Hace años me dijo un catedrático de Historia del Arte -Universidad de Valladolid, no se piensen que es un andaluz- que los profesores de secundaria no teníamos "derecho a quejarnos por las dificultades que encontramos para investigar" (sic). Que a nosotros se nos paga "para dar clases a alumnos de secundaria, y punto" (sic). Supongo que en aquel momento debería haberle replicado con la fuerza que se merece una afirmación de semejante clasismo. Al menos, le podría haber recordado que en muchas ocasiones intentamos recorrer aquellos territorios a los que los que trabajan para alguna universidad no han considerado oportuno acercarse. En Jerez de la Frontera, sin ir más lejos, recuerdo un buen número de personas procedentes del profesorado de secundaria que han aportado muchas cosas, a veces cosas importantísimas, en el conocimiento de la historia y el arte de nuestra ciudad. No digo nombres para que las posibles omisiones no abran heridas: probablemente ustedes ya tienen en mente la larga lista en la que estoy pensando. Sin todas ellas, y pesar de algunos grandes catedráticos que sí han hecho mucho por nosotros -tampoco es necesario citar nombres-, hoy seríamos una ciudad muy "de provincias" que apenas contaría en el mapa.
En el caso concreto del terreno en el que yo me he movido, eso que llamamos "arquitectura gótico- mudéjar", solo recuerdo a tres profesores procedentes del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla que se hayan acercado a ella. Primero, Diego Angulo con su grandísimo trabajo de 1932 que, aun siendo el capítulo dedicado a Jerez el menos afortunado de su trabajo, puso en valor lo que en esta ciudad había. Segundo, Rafael Cómez Ramos y su libro de 1979 dedicado a Alfonso X. Se equivocó en las tres obras jerezanas que trató: consideró mudéjar la qubba de Santa María del Alcázar -es islámica-, adjudicó a tiempos del Rey Sabio el mudéjar del interior de San Dionisio -solo es de esa época la cabecera de la nave del Evangelio, el resto es del XV- y también llevó al mundo alfonsí todo San Lucas -asimismo del Cuatrocientos: solo la parte poligonal de la capilla mayor y la portada principal parecen de mayor antigüedad-. Tres, José Fernández López en un trabajo divulgativo de 1992 en el que se limitaba a resumir a Angulo y a Manuel Esteve pasando por encima de las aportaciones más importantes, las de Hipólito Sancho de Sopranis -que no estuvo nunca en la universidad-, y llegando al punto de realizar descripciones erróneas por copiar estas de los trabajos antes citados sin ver los edificios en su estado actual. No me olvido de la aún reciente tesis doctoral de José María Guerrero Vega, de la Facultad de Arquitectura, pero él no cuenta en la lista de lo que estoy repasando: profesores del Departamento de Historia del Arte que, ya con su plaza, decidieron investigar sobre la arquitectura cristiana en Jerez anterior al gótico tardío.
Total, un panorama bastante magro. A mí no me pagan por investigar, pero en lugar de dedicar el tiempo libre solo a actividades más o menos lúdicas decidí invertir parte de él en avanzar en la investigación. Comparen lo de Fernández López con mi texto igualmente divulgativo El mudéjar en Jerez y verán la diferencia después los treinta y nueve años que los separan: no se parecen absolutamente en nada.
Lo más triste para mí, en cualquier caso, no es que algunos profesores de la universidad nos miren por encima del hombro. Es el ambiente marcado por la competencia mal entendida, la rivalidad e incluso el desprecio, que actualmente se vive entre ese profesorado de secundaria que nos dedicamos a investigar. A mí me acaban de llegar dos bofetadas. Una me viene del arabista Miguel Ángel Borrego Soto. Cumplo la promesa realizada en este mismo blog de no volver a leer sus provocaciones, en este caso la que acaba de publicar acerca de mi artículo de la revista Trocadero -Universidad de Cádiz- sobre la mezquita aljama de Jerez. Quienes lo han leído me dicen que es más de lo mismo: la mezquita es suya, los demás somos unos entrometidos que no aportamos nada. Perdí mucho tiempo con él en el tema de la qubba del Real Convento de Santo Domingo, morabito que él quiso interpretar como molino de aceite a partir de una descarada manipulación de los datos. Demostrado que no se puede dialogar con quien juega con las cartas marcadas, cierro por completo cualquier posibilidad de discusión. Eso sí, aprovecho para recordarle a este señor que la mayor parte de la labor investigadora no se hace con "grandes revoluciones" del tipo "he descubierto la verdadera fecha de la reconquista", sino trabajando muchísimo, dándole muchas vueltas a las cosas y planteando las preguntas adecuadas en los momentos adecuados. Muchas veces se avanza no respondiendo, sino preguntando lo que otros no han querido o sabido preguntar. Y tampoco está de más viajar por ahí y ver, por ejemplo, los muchos morabitos que hay en Marruecos: muchísimos más que molinos de agua, aunque tengan formas parecidas.
El otro golpe llega de un antiguo amigo, David Caramazana Malía. Alguien con muy mala leche le hizo llegar información falsa -nunca jamás hablé mal de él, siempre le tuve en estima y en todo momento me tuvo para ayudarle en la investigación- que le hizo cortar todavía de comunicación conmigo. En lo académico comenzó a hacer como si ninguna de mis publicaciones existiera. Así fue, al menos, en sus dos anteriores artículos. En el que ha publicado en la revista Trocadero, justo al lado del mío, la cosa va a más: presenta como propias algunas ideas que un servidor lleva defendiendo y publicando desde hace años, incluso décadas. Y eso ya es demasiado.
Fue Caramazana quien me dijo que mi artículo de 1997 era "una puta mierda" (sic). En este mismo blog hice un repaso muy pormenorizado del mismo (leer aquí) en el que emprendí la autocrítica señalando aciertos, errores e insuficiencias. Al final, él mismo me terminó reconociendo que el artículo estaba bien y que había sigo un paso adelante sin el cual todo lo que llegó después no podría haberse conseguido. ¿Por qué entonces esa primera opinión tan negativa? Obviamente, porque esa era la sentencia de un historiador del arte que él adora y al que cree absolutamente en todo, a pesar de caracterizarse por actitudes muy bizarras que le han acarreado una justa mala fama. Pues bien, igual que fui minucioso conmigo mismo, ahora me toca a mí repasar con lupa todas y cada una de las líneas del nuevo artículo de Caramazana. Porque hay ahí muchas cosas que decir. Lo haré, eso sí, cuando vaya cumpliendo con mis obligaciones del principio de la segunda evaluación: no olvido que me pagan por dar clases de secundaria. Felizmente, eso es algo que también me encanta.