viernes, 4 de septiembre de 2020

La torre que nunca fue mudéjar

No sé cuántas veces he leído ya que la torre de la Catedral –antigua Santa Iglesia Colegial– es mudéjar. Pues no, no lo es. El tercio superior –ahí sí que nadie ha llegado nunca a meter la pata, faltaría más– corresponde al siglo XVIII. El resto es una obra tardogótica que la persona que más ha trabajado este tipo de arquitectura en la zona, Manuel Romero Bejarano, data en las primeras décadas del Quinientos (página 31 de Iglesias y conventos de Jerez). Pablo Pomar y Javier Jiménez apostaron por el último tercio del XV en ese admirable artículo que tantas envidias despertó entre quienes creían tener el monopolio de escribir de todo lo que tuviera que ver con la antigua aljama (750 aniversario de la incorporación de Jerez a la Corona de Castilla, pp. 470-471). Gótico tardío, en cualquier caso, de ese mismo que hasta hace no muchos años llamaban –de manera muy equívoca– Gótico Reyes Católicos.

No hay ni un elemento que pueda calificarse como mudéjar, si es que entendemos tal etiqueta como “de estética derivada de lo andalusí”. Alguien podría replicar “vale, no hay elementos propiamente mudéjares, pero sí cristianos de tiempos del gótico-mudéjar”. Pues tampoco: ni dientes de sierra, ni puntas de diamante, ni nada de nada. Todo lo que vemos –no solo en el exterior, también en la estancia interior– se corresponde con el gótico tardío que tantísima fuerza tuvo en la archidiócesis hispalense desde el momento en el que la nueva Catedral de Sevilla alcanzó unas dimensiones considerables; en Jerez, concretamente, a partir de los años sesenta del siglo XV, cuando se comienzan San Miguel y La Cartuja.

Ni que decir tiene que más erróneo aún resulta afirmar que la torre se levanta aprovechando la base del alminar de la mezquita. Nunca ha habido ni un solo elemento que haga presuponer tal cosa, extremo que ha podido confirmar la intervención que hace poco se ha realizado: ni rastro de alminar. De hecho, todo eso de los alminares reutilizados es algo que hay que poner muy en entredicho. Si en Córdoba, efectivamente, conservamos torres que pertenecieron a mezquitas, en Sevilla no tenemos ni una sola que añadir al caso emblemático de la Giralda. Hasta hace poco se decía que la base de la de la parroquia de Santa Catalina era alminar, pero la reciente restauración ha dejado claro que en modo alguno es así: toda ella es mudéjar. Por su parte, especialistas en la materia de las mezquitas andalusíes como la profesora Susana Calvo han dejado claro que solo las mezquitas aljamas tenían la obligación de tener torre. En el caso de Jerez son dos, la que estaba dentro del actual conjunto catedralicio –concretamente en la Plaza de la Encarnación, no bajando hacia el Arroyo– y la del oratorio del alcázar, que ejercía de aljama para la tropa. Ese alminar sí que se conserva. En la antigua Colegial debió de haber otro, no sabemos si en el mismo emplazamiento de la torre de la que estamos hablando o en un diferente punto del patio. Pero eso de una Sharis con el horizonte salpicado de alminares que luego fueron transformados en campanarios cristianos me parece más que dudoso.


Aprovecho para plantear en voz alta una cuestión: ¿para qué se levantó en Jerez una torre de semejantes dimensiones? Alguien podría pensar en las insatisfechas pretensiones de la ciudad de convertirse en sede episcopal, en rivalizar de alguna manera con Sevilla. Eso es algo que quedará de manifiesto cuando la catedral barroca busque hacer referencias en sus formas a la Magna Hispalensis. Pero creo que el caso de la torre es algo más local. Por motivos que hasta ahora se nos escapan, el cabildo colegial no pudo o no quiso derribar el conjunto de la mezquita aljama transformado en iglesia cristiana. Un edificio no solo viejo, sino también muy angosto en sus dimensiones y por completo inapropiado para una sede como la de Jerez. Las parroquias, salvo la modesta de San Lucas, sí que realizaron o comenzaron a realizar un significativo remozamiento –San Mateo, San Marcos, San Juan e incluso el proyecto inconcluso de San Dionisio–, por no hablar de las dos grandes fábricas extramuros de San Miguel y Santiago, de La Merced o de las diferentes capillas del Real Convento de Santo Domingo, todo ello en un espléndido tardogótico que hacía uso exclusivo de la piedra como material constructivo y abovedaba en su integridad los espacios. La Colegiata de San Salvador solo pudo competir con ellas de una manera: alzando una torre que se viese desde todo el perímetro de la ciudad. Y añadimos otra cuestión fundamental: la necesidad de rivalizar visualmente con la Torre de la Vela, que aun adosada a San Dionisio era de propiedad municipal y plasmación arquitectónica del poder concejil. Los canónigos no estaban dispuestos a quedar relegados. El recrecimiento barroco –significativamente no se optó por una torre nueva– terminó de convertir la actual torre catedralicia en un destacadísimo referente urbano.

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