domingo, 18 de septiembre de 2022

Sobre la vergüenza

Recibí ayer por la tarde el pantallazo de un mensaje que ha escrito Miguel Ángel Borrego Soto, entiendo que a raíz de este texto que publiqué en el blog, acerca de mi persona. La gravedad de lo escrito es tal que me veo obligado a realizar una serie de comentarios. Punto por punto.


PRIMERO

Comienza llamándome “personaje”.

Pues vale.

 

SEGUNDO

Dice que llevo “queriendo subirme al carro ocho años”.

¿Qué carro? ¿El de las investigaciones sobre la mezquita de Sharis, que se supone él echó a andar? Miren ustedes: lo que Borrego y José María Gutiérrez hicieron fue identificar con incorrección unos restos junto a la Plaza del Arroyo, correr al periódico para decir que habían descubierto la mezquita y aprestarse a conseguir del obispado un permiso de investigación. Luego vino el jarro de agua fría: los historiadores del arte siempre habíamos sabido que la aljama estaba en la Encarnación. Sin embargo, ellos consideraron no solo que lo que habían hecho, equivocarse, era “echar a andan un carro”, sino que les otorgaba la exclusiva. Es como si Alberto Ruiz Gallardón, cuando descubrió “un Goya como la copa de un pino” en la Puerta del Sol, al recibir la noticia de que el lienzo era un Maella perfectamente conocido y catalogado hubiese dicho que él había animado a investigar sobre los cuadros colgados en las paredes del ayuntamiento madrileño. No, señores míos, meter la pata hasta el corvejón no es echar a andar carro alguno.

 

TERCERO

“Nunca ha pintado nada en el asunto”, dice de mí.

¿En qué asunto? ¿En la investigación en general? ¿En el conocimiento de la aljama de Sharis? Lo que yo he hecho es dar algunas ideas, algunas pinceladas en una conferencia y en este blog. He “pintado” eso, pinceladas, que podrían ser de utilidad y que se ofrecen desde un campo que es el de la Historia del Arte. Aportar algo, desde mis pobres conocimientos, a un tema que necesita un enfoque pluridisciplinar y mucha colaboración entre todos los que sepamos de cada una de las parcelitas –desde la fundamental Arqueología hasta la Filología en la que él es doctor, pasando por la Historia, la Diplomática, la Geografía y no sé cuántas cosas más– por las que se extiende un tema en el que todos estamos aún empezando a saber algo. Por cierto, él no ha realizado ni una sola aportación científica válida sobre la aljama de Sharis, salvo quizá intuir lo del depósito de agua bajando hacia el Arroyo.

 

CUARTO

“Ante su falta de datos tenga que fantasear, mentir, insultar y difamar a quien haga falta”.

Miren ustedes, me tomo la investigación muy en serio y jamás he recurrido a una sola mentira, a un solo insulto ni a una sola fantasía en mis publicaciones científicas. Todas ellas están ahí, al alcance del lector. Tampoco omito de manera voluntaria bibliografía relevante. Me habrán salido mejor o peor, pero en eso creo ser extremadamente riguroso. Cojan cualquiera de mis libros o artículos y vean cómo trato a los demás investigadores, a los que son de mi cuerda y a los que no, a aquellos con los que me llevo bien y a aquellos con los que no me llevo. Queda invitado el lector a confirmar si lo que digo es cierto. Mucho me temo que otros investigadores no actúan así: en el campo de la Historia del Arte he llegado a escuchar cosas como "a ese no le cito porque no me da la gana".

 

QUINTO

“Hace lo mismo con mucha otra gente, para conseguir que se hable de él continuamente”.

¿Con qué gente, exactamente? ¿Tal vez con unos amigos suyos, con los que sigue colaborando, que me engañaron para sacarme los cuartos? ¡Como si un ciudadano de un estado democrático no tuviera derecho a denunciar públicamente una estafa! Y no, no me interesa que “se hable” de mí. Lo que me interesa es investigar en paz, cosa que no estoy consiguiendo porque tengo que ocuparme de escribir estas líneas.

Debo recordar que todo este enfrentamiento lo comenzó él cuando me acusó de haber robado datos a Gonzalo Castro para presentarlos en una conferencia –ya dije que Gonzalo me ofreció esos datos, mínimos, con todo el beneplácito del mundo para que los presentara en la charla–. Luego la bola ha ido rodando. Yo siempre había sabido que Borrego se había presentado en Jerez como descubridor de unas ideas, las de la fecha de la conquista y la importancia de la revuelta mudéjar, que pertenecían a Joseph O’Callaghan; lo sabíamos todos, pero habíamos callado porque no queríamos polémica. Él fue quien destapó la caja de los truenos.

 

SEXTO

“Me acusó (falsamente, claro) de apropiarme de ideas de Joe (perdón con la familiaridad con mi amigo)”.

Bueno, como parece que el pobre de Joe O’Callaghan era amigo suyo, queda claro por qué el norteamericano no se fue a los tribunales. Porque la apropiación es tan flagrante que no se le pueden dar más vueltas al asunto. No volveré sobre el tema. 

 

SÉPTIMO

“Me acusó por el simple placer de hacer daño”.

No, no he denunciado sus “intertextualizaciones sin citar” de O’Callaghan para hacerle daño, sino para defenderme. Si él me acusa de robar ideas a otro (Gonzalo Castro), mi deber es dejar claro que el acusador lo hace para usar la “técnica del ventilador”: si uno ya es conocido en el mundillo por su tendencia a tomar ideas sin pedirlas prestadas, una manera de disimular es esparcir alrededor la “contaminación”. Está más visto que el tebeo, sobre todo en el mundo de la política. Nunca saqué lo de O’Callaghan hasta que el propio Borrego Soto me obligó a ello.

 

OCTAVO

“Fue uno de los que se coló nocturna y alevosamente en aquel bendito solar acompañado de otros historiadores y colegas”.

Lo cierto es que acudimos de día, no de noche. Por otra parte, según la RAE perfidia es “Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente.” Ningún delito cometimos allí. Ni tampoco “nos colamos”. A nosotros nos invitó y acompañó nada menos el deán de la catedral: solo el obispo tiene más autoridad que él en este asunto. Y si la diócesis, que es la propietaria, considera oportuno invitar a una serie de historiadores e historiadores del arte para que emitiésemos nuestra opinión, estaba en su pleno derecho a hacerlo.

Diré más: hizo bien, porque ese “permiso de investigación”, que –hay que dejarlo bien claro– no era un permiso de intervención, se lo habían dado a un Doctor en Filología, señor Borrego, y a un arqueólogo, señor Gutiérrez. Nada que ver con la Historia y el Arte. Es sensato que quisieran una segunda y una tercera opinión. También es lógico que los que nos dedicamos a eso del medievo quisiéramos satisfacer nuestro interés –como investigadores que somos– en un momento en el que la Casa del Abad había quedado deshabitada y esperando obras, y en el que por tanto ya eran visibles cosas que antes no se podían ver. De haberse concedido una “exclusiva”, la mayoría de los investigadores jerezanos hubiésemos quedado completamente al margen de lo que allí se hacía y, por tanto, cualquier posible contribución hubiera sino inútil.

Quede claro: si Borrego y Gutiérrez exigieron la llave no era "por motivos de seguridad", sino para asegurarse de que nadie más viera lo que allí había. Especialmente  para que no lo hiciera alguien que, al contrario que ellos en la Plaza del Arroyo, sí supiera interpretar los restos. 

 

NOVENO

“Acompañado de otros historiadores que han terminado, a saber por qué, retirándole la palabra y mofándose de él a través de la difusión de memes suyos por las diferentes redes sociales (él mismo lo reconoce y lamenta)”.

Una aclaración en lo que se refiere al orden de los acontecimientos. Esos historiadores –la mayoría de los cuales también fueron invitados a ver la Casa del Abad, ciertamente– primero se reían con los memes que fabricaba y les enviaba Manuel Romero Bejarano durante uno o dos años; y luego, cuando descubrí lo que habían estado haciendo y me enfadé con ellos (¡faltaría más!), fue cuando dejamos de hablarnos.

Lo destacable, en cualquier caso, es que sacar este asunto a colación –sobre él, efectivamente, ya he hablado en este mismo blog– en un lugar semipúblico como es Facebook pone en evidencia el perfil personal y las cualidades morales de D. Miguel Ángel Borrego Soto, Señor Director del Colegio del Beaterio. No hay más preguntas, señoría.

 

DÉCIMO

“¡Y que se permita el lujo de hablar de mi supuesta mala praxis científica quien además justifica a un conocido plagiador!”

Se refiere a estas líneas mías:

“El director de Tierra de Nadie, José Ruiz Mata, había sido acusado por Borrego precisamente de plagio a raíz de su libro sobre Asta Regia. Es cierto que Pepe –perdonen la familiaridad con quien sigue siendo mi editor– había citado de manera muy incorrecta a Borrego. Él mismo lo ha reconocido, y se ha mostrado dispuesto a corregirlo en la segunda edición. Pero no es menos verdad que su nombre estaba citado a pie de página y que se reconocía que lo allí escrito procedía de las investigaciones de Miguel Ángel Borrego.”

Cualquier persona con un poco de materia gris puede entender lo que ahí he escrito. Parece que Borrego Soto no. O más bien, no quiere entenderlo.

 

UNDÉCIMO

“¡Qué vergüenza!”, termina diciendo.

Pues miren ustedes, vergüenza son otras cosas.

Por ejemplo, lanzar falsos descubrimiento en una materia, la Historia del Arte, en la que se carece de suficiente formación académica.

Publicar los libros propios gratis gracias al dinero obtenido cobrando a autores jóvenes por editar los suyos.

Creerse la única persona con derecho a escribir sobre una temática determinada.

Utilizar el cargo de director de una revista científica para rechazar, con secos modales, artículos que vienen de personas que no son de su círculo, para así garantizarse el “coto privado de caza”.

Confundir a los aficionados a la cultura transmitiendo a sabiendas información equivocada para no reconocer un error serio en las propias investigaciones.

O intentar montar un chiringuito con presupuesto de muchos ceros y pretender ser su director no solo para “pasar a la Historia”, sino también para decidir quién participa y quién no, es decir, quien cobra y quién se queda fuera.

Eso sí que es una vergüenza.

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