Escribo estas líneas como válvula de escape de la frustración que, en lo que a mi actividad como investigador se refiere, siento de manera creciente. Y por partida triple.
Frustración por no poder continuar con mis investigaciones. Tengo un libro cerca de su finalización, un artículo ya cerrado –pintura mudéjar– que no tiene visos de publicarse y varias entradas de blog pendientes, una sobre la torre de la catedral y otra sobre la gárgola de San Dionisio que acaba de caer al suelo. Pero no hay manera de avanzar. Un solo motivo encuentro: la consagración casi absoluta a mi trabajo en el IES Padre Luis Coloma, mucho más exigente a partir de ahora debido a la implantación del Bachillerato Internacional. Es un trabajo fascinante del que me siento muy orgulloso, pero absorbe hasta tal punto que desde el uno de septiembre solo he encontrado algunos días sueltos de Navidad para avanzar en mis estudios. Mi hobby de escribir sobre música clásica también se encuentra seriamente ralentizado, y ahora mi blog musical se nutre de producto congelado que se cocinó en las últimas vacaciones.
Frustración por mi tremendo fracaso –así lo debo llamar, sin paños calientes– en mi efímero paso por la Junta Directiva del Centro de Estudios Históricos Jerezanos. El tiempo me ha hecho ver no solo que mi idea de lo que el CEHJ debe ser es muy distinta de la que tiene el resto de los compañeros, sino que mi presencia allí no se debía a la intención de dar un giro a la institución, sino a mi utilidad a la hora de sacar adelante las redes sociales; porque lo que se estaba desarrollando sigilosamente era ni más ni menos que un “juego de tronos” –repárese en los miembros incorporados en los últimos años– que había de conducir a la “entronización” de un círculo de personas vinculado al mundo de la arqueología. Cuando Juan Félix Bellido, Francisco Barrionuevo Contreras y Miguel Ángel Borrego Soto echaron por tierra uno de los proyectos que más me ilusionaban eran muy conscientes de las consecuencias: sencillamente, me estaban haciendo la cama para que me fuera. Era demasiado molesto. Así que adiós.
Frustración por confirmar el comportamiento de algunos compañeros dedicados a la historia del arte, que no solo no me han apoyado en absoluto ante el continuo escarnio hacia mi persona que vía WhatsApp realizara Manuel Romero Bejarano y ante la manera en la que este me ha aislado para que no pueda dar a conocer mis investigaciones, sino que han seguido colaborando con él y hasta pegándome alguna puñalada trapera –pasando a ciertos círculos del CEHJ información falsa– para terminar de hundir mi figura. Es falso lo que pensaba cuando volví a Jerez después de mi periplo por los institutos Andalucía: creía que el ambiente entre los historiadores era buenísimo. Puedo ahora confirmar, rotundamente, que las malas intenciones son protagonistas. Y todo por querer "ser alguien" en un pueblo de doscientos mil habitantes.
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