Jerez, we have a problem. Y uno muy serio: el tremendo daño que a la investigación histórica le está haciendo quien se dedica a lanzar a diestro y siniestro teorías que entran en abierta contradicción con las fuentes disponibles, sean estas de carácter literario, gráfico, arqueológico o numismático. Está muy bien renovar el panorama con propuestas arriesgadas, pero las hipótesis que se lancen deben ser plausibles. Mirar hacia otro lado sabiendo que hay testimonios que desmontan lo que se afirma demuestra no solo escaso respeto por el método histórico, sino una total falta de escrúpulos a la hora de "hacer trampa" para llamar la atención y pasar por un valiente que hace "grandes descubrimientos" donde los demás se han quedado supuestamente anquilosados.
Todo esto no iría a más, y quedaría simplemente como perfecto ejemplo de mala praxis, si no fuera porque se hace desde una posición de poder en el mundillo de la investigación, de respeto y comprensión por parte de ciertas instituciones que abren sus puertas sin filtrado previo y, lo peor de todo, de apoyo por parte de un pequeño pero poderoso grupo de coleguitas que también tienen capacidad de mando en sus respectivos terrenos.
¿Soluciones? Ninguna. Replicar científicamente no sirve de nada, porque no se puede jugar a las cartas con un tahúr profesional: este siempre hará trampas ocultando las evidencias que contradicen sus planteamientos y sacando cartas que no pertenecen a la baraja, sino que estaban debajo de la mesa. Insisto, no puede haber debate serio con quien no es serio. Además, siempre tendrán la oportunidad de replicar diciendo que si les niegas su verdad lo haces porque no tienes ni idea de tal tema, porque esa presunta verdad contradice lo que tú mismo has aportado o, directamente, porque estás lleno de envidia. Y te llamarán ladrón, mamporrero o fulana (sic) sin el menor reparo. A cara descubierta o bajo alguno de los perfiles falsos que el citado grupito de amiguetes utiliza en las redes sociales, que la desvergüenza no conoce límites.
Llegará un día en el que historiadores de otra generación vendrán a poner las cosas en su sito y dirán que vaya tela lo que se escribía en Jerez en los años veinte de este siglo. Eso sí, para entonces estaremos ya todos muertos.
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