viernes, 9 de septiembre de 2022

Lo que hay detrás de la polémica

Me gustaría que el lector que haya estado atento a la polémica entre Miguel Ángel Borrego Soto y un servidor fuera consciente de que, a mi modo de ver, por parte del citado investigador no ha existido una verdadera intención de abrir un debate científico en torno a los edificios preexistentes en el lugar donde la comunidad dominicana se instaló tras la conquista de Jerez de la Frontera. Me parece que se trata, en realidad, de una cuestión personal que me veo obligado a detallar por escrito.

En el año 2013 fui invitado a realizar una visita a la conocida como Casa del Abad por parte del deán de la Catedral, D. Antonio López, en compañía de otros historiadores e historiadores del arte jerezanos, toda vez que ya existía por parte del obispado la intención de realizar un proceso de rehabilitación de un inmueble en el que, como todos sabíamos –el despiece de un gran arco apuntado de cantería siempre ha sido visible desde el exterior– podía albergar restos asociados a lo que había sido la aljama de Sharis. Entonces nos limitamos a realizar una valoración que satisfizo nuestra curiosidad y corroboró al obispado el interés por realizar las obras. Nada más.


Lo que ocurre es que meses antes el señor Borrego Soto había presentado un proyecto de intervención mediante el cual, según él mismo cuenta aquí, la diócesis ponía a su disposición las llaves del local. La circunstancia que él relata acerca de que había otras llaves, cuya existencia nos permitió a los demás visitar los restos, pone en evidencia la “intrahistoria” del asunto: que creía poseer una especie de exclusividad para que sólo él y sus allegados pudiesen visitar los restos. Sería interesante conocer exactamente los términos de lo firmado, toda vez que sería en 2015 cuando –lo narra él mismo– se tomó una decisión negativa frente a todos los proyectos que se habían presentado, por el alto coste de los mismos. Vamos, que lo que se había otorgado en 2013 era un permiso para investigar: ni se aprobó un proyecto de intervención, ni se concedió exclusividad alguna.

Por las mismas fechas en que se firmaba el documento mencionado, Borrego Soto había proclamado a los cuatro vientos que él y José María Gutiérrez habían descubierto los restos de la aljama junto a la Plaza del Arroyo. Ahora reconoce y asume el error, pero queda claro que por aquel entonces, cuando se firmaba la “entrega de llaves”, ninguno de los dos investigadores citados conocía la bibliografía básica que dejaba claro que la aljama se situaba en la actual Plaza de la Encarnación; lo sabíamos todos los historiadores del arte, mas ellos no. Equivocarse se equivoca cualquiera, pero con esas bases científicas y siendo Doctor en Filología, que no arqueólogo ni historiador del arte, aspirar a ser coordinador de un proyecto de semejante envergadura resultaba atrevido. El considerable despiste con que a lo largo de los últimos meses Borrego ha manejado la documentación gráfica y escrita para elaborar una serie de teorías nuevas sobre los restos de Santo Domingo que mencionábamos al principio no hacen sino confirmar lo que ya entonces era evidente: este señor nunca ha poseído el perfil adecuado para coordinar dicha rehabilitación.

Lo cierto es que el citado investigador no solo no ha perdonado –si es que había algo que perdonar– a quienes accedimos aquel día a la Casa del Abad, sino que se ha ofendido cada vez que alguien se ha atrevido a escribir sobre un tema que él creía ya de su exclusividad y que quizá le permitiría pasar a la historia como “descubridor de la aljama de Sharis”. Es justo lo que ocurrió con el estudio de Javier Jiménez y Pablo Pomar titulado “La Colegiata medieval de San Salvador de Jerez de la Frontera” presentado en el congreso Jerez, 1264: aunque nada en su texto hace referencia al interior de la Casa del Abad, Borrego consideró este trabajo como una intromisión en un terreno que consideraba suyo. Lo mismo ocurrió tras mi conferencia “Las mezquitas de Jerez”, ofrecida ya en marzo de 2020 (se puede ver aquí). Borrego me acusó en Facebook de haberme apropiado ilegítimamente de información procedente de las obras que ya se habían emprendido, como ustedes saben bajo la dirección de Gonzalo Castro, y mediante las cuales habían aparecido los arcos del patio de abluciones. Lo cierto es que el día antes yo había visitado al arqueólogo, este había compartido impresiones conmigo –lo ha hecho con todo el que ha querido, sin ánimo alguno de favorecer a ningún círculo de investigadores– y me había autorizado plenamente a presentar en la conferencia algunos datos, pocos y muy concretos, sobre las obras que se estaban desarrollando. Dar esas pinceladas fue tomado por Borrego Soto como una ofensa en toda regla: “si no fue mío tampoco va a ser tuyo”, parecía decir.

Acusarme en Facebook de “robar” información es grave. Algo que bajo ningún concepto podía consentir, menos aún viniendo de alguien con una trayectoria de dudosa praxis científica. Me vi obligado entonces a revelar algo que era vox populi entre los historiadores locales: Borrego Soto se había presentado a sí mismo como “descubridor” de que Jerez había sido conquistada después de 1264 y de que la “revuelta mudéjar” duró varios años, cuando tal idea ya había sido presentada por Joseph O’Callaghan en un libro que él conocía perfectamente (ver aquí). Intentó entonces –sospecho que lo sigue intentando– hacer que me expulsaran del Centro de Estudios Históricos Jerezanos, de cuya directiva ya yo había previamente dimitido por descubrir que ni él ni su presidente Juan Félix Bellido estaban contentos con mi incorporación, que ellos mismos habían propuesto: demasiadas ideas nuevas, poca obediencia a aquellos con quienes –supuestamente– yo estaba en deuda. Pero Borrego me quería fuera del todo: si finalmente lo consigue, seré el primer expulsado de la institución jerezana en toda su historia.

El asunto se puso más complicado cuando decidí publicar un libro sobre el Mudéjar en Jerez con la editorial Tierra de Nadie: repárese en que yo ya había tenido serios problemas (leer) con Peripecias Libros, en la que Bellido era director y Borrego responsable de una colección sobre Al-Ándalus. El director de Tierra de Nadie, José Ruiz Mata, había sido acusado por Borrego precisamente de plagio a raíz de su libro sobre Asta Regia. Es cierto que Pepe –perdonen la familiaridad con quien sigue siendo mi editor– había citado de manera muy incorrecta a Borrego. Él mismo lo ha reconocido, y se ha mostrado dispuesto a corregirlo en la segunda edición. Pero no es menos verdad que su nombre estaba citado a pie de página y que se reconocía que lo allí escrito procedía de las investigaciones de Miguel Ángel Borrego. En cualquier caso, este último sigue erre que erre con las acusaciones de plagio a Ruiz Mata: el lector es capaz de imaginar perfectamente el porqué.

Pues bien, como ahora estoy preparando con Tierra de Nadie un libro sobre Sharis y sus mezquitas, al tiempo que él tiene previsto otro sobre rábitas con José María Gutiérrez, Borrego ha decidido torpedear mi publicación antes de que aparezca. Eso es lo que le ha llevado a lanzar desafortunadas teorías sobre la arquitectura preexistente en Santo Domingo y –todavía peor– sobre el tamaño de la aljama de Sharis. Sobre todo ello seguiré investigando y escribiendo, pero a tenor de cómo se ponen las circunstancias me ha parecido oportuno hacer pública toda esta información que aun siendo lo ideal haberla dejado a un lado, termina siendo imprescindible para darse cuenta de que detrás de todo esto no hay más que una cuestión personal.

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