sábado, 27 de diciembre de 2025

Un ejemplo de mala praxis historiográfica: "Centro y periferia"

Hace varios años publiqué un pequeño libro de divulgación titulado San Dionisio: una visita guiada. La presentación la programé para un viernes a las cinco de la tarde, hora en la que la parroquia nos había facilitado un hueco. Me llevé una sorpresa desagradable cuando descubrí que días después del anuncio Manuel Romero Bejarano había programado, desde la concejalía de cultura del ayuntamiento, una visita a San Juan de los Caballeros a cargo de su amigo y protegido David Caramazana Malia para hablar de las laudas sepulcrales góticas que allí se encuentran, tema sobre el cual los dos habían firmado una publicación científica conjunta. No hace falta decir que la coincidencia –no solo el día, sino también el inhabitual horario– no era casualidad, sino un deseo por parte de ambos de “reventar” mi presentación.

Telefoneé a Caramazana, al que por entonces consideraba amigo y al que había ayudado no poco en sus investigaciones sobre el patrimonio medieval jerezano, para hacerle saber de mi estupor. La conversación empezó con muy buenas maneras, pero enseguida David se puso a la defensiva y empezó a decirme cosas francamente desagradables. Entre ellas, que mi viejo artículo sobre los espacios funerarios jerezanos publicado en la Revista de Historia de Jerez en 1997 era “una puta mierda” (sic).

Después de la conversación quise hacer autocrítica y en este mismo blog repasé mi texto minuciosamente, examinando lo que consideraba aciertos e insuficiencias: aquí pueden leer el resultado. Una vez publicada esa entrada, Caramazana me reconoció que había sido en su momento un buen artículo. Las cosas parecían arreglarse entre nosotros. ¿Por qué entonces había emitido una opinión tan dura con anterioridad? Seguramente no tenía en mente mi texto, sino que se limitada a repetir un veredicto emitido por su admiradísimo Manuel Romero Bejarano, quien –dicho sea de paso– acostumbra a lanzar alegremente y sin criterio alguno semejante tipo de sentencias sobre los historiadores que considera le pueden hacer sombra.

Unos meses más tarde Caramazana desapareció del mapa. Me bloqueó en todos los medios: teléfono, correo electrónico, redes sociales, etc. Nada, absolutamente nada había pasado entremedias. Tampoco nada malo había dicho yo de él, ni entonces ni antes. Parecía obvio que alguien (¿hace falta decir quién?) le había contado alguna trola sobre mí para que decidiera romper relaciones. Desde entonces ha decidido hacer una damnatio memoriae sobre mi persona en sus publicaciones científicas. Y ahí está el problema: uno puede dejar de relacionarse con quien considere oportuno, pero a la hora de realizar textos científicos hay que atenerse rigurosísimamente a las maneras propias de cada disciplina. Por ende, hay que citar siempre a quien corresponde citar. Y él no lo ha hecho ni siquiera cuando le ha tocado escribir sobre la Capilla de la Jura de San Juan de los Caballeros, sobre la que creo haber realizado aportaciones de relevancia.

El colmo ha llegado con su último artículo, «¿Centro y periferia? El contexto constructivo de la antigua archidiócesis de Sevilla a través de talleres, obras y canteras entre 1400 y 1430», publicado en Trocadero, 36, 2024, pp. 35-60. Lo pueden descargar aquí. Salvando un par de excepciones, no me cita a mí ni a varios autores más que deberían estar citados; al no hacerlo, aportaciones de terceros pasan como suyas propias. Advierto que no voy a revisar su texto con las mismas exigencias que revisé el mío de 1997. Tampoco entraré en valorar la calidad del mismo. Voy a limitarme a citar los gravísimos casos de mala praxis científica que me afectan de manera directa.

Para empezar, hay que advertir que si Caramazana se propone “primero analizar los talleres y las obras (tanto en cantería como en albañilería) documentadas entre 1400 y 1430 en ciudades del arzobispado hispalense, incluida la capital, Sevilla” (p. 37), parece necesario que haga constar al lector de la existencia de al menos dos trabajos globales sobre la arquitectura de Jerez de la Frontera en torno a esa misma fecha: mi libro El mudéjar en Jerez (2021), que es síntesis de lo que he publicado sobre el tema a lo largo de las últimas décadas, y nada menos que toda una tesis doctoral, la de José María Guerrero Vega, Espacio y construcción en la arquitectura religiosa medieval de Jerez de la Frontera (s. XIII-XV) (2019). Este último lo cita más adelante de pasada, pero entiendo que debería estar citado desde el primer momento.

Más tarde, cuando en la página 40 hace relación de las principales publicaciones sobre el mudéjar o gótico-mudéjar de la zona, cita a Angulo, Lambert y Cómez, pero calla por completo mis aportaciones con evidente voluntad de ningunear mi trabajo. Por cierto, Caramazana recoge de Rafael Cómez Arquitectura alfonsí sin reparar en que donde este autor explora este campo es en Las empresas artísticas de Alfonso X el Sabio. ¿Realmente ha consultado estos libros o se limita a citarlos para rellenar la bibliografía? Habría que recordarle al autor que el método científico demanda citar solo aquello que se ha consultado. Colocar ahí Arquitectura alfonsí no tiene ningún sentido, toda vez que en ese volumen su autor no aborda en momento alguno la arquitectura jerezana. Probablemente Caramazana no haya consultado ni siquiera el índice.

En la página 41 se ocupa de la Capilla de la Jura de San Juan de los Caballeros, de la que llega a incluir una fotografía. Teniendo en cuenta que toma este recinto como ejemplo de canteros documentados precisamente en un artículo que se interesa por la manera en que en la “periferia” se ensayan nuevas fórmulas arquitectónicas al hilo de los talleres de cantería, lo apropiado hubiera sido citar mi propuesta de entender este espacio jerezano como primer ejemplo conservado de una fusión entre dos tipologías de la que en su momento habló el fallecido profesor Juan Carlos Ruiz Souza: la de la qubba mudéjar y bóveda gótica que, al hacer uso de terceletes, adquiere una forma estrellada. Esta idea la he presentado por escrito repetidamente y Caramazana la conoce a la perfección. Pero él se limita a señalar, en la nota 21, que “Aquí aparecen por primera vez en el arzobispado hispalense los nervios en forma de Y, frecuentes en la segunda mitad del siglo XV”, en referencia a los mencionados terceletes. Fíjense en lo que un servidor había escrito en la página 85 de El mudéjar en Jerez, preguntas y respuestas, volumen publicado en 2021:

“Lo que sorprende es la temprana aparición de esta fórmula en la zona, pues todavía no se ha iniciado la construcción de la Cartuja de Santa María de las Cuevas y el crucero de la Catedral de Sevilla queda aún muy distante en el tiempo. El único paralelo cronológico es la cabecera de la Iglesia del monasterio hispalense de Santiago de la Espada –actual monasterio de la Asunción– que al igual que la citada cartuja presenta importantes puntos de contacto con el círculo jerezano. La fórmula debió de llegar a Sevilla desde Jerez, pero no estamos seguros desde dónde vino a la ciudad gaditana; quizá desde Córdoba –una capilla de la parroquia de Santiago hace uso del tercelete–, aunque no podemos descartar la llegada de un maestro desde latitudes septentrionales.”

La voluntad de ocultar al lector la existencia de mis aportaciones, con la consecuencia de regatear a este la posibilidad de consultar bibliografía adicional, resulta obvia, como lo es también la apropiación intelectual que comete. El autor no solo no está siendo poco riguroso con el método científico: está incurriendo en mala praxis de manera voluntaria y por completo consciente de las consecuencias.

En la página 42 trae a colación la iglesia de Santa María de la Oliva de Lebrija, afirmando que esta “nos sugiere una cronología en torno al año 1400 tanto por su estrecha relación con la iglesia de San Juan de los Caballeros de Jerez, como por la asimilación de nervios de crucería góticos que se pintaron en las trompas de una de las qubbas del templo”. La bibliografía sobre esta iglesia a la que Caramazana remite tiene su miga, tanto por lo que incluye como por lo que deja de incluir.

Para empezar, cita un trabajo propio realizado junto a su mentor Manuel Romero Bejarano que fue publicado en 2016, justo al que hicimos referencia en el primer párrafo de esta entrada: “Nuevos datos de la escultura funeraria en Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media. Las laudas flamencas de San Juan de los Caballeros”. Efectivamente, habla laudas sepulcrales: nada se aporta en ese texto sobre la arquitectura del templo, y menos aún sobre su relación con Lebrija. Simplemente desea citarse a sí mismo. Seguidamente menciona un artículo conjunto de Guerrero Vega, Pinto Puerto y Mora Vicente sobre los trabajos previos a la intervención en la mencionada Capilla de la Jura del mismo templo. Ahí sí, pero se olvida una vez más de la tesis doctoral de Guerrero Vega, que es donde está “la sustancia”.

La referencia que realiza a Ruiz Souza es por completo pertinente, pero en su deseo de datar la iglesia ecijana hacia 1400 se deja en el tintero, no sabemos si voluntaria o involuntariamente, el artículo monográfico de Rafael Cómez Ramos “La iglesia de Santa María de la Oliva de Lebrija, monumento alfonsí”, publicado en 2005 en I Jornadas de Historia de Lebrija. Edad Media. En ese texto el profesor sevillano retoma su antigua tesis, presentada en Las empresas artísticas de Alfonso X el Sabio –que, como vimos, Caramazana tampoco cita–, según la cual esta peculiarísima iglesia mudéjar correspondería a tiempos del citado monarca. La misma cronología temprana presenta para Alfredo Morales en las páginas 103 y 104 de su artículo “Los inicios de la arquitectura mudéjar en Sevilla” del catálogo de la exposición Metropolis Totius Hispaniae que se celebrara allá por 1999. Se podrá estar de acuerdo o no en semejante datación, pero esas aportaciones han de ser citadas. Por cierto, creo que albergan interés estas líneas del profesor Morales, porque con ellas demuestra ser el primero –no Caramazana, como tampoco un servidor– que escribió sobre la probable relación entre Jerez y la obra lebrijana:

“Por otra parte, tampoco sería descartable para explicar tal grado de islamismo la posible presencia de artistas procedentes de Jerez, que fue una importante población almohade y que tuvo una numerosa y activa comunidad mudéjar. De hecho, la arquitectura mudéjar jerezana manifiesta una fuerte huella almohade.”

En lo que a mí se refiere, en el libro El edificio medieval de San Dionisio de Jerez de la Frontera (pp. 85-86) apunté la relación directa entre una puerta gótico-mudéjar del patio de la iglesia lebrijana con los maestros jerezanos, incluyendo incluso una foto de la misma. En referencia a las qubbas propiamente dichas, en la Tribuna Libre que presenté el 27 de julio de 2018 en Diario de Jerez bajo el título “la Cartuja de Sevilla, ¿obra jerezana?” escribí que la sacristía de este cenobio hispalense guarda directa relación con la Capilla de la Jura y, por ende, debe vincularse con el taller de los autores de aquélla, Fernán García y su sobrino Diego Fernández.

Para corroborarlo atendía a dos detalles formales. El uno, la existencia de piñas de mocárabes en cada una de las claves de la bóveda estrellada. El otro, continuaba diciendo, “(…) consiste en la decoración de los nervios con cuadrados de color negro girados 45°; cierto es que en la Capilla de la Jura los mismos se unen por las esquinas y en la Cartuja de las Cuevas se encuentran muy distanciados entre sí, pero el esquema es similar y a su vez remite a dos obras relacionadas con toda esta misma problemática: Santa María de la Oliva de Lebrija y Santa María de la O de Sanlúcar de Barrameda.” Insistiendo en la propuesta, cuando más adelante presenté El mudéjar en Jerez incluí (pp. 35 y 49) una imagen de unas de las qubbas de Santa María de la Oliva, precisamente aquella de la Nave del Evangelio que por la inclusión de terceletes guarda relación directa con la Capilla de la Jura, advirtiendo una vez más (p.48) de la existencia de varios nexos entre esta iglesia y el mudéjar jerezano. En resumidas cuentas, el vínculo entre Lebrija y Jerez ya lo había puesto en evidencia Alfredo Morales, mientras que la conexión directa entre la bóveda de una de las qubbas y la Capilla de la Jura ya la había hecho constar un servidor en un par de ocasiones. Caramazana no aporta nada nuevo: simplemente hace pasar por propias aportaciones ajenas.

Bueno, en puridad sí que intenta realizar una aportación: vincular esta obra con la figura del maestro Juan Rodríguez de Lebrija, uno de los autores de la portada occidental de la parroquia sevillana de San Juan de la Palma. Vínculo cogido por los pelos, toda vez que poca relación existe entre las formas de la referida portada y Santa María de la Oliva. Tan solo una, que por cierto a Caramazana se le escapa: las dos ménsulas con muy toscas cabezas humanas de la portada hispalense recuerdan a la que aparece en el interior de la iglesia lebrijana –muro occidental–, que por cierto Rafael Cómez identifica de manera desafortunada como una calavera entre dos tibias. En el resto de la portada absolutamente nada hay que apunte hacia Lebrija. El segundo apellido de Juan Rodríguez, la verdad, resulta un argumento flojísimo para suponer su participación en aquella iglesia. De hecho, y por las razones antes aducidas, el vínculo hay que establecerlo con Fernán García y Diego Fernández, autor este último del que Caramazana sí habla en otros lugares de su artículo por encontrarse vinculado, entre otras cosas, al arranque de las obras de la Catedral de Sevilla, pero que no acierta a relacionar con Santa María de la Oliva.

Varias páginas más adelante, Caramazana indaga en las realizaciones arquitectónicas sevillanas de principios del Cuatrocientos y señala la manera en que “destacan algunas bóvedas tipo qubba como las que venían realizando los talleres jerezanos desde el año 1400. Tal vez la más relevantes todavía poco estudiadas son las de la Sacristía y Sala Capitular de la cartuja de las Cuevas”. Pues sí, se encuentran todavía poco estudiadas, pero yo realicé las aportaciones arriba referidas cuya existencia silencia. Y prosigue: “Recordemos que el patrocinio de este cenobio recayó en la familia Ribera tras el fallecimiento del arzobispo Mena y, dado que Per Afán de Ribera el Viejo, Adelantado Mayor de Andalucía, falleció en 1423, bien pudo haber contado con canteros del sur del arzobispado para monumentalizar su memoria bajo alguna de estas qubbas. Efectivamente, debió de contar con canteros de procedencia meridional. Es justo lo que escribí en 2018 y volví a defender en 2021 incluyendo fotografías de La Oliva (p. 35) y de la Cartuja (p. 49).

En la página 48 Caramazana Malia dedica un epígrafe a los templos jerezanos. Aquí me cita por primera vez cuando dice que “se ha asentado una cronología que no va más allá del primer tercio del siglo XV”. Algo es algo, aunque no se ha enterado mucho de lo que ha leído, porque en mis textos he dejado muy claro que la cronología se extiende a lo largo de los dos primeros tercios de la centuria, hasta 1464 para concretar. Ni que decir tiene que no cita el libro El mudéjar en Jerez, sino la colaboración que realicé en el catálogo Limes Fidei, mucho menos extensa y desactualizada con respecto a aquél.

A reglón seguido, y de manera incomprensible, afirma que “la iglesia de San Marcos presenta una portada con un esquema compositivo cercano a la de San Juan de la Palma de Sevilla”. Falso, rotundamente falso. A las fotografías me remito. Que en ambas el vano sea un arco apuntado –el habitual en la inmensa mayoría de las iglesias europeas de esta época– y que tengan un alero con canes no indica relación alguna. Simplemente, comparten esquemas convencionales. Ya sé que este no es un caso de mala praxis, sino de otra cosa, pero me parece que es oportuno dejar constancia de lo arbitrario de algunas consideraciones de este investigador.

Sevilla. San Juan de la Palma.


Jerez. San Marcos.

Más abajo habla de San Mateo, “cuya amplia nave única parece evidenciar una intención de cubrir todo el espacio del primitivo haram”. Hombre, pues sí. Pero cita tan solo la tesis de Guerrero Vega y deja al margen tanto los artículos de este autor como el mío propio, ambos muy extensos, que se incluyeron en el monumental libro La parroquia de San Mateo de Jerez de la Frontera. Historia, Arte y Arquitectura publicado en 2018. No vaya a ser que el lector se entere de que hay más cositas publicadas por ahí aparte de las suyas propias.

Caramazana se traslada momentáneamente a Sanlúcar de Barrameda para hacer constar que “Según los trabajos de López Vargas-Machuca, la exuberante puerta del Perdón de la O se relaciona con la torre del Atalaya de la iglesia de San Dionisio de Jerez”. Se agradece que esta vez haya voluntad de reconocer la autoría intelectual, aunque es cierto que tal relación la descubrió Diego Angulo muchísimo antes de que yo naciera. Apostilla que “nosotros vemos también puntos de unión con San Esteban de Sevilla”. Qué casualidad, Caramazana descubre lo que ya lo había expuesto en agosto de 2013 en este mismo blog:

“Sobre éste se desarrolla el motivo más sorprendente de la portada: una amplia franja de paños de sebka, un elemento que no hemos encontrado en ningún edificio del círculo jerezano ni de su entorno pero que puede relacionarse con dos de las portadas sevillanas citadas, las occidentales de San Esteban y de San Marcos.”

Atención a lo que viene a continuación: como existe un señor llamado Pedro García de Sanlúcar que trabaja en la segunda y tercera década del siglo XV para el concejo hispalense y para el cabildo de la catedral, este es el autor de la portada de La O y se convierte en principal candidato (sic) “para ser el que acabó accediendo al cargo de maestro mayor de la catedral gótica de Sevilla”. No voy a entrar en el terreno catedralicio, quede ello para los expertos en la monumental fábrica. Pero sobre La O sí que he trabajado, y considero que debe ser vinculada con la dinastía familiar que monopoliza el “gótico-mudéjar” jerezano y la alcaldía del alarifazgo de la ciudad, concretamente con el maestro que trabaja en la gran reforma mudéjar de San Dionisio y la Torre de la Atalaya adosada a este. Me parece probable que se trate de Alfonso Benítez, maestro mayor del alarifazgo de Jerez a mediados del Cuatrocientos. Lo expuse en El mudéjar en Jerez (pp. 65-66), y mucho más recientemente lo he repetido en el artículo divulgativo “Jerez de la Frontera y el Gótico-Mudéjar: Un centro creador” publicado en el número 6, mayo de 2024, de la revista Puerta Abierta (p. 72). Aunque Caramazana no estuviese de acuerdo en la atribución, la cita hay que realizarla: al lector no se le puede escamotear la existencia de teorías diferentes a las propias, porque eso es jugar con las cartas marcadas. Por otra parte, y como ocurría en el caso de Juan Rodríguez de Lebrija, el apellido nos parece un argumento de escasa solidez. Rizando el rizo, y partiendo de que Pedro García es autor de la portada e incluso de toda la iglesia sanluqueña, Caramazana intenta dar solidez a su propuesta sobre el presunto ascenso de este último:

Tratando de explicar su acceso a la maestría de la catedral de Sevilla, un hipotético servicio para una de las principales familias nobiliarias, los Guzmán, y acaso una intervención en su espacio de enterramiento, bien pudieran ser razones suficientes para ello.

Creo que huelgan comentarios. Sin embargo, creemos que acierta cuando dice lo siguiente:

“No queremos dejar de apuntar que ostenta el mismo apellido que Fernán García, el maestro mayor del alarifazgo jerezano (doc. 1404-1433), pues no se debería descartar un posible parentesco. De hecho, pensar en un taller de canteros estrechamente emparentados que controlaba tanto la piedra de San Cristóbal como los encargos de la región explicaría la nómina de varios García documentados al inicio de la catedral gótica de Sevilla”.

Una pena que, en su empeño de invisibilizar la labor de quien a ustedes se dirige, el autor enturbie esta aportación pasando de puntillas –mención de pasada en la página 46– ante una obra fundamental para comprender la arquitectura religiosa en piedra que se levanta en Sevilla en la primera mitad del siglo XV, la iglesia del Monasterio de Santiago de la Espada. Allá por 1983 M.ª del Carmen Gutiérrez Llamas la vinculó con las obras jerezanas, y quien a ustedes se dirige pudo escribir repetidamente sobre ella en textos que Caramazana ha tenido la oportunidad de leer, porque yo mismo se los pasé en mano. Sobre esa obra todavía hay mucha tela que cortar, sobre todo en lo que a su cronología se refiere. Creo que en su momento no acerté al plantear la posibilidad de que pudiera corresponder a tiempos de los Reyes Católicos: cuando iniciaba mis investigaciones tenía mucho miedo de reconocer lo que luego me ha quedado claro, que el foco de Jerez se adelanta de manera considerable al de Sevilla. Ahora bien, tampoco estoy seguro de que esta sea la iglesia iniciada por el maestre Lorenzo Suárez de Figueroa. De lo que sí estoy plenamente convencido es de que en la obra participaron maestros jerezanos, y de que más de un vínculo con Santa María de la O de Sanlúcar hay por ahí.

Quiero dejar constancia, finalmente, de que en este confuso rompecabezas que plantea David Caramazana hay otra pieza clave que se le escapa, la pétrea cabecera del monasterio de Santa María de la Rábida. Muy recientemente he planteado en la revista Cartare sus vínculos no solo con el círculo de Jerez, sino también con Sanlúcar habida cuenta de la posible relación del Primer Duque de Medina Sidonia con su erección. Dicho esto, el citado autor no es responsable de esta omisión, toda vez que cuando su artículo fue publicado el mío se encontraba aún en prensa. Del resto de las omisiones sí que tiene la absoluta responsabilidad.

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