Volvemos aquí a adelantar algunas de las aportaciones que realizaremos en nuestro libro sobre el “gótico-mudéjar” de Jerez de la Frontera lanzando una nueva mirada sobre capilla más famosa de todas la que se conservan del medioevo de esta ciudad, la aún hoy denominada –inapropiadamente– como Capilla de la Jura.
La referida capilla se sitúa en el lado del Evangelio del gran ábside de San Juan de los Caballeros, frente por frente a la Capilla Carrizosa. Su denominación se debe a que la tradición ha querido situar en ella un suceso semilegendario de tiempos de Sancho IV, que tuvo lugar concretamente en 1285, según el cual los principales caballeros jerezanos escribieron con su sangre al monarca para pedir socorro ante el cerco de la ciudad por las tropas musulmanas[1]. Sin embargo, la lectura de Rallón no permite dudar que, como señaló Hipólito Sancho[2], esta fue la capilla bajo la advocación de Santa Catalina patrimonio de los Tocino. Según el historiador jerónimo a su lado se encontraba la capilla del Santo Cristo, de los caballeros Mirabales, donde se sitúan hoy unas dependencias desde las que se accede a la capilla por el costado occidental de la misma. Claro que puede comprobarse a simple vista que el acceso original, cerrado seguramente en las reformas decimonónicas, se realizaba desde el propio presbiterio, que se encuentra hoy bastante más elevado.
El recinto posee planta cuadrada, se levanta en cantería y se cubre con una bóveda estrellada cuyos plementos son de ladrillo. Los nervios descansan sobre columnillas suspendidas con capiteles fitomorfos sobre los que vamos a volver un poco más abajo. El perfil de los nervios consiste en varias molduras que terminan en un baquetón de remate plano; en este último aún se distinguen, a duras penas, restos de decoración pictórica consistente en rombos de color oscuro. En el conjunto, hoy muy deteriorado, escasamente ventilado y mal iluminado, se han identificado algunos signos de cantero.
El nicho que se abre a Oriente y que probablemente serviría de altar o de arcosolio, posee forma de arco apuntado y se enmarca por un alfiz quebrado. Dicho quiebro en el alfiz es el único que hoy encontramos en todo el medioevo jerezano, descontando el que veremos en el exterior de esta capilla, si bien su decoración de entrelazo, que por cierto conserva huellas evidentes de haber estado pintado de rojo, debe ser puesta en relación con la obra de San Dionisio por la manera en la que dicho alfiz se prolonga para enmarcar el arco apuntado con arquillos entrelazados, si bien en esta capilla no hay lacerías adicionales en las enjutas[3]. Lacerías y alfiz quebrado van a servir de inspiración a los restauradores decimonónicos para sus obras en la Capilla Zarzana y en el propio ábside del templo.
El exterior del recinto permite ver el aparejo pétreo con que están levantados sus muros, rematándose el conjunto con un pretil de ladrillo que podría pertenecer a tiempos no medievales. En el lado septentrional se abre una ventana cuadrada que debe de ser moderna. Varias hiladas más arriba se abría un estrecho vano medieval, muy deteriorado, en el que apenas pueden reconocerse un alfiz que, aun careciendo de lacerías, por la manera en que se quiebra no es difícil relacionar con el del arcosolio que vimos dentro. Hacia el interior, el referido vano se abría con pronunciado derrame, otorgándole aspecto de saetera. La ausencia de otros vanos medievales otorga al recinto una cierta sensación a fortificación.
La bibliografía ha aportado datos confusos. Así el padre Rallón afirmó que la capilla había sido fundada por Andrés Martínez Tocino en 1504[4], mientras que por su parte Sancho de Sopranis, sin hacer caso de la fecha aportada siglos atrás por el fraile jerónimo, afirmó que del testamento de Andrés López Tocino –que él tuvo la oportunidad de manejar– se desprende que ya existía la capilla en 1404[5]. El asunto parecía complicarse al tener en cuenta que según el citado estudio sobre los linajes medievales jerezanos del profesor Sánchez Saus, el primero de los personajes citados (Andrés Martínez, Jurado de Jerez) fallece en 1405 y el segundo corresponde a finales del XV; es decir, su cronología parece estar intercambiada.
Venturosamente, los investigadores José Jácome y Jesús Antón Portillo han logrado resolver el enredo al aportar un documento de extraordinario valor. Se trata del testamento de Andrés Martínez Tocino, fechado el 11 de noviembre 1404[6], en el cual se habla de la construcción de la capilla. Quiere esto decir que tanto Rallón como Sancho cometieron sendos lapsus: el primero el de añadir cien años a la fecha original de 1404, y el segundo rebautizar como Andrés López al autor del testamento que él localizó[7] y ahora se ha vuelto a rescatar[8]. Resuelta la confusión, y dejando claro que nos encontramos ante una fundación realizada a principios del XV por el Jurado de Jerez Andrés Martínez Tocino, pasamos transcribir el párrafo que más nos interesa del documento:
“… y devemos a Fernan Garzia Albañi, hijo de fernan Gº. Albañi é a Diego frnz (Fernández) Albañi su sobrino cinco mill e seiscientos e sinquenta maravedís desta moneda usual, que fincaron por pagar de los diez e nueve mill maravedis por que con ellos me combine, que hisiesen la Capilla que yo fago en la Iglesia de San Juan desta Ciudad…”.
El asunto está claro: en 1404 la capilla, si no terminada, se encontraba ya en un muy avanzado estado de realización, pues se habla de una cantidad (5.650 maravedís) que queda por pagar de la cifra total (19.000 maravedís) a la que asciende la obra. Se trata así de una de las escasísimas fechas seguras que contamos para el “gótico-mudéjar” jerezano, y desde luego la más temprana de las hasta ahora manejadas. Ahora bien, esta fecha concuerda sin problemas con la parte baja de la capilla, e incluso con las columnillas colgantes con sus capiteles fitomorfos, pero en principio no parece encajar tanto con la bóveda[9], lo que ha hecho plantear a los investigadores arriba citados la hipótesis de que esta cubrición pertenece a una reforma posterior. Veámoslo con más detenimiento.
El modelo de bóveda estrellada no es en sí mismo inhabitual en Jerez: lo hemos encontrado en las capillas bautismal y de los Suárez de Toledo en San Mateo, y semiestrelladas son las cabeceras de las capillas de Lorenzo Fernández de Villavicencio en San Lucas y de la Paz en Santiago, por no hablar de la propia capilla mayor de Santo Domingo, además de la del Divino Salvador de Vejer de la Frontera. Con respecto a estos modelos hay dos diferencias fundamentales. La primera, que en el recinto que nos ocupa faltan los elementos más característicos que otorgan unidad a las obras enumeradas, que no son sino los dientes de sierra que flanquean los nervios y la imposta de puntas de diamante. La segunda, que mientras que en aquellas edificaciones la bóveda parte directamente de una planta cuadrada, ubicando trompas de arista viva por encima de las impostas, en la Capilla de la Jura antes de llegar a las impostas ya se ha realizado la transición hacia el octógono a través de las trompas, que aquí se ubican –de manera mucho más ortodoxa– por debajo de dicha línea.
Ahora bien, si nos fijamos detenidamente podemos comprobar que el perfil de los nervios es parecido a los de la cámara inferior de la Torre de la Atalaya de San Dionisio, que por cierto también descansa sobre columnillas suspendidas: el que nos ocupa resulta algo menos moldurado en la base, pero el concepto es el mismo, terminando en dos casos en un bocel de superficie plana[10]. La línea de imposta, en ambos casos sin puntas de diamante, es asimismo muy parecida. Y siguiendo con la iglesia dedicada al patrón de la ciudad, en el pórtico de acceso por el lado sur –allí de nuevo la línea de imposta es similar– los dos modelos que siguen los cuatro capiteles de las columnillas suspendidas son idénticos a algunos de los que encontramos en esta Capilla de la Jura.
Sobre esta cuestión profundizaremos en otra entrada, pues ahora nos corresponde detenernos, dentro de lo que nos permite el mal estado de conservación y la escasa iluminación actual del recinto, en examinar los citados capiteles, ocho en total. Siguiendo el sentido de las agujas del reloj a partir del ángulo NE, a la derecha de la ventana que se abre a la calle, nos encontramos con cuatro modelos, todos ellos de carácter fitomorfo y cierto sabor mudejarizante:
a) Tallos flexibles que se desenvuelven de manera simétrica y rematan en una doble voluta incurvada hacia el interior, surgiendo en medio una especie de flor de lis.
b) Largas hojas de siete pequeños pétalos redondeados, tres a cada lado y uno en el extremo.
c) Decoración vegetal indeterminada.
d) Parecido al modelo “a”, pero con las volutas incurvadas hacia el exterior.
Los cuatro capitales restantes repiten la serie anterior siguiendo el mismo orden, de tal modo que cada capitel es semejante al que tiene enfrente: justo el mismo esquema que se sigue en el pórtico de la iglesia dedicada al patrón de la ciudad. De estos cuatro modelos, los dos primeros son los idénticos a los que aparecen en San Dionisio. El molduraje de la línea de imposta es el mismo que encontramos en esta capilla: un filete sobresaliente de sección rectangular bajo el que corren dos molduras convexas entre los que se dispone otra más amplia cóncava. Todo esto nos llevar a plantear que los autores de esta capilla van a trabajar en la citada iglesia levantando, cuando menos, el pórtico referido (en una entrada posterior volveremos sobre ello). Claro que el razonamiento también lo podemos realizar en sentido contrario. Teniendo en cuenta que estos capiteles aparecen en un contexto “gótico-mudéjar” como es San Dionisio (recordemos que el pórtico meridional de este templo solo tiene sentido con la capilla del Cristo de las Aguas a su lado, y que la portada del mismo guarda clara relación con la del nicho del muro oriental de esta capilla de la Jura), lo sensato no es forzar las cosas con el empeño de establecer que éstos y los nervios que en ellos descansan pertenecen a una reforma posterior a los tiempos gótico-mudéjares: lo más probable es que todos se realicen en la misma campaña constructiva: la bóveda estrellada sería de 1404.
El problema a la hora de aceptar esta datación para una cubrición semejante en tierras andaluzas es que el modelo viene habitualmente asociado con fechas muy posteriores. Las raíces del mismo se encuentran en una serie de espacios del siglo XIV, como pueden ser la Capilla Barbazana de la catedral de Pamplona (de mediados del XIV)[11] o las salas capitulares de las catedrales de Burgos (terminada en 1354) y Valencia (1356-1369), pero nosotros más bien tenemos que fijarnos, habida cuenta de la presencia de trompas de arista viva en las esquinas, en la serie de capillas sevillanas tardías en las que se funden el modelo qubba, que se manifiesta en el uso de las citadas trompas, con las formas estrelladas. El ejemplo más cercano sería el de la posteriormente muy reformada sacristía de la Cartuja de las Cuevas. También el de la hermosa sala capitular del cenobio cartujo, si bien la complicación del trazado de sus nervios la aleja de la obra jerezana.
Asimismo podemos pensar en la capilla de los Guzmanes de la parroquia de Huévar, en principio una obra más tardía por la presencia de un nervio de trazado circular[12]. También habría que incluir en el grupo el presbiterio de la sencilla parroquia de San Nicolás del Puerto, en lo más recóndito de la sierra sevillana[13], y el de la ermita del Cristo de la Misericordia en Fuenteovejuna (Córdoba)[14]. Aunque para ninguna de estas obras hay fechas seguras, en todo caso son posteriores a mediados del cuatrocientos. ¿Es la capilla jerezana, pues, la primera de la serie?
[1] “Llámase San Juan de los Caballeros porque (…) en ella se juntaron los de Xerez cuando los tenía cercados Aben Joseph, rey de Marruecos, y con la sangre de sus venas escribieron al rey don Sancho el Bravo el conflicto en que se hallaban, con cinco meses de cerco sin tener socorro ninguno. A la cual le respondió el rey, que se sustentasen y en ningún modo desamparasen la ciudad, a cuya defensa estaban obligados por la confianza que el rey su padre había hecho de su nobleza (…), palabras que infundieron tanto valor en nuestros jerezanos, que comenzaron la resistencia en medio de las mayores fatigas, como si aquel fuera el primer día de cerco y se sustentaron hasta que el rey vino a socorrerlos (…)”. Fray esteban RALLÓN: Historia de Jerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, vol. IV, Cádiz, 2005, pág. 133. En realidad parece que el sobrenombre del templo se debe no al referido acontecimiento histórico, sino a que éste era lugar habitual de reunión de los miembros de diferentes órdenes militares, cuyos escudos aun hoy campean en las claves de la bóveda estrellada de su antigua sacristía, actual sagrario.
[2] IBÍDEM, pág. 133. Según este historiador a su lado se encontraba la capilla del Santo Cristo, de los caballeros Mirabales; de ésta hoy no se conserva nada, aunque en las recientes obras en las antiguas dependencias parroquiales han aparecido las huellas de lo que pudo ser su bóveda.
[3] Vimos en su momento que el alfiz de entrelazo de la portada meridional de San Mateo, aparecido durante la última restauración, también debía de prolongarse por la rosca del arco.
[4] RALLÓN: ob. cit., pág. 133.
[5] Hipólito SANCHO DE SOPRANIS: Introducción al estudio de la arquitectura en Xerez, Cuaderno de estudio nº 1 de la revista Guión, Jerez, 1934, pág. 5.
[6] José JÁCOME y Jesús Antón PORTILLO: “La Capilla ‘de la Jura’, de San Juan de los Caballeros, de Jerez de la Frontera: entre la épica y la realidad histórica”, en Revista de Historia de Jerez, nº 13, Jerez, 2007, págs. 183-212. Se trata, según los citados investigadores, de una copia antigua del documento original, inserta en un protocolo del siglo XVIII que se encuentra en el Archivo de Protocolos Notariales de Jerez. Lo presentaron por primera vez en José JÁCOME y Jesús Antón PORTILLO: “La Capilla de la Jura que no es tal”, en Diario de Jerez, martes 2 de mayo de 2006, pág. 40.
[7] Ni que decir tiene que Sancho, como en él era costumbre, no dejó indicación alguna para que futuros investigadores pudieran localizar el documento por él hallado.
[8] Existió un Andrés López Tocino, pero se trata de un personaje casi un siglo posterior que nada tiene que ver con la erección de la capilla
[9] “Su cubierta responde a una tipología que sólo se difunde en España a partir de finales del siglo XIII y principios del XIV”, según Esperanza DE LOS RÍOS: “La Historia del Arte en Jerez desde la Edad Media hasta el siglo XVII: Edad Media”, en Historia de Jerez de la Frontera, t. III, págs. 15-44, Cádiz, 1999, pág. 23.
[10] En la tardogótica capilla Carrizosa de la propia iglesia de San Juan –en el costado meridional de la capilla mayor– encontramos también nervios con remate plano, pero su perfil es por completo diferente al que hemos descrito, pues como es propio en el tardogótico, la base es muy amplia y se va estrechando en suaves curvas.
[11] Vicente GALBETE MARTINICORENA: “La capilla Barbazana en la catedral de Pamplona. Una aproximación a su traza”, en Príncipe de Viana, nº 219, págs. 9-20. El autor considera que su bóveda estrellada, “evocadoramente islámica”, fue “quizá la primera de su género, logrado híbrido de cúpula califal y bóveda de crucería, novedad técnica que tanto éxito tuvo con posterioridad”.
[12] “Pertenece, desde luego, al primer tercio del XVI y quizá cuando se termine de descubrir la inscripción de su cornisa se podrá saber la fecha exacta de su construcción”, apuntaba Diego ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XII, XIV y XV, Sevilla, 1932, pág. 146. Interesa añadir que su posición con respecto a la capilla mayor, al igual que la de la sacristía de la Cartuja sevillana, es similar a la de la Capilla de la Jura con respecto a la de San Juan, esto es, en su costado izquierdo.
[13] IBÍDEM, págs. 108-109. “Me limitaré a decir aquí que es obra ya de 1500”, apunta el autor.
[14] Mª Ángeles JORDANO BARBUDO, : El Mudéjar en Córdoba, Córdoba, 2002, págs. 87-90. págs. 436-438. Este edificio no hemos podido visitarlo personalmente, por lo que hablamos a partir de la fotografía y la planimetría que se incluyen en la publicación referida. La autora data esta obra entre finales del XV y comienzos del XVI.
Excelente trabajo.
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