lunes, 20 de octubre de 2025

Sobre el nuevo artículo de Borrego Soto en torno a la aljama de Jerez, parte II

Tras la anterior entrada, seguimos analizando el nuevo artículo de Miguel Ángel Borrego Soto (et alii) en referencia a los restos de la mezquita aljama de Jerez (leer aquí). Es perder el tiempo discutir con quien acostumbra a realizar prácticas poco ortodoxas en la investigación, pero las presentes líneas no son para establecer un debate científico: insisto en que esto resulta imposible hacerlo con quien no sigue semejante método.

Este texto es para hacer llegar a las personas que accedan a él que en el referido artículo se afirma repetidamente QUE HE ESCRITO COSAS QUE NO HE ESCRITO, y al mismo tiempo que NO HE ESCRITO COSAS QUE SÍ HE ESCRITO. Vamos, que mi artículo sobre el mismo tema contra el cual el del doctor Borrego va dirigido ha sido manipulado sin rubor. Y no solo manipulado: como veremos, también parcialmente… utilizado como inspiración. Continuamos por donde lo dejé en la entrada anterior. Punto 2, “La Casa del Abad: evidencias arquitectónicas y documentales” (para intentar hacer esta entrada inteligible, todos los textos de Borrego Soto irán en color morado).

Los dos primeros párrafos son una contextualización, incluyendo la bibliografía pertinente. Me llama la atención que incluya el texto de Javier Jiménez y Pablo Pomar: a mí me parece imprescindible, pero a él le llegué a leer en un grupo de WhatsApp al que pertenecí que no aportaba absolutamente nada. Me alegra que haya cambiado de idea.

Seguidamente viene una aportación relevante: “A estos testimonios se suma la precisa orientación del edificio hacia el sudeste (135º)”. Yo hice en su momento la medición, pero nada dije de ella en mi texto. Por tanto, mérito de Borrego y de los otros firmantes. Que a mí me saliera una medición algo distinta no me parece relevante, porque mis métodos fueron precarios: justo por eso no escribí nada al respecto. Entiendo que López Barba y Gutiérrez López, coautores del texto, lo han hecho mejor que yo. Más me inquieta la siguiente afirmación de Borrego:

(Orientación) similar a los 139º de la cercana mezquita del siglo X de al-Qanāṭir (El Puerto de Santa María), una qibla cuya tendencia en al-Andalus abarcó los siglos IX al XIV y que fue mayoritaria en el XI, pero de la que curiosamente no se conocen ejemplos de los siglos VIII y XII.

Para realizar semejante afirmación se basa en el trabajo de Mónica Rius, que a su vez toma las mediciones realizadas hace décadas por Alfonso Jiménez. Pues bien, la autora enumera con esa orientación tres mezquitas del siglo IX, dos del X (entre ellas la citada de El Puerto), cuatro del XI, dos del XIII y tres del XIV. ¿Se puede sacar alguna conclusión sobre la cronología de la mezquita jerezana a partir de estos datos? Obviamente no. La autora afirma que esta “tendencia SE fue mayoritaria en el siglo XI”, y esas palabras las sigue Miguel Ángel Borrego, pero este tramposamente omite lo que la profesora añade a continuación: “pero, en conjunto, está bastante repartida temporalmente (excluidos los siglos VIII y XII)”. ¿Se dan cuenta de la jugada?

Por lo demás, omisión total de lo que en el libro colectivo La parroquia de San Mateo de Jerez de la Frontera. Historia, Arte y Arquitectura (2018) planteé sobre las orientaciones de las mezquitas de Jerez a partir de las plantas de las iglesias medievales: San Dionisio y San Marcos tienen unas orientaciones muy distintas a las de San Mateo, San Lucas y San Juan. Añado ahora: la aljama de la que estamos hablando entraría más bien en este último grupo. El asunto podría dar de sí en el futuro, pero eso a Borrego no le interesa: es aportación mía, y por ende no se cita.

En el mismo párrafo, el autor cita la bibliografía sobre los restos hallados junto a la Plaza de la Encarnación, añadiendo maliciosamente sobre estos textos que “algunos de los cuales recoge López Vargas-Machuca”. O sea, me acusa de manejar una bibliografía insuficiente. Cierto es que hay textos que no recojo. Son textos bien inéditos, bien de documentación interna, pero no son aportaciones científicas puestas a disposición de los investigadores; es el caso del proyecto de restauración que él y José María Gutiérrez redactaron. Por otro lado, esos documentos no dicen nada relevante que yo dejase de recoger en mi texto, cosa que sé por la sencilla razón de que todo lo que en ellos ya había sido dado a conocer por Borrego Soto. ¿Y cuáles son, exactamente, las cosas que él dio a conocer? Ya saben ustedes que he analizado palabra por palabra aquella famosa conferencia de la que él afirma que le robé información. (Transcripción y análisis detallado en este enlace). Ahora copio y pego el resumen que presenté en este otro link.

"Las aportaciones de Borrego Soto sobre la referida mezquita, presunta aljama, son pocas y no siempre consistentes, presentadas todas ella en la citada conferencia y luego sintetizadas por él mismo en su blog:

a. Columna (en realidad dos) descubierta en la Casa del Abad demuestra que allí hubo una mezquita califal: propuesta plausible pero en exceso arriesgada. Una cosa es reconocer que dichos soportes son anteriores a tiempos de los almohades -eso lo sabe cualquiera con un poco de conocimiento de arte medieval- y otra muy distinta adjudicarlos a la mezquita y tomarlos como prueba de que esta era anterior al año mil. El método científico exige lanzar hipótesis, pero también hacerlo con mucha prudencia: los “grandes descubrimientos” sin suficiente apoyo argumental hay que evitarlos. Sobre las referidas columnas, en mi artículo me limito a citar su existencia y llamar a la prudencia.

b. El edificio poseía la orientación habitual de las mezquitas andalusíes: parcialmente verdadero. Solo parcialmente: dicha orientación cambia mucho en función de la época, y en el propio Jerez se distinguen al menos dos orientaciones diferentes, cosa que él tal vez ignora.

c. El gran arco apuntado de piedra que da al Reducto y el más pequeño que da a la cuesta de la Encarnación son de herradura: falso.

d. Los dos arcos “parecen remitir a antiguos accesos al patio de abluciones”: podría ser verdadero, pero hay muchísimo que matizar en función de las vistas de Van den Wyngaerde, cuyos dibujos en blanco y negro los más fiables no encajan con lo que tenemos delante, y de algunos textos que están siendo analizados por otro investigador. Todo apunta a que la hipótesis de Gonzalo Castro, que cito en mi artículo, ha de ser tenida muy en consideración.

e. Determinados restos arquitectónicos podrían ser de un aljibe: hipótesis plausible, si bien nada de ello menciono en mi artículo por lo resbaladizo de la cuestión.

f. Han aparecido soportes en una galería superior que podrían ser mudéjares: verdadero, pero igualmente decidí omitirlo, en este caso no solo porque es necesario un avance en la intervención que permita contemplar mejor esos restos, sino también porque las obras realizadas por los cristianos en los inmuebles anexos no eran el tema de mi artículo. Hablaré de lo mudéjar cuando me corresponda hablar del mudéjar."

Si hubiese algún dato relevante adicional en la bibliografía por mí omitida, tengan la absoluta seguridad es bien conocida su tendencia a precipitarse y lanzar campanas al vuelo por cualquier cosa de que Borrego Soto las hubiera recogido en su conferencia, en su blog o en algún artículo. Seguimos.

"En la parte inferior del solar se identificó una amplia estancia sostenida por potentes pilares, de los cuales se desconoce su altura completa, que había sido utilizada como bodega de la iglesia mayor, en lo que interpretamos como reutilización del aljibe de la mezquita aljama."

Léase mi valoración copiada más arriba, punto e: “hipótesis plausible, si bien nada de ello menciono en mi artículo por lo resbaladizo de la cuestión”. Hace bien Borrego, en cualquier caso, dejando por escrito su hipótesis.

"En el mismo nivel estratigráfico, junto a dicha estructura, se localizaron restos de un machón de ladrillo y sillares, apoyado sobre el terreno geológico, correspondientes a la base del alminar (fig. 2), situado a espaldas de la torre del siglo XV. Esta última, único resto en pie del antiguo templo cristiano, se levanta sobre un sólido edificio de piedra, probablemente de la misma época y erigido con la función de servirle de refuerzo, que utilizó como cimentación la base del minarete andalusí."

Esta es la gran novedad del artículo. Completamente nuevo. ¿Se sabía desde aquella ya antigua propuesta de restauración que ahí estaba la presunta base del alminar? Muy dudoso: Borrego ya lo hubiera publicado de alguna manera. ¿De dónde sale esto, entonces? La fotografía es de José María Gutiérrez, así que es probable que sea él el autor de semejante hipótesis. He consultado con Gonzalo Castro, responsable de las intervenciones en el inmueble. El arqueólogo me señala la imposibilidad de reconocer base de alminar en semejante estructura a partir de una mera inspección visual, toda vez que resulta imprescindible un estudio paramental en profundidad para lanzar una afirmación como esta. Habida cuenta de que Gutiérrez López se limitó justo a lo señalado, a realizar varias inspecciones visuales, comprenderá el lector lo temerario de semejante afirmación. No digo que no sea válida, ojo. Digo que es altamente temeraria. Me hubiera parecido mucho más serio por parte de los autores limitarse a proponer la posibilidad de que ese lienzo mural fuese un resto de la base del alminar: eso ya es un avance. Pero lo que realizan es una afirmación categórica que, por las razones expuestas, se encuentra fuera de lugar.

Por cierto, les hubiese venido bien a los autores para reforzar la hipótesis de que esa es la base del alminar aludir al muro ladrillo con base pétrea que se encuentra en las dependencias de la Hermandad de la Vera+Cruz y del que yo hablaba en mi artículo, en el que además presenté foto (páginas 27 y 28). Pero claro, sería demasiado concederme esa gracia. Al enemigo, ni agua. Otro gallo les hubiera cantado si ese muro lo hubiesen visto ellos.

"Asimismo, en un edificio anexo al aljibe, en el lado noroeste, se documentaron dos columnas pétreas de factura muy sencilla, comparables a las de algunas mezquitas tempranas de al-Andalus, como la de Almonaster la Real (Huelva), que podrían constituir indicios de la existencia en ese emplazamiento de un oratorio primitivo posteriormente reformado y ampliado."

 

Lo que escribí en el punto a lo quiero resumir ahora: “Una columna (en realidad dos) descubierta en la Casa del Abad demuestra que allí hubo una mezquita califal: propuesta plausible pero en exceso arriesgada. (...) El método científico exige lanzar hipótesis, pero también hacerlo con mucha prudencia: los “grandes descubrimientos” sin suficiente apoyo argumental hay que evitarlos.”

Como hemos visto arriba, la prudencia es lo que le suele faltar a Borrego Soto: al menos esta vez utiliza la expresión “podrían constituir indicios”. Seguimos.

"En la parte superior, la Casa del Abad conserva muros de las galerías del patio de abluciones de la mezquita que encuentran los cristianos en el siglo XIII, en concreto del tramo noroeste —destruido en parte por la torre tardogótica— y del sudoeste, ambos con varios arcos de herradura abiertos al exterior de la plaza."

Pues sí, claro, los vieron todos los jerezanos cuando salieron a la luz.

"A ellos se añade otro (arco) de gran tamaño en el muro trasero de la galería noroeste, que comunica con los restos de una antigua calle. Este último puede identificarse con la entrada principal a la mezquita, probablemente mediante una rampa o escalinata que partía de la calzada del Arroyo y se apoyaba en parte sobre el aljibe."

Esto es una aportación de Miguel Ángel López Barba, uno de los tres firmantes del artículo. De hecho, la información la presenté en la página 17 de mi texto tan vilipendiado por Borrego Soto: “Este (Miguel Ángel) ha tenido la gentileza de permitirnos dejar aquí cons­tancia de su opinión (sobre las dimensiones de la aljama), que en buena medida parte del hallazgo en el interior del inmueble de un arco de herradura que él considera posible entrada principal a la mezquita.” En nota a pie de página: “También le queremos agradecer que nos haya facilitado la publicación de material gráfico de elaboración propia.” ¿Ven ustedes cómo se puede avanzar mucho más en la investigación si se actúa con cordialidad y respeto mutuo? Realmente lamento que López Barba haya querido firmar el artículo que aquí estoy analizando: no es en absoluto su línea ni representa su modus operandi.

"A ellos se añade otro (arco) de gran tamaño en el muro trasero de la galería noroeste, que comunica con los restos de una antigua calle. Este último puede identificarse con la entrada principal a la mezquita, probablemente mediante una rampa o escalinata que partía de la calzada del Arroyo y se apoyaba en parte sobre el aljibe."

Yo escribí esto otro, haciendo referencia al gran arco de cantería que siempre se ha visto desde el reducto:

“En directa relación con lo anterior, hemos de preguntarnos por dónde se accedía a una mez­quita que estuvo situada al borde de un talud. Desde luego el acceso no era fácil, al menos a finales el siglo XVII (…). ¿Quizá daría paso este arco al ingreso principal? ¿Qué relación guarda este con el de dimensiones mucho menores que se ha descubierto en la Cuesta de la Encarnación, frente a la citada calle Cazorla Baja?”

Porque sí, el arco de esa cuesta es demasiado angosto como para pensar en una entrada principal. Y aquí me callo. Hay una persona que tiene documentación sobre ese asunto y debo esperar a que publique los textos localizados.

Y ahora prepárense, porque viene lo mejor.

"En conjunto, los vestigios apuntan a una construcción compleja, objeto de sucesivas ampliaciones y remodelaciones entre los siglos X y XIII."

No hay que ser un lince para llegar a semejante conclusión. ¡Si se me ocurrió hasta a mí! Como dije en la anterior entrada del blog, en la página 27 de mi artículo realicé una propuesta parecida:

“El patio parece de estética almohade, lo que parece dar la razón a quienes apuestan por la ubicación de una aljama más antigua donde hoy se alza San Dionisio. Pero también se puede aceptar que ahí estuvo siempre la mezquita mayor de Sharis, y que el patio corresponde a una reforma realizada tras la llegada de la nueva dinastía norteafricana.”

Sigue Borrego:

"(…) pero que ha sido presentado como un edificio de pequeñas dimensiones (López Vargas-Machuca, 2024).

¿Pequeñas? Yo escribí “Queda claro, por tanto, que nos encontramos ante una mezquita de dimensiones mode­radas.” Como veremos, cinco naves significan para Borrego "mezquita pequeña", siete significa "mezquita grande". Y ahora viene la gran y espectacular traca.

"Esta valoración, sin embargo, carece de base sólida y no atiende a las evidencias disponibles. Frente a esta interpretación, un testimonio del arquitecto Diego Moreno Meléndez, en un documento de 1699 que trae a colación la historiadora Esperanza de los Ríos (2003: 261), resulta particularmente revelador."

Ajá. Dice que ignoro el texto de Diego Moreno Meléndez o, al menos, que me niego a utilizarlo. Miren lo que escribí en mi artículo, página 12, miren:

“(utilizaremos) la información que nos ofrecen dos referentes que ya han sido justamente tenidos en cuenta por otros investigadores: un texto redactado por el arquitecto Diego Mo­reno Meléndez en 1699 de cara a la construcción de la nueva colegiata y la Historia de Xerez de la Frontera escrita por Bartolomé Gutiérrez en 1757, cuando las obras arquitectónicas aún seguían su curso”.

¿Se puede tener mayor descaro, decir que no conozco y utilizo lo que SÍ conozco y utilizo? Efectivamente, hay descaro mayor. Observen:

“(…) resulta particularmente revelador: la nave de la epístola —que ocupaba toda la anchura de la antigua sala de oración— medía cuarenta varas, equivalentes a unos 33,5 metros. Este dato, cotejado con los restos conservados de la galería noroeste y con la constatación de que la torre tardogótica destruyó su extremo oriental, permite calcular para el oratorio principal una extensión transversal cercana a los 35 metros. 

Y aquí va lo que escribí yo, página 17:

“El documento escrito por Diego Moreno Meléndez en 1699, un momento en el que el anti­guo edificio estaba en gran medida arruinado y el culto se seguía manteniendo –a duras penas– en la nave de la epístola, parece apuntar a más amplias dimensiones: Y esta dicha nave que sirve de Iglesia tiene cuarenta varas de longitud y siete de altitud, y es necesario demolerle dieciséis varas para la Iglesia nueva.

La vara castellana corresponde a 0,8359 metros. Nos encontraríamos, por tanto, con un re­cinto –la vieja nave de la epístola, esto es, la que estaba delante de la quibla– de unos 5,8 metros de altura, que se extendería unos 33,4 metros desde los pies –es decir, desde el rin­cón al fondo a la derecha de la sala de oraciones– hasta la cabecera de la nave de la epístola –rincón al fondo a la izquierda–. Si acudimos a la crujía de la casa del Abad que coincide con la anchura de la mezquita –el espacio para los cinco arcos arriba referidos–, la distan­cia aproximada es de 20 metros.”

Se habrán quedado ustedes de piedra. Efectivamente: Borrego dice que no conozco, no uso o no tengo en cuenta el texto de Moreno Meléndez para, a reglón seguido, copiar mi análisis del referido texto. ¡Manda webs!

No solo eso. Omite ladinamente todo lo que viene antes y lo que viene después en torno a otro texto, el de Bartolomé Gutiérrez de 1757 dejando testimonio de que la capilla mayor de la colegiata-aljama coincidía parcialmente con la actual capilla bautismal, a los pies de la nave de la epístola.

Dicho testimonio es justo el que, en principio, contradice la teoría de las siete naves por la que se decanta López Barba. En mi artículo recogí y valoré las opiniones de este último autor, las contrasté con las mías propias y dejé incluso una posible contrarréplica de por su parte, para concluir que “En­tendemos que es la suya una hipótesis plausible” (página 17) pero “Optamos por seguir abiertos a la segunda alternativa (la de cinco naves). El testimonio de Bartolomé Gutiérrez parece sólido: no hay ningún motivo para pensar que el historiador se confundiese al escribir que en la capilla del Baptis­tero (…) caía parte del Presviterio de la Iglesia antigua. Solo parte de él, ciertamente, pero sí que coincidían en algo. No deberíamos llevar ese presbiterio mucho más hacia la actual nave central catedralicia.” (página 20).

Da igual que yo no dejase cerrada ninguna de las dos opciones. Borrego va a lo suyo, a presentarme como defensor de una mezquita “pequeña”, y algo más abajo prosigue de la siguiente manera:

"La hipótesis de mayor amplitud, además, se ajusta a lo señalado por Susana Calvo Capilla (2014: 203-206), quien recuerda que, en ciudades de rango como Jerez, las aljamas principales tendían a superar el esquema habitual de cinco tramos presente en otras medinas menores."

En el volumen publicado de la tesis doctoral de la profesora Calvo no hay nada al respecto en las páginas 203-206 que cita Miguel Ángel Borrego. Parece un lapsus, y no pasa nada (yo tuve uno en mi texto y Borrego se lanzó a degüello). Podría referirse a 403-406, donde afirma en referencia a los oratorios registrados en el Libro del repartimiento de Jerez que “muchas de ellas eran pequeñas mezquitas o mezquitiellas que fueron entregadas a los repobladores para casa o para bodega”. Quizá habría que mirar las páginas 351-357. Sobre las ciudades verdaderamente importantes la profesora decía lo siguiente (p. 351):

“De manera general, las aljamas en las grandes ciudades solían tener más de cinco naves: once tenían las primeras mezquitas aljamas de Córdoba, Sevilla y Toledo, o la de Granada en el siglo XI, fecha en la que la de Zaragoza tenía nueve y las de Almería y Tudela, siete”.

También habla de las ciudades “de tamaño medio, algunas de las cuales desempeñaron funciones de capital de una provincia o de un distrito y, en algún caso, de un reino Taifa en el siglo XI (caso de Niebla o Mértola), por lo que sus aljamas eran de grandes dimensiones” (p. 353).

Realicé esta síntesis:

“Susana Calvo constata que las aljamas de las grandes ciudades acostumbraban a tener más de cinco naves. Ibn Adabbas en Sevilla tenía nueve. Sin em­bargo, las de Mértola y Niebla sí que tenían cinco. También la de Medina Azahara, aunque esta última sea un caso muy particular.”

¿Susana Calvo llama “grandes” a Mértola y Niebla solo con cinco naves? Sí, quizá porque ambas tenían seis tramos de profundidad. Jerez solo otros cinco. Aun así, yo no usaría el término “grande” que utiliza la autora, salvo que fuera para resaltar cómo ciudades que no eran de enorme relevancia podían tener aljamas de unas ciertas dimensiones. Porque grandes, realmente grandes, son las que ella misma señalaba arriba: once o nueve naves.

El punto tercero del artículo se intitula “Biografías relacionadas con la Aljama”. Borrego dice que “Aunque las fuentes árabes no describen directamente la mezquita aljama jerezana, sí mencionan a varios de sus jatibes (jutabāʾ) o responsables del sermón de los viernes entre los siglos X y XIII, lo que constituye una prueba inequívoca de su existencia y funcionamiento durante todo ese periodo”, y a continuación nos recuerda, dedicando no pocas líneas al asunto, la lista de sabios musulmanes que él aportó en su momento.

¿Qué tiene esto que ver con la arquitectura de la mezquita? Absolutamente nada. Pero él insiste (las negritas son mías):

"El conjunto de estos nombres confirma no sólo la continuidad institucional de la mezquita aljama jerezana entre los siglos X y XIII, sino también su inserción en las redes intelectuales del Occidente islámico. La presencia documentada de  jutabāʾ vinculados a la ciudad, algunos de ellos con trayectorias formativas en Oriente o en grandes centros andalusíes, muestra que la aljama de Šarīš fue un espacio vivo de culto y enseñanza, con capacidad de irradiar prestigio y de atraer discípulos. Con todo, debe recordarse que esta breve nómina no es sino una muestra parcial de un elenco más amplio de personajes relacionados con la vida religiosa y jurídica de la ciudad: almocríes, cadíes y otros cargos, a los que se suman maestros y sabios que bien pudieron utilizar la aljama como sede de sus oficios (Borrego, 2004 y 2011). Su presencia confirma que la aljama no fue sólo el centro del culto colectivo, sino también un espacio de saber y de autoridad jurídica. Resulta llamativo, en este sentido, que algún estudio reciente (López Vargas-Machuca, 2024) haya ignorado esta evidencia biográfica, a pesar de constituir una de las pruebas más sólidas de la existencia, la relevancia y la vitalidad de la aljama jerezana durante toda la etapa islámica."

Vamos a ver, ¿en qué sentido esta circunstancia afecta a mi objeto de estudio, que es el análisis de la aljama de Sharis desde el punto de vista de la historia del arte? En ninguno. No le basta al autor que en el primer párrafo de mi artículo hiciese referencia a sus aportaciones escribiendo que “Las investigaciones de las últimas décadas, en las que han confluido los análisis de las fuentes escritas andalusíes y la aparición de reveladores vestigios arqueológicos, dejan claro que Jerez de la Frontera existía no ya en el siglo XII, cosa que estaba clara desde hace mucho tiempo, sino al menos desde dos centurias más atrás” y citándole a él en la primera nota, en la que escribía la siguiente valoración positiva: “Este arabista ha sacado a la luz una relevante producción intelectual de la ciudad islámica ya desde el siglo X, abundando así en la importancia de este centro urbano en fechas muy anteriores a las que tradicionalmente se proponían para su fundación.”

No, no le basta. Quiere que si se escribe sobre Sharis se le convierta en el centro de atención. Y quiere, sobre todo, desprestigiar mi trabajo. Es ése el objetivo fundamental de este artículo, además de menospreciar todo lo posible la hipótesis de Laureano Aguilar sobre una aljama inicial en San Dionisio.

Llegamos de esta forma a la madre del cordero. Verán ustedes, la aportación del citado arabista sobre la producción literaria de Sharis anterior a la llegada de los almohades me parece, como señalé en la nota a pie de página antes transcrita, de gran significación. Ayudó a entender, junto con los testimonios arqueológicos que fueron apareciendo, que Jerez era una urbe de cierta relevancia antes del siglo XII. Pero a partir de ahí este investigador empezó a tener ensoñaciones sobre una ciudad de gran magnitud en la que, habiendo constancia de determinadas figuras culturales, las manifestaciones arquitectónicas debían de ser de gran porte. Por ende, la aljama era de grandes dimensiones; no “grande” en el sentido que le da Susana Calvo a Mértola o Niebla, sino grande “de verdad”.

Recuerdo hace años discusiones en el referido de WhatsApp con Borrego en el que este insistía en que la mezquita llegaba a la calle Aire y que el alminar, presuntamente donde hoy la torre, estaba más o menos en la mitad de la crujía del patio. Estamos hablando así de una mezquita de once naves, ahí es nada. Pero llegué yo el año pasado y, haciendo uso tanto del texto de Bartolomé Gutiérrez que él se cuida mucho de no citar como del de Diego Moreno Meléndez que él dice que yo no cito, además de otros testimonios (análisis de cuentas, del entramado urbano, etc., véanse páginas 18 a 20), dejé claro que es imposible que tuviera más de siete naves, incluso que a lo mejor se quedaban en cinco. Y claro, se le vino abajo el tinglado que se había montado en su imaginación.

¿Solución? Jugar con las cartas marcadas. Citar lo que le da la gana y como le da la gana, interpretando una cosa o la otra según le venga bien. Y poner seriamente en entredicho mi competencia como investigador. Para ello ha seguido unos pasos muy claros. Hacerme pasar por defensor de la existencia de una mezquita pequeña y de segundo orden, cuando lo que he hecho es defender la existencia de una aljama moderada, de cronología incierta y patio probablemente almohade; aljama que, como todos los conocedores del tema sabemos, a los canónigos de la Colegial durante siglos les pareció bastante angosta para sus necesidades. Además, ponerme en el bando de los defensores de una aljama primitiva en San Dionisio, cuando en realidad he escrito que me parece más plausible la hipótesis de que esta estuviera siempre junto a la actual catedral. Para hacer ambas cosas, por descontado, manipula mi texto. Seguidamente, asustadísimo ante la posibilidad de que el inmueble pudiera tener solo cinco naves, decide omitir todo lo referente al texto de Bartolomé Gutiérrez y la coincidencia de la capilla mayor medieval con la capilla bautismal de la moderna catedral. Por otro lado, me acusa de no usar a Moreno Meléndez al tiempo que me toma prestado el análisis que yo realicé de este para confirmar la hipótesis de las siete naves, que ni siquiera es suya sino de López Barba. Encima, me acusa de saltarme con descaro unas circunstancias, las referentes a la lista de sabios vinculados a la catedral, que no solo sí conozco, porque la cito y elogio en el primer párrafo de mi artículo, sino que absolutamente nada tiene que ver con mi objeto de análisis. Para terminar, a pesar de que su texto se supone es un estado de la cuestión sobre la aljama de Sharis, no se digna a recoger ninguna de mis reflexiones e interrogantes sobre alzados u otras cuestiones morfológicas.  

En fin, no voy a analizar los párrafos de conclusión de su artículo porque sería volver sobre lo mismo. No tengo mucho más que añadir. Creo que con todo esto el juego ha quedado descubierto. Si los amigos de Borrego Soto quieren seguir insultándome desde las redes sociales, sea bajo sus nombres reales o con sus habituales seudónimos, pueden seguir haciéndolo. Pero lo que no podrán hacer es rebatir las circunstancias que, de manera pormenorizada hasta el aburrimiento, he ido desgranando a lo largo de estas dos entradas. No puede haber la más mínima duda sobre las intenciones y las maneras de actuar de este señor.

En cuanto a las personas que se mantienen ajenas a todas estas diatribas, les sugiero lean con detenimiento mi artículo sobre la aljama primero, luego el de Borrego Soto, y saquen sus propias conclusiones.

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