lunes, 27 de diciembre de 2021

El mudéjar en Jerez, preguntas y respuestas

Parece que en cuatro o cinco días, tras una demora derivada de problemas técnicos –la imprenta tenía que comprar una máquina nueva–, se pone a la venta El mudéjar en Jerez, preguntas y respuestas. Si no esta misma semana, lo tienen ustedes para después de Fin de Año. Como la pandemia impide –de momento– realizar presentación oficial, vayan estas líneas para explicar de qué va el asunto.

El texto parte de una motivación clara: mi vocación docente. Muchas veces los que nos dedicamos –mejor o peor, esa es otra historia– a investigar nos olvidamos de algo tan fundamental como es la divulgación. Nos preocupamos por avanzar en nuestros conocimientos –lo que está muy bien– o quizá –esto ya es menos interesante– en ser los primeros en sacar a la luz tal o cual hallazgo, pero muy poco de que esos avances y esos descubrimientos lleguen al común de los mortales. También es cierto que las circunstancias del mundo universitario no son precisamente las que más ayudan a promover la divulgación: los profesores de nuestras universidades están obligados a la publicación de textos científicos, lo que generalmente les lleva a dejar a un lado aquellos trabajos que no van a servir para conseguir el número requerido de créditos. Los profesores de secundaria no gozamos del prestigio de los de la enseñanza del nivel superior. Tampoco con sus recursos ni con sus horas libres para investigar: si nos dedicamos a ello, lo hacemos en nuestras horas libres. Pero precisamente por eso tampoco nos vemos condicionados por las cuestiones antedichas. Como no se tiene en cuenta en nuestra trayectoria laboral, da igual que publiquemos investigación o divulgación. Podemos sin remordimientos dedicarnos a esta última, que no en balde coincide con nuestra vocación última: enseñar al que quiere aprender.


Con este objetivo en la mente, le propuse al editor José Ruiz Mata la idea de un libro eminentemente divulgativo en el que el texto y la imagen, equilibradas al cincuenta por ciento, sirvieran para difundir el estado de la cuestión sobre lo que conocemos como “gótico-mudéjar” o “mudéjar” de Jerez de la Frontera, y a su vez contribuyese a poner en valor esa parte importante de nuestro patrimonio monumental. Aceptó al instante. Le dije que me gustaría contar con un fotógrafo de contrastada calidad y que su nombre apareciera en portada. También respondió de inmediato: José Luis Lozano Romero. No le conocía de nada, pero en cuanto vi lo que hacía quedé maravillado. Propuso además fotos a color y tapa dura. Qué quieren que les diga, todo esto sobrepasaba con mucho lo que yo podía esperar para cualquiera de mis trabajos.

En principio la idea era articular la publicación en una serie de dobles páginas: texto a la izquierda, imagen a la derecha. Pero luego me di cuenta de que, por muy didácticas que fueran las explicaciones, primero hacía falta una parte “teórica” más o menos larga que, antes de entrar en materia, sentase una serie de cuestiones básicas que no tienen por qué ser conocidas por todos los lectores. Decidí escribirla siguiendo el formato de cuatro grandes baterías de preguntas y respuestas. Yo ya había optado por tan arriesgado planteamiento en unas notas que sobre El castillo de Barbazul de Bartók redacté hace años para el Teatro Villamarta. Luego lo hice en el libro San Dionisio, una visita guiada: parece que gustó. A algunos le podrá parecer poco académico, pero considero que con él la lectura resulta mucho más ágil, los conceptos llegan con mayor claridad y el amante de la cultura que no cuenta con una especial preparación en estos temas podrá acercarse a cuestiones muy complejas para las que no encuentra fácil respuesta en los libros.

Ni que decir tiene que para toda esta primera parte he tenido muy en mente a mis propios alumnos del IES Padre Luis Coloma, sobre todo a los de Patrimonio Artístico y Cultural de Andalucía y a los de Historia del Arte –primero y segundo de Bachillerato respectivamente–, y con ellos a los de toda la ciudad. También a sus profesores. He pensado mucho en esos compañeros que buscan información sintética y actualizada sobre nuestro patrimonio monumental y que se ven abocados bien a leer textos recientes pero dispersos y a veces de gran complejidad, bien a conformarse con síntesis muy desactualizadas. Con todos los respetos, el libro de El mudéjar en Jerez de mi apreciada compañera Ricarda López lanzado en 2004 recogía el estado de la cuestión de 1933, esto es, el inmediatamente anterior a la Introducción a la Arquitectura en Xerez de Hipólito Sancho. Desde su fecha de publicación, además, ha llovido muchísimo. Ciertamente mi síntesis realizada en 2014 para el catálogo de Limes Fidei sigue pareciéndome válida en líneas generales e importante en el apartado gráfico, pero el espacio disponible no permitía profundizar lo suficiente ni recoger en imágenes todo el patrimonio de interés. Y tampoco es que en estos últimos años nos hayamos quedado cruzados de brazos precisamente: hay muchas cosas nuevas que integrar en nuestra visión global del mudéjar jerezano, empezando por la tesis doctoral de José María Guerrero Vega y continuando por una serie de aportaciones mías y de otros investigadores. Había que actualizar.

Debo reconocer que, en el empeño por seguir avanzando en el conocimiento de este mundo, me puse a escribir con tanto entusiasmo que en un momento dado renuncié a las “preguntas y respuestas” y pasé al formato tradicional, el de la redacción expositiva, para incluir más y más reflexiones. Error: se me fue de las manos. Las dimensiones alcanzadas eran muy considerables y aquello se alejaba de la idea inicial de divulgación, así que tuve que renunciar y volví al formato original. Por el camino se han quedado páginas y páginas que no sé si algún día tendré la ocasión de publicar; muchas de ellas estaban dedicadas al Jerez andalusí. Lo cierto es que ahora no era el momento.

¿Cómo ha quedado el texto, pues? Empezamos con cinco páginas de introducción: todo resumido para que el lector se haga una idea muy general de aquello de lo que vamos a hablar. Siguen las veintiocho páginas de preguntas y respuestas, distribuidas en cuatro bloques: “Gótico y Tardogótico”, “Mudéjares, Mudéjar, Mudejarismo”, “Gótico y Mudéjar en Jerez” y “Materiales y Formas”. A alguien le parecerá una soberana tontería responder preguntas como “¿En qué consiste la arquitectura gótica?” o “¿Cuándo y dónde aparece la arquitectura gótica? ¿Es una evolución de la románica?”, que son precisamente las primeras. A mí no: el libro está escrito para todo el mundo. Mal empezamos si nos ponemos exquisitos. Por otra parte, no se han esquivado cuestiones complejas como “¿Es verdad que el paso del románico al gótico se realiza gracias a la orden del Císter?”, “¿Debe interpretarse el uso de la madera para cubrir espacios como un rasgo de mudejarismo?” o “¿Es un estilo el mudéjar, o más bien una constante del arte hispano?”. Otras preguntas tienen un carácter más local: “¿En qué medida se encuentran vinculadas las iglesias de Jerez a la arquitectura parroquial sevillana del medievo?”, “¿Existe arte románico en Jerez?”, “¿Son los elementos mudéjares de las iglesias jerezanas una herencia recibida desde la arquitectura de Sharis?”, “¿Puede considerarse al gótico-mudéjar de Jerez como una prolongación del cordobés?” o “¿Llegaron maestros mudéjares del otro lado de la frontera?”. Espero haber sabido dar respuestas plausibles.

A continuación, diecinueve láminas con sus comentarios. Cuestiones de maquetación han impedido preservar el concepto original de texto a la izquierda, imagen a la derecha, pero sí que hemos mantenido la idea de optar por la página completa para las fotografías. En algún caso, se trata de dos imágenes horizontales ocupando una página. José Luis Lozano ha realizado un trabajo formidable; mejor cuanto más libre, cuanto menos sujeto a mis peticiones. Hay muchas imágenes que alcanzan gran fuerza plástica por sí mismas, con independencia del objeto representado. En este sentido, creo que es un libro muy hermoso, muy bellamente editado e ilustrado. Me gusta de manera muy especial la imagen del ábside de Santa María de Arcos vista desde el interior de una vivienda, así como la instantánea en blanco y negro de la techumbre mudéjar de la vivienda número 3 de la Plaza de San Lucas, que con la mayor amabilidad del mundo nos permitió fotografiar la actual propietaria del inmueble. Vayan a ella desde aquí nuestro agradecimiento, como también a la hermana mayor de la Hermandad de la Vera+Cruz y al sr. cura párroco de San Dionisio: difícil es encontrar mayor espíritu de colaboración. Tampoco podemos dejar de agradecer la amabilísima cesión que José Contreras Sánchez ha realizado de dos fotografías que realizara en su momento para el catálogo de Limes Fidei, una de ellas por completo inédita. Y a nuestro amigo “La cámara de Kiko”, que no quería reconocimiento alguno por su magnífico y muy revelador detalle de la sacristía de la Cartuja de las Cuevas: no le he hecho caso y le he puesto el merecidísimo crédito fotográfico.

En cuanto a las láminas propiamente dichas, hemos intentado llegar a un equilibrio entre lo más conocido y lo que no suele llamar tanto la atención, como también entre lo que está en Jerez y lo que se encuentra fuera de la localidad: Arcos de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y Vejer de la Frontera tienen su justo lugar, porque sin ellas sería por completo imposible entender lo que aportan los talleres jerezanos. Por supuesto, todas las páginas precedentes de “preguntas y respuestas” también están ilustradas, siguiendo en ellas el criterio de incluir lo más interesante de lo que no iba a ser recogido en las láminas “grandes”. Creo que es la primera vez que se publican imágenes a color de la Capilla de la Jura restaurada (¡qué impresionante trabajo el de nuestro fotógrafo!), o del exterior del Convento de Santiago de la Espada (Sevilla), y quizá también de los restos pictóricos de Santa María de la O de Sanlúcar de Barrameda y de los que hay en la Puerta de Jerez en Tarifa. De la capilla mayor del Divino Salvador de Vejer se publican dos detalles reveladores –las fotos las hice yo, a José Luis no le hemos hecho trepar por los muros– que jamás se han visto.

También hemos incluido una imagen que me gusta especialmente. Se trata de una vista de la Plaza Plateros en torno a 1915 que se encuentra en el Archivo General de la Región de Murcia. Su conocimiento se lo debo a D. Cristóbal Orellana. La publicamos de manera testimonial en el libro San Dionisio: una visita guiada con un tamaño tan pequeño que se perdía la mayor parte de la información. Ahora la tenemos a doble página en todo su esplendor. O casi, porque les aseguro que ampliando en la pantalla del ordenador se obtiene un nivel de detalle asombroso. El rótulo “Queda prohibido por disposición del Sr. Alcalde bajo la multa de una peseta verter aguas en este sitio y en sus inmediaciones” sigue sin poder leerse.

Los textos acompañan a las diecinueve láminas son más complicados que los precedentes. Más “para ya iniciados”, aunque si se ha leído lo que se expone con anterioridad no puede haber el menor problema de comprensión. De lo que se trata ahora es pasar de cuestiones generales a otras más particulares. También me he permitido en ellos presentar ideas novedosas, intentando abrir nuevos senderos. Estoy contento por haber arrojado un poco de luz –o eso espero– sobre el lío de la Capilla de la Paz en Santiago. También creo que pueden ser tomados en consideración los apuntes sobre la posible relación entre la arquitectura religiosa y la militar realizados a partir de la bóveda de espejo en San Marcos. Volver a lo de la qubba en Santo Domingo me ha resultado aburrido, después de tantos años, pero no podíamos dejar de lado un capítulo tan decisivo. Lo de la capilla mayor de San Juan de los Caballeros sí me ha resultado más estimulante, porque recupero la idea que Romero Bejarano y Caramazana Malia negaron: que se trata de una construcción funeraria asociada a las laudas de Lorenzo Fernández de Villavicencio, esposa e hijo. Obviamente ahora apuesto por una cronología más temprana que la que consideré a finales del siglo pasado (¡cómo pasa el tiempo!), pero creo haber retomado la idea con argumentos sólidos que abren una vía particularmente interesante a la investigación, sobre todo en lo que a la relación entre oligarquía y vocabulario artístico se refiere. Está mal que hasta ahora no hayamos tenido en cuenta la circunstancia de que este personaje, antes de su triunfal retorno a Jerez, estuvo desterrado en el sultanato nazarí. ¿Debe extrañarnos que pidiera que se ornara su tumba en la capilla mayor de San Juan “estrellada de azulejos”? Ahí hay mucha tela que cortar.

Salvo en una sección a la que luego haré referencia, el libro no cuenta con otro aparato crítico que la bibliografía final. Dado el carácter de síntesis que presentan los textos, de haber optado por notas a pie de página estas hubieran tenido que ser extremadamente numerosas: por eso mismo semejante opción es común en los libros de carácter divulgativo. Ahora bien, aunque se ha hecho un esfuerzo para ir citando dentro del texto a aquellos investigadores que han realizado las aportaciones más relevantes, parecía justo orientar al lector deseoso de ampliar sus conocimientos en torno a los diferentes libros y artículos a los que puede recurrir, al tiempo que se le aclara cómo ha ido evolucionando la historiografía en torno al tema de la arquitectura medieval de Jerez. Una evolución, por cierto, en absoluto lineal ni uniforme, porque ha conocido no solo avances sino también serios retrocesos, como también décadas de estancamiento. Es por esto por lo que tomé la decisión de añadir siete páginas de consideraciones bibliográficas en las que he intentado ser respetuoso sin renunciar a la crítica ni a la autocrítica.

Dos apéndices vienen a continuación, de muy distinta naturaleza. El primero es una breve guía de visita a las iglesias jerezanas que contienen elementos gótico-mudéjares, centrándome en ellos sin dejar de decir algo sobre otros elementos patrimoniales. San Dionisio y Santo Domingo acaparan, con todo merecimiento, la mayor atención. Toda esta parte está hecha pensando tanto en el visitante que viene de fuera como en grupos de alumnos que se acerquen a nuestras iglesias y que quieran encontrar, sin tener que saltar de un lugar al otro del libro, información clara sobre aquello a lo que deben atender en sus recorridos.

El segundo ha sido una adición a última hora de la que me siento particularmente satisfecho. Se trata de la versión original del estudio que realicé sobre el fragmento de pintura mural gótico-mudéjar encontrada en la vivienda n.º 3 de la Plaza de San Lucas que presenté en septiembre de 2019 dentro del ciclo “La pieza del mes” del Museo Arqueológico Municipal. De las seis mil palabras escritas, yo mismo tuve que amputar hasta quedarme en las dos mil trescientos que se ajustaban al formato de la ficha que se nos solicitaba, contando con publicar el texto íntegro en la Revista de Historia de Jerez. Pero aconteció un serio desencuentro con el director de dicha publicación, D. Miguel Ángel Borrego Soto, hasta el punto de que decidí -mantengo mi decisión- no volver a publicar en la misma mientras este señor siguiera al frente. El trabajo pasó al limbo. Como expliqué por aquí, el pasado mes de septiembre el profesor D. Raúl Romero Medina dijo públicamente en la Sala Compañía que la pintura mural de nuestras iglesias se encontraba sin estudiar. Hay quienes me aseguran que lo hizo para ningunearme, incluso para provocarme. Afortunadamente lo logró, porque enseguida acudí a mi editor sugiriéndole añadir al volumen ya finalizado aquel trabajo. Dicho y hecho, aunque quise realizar alguna modificación más o menos importante y añadir unas notas a pie de páginas que en la ficha del Museo no se permitía, pero que aquí me parecían imprescindibles porque ya no hablamos de divulgación, sino de investigación pura y dura. ¿Incoherencia con respecto a las páginas anteriores? Pues sí, pero no me arrepiento lo más mínimo. Leyendo estas veintitrés páginas adicionales, el lector tendrá una idea muchísimo más completa del fenómeno gótico-mudéjar que se produce en Jerez, y no solo porque se habla ahora de pintura, sino también porque se aborda la relación ente la ornamentación doméstica y la de las iglesias. El repertorio de imágenes -estas son todas mías- me parece interesantísimo. Los restos tras los retablos de San Marcos de Jerez y de la O de Sanlúcar jamás habían sido fotografiados. Creo que tampoco son desdeñables las reproducciones en color del zócalo del Castillo de Luna en Rota y, especialmente, del Palacio de los Duques de Feria en Zafra.

Claro que de lo que más satisfecho me siento es de haber conseguido presentar a doble página una imagen que hasta ahora solo podían contemplar quienes tenían la suerte de acceder a un ejemplar de la Catálogo Monumental de España, Provincia de Cádiz, de Enrique Romero de Torres. Se trata del dibujo realizado por José Olivares Veas a principios del siglo XX de las pinturas murales que se escondían tras el retablo mayor de la Basílica de Santa María de la Asunción de Arcos de la Frontera. La Coronación de la Virgen, ya lo saben, hoy se puede admirar trasladada a la nave del Evangelio, pero el resto sigue oculto. Después de mucho tiempo de espera, lo ponemos al alcance de cualquier investigador. En la fotografía -Archivo Mas- podrá ver asimismo el sagrario mudéjar a la izquierda del conjunto, y si está atento podrá verificar lo que algunos ya intuíamos: que los nervios de la bóveda estaban revestidos de dientes de sierra, lo que termina de demostrar que la obra arcense anterior a la actual fábrica tardogótica se debía al que hemos venido en llamar “Taller de Santo Domingo” jerezano. Ha costado su dinero traer esta imagen aquí, pero ha merecido la pena.

Cerrando el volumen, la imprescindible bibliografía. Sesenta y seis referencias en total. He procurado que estén todos los autores que han aportado algo de interés. También aquellos que han realizado trabajos de divulgación, con independencia de que quien esto suscribe esté o no de acuerdo con el resultado. La verdad es que encuentro poco consistentes algunos de esos textos, pero el lector no se merece que se le escamotee su existencia. Antes al contrario, lo justo es que se le facilite acceder a ellos para que pueda contrastar enfoques y valoraciones diversas. Si algún autor no aparece recogido no se debe en absoluto a mi voluntad de dejar a un lado a nadie, sino a despiste o ignorancia.

Otra cosa es que no haya dado tiempo a recoger las aportaciones más recientes. Es el caso del artículo sobre las yeserías mudéjares del Palacio de Campo Real escrito por José María Gutiérrez y Miguel Ángel Borrego publicado en el último número de la Revista de Historia de Jerez. De su existencia me enteré hace tan solo unas semanas, cuando se presentaba la publicación, porque en ningún momento –era de esperar– se me hizo saber que esa investigación estaba en marcha. Lo mismo puedo decir de la pieza de yesería mudéjar que podría pertenecer a la sinagoga de Jerez presentada en una conferencia el 11 de noviembre de 2021 por el segundo de los investigadores citados, quien al parecer está a punto de publicar un libro sobre la judería. Entiendo que cada persona es libre de compartir información con quien le parezca oportuno, pero lo cierto es que trabajando en grupos cerrados que rivalizan entre sí salimos perdiendo todos: yo porque podía haber enriquecido de manera sustancial el texto, los autores porque podrían darle mucha mayor difusión a sus aportaciones, los lectores no atentos a la bibliografía especializada –es decir, el común de los mortales– porque de momento se van a quedar sin conocer estos avances. Me hubiera encantado presentar como “en prensa” estas novedades, pero así funciona las cosas en esta ciudad de reinos de taifas, del “esto es mío” y del “yo lo vi primero”.

Lo cierto es que el libro ya está condenado de antemano por algunas personas. Mis enfrentamientos personales con Manuel Romero Bejarano y Miguel Ángel Borrego Soto van a hacer muy difícil que sea reconocido por sus respectivos círculos, en los que se integran la mayoría de los que en Jerez investigan sobre temas medievales. David Caramazana Malia, valioso investigador muy cercano a Romero Bejarano, ha evitado citarme en sus última publicación científica, lo que deja bastante claro cuál va a ser a partir de ahora su actitud hacia mi trabajo. Borrego Soto, por su parte, ya ha empezado a atacar en las redes sociales: el hecho de que nuestro editor sea José Ruiz Mata, con el que ha conocido serios enfrentamientos a raíz del libro de este último sobre Asta Regia, no tenía más remedio que conllevar una sentencia condenatoria que ya ha sido emitida.

Dicho esto, creo que la experiencia ha merecido la pena. Porque el texto ha sido escrito fundamentalmente, lo dije al principio e insisto ahora, para que cualquiera pueda acercarse de la manera más sencilla posible a toda la riqueza de nuestro patrimonio “mudéjar” o “gótico-mudéjar”, haciéndolo sin recurrir a simplificaciones ni rehuir de las cuestiones más espinosas, reconociendo el valor de todos cuantos han contribuido a este conocimiento, ofreciendo el estado de la cuestión a fecha de 2021 y procurando ofrecer el suficiente número de ideas novedosas con vistas a que la investigación no quede estancada. Serán los lectores los que tendrán que decidir si hemos conseguido nuestro objetivo.

sábado, 11 de diciembre de 2021

Mis peripecias con Peripecias

Creo que va siendo hora de explicar públicamente cuáles son las circunstancias que han concurrido en mi absoluto desencanto con la editorial, que allá por 2014 publicó mi libro El edificio medieval de San Dionisio de Jerez de la Frontera. Para ello voy a limitarme a copiar una carta en la que expongo los hechos con total carácter narrativo, sin entrar en interpretaciones, y a añadir unas pinceladas finales.

Todo ello, ¿para qué? Pues porque en Jerez hay mucho investigador deseando publicar sus trabajos. Pero las editoriales son pocas y no siempre funcionan como a los autores nos gustaría. Creo que se merecen saber qué se pueden encontrar. Y también creo que los amantes de la cultura tienen que saber lo dificilísimo que resulta que nuestro trabajo llegue a sus manos y las circunstancias a veces muy amargas con las que nos tenemos que enfrentar.


Email escrito a D. Antonio Aguayo Cobo el 25 de septiembre de 2021 por Fernando López Vargas-Machuca

Estimado Antonio:

(…)

Te escribo en tu calidad de actual director de PeripeciasLibros, en referencia a mi libro sobre San Dionisio. Son dos cuestiones.

Primera. He recibido una oferta de (…) para reeditar el libro en 2014 que edité con vosotros (…), toda vez que está recibiendo numerosas demandas del mismo y se encuentra agotado (sobre eso volveré luego). Según cláusula séptima del contrato firmado en su momento, que te adjunto escaneado para mayor comodidad tuya, a los cinco años termina el contrato, pero Peripecias se reserva el derecho preferente de reedición en igualdad de términos y condiciones que el autor pueda convenir con terceros. En este caso, términos y condiciones que consisten en que (…) no me exige ninguna aportación económica por realizar esa tercera edición. Por ende, comunico oficialmente a la editorial que diriges que el texto va a ser reeditado por esta otra empresa, salvo que vosotros presentéis una oferta en las mismas condiciones.

Segunda. En su momento aboné 400 euros + 4% de IVA por una edición mínima (me permito subrayar lo de mínima) de 500 ejemplares, con el compromiso de remitir cada año un certificado haciendo constar existencias y ventas, y abonando los derechos de autor correspondientes (40% ventas directas, 8% librerías). Hasta ahora solo he recibido una liquidación, remitida por ti mismo el 15 de abril de 2015. Te adjunto el documento, de nuevo para que no tengas que andar rebuscando. 149 euros recibidos por 20 ejemplares de venta directa y 95 en librerías, lo que suman 115 ejemplares. No hace falta que te diga la suma que he perdido en este proyecto. Mi intención nunca fue ganar dinero con este trabajo, pero tampoco pretendía perderlo.

En su momento, María Racero me confirmó que no quedaba un solo ejemplar en depósito. Tampoco de la segunda edición, que financié íntegramente yo y que no llegó a ponerse a la venta en librerías: los ejemplares me fueron entregados en mano a pesar de que yo había convenido que los que se me daban eran solo la mitad y que ellos ponían otra mitad similar en las baldas de las librerías. Interrogado D. Juan Félix Bellido acerca del resto de los ejemplares, me aseguró que andaban “por ahí, en las estanterías” (sic). Un simple vistazo a Todos tus libros permite confirmar que hay un ejemplar (¡mira por dónde!) en Santiago de Compostela, quizá gracias a tu iniciativa:

https://www.todostuslibros.com/libros/el-edificio-medieval-de-san-dionisio-de-jerez-de-la-frontera_978-84-941922-5-8

Lo vende Casa del Libro de segunda mano al módico precio de 142 euros (casi me muero al leerlo):

https://www.casadellibro.com/libro-el-edificio-medieval-de-san-dionisio-de-jerez-de-la-frontera/9788494192258/2269005

Amazon lo facilita por 287:

https://www.amazon.es/edificio-medieval-Dionisio-Jerez-Frontera/dp/8494192256

En Agapea no hay existencias:

https://www.agapea.com/Fernando-Lopez-Vargas-Machuca/El-edificio-medieval-de-San-Dionisio-de-Jerez-de-la-Frontera-9788494192258-i.htm

Vamos, que no es cierto que ese mínimo de 300 o 350 ejemplares (recuerdo: edición mínima de 500 a la que se comprometía la editorial) esté en las estanterías. Por tanto, solicito se me abone el importe correspondiente a las ventas.

Sabes tan bien como yo que no es una cuestión económica: tengo mis sexenios ya y vivo dignamente. Es una cuestión de principios. Estoy seguro de que sabes de qué hablo.

Quedo a la espera de tus noticias. Recibe un cordial saludo.

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Tras una misiva inmediata diciendo que aguardara unos días porque estaba de viaje, el 5 de octubre recibo una respuesta todo lo amable y educada como era de esperar por parte de Antonio. En esta me daba total libertad para realizar la tercera edición con esa otra editorial, y me aseguraba tomar cartas en el asunto.

Esto fue el 5 de octubre. He esperado hasta hoy, cuando le he comunicado por escrito que esta espera me parece muy poco profesional por su parte, que el tiempo se ha acabado y que exijo de manera inmediata mi dinero o mis ejemplares.

Quizá al lector le parezca impertinente el uso del verbo exigir, pero a mí me parece por completo apropiado: hay un contrato firmado en el que ambas partes han de cumplir con una serie de obligaciones. Cuando una de ellas falla a la hora de hacerlo, lo que debe hacer es exigir. A mí D. Juan Félix Bellido me exigió dinero para poder materializar el fruto de mis investigaciones, y por ello yo exijo que se ponga a la venta el número de ejemplares convenido, o que se me liquide lo que corresponde a ese presunto mínimo de quinientos. Porque yo pensaba, ingenuamente, que vendiendo la mayoría de los ejemplares lograría recuperar la inversión inicial realizada para dar a conocer a los lectores el resultado de muchísimas horas de esfuerzo.

Debo de añadir algunas circunstancias no desdeñables. El libro recibió por mi parte dos tandas de correcciones. Pasaron semanas entre las segundas y la edición del libro, pero solo se recogieron las primeras. Mi desaliento fue considerable. Por ello mismo opté por una segunda edición, acordando verbalmente con D. Juan Félix una financiación “a medias” de esta entre un servidor y Peripecias/Presea. Lo cierto es que la segunda edición se hizo, pero entregándome a mí los ejemplares para que yo “los vendiera”. Lo que hice, obviamente, fue regalárselos a aquellos especialistas que habían comprado la edición defectuosa. El público en general nunca pudo comprarla (salvo dos o tres ejemplares que yo mismo puse a la venta en una librería jerezana, con ganancia personal de ocho euros por cada uno). En esa reedición perdí más dinero aún, aunque al menos me saqué una espina.

Ah, otro detalle: en 2015 realicé un estudio introductorio de veintidós páginas a la Introducción al estudio de la arquitectura en Xerez de Hipólito Sancho de Sopranis felizmente reeditada por esta editorial. Para mí fue un honor y un placer escribirla, y le agradezco desde aquí a Peripecias la oportunidad ofrecida. Pero también me parece necesario, tal y como están las cosas, confesar qué recibí por parte de ella: un ejemplar. ¿O fueron dos?

El libro de San Dionisio, efectivamente, va a ser reeditado, porque existe no poca demanda de él. De hecho tengo dos ofertas, aunque seré fiel a quien me lo propuso primero. Otra cosa es cuándo: estoy literalmente agotado y no sé de dónde voy a sacar tiempo para prepararlo. Pero lo haré, no por mí –volveré a invertir mucho tiempo, que no dinero–, pero me parece que los amantes del arte y del patrimonio se merecen poder acceder a ese texto sin tener que fotocopiar.

Por lo demás, estaría bien conocer el modus operandi de Peripecias en la actualidad. ¿Se sigue cobrando a los autores? ¿Se cobra a unos sí y a otros no? A mí me da un poco igual, porque solo volvería a trabajar con ellos si me pagasen antes de escribir una sola palabra, cosa que  evidentemente no van a hacer. Lo importante es que los jóvenes investigadores estén alerta. Porque los viejos, me temo, ya saben de qué va la cosa. ¿O acaso creen que soy el único historiador jerezano afectado?

miércoles, 22 de septiembre de 2021

La pintura mural sí se está estudiando

Se celebra estos días en la Sala Compañía el Congreso internacional Una realidad poliédrica y multifuncional: la ciudad a finales de la Edad Media y durante la Modernidad. Agradezco a los organizadores haberme concedido el honor de contar conmigo para realizar las visitas guiadas al Alcázar y a San Juan de los Caballeros. 


La tarde de hoy se abría con una conferencia de nada menos que la profesora Magdalena Valor Piechotta titulada “Cambios y permanencias en las ciudades de la Baja Andalucía: la conversión de mezquitas en iglesias”. Al término de la misma se estableció un turno de preguntas moderado por el profesor Raúl Romero Medina. Alguien hizo notar el interés de conocer las modificaciones de los espacios culturales en función de los diferentes cambios en la liturgia que se han ido realizando. Romero replicó que alguien sí lo había hecho: la profesora Teresa Laguna en torno a la aljama sevillana convertida en catedral. Cierto. Lo que el moderador sabe perfectamente, pero se reservó para sí, es que ese tema ha sido y sigue siendo ampliamente estudiado por nuestro colega Pablo Pomar Rodil en Jerez de la Frontera, y que –por centrarnos en la conversión de mezquitas a la que hacía referencia la conferencia–, Pablo firma junto con Javier Jiménez un magnífico artículo que analiza el caso de la Iglesia Colegial de nuestra ciudad. Aquí va el enlace al texto.

San Juan de los Caballeros. Capilla de la Jura.

Más tarde alguien hizo referencia a los restos de los recubrimientos pictóricos de nuestras iglesias medievales. Raúl Romero añadió que era una pena que nadie los hubiera estudiado. Estupor por mi parte, porque él es por completo conocedor de que esos restos son más numerosos de los que se suele decir y de que estos han sido y siguen siendo estudiados. Por mí mismo y por otras personas. Pedí la palabra y empecé a desgranar cuáles son esos testimonios –también avisé de las investigaciones de Pablo Pomar sobre liturgia–, pero mi intervención fue cortada por los organizadores por falta de tiempo. Permítanme hacer uso de este blog para hacer una relación de esa bibliografía que existe, y que con toda seguridad el señor Romero Medina conoce, en torno a los antedichos restos pictóricos.

Me centro sobre Jerez de la Frontera y el círculo gótico-mudéjar vinculado a esta urbe, no sin antes citar la gran referencia global que es la tesis doctoral de Carmen Rallo Gruss, Aportaciones a la técnica y estilística de la pintura mural en Castilla a final de la Edad Media. Tradición e influencia islámica, Fundación Universitaria Española, 2002. En los casos en los que los haya podido localizar, incluiré enlaces para la descarga.

Santa María de Arcos de la Frontera. Coronación de la Virgen.

Los testimonios más importantes son los de Santa María de Arcos de la Frontera, tanto por el mural de la Coronación de la Virgen hoy trasladado a la nave del Evangelio como por los fragmentos que siguen estando detrás del retablo mayor. Fue Enrique Romero de Torres quien los presentó en su integridad en su Catálogo Monumental de España, provincia de Cádiz. Todavía hoy el volumen II es el único lugar en el que podemos ver –gracias a un interesantísimo dibujo– el conjunto en su totalidad, no solo el fresco mariano. Sobre este último tienen sendos artículos César Pemán (Archivo Español de Arte, nº 11, Madrid, 1928, págs. 139-154) y, más recientemente, Rafael Cómez Ramos (“Pintura medieval arcense”, en I Congreso de Historia Ciudad de Arcos, 2003, págs. 341-355).

San Lucas. Capilla Villavicencio. Fotografía de José Contreras.
 

Sobre las pinturas de la bóveda de la capilla de Lorenzo Fernández de Villavicencio en San Lucas, las primeras que han sido conocidas por los investigadores, llamó la atención por primera vez Manuel Esteve en su conocida Guía oficial de arte. Pomar Rodil realizó las primeras fotografías. Luego yo mismo hablé de ellas en el catálogo de la exposición Limes Fidei (descarga), en el cual también presenté dos hallazgos sorprendentes: las pinturas de la bóveda de la capilla mayor del Divino Salvador de Vejer de la Frontera, que descubrimos en una visita varios investigadores encabezados por José María Guerrero Vega, y las que se encuentran detrás del retablo mayor de San Marcos, vistas por primera vez en muchos siglos por Javier Jiménez y por mí mismo gracias a una iniciativa de mi colega y a la generosidad del entonces párroco Antonio López Fernández.

 

El Divino Salvador, Vejer de la Frontera.

Seguidamente vino la gran revelación: la bóveda de la capilla de la Jura, recinto cuya restauración fue dirigida Guerrero Vega y cuyas pinturas fueron sacadas a la luz por Agustín Pina Calle. Y más adelante el propio José María, ojo avizor, descubrió las pinturas murales que esconde la cal de la capilla bautismal de San Mateo, estudiadas por mí mismo en aquella monumental publicación colectiva sobre la citada parroquia (descarga).

Por otro lado, Guerrero Vega se acerca a la totalidad de estos testimonios jerezanos en su relevante tesis doctoral Espacio y construcción en la arquitectura religiosa medieval de Jerez de la Frontera (s. XIII-XV), publicada en 2019 y globalmente el paso más importante que se ha dado en la reivindicación de este patrimonio.

 

Santa María de la Rábida.

Volviendo a salir de Jerez, pero siempre centrándonos en templos en los que intervino el taller jerezano, hay que señalar el estudio de Elisa Pinilla sobre La Rábida (Pinturas medievales de La Rábida. Su conservación, Huelva, 1976). La autora estudia también su claustro, pero de estos espacios no vamos a hablar porque el tema gira en torno a las iglesias –de todas formas, ténganse presentes los referenciales estudios de Pedro José Respaldiza sobre San Isidoro del Campo–. 

 

Sanlúcar de Barrameda. Nuestra Señora de la O.


Nos queda Nuestra Señora de la O de Sanlúcar de Barrameda. Este mismo año Fernando Cruz Isidoro se ha acercado a las pinturas del siglo XV descubiertas hace algunas décadas en sus pilares (descarga), mientras que Antonio Romero Dorado ha estudiado tanto estas como los vestigios tras el retablo mayor –al igual que en San Marcos de Jerez y en Arcos de la Frontera, hubo allí un retablo mural italogótico con elementos mudéjares, posiblemente de los mismos autores– en una tesis doctoral que está a punto de leerse; esta última circunstancia también la conoce de primera mano Raúl Romero Medina. Por descontado, están los trabajos sobre Sevilla de un José María Medianero Hernández –tesis doctoral sin publicar: a este creo que sí le citó–, de un Rafael Cómez –San Juan de la Palma–, de un Álvaro Dávila-Armero del Arenal –Capilla de la Quinta Angustia en La Magdalena– o de un Fernando Gutiérrez Baños –Virgen de la Antigua–. Insisto en que me limito al círculo de Jerez.

 

Museo Arqueológico Municipal. Fragmento de zócalo de vivienda.


Permítanme añadir que el firmante de estas líneas tuvo la oportunidad de realizar algunas reflexiones sobre toda esta ornamentación con motivo de La Pieza del Mes del Museo Arqueológico Municipal en septiembre de 2019, que giraba en torno a un fragmento de pintura mural gótico-mudéjar de un inmueble de la Plaza de San Lucas (enlace). Desdichadamente, por motivos de espacio hubo que reducir de manera muy sensible el contenido. Dentro de pocas semanas el texto se presentará en su integridad como apéndice de una publicación que he preparado sobre todo el gótico-mudéjar jerezano. 


A tenor de lo expuesto, y con independencia de lo muchísimo que todos tenemos que avanzar en estos estudios, afirmar en un congreso que los restos pictóricos medievales de nuestras mezquitas convertidas en iglesias no han recibido atención en las publicaciones científicas resulta, como mínimo, una inexactitud. Decirlo delante de una de las personas que sí los ha estudiado, y hacerlo desde el conocimiento de que esos estudios y los del resto de nuestros compañeros existen, quizá requiera otro calificativo que dejo a juicio del lector.

martes, 27 de julio de 2021

Un tumor en la Historia del Arte en Jerez

Tengo a Fernando Aroca Vicenti –me consta que la opinión es compartida por la mayor parte del gremio– no ya como uno de los más admirables historiadores –a secas, no me refiero solo a la Historia del Arte– que ha tenido Jerez de la Frontera. Fernando me parece también, me ha parecido siempre –le conozco desde hace más de treinta años– como una de las personas más educadas, honestas y bondadosas que he tratado en mi vida. Lo digo sin exagerar lo más mínimo.

Por eso mismo me ha resultado doloroso tener que telefonearle hace un rato y escribir estas líneas ahora. Esta mañana he comprado su última publicación: Cenobios y clausuras en el Jerez barroco. Una mirada a la ciudad convento. Habida cuenta del tema, parece muy probable –no he logrado pasar de la primera página, tal es mi consternación– que se trate de una obra modélica y referencial. El prólogo lo escribe Manuel Romero Bejarano. En la tercera línea, haciendo un chiste –pretendidamente ingenioso pero grueso, como en él es habitual– sobre las edades, hace referencia al joven investigador Bruno Escobar y a un personaje al que llama “don Tancredo”. La mayoría de los lectores no sabrán a quién se refiere. El círculo de Romero Bejarano, sí: es el mote con que suele referirse a otro colega de la investigación cuya identidad no quiero desvelar. Baste con decir que es una persona trabajadora, honesta, agradable en el trato, que jamás ha tenido encontronazo alguno con él ni con nadie.

 

Aunque ya he escrito del “asunto Bejarano” en varias ocasiones, voy a ser esta vez particularmente claro. Este señor nos tiene puesto motes a todos y cada uno de los personajes de su entorno profesional. Cuando no estamos delante no nos llama por nuestro nombre, sino por un mote o con alguna suerte de expresión que haga referencia a la persona de manera denigrante. “La bicha”, “la loqui”, “la asquerosa” o “la legión de Satán” son solo un ejemplo de los calificativos que nos adjudica una y otra vez. Ojo, no me refiero a conversaciones de barra de bar. Lo hace de manera constante, hasta el hartazgo, en cualquier entorno y buscando la risa cómplice. Incluso en libros. Lean el prólogo de su reciente volumen sobre la Historia de la Semana Santa, o este mismo del trabajo de Fernando Aroca. El guiño solo será entendido por una minoría, pero de lo que se trata es de buscar complicidad y el reconocimiento que se deriva de ella. De su insistente costumbre de obtener fotos de WhatsApp o de Facebook de algunos de nosotros para hacer memes con ellas y pasárselas a otros compañeros no voy a decir nada esta vez.

Todo lo expuesto no es sino parte de una dinámica que este señor ha venido generando en los últimos años. Dinámica en la que él se ha convertido en una especie de “líder” que ha afianzado su posición a base de denigrar a todo y a todos, incluso a sus mismos “seguidores” –cuando no están delante–, usando con mucha frecuencia medias verdades y mentiras completas –me viene a la mente cuando fue pregonando que no me publicaba un libro porque yo “quería mucho dinero”, cuando en realidad no cobraba nada–. Su objetivo es generar un clima de tensión, de desconfianza mutua e incluso de rivalidad en el que solo hay un beneficiario. Divide y vencerás. Los demás le ríen las gracias, le hacen ver que sus ocurrencias les parecen muy ingeniosas, le siguen la corriente y colaboran con él.

Los seres humanos somos gregarios. Necesitamos sentirnos parte de un grupo. Recibir el reconocimiento y el apoyo de los demás. Si por sistema el líder se dedica a vapulear a quienes tiene a diestra y a siniestra y, aprovechando su posición de poder, poco a poco va dejando fuera de juego a quien le parece oportuno –el que se atreve a discrepar de él o a llevarle la contraria–, tu posición no puede ser otra que la de apretujarte más en el grupo, aun a costa de tener que reír ocurrencias que no te hacen gracia, de tragarte cosas que no te gustan o incluso de contemplar impasible cómo caen esos mismos compañeros que el día anterior parecían perfectamente integrados. No vaya a ser que tú seas el siguiente.

Todo esto tiene algo que ver con su posición en el Ayuntamiento. Él decide quién interviene en determinados actos y quién no. Probablemente el lector ya sabe –lo he explicado aquí– que a mí me ha vetado de todo cuanto organice el consistorio y esté bajo su radio de acción, contraviniendo así el principal mandato que tiene cualquier funcionario: te guste o no te guste, e independientemente de tus simpatías o tus circunstancias personales, hacer aquello para lo que se te ha contratado. En este caso –entre otras labores–, contar con las personas que por trayectoria en la investigación son las apropiadas para tal actividad científica o divulgativa. Lo que no se puede es arrinconar a algunos de quienes se merecen que cuentes con ellos, y por ende dejar a los ciudadanos (¡que son los que costean tu sueldo!) sin conocer las aportaciones de esas personas que a lo mejor pueden interesar los asistentes, mientras que cuentas en exclusiva –y le entregas el cheque: no olvidemos que hay dinero de por medio– a aquel selecto círculo que no se ha atrevido a poner en duda tus pareceres, tus decisiones y tu liderazgo grupal. Porque hacer eso alguien podría interpretarlo como algo parecido a la prevaricación (“Delito consistente en que una autoridad, un juez o un funcionario dicte a sabiendas una resolución injusta”, según la RAE).

En lo que a su trabajo como investigador se refiere, las pautas de Romero Bejarano tampoco son modélicas. No voy a discutir la valía muy considerable de la ingente documentación que ha ido extrayendo de los archivos. Tampoco su conocimiento exhaustivo del dato concreto: erudición se llama a esto, más que sabiduría. Pero en lo que se refiere a interpretación, a relación de ideas, a formulación de hipótesis sugerentes y –sobre todo– a capacidad de síntesis, anda bastante corto. Su Breve historia de Jerez, en este sentido, resulta significativa: una aburridísima relación de datos –positivismo en el mal sentido del término– sin el menor hilo conductor, es decir, sin una auténtica labor de historiador. Por no hablar de su Iglesias y conventos de Jerez, lamentable intento de llegar a un punto intermedio entre una guía descriptiva al uso –esa ya estaba hecha, de manera modélica, por Pablo Pomar y Miguel Mariscal– y una visión altamente subjetiva, sazonando el texto con bromas de trazo grueso, expresiones soeces e insultos de lugar. En este y otros trabajos suyos, con frecuencia escritos en el tono de una columna de la edición dominical de un periódico, es frecuente la mofa de los errores de otros investigadores. No hablo de la imprescindible corrección científica de aquello que se considera equivocado, sino de la ridiculización, del escarnio puro y duro. Hipólito Sancho de Sopranis, quizá el más grande de los historiadores que ha conocido nuestra tierra, ha sido una de las principales víctimas de sus burlas, mas no la única. Colegas del presente también las han vivido. Hasta presuntos amigos suyos, que no han tenido más remedio que sonreír y recurrir al socorrido “ya sabemos cómo es” para disimular su impotencia ante la situación. En varias ocasiones, me consta, ha estado al borde de la denuncia.

El daño generado por toda esta dinámica es muy considerable. Lo es a nivel personal, por razones obvias. Lo es también a nivel profesional. Perdiéndose amistades, se pierden colaboraciones. Hay proyectos de libros y de artículos conjuntos que se han roto irremisiblemente (qué bien, menos competencia para él). Hay investigadores que ya no comparten pareceres y experiencias. Cada uno a lo suyo. Y a procurar no moverse, no vaya a ser que no salgas en la foto. Nadie va a mover un dedo por nadie. “Yo no tengo culpa”, me dijo una vez un colega muy apreciado, “de que tengas problemas con él”. ¡Como si no fuera un problema de todos! Se imponen el aislamiento y la desconfianza. No hace falta insistir en lo mucho que pierde la investigación con semejante panorama.

Solo hay una manera de que las cosas se vayan enderezando: un NO rotundo de todos y cada uno de los historiadores de Jerez a semejantes actitudes. No a los motes, no a los insultos, no a los memes, no a las exclusiones y, desde luego, no a las burlas en textos científicos. Por eso me ha consternado descubrir que la cosa va a peor. Que un investigador tan ejemplar como Fernando Aroca haya accedido no ya a que Bejarano le prologue su libro, lo que a mi entender supone respaldar de manera inmerecida su trayectoria como investigador, sino a que incluya uno de estos motes en primerísima línea, no es sino dar la aquiescencia a una dinámica extremadamente dañina que se prolonga ya desde largos años.

Me hablaba Fernando esta mañana de libertad de expresión. Creo que lo hace de manera desacertada: una cosa es la sátira –sanísima en toda sociedad democrática cuando es inteligente y necesaria– y otra la dinámica del insulto –constante, reiterativo– a colegas que lo harán mejor o peor, se llevarán bien con nosotros o no se llevarán, pero que merecen un mínimo de respeto humano y profesional. También me hablaba de que él no firma el prólogo. De acuerdo, pero autor y editor tienen todo el derecho del mundo a pedir una modificación de un texto que puede ser ofensivo. Si se ha publicado así, es porque a Fernando le ha parecido correcto –los editores, Amigos del Archivo, muy probablemente no saben nada–. Y eso es justamente lo grave: que le parezca correcto. Porque no lo es en absoluto.

Las malas prácticas se están extendiendo en Jerez como un tumor que poco a poco va destruyendo todas las células. Ya ha llegado ni más ni menos que al corazón de quienes nos dedicamos a esto de la Historia del Arte, el tantas veces admirable Fernando Aroca. Probablemente no haya marcha atrás y lo único que yo consiga con estas líneas sean disgustos. Pero, al menos, he hecho lo que tenía que hacer.

domingo, 25 de julio de 2021

Algunas sopresas en Apulia: triángulos, dientes de sierra y puntas de diamante

Bajo el Coloso de Barletta

Hay dos motivos decorativos del primer gótico jerezano que me tienen desconcertados. Uno es la cenefa de cuadrados girados 45 grados y unidos por sus esquinas que ornamenta, en su cara exterior –hoy visible desde un desván en la floristería de la Plaza Plateros–, el ábside del lado del Evangelio de San Dionisio, que como hemos explicado quien esto suscribe y más recientemente –ya tienen a su disposición su tesis doctoral– José María Guerrero Vega, no corresponde a la gran reforma gótico-mudéjar de la primera mitad del siglo XV, sino a la primera iglesia que edificaron los castellanos. Un motivo similar lo encontramos en el óculo que se alza en la fachada principal de Nuestra Señora de la O de la vecina localidad de Rota; este pasa desapercibido para la mayoría de los visitantes, rodeado por una cenefa mucho más destacada de puntas de diamante.

San Dionisio, ventana del ábside del lado del Evangelio
 

Rota, Nuestra Señora de la O, fachada occidental

El otro consiste en una cenefa de triángulos equiláteros encadenados, colocando la base de uno sobre el vértice del anterior. Aparece en dos de las ventanas de la obra más temprana de San Marcos, esto es, de los muros de la gran capilla mayor: las bóvedas tardogóticas de esta se construyen sobre muros muy anteriores, probablemente adicionados a una mezquita de la que hoy no queda rastro. Una de las ventanas es perfectamente visible desde la calle, mientras que la otra solo se alcanza a contemplar accediendo a las cubiertas de la zona de la sacristía. Lo interesante es que el Museo Arqueológico Municipal nos dio a conocer no hace mucho una pieza bajo su custodia que, procedente de San Dionisio, debe de pertenecer a una de las ventanas de la primitiva capilla mayor, hoy desaparecida: una dovela con exactamente el mismo motivo de triángulos. Como explicamos en su momento (aquí), queda en evidencia que los maestros que trabajan en el primer San Dionisio y en el primer San Lucas son los mismos.

San Marcos, ventana de lado de la Epístola

Museo Arqueológico Municipal de Jerez,
dovela procedente de San Dionisio

Lo cierto es que quien esto suscribe no ha sido capaz de encontrar un referente claro para estos diseños. Hasta ahora. A principio de julio he visitado la región de Apulia, teniendo la oportunidad de recorrer el conocido como Castello Svevo (Castillo Suabo) de la hermosísima ciudad costera de Bari, una fortificación que dentro del enorme bastión de tiempos de Isabel de Aragón (1470-1524) encierra otra muy anterior que se remonta a la reconstrucción realizada en tiempos de Federico II Hohenstaufen entre 1233 y 1240.

Bari, Castello Svevo

Pues bien, en la gran sala de alargada planta rectangular que se extiende a lo largo del flanco occidental en su piso superior, sobre otra gran estancia que desde 1957 sirve como singular gipsoteca –museo de vaciados de yeso– en la que se reproducen numerosos motivos de la fascinante arquitectura medieval de la zona, hemos localizado este mismo diseño de triángulos. Lo vemos formando parte del capitel de la pilastra que se ha recuperado de la estancia original, hoy sustancialmente alterada, la cual debió de estar articulada mediante una serie de arcos fajones similares a los que sí se han conservado en la estancia inferior. 

Bari, Castello Svevo,
pilastra de la sala occidental de la planta superior

Bari, Castello Svevo, vista de la gipsoteca

Se encuentra, para concretar, dispuesto de manera horizontal –siete triángulos en total– formando la parte superior del referido capitel, sobre una moldura inferior de perfil convexo (toro). Por debajo de esta moldura, otra banda de triángulos pero esta vez con un diseño muy distinto, apuntando con sus vértices hacia abajo y marcando así un diseño en zigzag; la idea subyacente –repetición de una forma geométrica simple– es la misma, pero aquí sí que no hay relación con lo que vemos en Jerez. Los pilares de los fajones de la cámara inferior –la gipsoteca– presentan esta segunda banda –ubicada sobre el toro–, mas no la que nos interesa que es la primera, la de los triángulos isósceles en el que cada vértice enlaza con la base de otro.

Bari, Castello Svevo, pilastra de la gipsoteca  

Resulta significativo que a lo largo del recorrido encontramos otros elementos que se pueden relacionar con el gótico de Córdoba, Sevilla y Jerez: dientes de sierra y puntas de diamante. Pero lo hacen, mucha atención, en un estadio primitivo de su evolución, todavía muy distintos a como los encontraremos más adelante en el Valle del Guadalquivir. Dientes de sierra los hay en el castillo de Bari en la parte superior de un capitel del “portal federiciano” que se abre al patio, pero concebidos aun como una mera línea zigzagueante, no como “verdaderos” dientes individualizados unos de otros, que es justo como se van a evolucionar en tierras andaluzas desde el siglo XIII. 

Bari, Castello Svevo, "portal federiciano"

 

Sevilla, Santa Marina, portada occidental,
dientes de sierra individualizados y puntas de diamante

Puntas de diamante en el castillo las vemos –la mayoría recientes, pero quedan originales– rodeando el óculo que se abre al exterior desde la gran sala abovedada con cañón en el flanco oriental de la planta alta. En seguida nos viene a la mente la portada roteña antes citada, pero con una diferencia sustancial: mientras en Nuestra Señora de la O las puntas de diamante están configuradas ya como tales, como formas estrelladas de ocho radios, en el Castello Svevo son todavía “dientes de perro”, es decir, el motivo de florecilla de cuatro pétalos procedente del “Early English” –primer gótico inglés– del que más adelante, en tierras burgalesas, surgirán las puntas de diamante propiamente dichas que llegarán hasta el sur de Despeñaperros.

Bari, Castello Svevo, salón oriental en la planta superior

 

Bari, Castello Svevo, óculo con puntas de diamante


Bari, Castello Svevo, detalle de las puntas de diamante originales

Este proceso evolutivo en el que, a lo largo del siglo XIII, los motivos que llegan desde latitudes septentrionales se van transformando en la Corona de Castilla, lo intenté explorar en el texto realizado para el Museo Arqueológico Municipal aquí disponible sobre otra dovela –una procedente de San Juan de los Caballeros–. De manera significativa, en este mismo viaje he podido constatar que en Apulia se procede un fenómeno parecido. Al menos en la ciudad de Barleta, ciudad en la que numerosos palacios presentan portadas con alfices formados a base de estas mismas puntas de diamante. Sin duda, derivan de los “dientes de perro” que llegaron en el siglo XIII, pero evolucionando de una manera diferente a la castellana: en la localidad italiana se convierten en un motivo recorrido por diversas estrías que pierde –como en Castilla– el carácter calado del motivo original, pero que gana así en vistosidad, La bibliografía que he podido adquirir (Renato RUSSO, Antichi Palazzi de Barletta, Editrice Rotas, 2014) ubica cronológicamente las referidas portadas en el siglo XIV.

Barletta, Palazzo Santa Croce

Barletta, puntas de diamante en el Palazzo Santa Croce

 

Barletta, Palazzo Abbate

En la Iglesia del Santo Sepulcro de la mima ciudad, por su parte, el primer tramo –contando desde el transepto– de la nave de la Epístola se cubre con una bóveda de crucería cuyos nervios se encuentran recorridos como dientes de sierra concebidos a la manera primitiva, un simple zigzag. El templo, célebre por tener delante el mítico Coloso de Barleta, fue erigido en el siglo XII, pero debe buena parte de formas a una iniciativa ya de la segunda mitad del siglo XIII, esto es, de época angevina.

Barletta, Santo Sepolcro, nave de la Epístola

No tengo del todo claro si la banda de triángulos del Castello Svevo que ha dado pie a este texto corresponde a tiempos de Federico II o se debe, más bien, a la reforma que en el mismo realizó Carlos de Anjou ya en la segunda mitad del XIII. La única información que he podido rastrear por internet (aquí y aquí, por ejemplo) hace referencia a que esta afectó sobre todo al flanco septentrional del castillo. En cualquier caso, y a falta de acceso a la bibliografía específica, de la decimotercera centuria estamos hablando.

Eso es justo lo que nos interesa. Porque nos confirma que el motivo ornamental a base de triángulos de esas primitivas iglesias de San Dionisio y San Marcos que ha dado pie a estas líneas, insólito en tierras andaluzas, forma parte de todo un conjunto de elementos ornamentales que alcanza su difusión a lo largo del Doscientos. Elementos que, en los diferentes territorios europeos, van a poder insertarse tanto en contextos que se deben todavía al arte románico como en aquellos que corresponden ya al gótico, y que van a poder evolucionar de manera independiente a lo largo de las centurias siguientes encontrando diferentes formulaciones. Es el caso de las puntas de diamantes que se prodigan en los palacios de Barleta en el siglo XIV o en las iglesias jerezanas del XV, o de los dientes de sierra en que se transforman los antiguos zigzags. Pero no de esa banda de triángulos que se va a quedar en algunas pocas –dos que se hayan conservado: debió de haber alguna más– apariciones en la primera arquitectura cristiana de Jerez de la Frontera.

viernes, 22 de enero de 2021

Frustración creciente

Escribo estas líneas como válvula de escape de la frustración que, en lo que a mi actividad como investigador se refiere, siento de manera creciente. Y por partida triple.

Frustración por no poder continuar con mis investigaciones. Tengo un libro cerca de su finalización, un artículo ya cerrado –pintura mudéjar– que no tiene visos de publicarse y varias entradas de blog pendientes, una sobre la torre de la catedral y otra sobre la gárgola de San Dionisio que acaba de caer al suelo. Pero no hay manera de avanzar. Un solo motivo encuentro: la consagración casi absoluta a mi trabajo en el IES Padre Luis Coloma, mucho más exigente a partir de ahora debido a la implantación del Bachillerato Internacional. Es un trabajo fascinante del que me siento muy orgulloso, pero absorbe hasta tal punto que desde el uno de septiembre solo he encontrado algunos días sueltos de Navidad para avanzar en mis estudios. Mi hobby de escribir sobre música clásica también se encuentra seriamente ralentizado, y ahora mi blog musical se nutre de producto congelado que se cocinó en las últimas vacaciones.

Frustración por mi tremendo fracaso –así lo debo llamar, sin paños calientes– en mi efímero paso por la Junta Directiva del Centro de Estudios Históricos Jerezanos. El tiempo me ha hecho ver no solo que mi idea de lo que el CEHJ debe ser es muy distinta de la que tiene el resto de los compañeros, sino que mi presencia allí no se debía a la intención de dar un giro a la institución, sino a mi utilidad a la hora de sacar adelante las redes sociales; porque lo que se estaba desarrollando sigilosamente era ni más ni menos que un “juego de tronos” –repárese en los miembros incorporados en los últimos años– que había de conducir a la “entronización” de un círculo de personas vinculado al mundo de la arqueología. Cuando Juan Félix Bellido, Francisco Barrionuevo Contreras y Miguel Ángel Borrego Soto echaron por tierra uno de los proyectos que más me ilusionaban eran muy conscientes de las consecuencias: sencillamente, me estaban haciendo la cama para que me fuera. Era demasiado molesto. Así que adiós.

Frustración por confirmar el comportamiento de algunos compañeros dedicados a la historia del arte, que no solo no me han apoyado en absoluto ante el continuo escarnio hacia mi persona que vía WhatsApp realizara Manuel Romero Bejarano y ante la manera en la que este me ha aislado para que no pueda dar a conocer mis investigaciones, sino que han seguido colaborando con él y hasta pegándome alguna puñalada trapera –pasando a ciertos círculos del CEHJ información falsa– para terminar de hundir mi figura. Es falso lo que pensaba cuando volví a Jerez después de mi periplo por los institutos Andalucía: creía que el ambiente entre los historiadores era buenísimo. Puedo ahora confirmar, rotundamente, que las malas intenciones son protagonistas. Y todo por querer "ser alguien" en un pueblo de doscientos mil habitantes.