Rallón, haciendo “cara a la plaça que llamamos el llano de San Sebastián”.


En definitiva, afirmar que capilla mayor e iglesia primitivas se encontraban en la zona entre Plaza Aladro y Plaza de San Andrés es por completo erróneo. La combinación de las fuentes escritas de Rallón (1666) y Van den Wyngerde (1567) resulta contundente: la qubba que el flamenco pinta donde hoy se alza la portada de la Nave del Rosario y la nave que se adosa a la misma, situada en el espacio que ocupa el moderno recinto conventual, conformaron la primera iglesia del Real Convento de Santo Domingo. Sobre qué hubo exactamente en esta zona en tiempos andalusíes intentaré decir algo en la siguiente entrega.

 

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