miércoles, 27 de noviembre de 2019

Gestión, vetos y autoprogramación

En la entrada anterior expuse una serie de circunstancias que han afectado seriamente a mi labor como investigador y divulgador sobre temas de arte medieval en nuestra ciudad. Todas ellas tienen que ver con mi colega Manuel Romero Bejarano, quien como pude explicar, ha decidido vetarme en los actos por él organizados y dejarme a un margen del “núcleo básico” de historiadores del arte de Jerez por motivos que poco tienen que ver con la valía de mis aportaciones. Lo que entonces escribí ha servido para mucho, porque algunos colegas me han ido desvelando una serie de importantes circunstancias. Pero ahora me voy centrar sobre otro asunto que expuse sucintamente en Facebook, y que me ha valido la amenaza de denuncia por parte del señor Romero. No solo no la temo, porque nada he de temer (¡como si en democracia no pudiésemos criticar a los gestores de lo público!), sino que ahora me extiendo sobre el asunto.


En mi blog de música clásica he tenido en repetidas ocasiones la oportunidad de denunciar dos situaciones de lo que podríamos denominar “autoprogramación” que me han parecido de gravedad. La una tiene que ver con el Festival de Música Antigua de Sevilla. En 2009 el excelente violagambista Fahmi Alqhai fue nombrado director artístico del mismo. Siendo director del grupo Accademia del Piacere, que centra su actividad en la ciudad de la Giralda, resulta perfectamente lógico y natural que este tuviera participación en él. Lo que no parece tan comprensible es que Alqhai y sus colegas se reservaran para sí mismos bien el concierto inaugural, bien la clausura de las primeras ediciones que el artista dirigió. Tras el comprensible malestar que semejante decisión generó –fui una de las pocas voces en atreverse a criticar públicamente la circunstancia referida–, el artista hispalense renunció a ocupar alguna de esas dos fechas, aunque ha seguido presentándose en todas y cada una de las ediciones del FeMAS a cuyo frente continúa. Y, mientras no se diga lo contrario, cobrando los correspondientes emolumentos al margen de los que ya recibe por la dirección artística del festival. Un festival que es responsabilidad del Ayuntamiento de Sevilla, y que por ende se financia en buena medida con dinero público, justo es recordarlo. Tampoco está de más recordar que reservarse un lugar supone, siempre, ocupar el espacio que podía ser ocupado por otros.

El otro caso me parece todavía más grave, por el delirante exceso en número de “autoprogramaciones”. Hablo de Francisco López en nuestro Teatro Villamarta. López fue contratado por el consistorio en su faceta de gestor, no en calidad de director de escena. Se entiende que, teniendo experiencia en este campo, él mismo decidiera dirigir escénicamente alguna de las producciones de ópera en la Plaza Romero Martínez. Lo que no se entiende es que, tras recibir durante los primeros años el merecido aplauso del público por su –por aquel entonces – excelente gestión, decidiera reservarse la gran mayoría de las nuevas producciones operísticas propias, además de traer otras suyas ya existentes. Como las producciones propias se reponen cada cierto número de años, y además López ha querido realizar incursiones dentro del campo de la danza española, el flamenco o los espectáculos crossover, el resultado es que llevamos ya muchos años con su nombre hasta en la sopa. Incluso cuando este señor pasó el relevo a Isamay Benavente, sigue acaparando buena parte de la programación del Villamarta. Esta misma temporada 2019/20 dirige Que suenen con alegría, Lorca x Bach y La flauta mágica.

Cuestión de ahorro, se dirá, porque presuntamente López no cobra en el Villamarta por sus labores de regista y solo lo hace en las ocasiones en la que sus producciones se intercambian con las de otros centros líricos españoles (a veces dirigidas, oh casualidad, por gestores asimismo dedicados a la dirección de escena). Pues vale. Pero es un ahorro muy relativo, porque lo que verdaderamente cuesta en una producción escénica y musical de ópera es todo lo demás, desde la escenografía y el vestuario hasta la manutención de toda una orquesta sinfónica durante el periodo de ensayos. En cualquier caso, lo grave del asunto es que la presencia de López una o varias veces por temporada nos ha restado la oportunidad de apreciar el trabajo de otros registas y de conocer otras maneras de enfocar la dirección de escena. Al que fue cabeza del Villamarta se le llenaba la boca al hablar de la necesidad de dar oportunidades a los nuevos artistas españoles, y de cómo un teatro financiado con dinero público tiene el deber de apoyar a los jóvenes con talento. En su programación llevaba semejante criterio a la práctica con frecuencia en el caso de las voces, pero apenas lo hizo en la dirección de escena operística. El teatro es mío, parecía decir, y aquí quien dirige soy yo.

Pues bien, parece que hay alguien en Jerez que está decidido a superar a López Gutiérrez, pero esta vez en el campo de la divulgación en temas históricos y artísticos. Obviamente me refiero a Romero Bejarano, doctor en Historia del Arte y técnico en la Delegación de Patrimonio del Ayuntamiento. Desde hace al menos un par de cursos es el encargado de coordinar desde la sección del consistorio en la que trabaja una serie de ciclos de conferencias en torno a las patrimonio histórico-artístico en nuestra ciudad. Magnífica idea. Yo mismo fui invitado por él, sorprendentemente después de que me vetara en el congreso Jerez 1264 –véase de nuevo la entrada anterior–, a participar en una de esas jornadas; fueron las dedicadas a la iglesia de San Mateo que se celebraron en el Museo Arqueológico, en enero de 2018. Que él sea una personalidad muy conocida en la investigación y la divulgación sobre historia y arte en Jerez, aunque lo sea en buena medida por sus reiteradas apariciones en concursos televisivos, le otorga por derecho propio un lugar en las actividades que coordina: no solo natural, sino toda una suerte poder contar con su participación, entiendo que sin cobrar cantidad adicional a su salario.

Pero hete aquí que Romero ha intervenido en todos y cada uno de los ciclos que han salido de su departamento y en los que él ha sido coordinador directo o, al menos, asesor: uno sobre el Arte y la Muerte en el medievo, otro sobre la iglesia de San Marcos, otro sobre la Semana Santa jerezana y uno más sobre el Renacimiento, todos ellos durante el curso pasado, mientras que este año ha hecho lo propio, además de hablando sobre el caballo en el Arte durante las Fiestas de Otoño, con uno de la Iglesia de San Lucas y otro más sobre la Muerte. Precisamente mañana jueves 28 de noviembre tiene lugar su intervención, bajo el título “Exequias Reales en Jerez de la Frontera”.

Recuerden lo dicho más arriba al hablar sobre Alqhai: quien ocupa un espacio se lo quita a otro. Hay varias personas que deberían haber participado en estos ciclos y no lo han hecho. Historiadores con trayectoria reconocida y por completo adecuados a las temáticas tratadas, pero con los que Romero Bejarano ha decidido no contar. Efectivamente, yo estoy entre ellos.

El caso de San Lucas ha sido sangrante, porque soy quien más ha trabajado sobre la arquitectura del templo en la Edad Media. Y este sigue siendo un edificio en buena medida gótico-mudéjar, aun revestido en su interior por una espléndida piel barroca. Esta sí que ha sido atendida en el mismo ciclo, con doble intervención de conferencia y visita guiada, por el investigador que mejor conoce esas obras, José Manuel Moreno Arana. Pero el primer gótico y el mudéjar quedaron excluidos de estas jornadas por decisión del referido técnico, que sí que tuvo a bien programarse a sí mismo para hablar de una capilla en particular sobre la que, supongo, habría localizado alguna documentación.

Debo apuntar que Romero se programa con la excusa del ahorro. Parece que este año están pagando, tengo entendido que 150 euros por conferencia. No sé si fue así el curso pasado. Yo, desde luego, no vi un solo un euro. Y estoy seguro de que las personas que han quedado fuera de las peculiarísimas selecciones realizadas por Bejarano, que incluyeron (¡por duplicado en tan solo unos meses!) a un estudiante de Segundo de Bachillerato y a otras amistades cercanas a él mismo, no están en esto de la investigación por amor al dinero. La mayoría hubiéramos acudido por cantidades simbólicas o sin remuneración alguna.

Y ya que hablamos del vil metal, podemos recordar la circunstancia de que la conferencia de Berajano sobre Semana Santa organizada en la pasada Cuaresma desde su propio departamento coincidió en el tiempo con la presentación de un libro por él escrito sobre el tema: como editor de la publicación y como librero que es o era –me aseguran que en tiempos recientes ha alquilado su librería–, a buen seguro la charla le sirvió de escaparate para aumentar las ventas. Como en el caso de Francisco López, no hay remuneración directa alguna, pero a la autoprogramación se le saca rédito económico en otro contexto. ¿Lo van pillando?

Alguien podría argüir que si él ha obtenido la plaza que ostenta es porque ha demostrado poseer el perfil idóneo para la misma, y por ende, entre otras muchas cosas, para escoger tanto los temas como los conferenciantes más apropiados. Eso es cierto, pero Romero Bejarano ha actuado de manera absolutamente arbitraria: que como coordinador científico tenga la prerrogativa de seleccionar con cierto margen de maniobra no significa que pueda hacerlo sin seguir unos criterios científicos y medianamente objetivos.

Permítanme una comparación muy sencilla. Como profesor de secundaria, soy yo quien decidir la nota que se merece un examen en función de mi parecer personal sobre lo que ha escrito el alumno. Pero debo hacerlo basándome en los criterios de corrección y los criterios de calificación establecidos en las correspondientes programaciones de las asignaturas, no siguiendo la pura subjetividad. Menos aún en función de las simpatías o antipatías que me despierte el alumno. Si los profesores actuásemos así el bochorno sería inmediato. Se nos caería la cara de vergüenza y, de no hacerlo, lo que se nos caería encima serían el alumno, sus padres, los compañeros de departamento, el equipo directivo y hasta la administración pública. Lógico, ¿no? Pero parece que algunos otros funcionarios públicos, es decir, trabajadores pagados entre todos que se encuentran al servicio del ciudadano y no de sus propios intereses, esto no acaban de tener de claro. No hay que irse muy lejos: recuerden lo ocurrido con algunos regidores de esta misma ciudad.

Pues bien, ¿cuáles son los criterios sobre los que debe apoyarse un funcionario público que desde un ayuntamiento organiza ciclos de conferencias y visitas guiadas sobre el patrimonio histórico-artístico? En lo que a la temática se refiere, que se responda a los intereses relevantes para la comunidad de amantes de la historia, del arte y de la cultura en general, tanto incidiendo en los bienes patrimoniales más conocidos como en aquellos que merecen mayor atención de la acostumbrada. En cuando a la selección de los conferenciantes, se ha de tener en cuenta la idoneidad de los perfiles científicos de los mismos, así como la posibilidad de dar a conocer las últimas aportaciones de todos los investigadores. Si se estudia una determinada iglesia, tiene que estar allí todos los que han aportado algo significativo sobre ella, o los que puedan añadir algo nuevo de relevancia.

Mucho ojo, esto no significa que deban existir “temas exclusivos” reservados para ciertas personas. Que investigadores especializados en determinados campos exploren tierras que suelen asociarse a otros compañeros no solo es adecuado, sino que resulta imprescindible para que las investigaciones progresen. Pero eso tampoco es incompatible con que quienes se hayan especializado en algo se hayan ganado un lugar; ni con que, cuando resulte pertinente, sea necesario que se cuente también con ellos.

¿Y cómo se sabe qué personas son las adecuadas para hablar de determinados temas? Pues ahí entra el criterio del coordinador, pero de nuevo sobre una base objetiva, que no es sino la trayectoria científica conformada por publicaciones en revistas especializadas, actividad docente y labor divulgativa, lo que tampoco debe impedir que se cuente con recién llegados llenos de talento –el caso del estudiante de secundaria antes citado– por los que se pueda realizar una apuesta personal. Pero que al señor programador de turno no le guste lo que escriben determinadas personas con dilatadas trayectorias a sus espaldas (¿acaso no podrían ser muchos los que tuvieran una opinión negativa sobre las investigaciones de ese mismo gestor?) no es razón alguna para que esas personas queden sistemáticamente fuera. Tampoco es razón vetar a alguien solo porque esa persona se haya atrevido (¡tremenda osadía!) a contestarle alguna de sus decisiones incuestionables a quien se encuentra en una situación de poder. Me temo que este último es mi caso particular.

Por supuesto, todas estas decisiones marcadas por puras subjetividades podrían tomarse sin especial problemas haciéndolo desde un ámbito privado e independiente, como organizador. Pero resulta altamente censurable que estas se tomen no desde lo privado, sino desde lo público, y no como en calidad de organizador sino en la de coordinador científico.

No habrá nadie que dude que un deber de todo buen gobierno municipal es, precisamente, el de incentivar y divulgar la investigación sobre temas que tengan que ver con la ciudad. Si no es posible subvencionar, publicar u otorgar premios (¿recuerdan los desaparecidos “Manuel Esteve”?), al menos se debe facilitar que se expongan en público los resultados de un trabajo que generalmente se realiza –la excepción es el profesorado universitario– en el tiempo libre y sin remuneración alguna. Ese estímulo resulta fundamental para que los ánimos no decaigan. Por eso mismo es obligatorio dar oportunidades a todos los que tengan algo interesante que aportar; a los que ya llevan tiempo y a los recién llegados; a los más conocidos y a los menos conocidos. A los primeros, en función de su trayectoria. A los segundos, en función de su potencial. Pero lo que no se puede es realizar la selección en función de la pura subjetividad ni de la sintonía personal. Y lo que ya es el colmo es reservar un porcentaje importante de dichas oportunidades a la persona que es, precisamente, responsable de repartirlas entre los demás.

Por otro lado, y no menos importantes, a los jerezanos amantes de la cultura su ayuntamiento no les ofrece la oportunidad de escuchar lo que tienen que decir todos los investigadores sobre historia y arte de la ciudad, ni de conocer lo mucho que se está haciendo. Solo podrán conocer y escuchar a una parte, una parte muy concreta. Todo porque un determinado técnico ha decidido vetar a una lista no pequeña de investigadores al tiempo que se programa a sí mismo por razones que dudosamente tienen que ver con el ahorro, y que quizá respondan a los mismos impulsos que le han llevado a lo largo de los últimos lustros a participar de manera compulsiva en cuantos concursos televisivos se le pongan por delante.

Creo que el consistorio debería tomar seriamente cartas en el asunto. Se está perjudicando tanto a los investigadores vetados, cuya frustración y desánimo va en aumento, como a los jerezanos que tienen todo el derecho a escuchar a cuantos han demostrado tener algo que decir sobre un patrimonio rico y diverso que necesita el mayor número de investigadores y divulgadores posible para ponerlo en valor. Esperemos que las personas responsables corrijan semejantes desmanes.

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